Y después de Merkel, ¿qué?

  1. El valor de la contención. El domingo se acaba el reinado de Angela Merkel sobre Alemania y sobre Europa. Dieciséis años en los que ha protegido a su país de los peores fantasmas y ha ejercido sobre la Unión un control que no es ajeno a la pérdida de relevancia que se está evidenciando en los últimos tiempos, como estamos viendo estos días: Europa comparsa en la derrota americana en Afganistán y dejada de lado por Estados Unidos a la hora de construir una alianza militar en el Pacífico. Dando por entendido que Europa cuenta poco en la geopolítica que viene.

    Y aun así no será fácil ni en Alemania ni en la Unión sustituir una figura que transmite confianza y autoridad desde la discreción de su manera de comunicar, totalmente alejada del exhibicionismo mediático de aspirantes a líderes sin otra sustancia que cuatro consignas ruidosas, que abundan por todas partes. Una figura contenida, la de Merkel, que bajo una apariencia monolítica no está libre de contradicciones. Incondicional de la Alianza Atlántica y de la sumisión a la gran potencia americana, defensora convencida del capitalismo del crecimiento como motor y de la creencia en la racionalidad del mercado, ha sido aun así capaz de reaccionar con independencia y dignidad en determinadas situaciones críticas.

    2. La cara amistosa. El filósofo Hartmut Rosa recuerda en Le Monde una frase de la cancillera de septiembre de 2015: “Si tenemos que empezar a disculparnos por mostrar una cara amistosa en situaciones de urgencia, entonces este no es mi país”. Era unos meses después del emocionante discurso en el que invitó los alemanes a acoger a un millón de refugiados de la guerra de Siria apelando al espíritu del esfuerzo colectivo que, en su momento, hizo posible la unificación después de la caída del Muro de Berlín. Una reacción moral que la honra, aunque después Alemania, como los otros países europeos, acabó externalizando de manera indigna el control de la inmigración a Turquía y Libia, con las catástrofes humanitarias por todos conocidas.

    De la cuestión de la inmigración al neofascismo. En un momento en el que las derechas europeas flirtean sin escrúpulos con la extrema derecha, como vemos en España cada día, Merkel ha sido implacable con la derecha radical, sin hacer ni una sola concesión. Ha vallado el paso a Alternativa para Alemania hasta el punto que, cuando el liberal alemán Thomas Kemmerich fue elegido presidente de Turingia con el voto de la CDU y del partido neonazi, Merkel expresó su indignación y Kemmerich tuvo que renunciar al cargo. ¿Qué pasará sin ella? ¿Su partido flirteará con la extrema derecha? Aun así, las contradicciones siempre emergen, y Merkel no ha sido tan exigente con Orbán, el dirigente ultraderechista húngaro, como con los suyos. O como, en defensa del capitalismo del “no hay alternativa”, lo fue con la izquierda griega, a la cual asfixió con la austeridad.

    3. Ampliar el campo de juego. Hagamos de la oportunidad virtud. En el balance queda pues una persona con autoridad personal que transmite honestidad y confianza, pero que desde el norte de Europa imponía su ley a la Europa del sur, ante la impotencia de Francia, a la cual ni Macron ha sido capaz de sacar –y a fe que lo intenta– de sus complejos con la potencia vecina. La salida de Merkel podría tener el efecto positivo de ampliar el campo de juego en Europa. Que los mandatarios de Bruselas no tengan que ser forzosamente prolongaciones de la cancillería alemana. En parte dependerá del renacimiento de la socialdemocracia, que figuras como Tony Blair y Gerhard Schröder dejaron exhausta y completamente decolorada. ¿Un triunfo del candidato socialdemócrata Olaf Scholz podría significar un cierto cambio de tendencia en todo Europa? El problema es que la figura moral de Merkel eclipsará a sus sucesores, a los cuales les costará forjarse una imagen propia potente. De hecho, la campaña se ha movido en la mediocridad. A pesar de que ahora a la hora del balance se está viendo que Alemania no es excepción y que como todo Europa sufre deficiencias estructurales en servicios básicos, desde la sanidad hasta la justicia pasando por la enseñanza y la digitalización. Desaparece el icono de una época de Europa. ¿Y ahora qué? ¿Democracia, irrelevancia o barbarie?

ARA