Gramática Africana
Se podría sospechar que el vocabulario oficial de los asuntos africanos es puramente axiomático. Es decir que no tiene valor alguno de comunicación, sino sólo de intimidación. Por lo tanto, constituye una escritura, es decir un lenguaje encargado de operar una coincidencia entre las normas y los hechos y de otorgar a una realidad cínica la fianza de una moral noble. En general, es un lenguaje que funciona esencialmente como un código; en él, las palabras tienen una relación nula o contraria a su contenido. Es una escritura que se podría llamar cosmética puesto que tiende a recubrir los hechos con un ruido de lenguaje o, si se prefiere con el signo suficiente del lenguaje. Quisiera señalar brevemente la forma en que un léxico y una gramática pueden estar políticamente comprometidos:
BANDA (fuera de la ley, rebeldes o condenados de derecho común). Éste es el ejemplo típico de un lenguaje axiomático. La depreciación del vocabulario sirve aquí de manera precisa para negar el estado de guerra, lo que permite anular la noción de interlocutor. «No se discute con los que están fuera de la ley.» La moralización del lenguaje, dé este modo, permite remitir el problema de la paz a un cambio arbitrario de vocabulario. Cuando la «banda» es francesa, se sublima bajo el nombre de ‘comunidad’.
DESGARRAMIENTO (cruel, doloroso). Este término ayuda a acreditar la idea de la irresponsabilidad de la historia. Aquí se escamotea el estado de guerra bajo la vestimenta noble de la tragedia, como si el conflicto fuese esencialmente el Mal y no un mal (remediable). La colonización se diluye, se deshace en el halo de una lamentación impotente que reconoce la desdicha, para instalarse con más fuerza.
Fraseología: «El gobierno de la República está resuelto a hacer todos los esfuerzos que dependan de él para poner término a los crueles desgarramientos que experimenta Marruecos» (Carta de Coty a Ben Arafa)… el pueblo marroquí, dolorosamente dividido contra sí mismo…» (Declaración de Ben Arafa).
DESHONRAR. En etnología, según la riquísima hipótesis de Claude Lévi-Strauss, el ‘maná’ es una suerte de símbolo algebraico (algo así como la palabra ‘cosa’ entre nosotros), encargado de representar «un valor indeterminado de significación, vacío de sentido y por lo tanto susceptible de recibir cualquier sentido, cuya única función estriba en llenar una distancia entre el significante y el significado». El ‘honor’ es exactamente nuestro ‘maná’, especie de sitio vacío donde se deposita la colección completa de sentidos inconfesables y que se sacraliza como tabú. El honor es, pues, el más adecuado equivalente de ‘cosa’, pero ennoblecido, es decir, mágico.
Fraseología: «Sería deshonrar a las poblaciones musulmanas permitirles creer que esos hombres podrían ser considerados en Francia como sus representantes. Sería igualmente deshonrar a Francia» (Comunicado del Ministerio del Interior).
DESTINO. En el momento en que, a través de la historia, que una vez más da testimonio de su libertad, los pueblos colonizados comienzan a desmentir la fatalidad de su condición, el vocabulario burgués utiliza como nunca la palabra Destino. Como el honor, el destino es un ‘maná’ donde se coleccionan púdicamente los determinismos más siniestros de la colonización. El destino es, para la burguesía, la ‘cosa’ de la historia.
Naturalmente, el destino sólo existe bajo una forma ligada. No es la conquista militar la que sometió Argelia a Francia, sino una conjunción operada por la Providencia que unió dos destinos. Se declara que el vínculo es indisoluble justo en el momento en que se rompe con un estallido inocultable.
Fraseología: «Por nuestra parte, pretendemos dar a los pueblos cuyo destino está ligado al nuestro una independencia auténtica dentro de la asociación voluntaria». (Pinay en la ONU).
DIOS. Forma sublimada del gobierno francés.
Fraseología: «… En la medida en que el Todopoderoso nos ha designado para ejercer el cargo supremo…» (Declaración de Ben Arafa).
«… Con la abnegación y la soberana dignidad con que siempre ha dado ejemplo… Su Majestad entiende obedecer, de esta manera, los designios del Altísimo…» (Carta de Coty a Ben Arafa, cesado por el gobierno).
GUERRA. El objetivo es negar el problema. Para ello se dispone de dos medios: o bien nombrarla lo menos posible (procedimiento más frecuente), o bien darle el sentido contrario (procedimiento más retorcido que sirve de base a casi todas las mistificaciones del lenguaje burgués). ‘Guerra’ se emplea entonces en el sentido de ‘paz’; y ‘pacificación’, en el sentido de guerra.
Fraseología: «La guerra no impide las medidas de pacificación» (General De Monsabert). Entiéndase que la paz (oficial) no impide felizmente la guerra (real).
MISIÓN. Es la tercera palabra maná. En ella se puede depositar todo lo que se quiera: las escuelas, la electricidad, la Coca-Cola, las operaciones de policía, los rastrillajes, las condenas a muerte, los campos de concentración, la libertad, la civilización y la «presencia» francesa.
Fraseología: «Sin embargo ustedes bien saben que Francia tiene en África una misión que sólo ella puede llenar» (Pinay en la ONU).
POLÍTICA. A la política se le asigna un dominio restringido. Por una parte está Francia, por otra, la política. Los asuntos de África del Norte, cuando conciernen a Francia, no son del dominio de la política. Cuando las cosas se ponen graves, simulamos remplazar la política por la nación. Para la gente de derecha la política es la izquierda: ellos son Francia.
Fraseología: «Querer defender a la comunidad francesa y a las virtudes de Francia no es hacer política» (General Tricon-Dunois).
Con un sentido contrario y unido a la palabra conciencia (política de la conciencia), la palabra política se vuelve un eufemismo; entonces significa: sentido práctico de las realidades espirituales, gusto por la sutileza que permite a un cristiano partir tranquilamente a «pacificar» África.
Fraseología: «… Rehusar a priori el servicio en un ejército con destino al África para estar seguro de no hallarse en semejante situación (contradecir una orden inhumana), tal tolstoísmo abstracto no se confunde con la política de conciencia, porque no es, en ningún sentido, una política» (Editorial dominical de La Vie Intellectuelle).
POBLACIÓN. Es una palabra cara al vocabulario burgués. Sirve de antídoto a clases, demasiado brutal y por lo demás «sin realidad». Población tiene como objeto despolitizar la pluralidad de los grupos y de las minorías, colocando a los individuos en una colección neutra, pasiva, que sólo tiene derecho al panteón burgués como existencia políticamente inconsciente (cf. usuarios y hombres de la calle). El término se encuentra generalmente ennoblecido por su plural: las poblaciones musulmanas, expresión que no deja de sugerir una diferencia de madurez entre la unidad metropolitana y el pluralismo de los colonizados; Francia congrega lo que por naturaleza es diverso y múltiple.
Cuando es necesario emitir un juicio despectivo (a veces la guerra obliga a estas severidades), se fracciona la población en elementos. Los elementos, en general, son fanáticos o manejados. (Porque, por supuesto, sólo el fanatismo o la inconsciencia pueden empujar a querer salir de la situación de colonizado).
Fraseología: «Los elementos de la población que pudieron unirse a los rebeldes en algunas circunstancias…» (Comunicado del Ministerio del Interior).
SOCIAL. Social siempre está acoplado con económico. Esta dupla funciona uniformemente como coartada que anuncia o justifica en cada ocasión operaciones represivas; a tal punto, que se podría decir que esa dupla les otorga significación. Lo social, son esencialmente las escuelas (misión civilizadora de Francia, educación de los pueblos de ultramar, conducidos poco a poco a la madurez); lo económico, son los intereses, siempre evidentes y recíprocos, que ligan indisolublemente África a la metrópoli. Estos términos progresistas, una vez vaciados convenientemente, pueden funcionar con impunidad como encantadoras cláusulas conjuratorias.
Fraseología: «Dominio social y económico, instalaciones sociales y económicas».
El predominio de los sustantivos en el vocabulario del que acabamos de ofrecer algunas muestras, tiene que ver con el enorme consumo de conceptos necesarios para cubrir la realidad. Aunque general y avanzado hasta el último grado de descomposición, el desgaste de este lenguaje no ataca de la misma manera a verbos y sustantivos: destruye al verbo e hipertrofia el sustantivo. La inflación moral no se asienta ni sobre objetos ni sobre actos, sino sobre ideas, «nociones», cuyo conjunto está determinado por la necesidad de un código cristalizado más que por una forma de comunicación. La codificación del lenguaje oficial y su sustantivación marchan a la par pues el mito es fundamentalmente nominal; la nominación, por su parte, es la primera forma de desviación.
El verbo, en cambio, sufre un curioso escamoteo. Si es un verbo principal, queda reducido al estado de modesta cópula destinada a establecer simplemente la existencia o la calidad del mito (Pinay en la ONU: ‘habría’ distensión ilusoria… ‘sería’ inconcebible… ¿Qué ‘sería’ una independencia nominal?). El verbo alcanza penosamente solidez semántica sólo referido al futuro, a lo posible, o a la intención, en una lejanía en la que el mito corre menos riesgo de quedar desmentido. (‘Será’ constituido un gobierno marroquí…, ‘llamado a negociar’, las reformas…; el esfuerzo emprendido por Francia con el fin de ‘construir una asociación libre’…).
En su presentación, el sustantivo exige con frecuencia lo que dos excelentes gramáticos, Damourette y Pichón —que no carecían de rigor ni menos de humor en su terminología—, llamaban ‘plato prestigioso’, lo que significa que la sustancia del nombre siempre se nos presenta como conocida. Estamos en el núcleo mismo de la formación del mito: la ‘misión’ de Francia, el ‘desgarramiento’ del pueblo marroquí o ‘el destino’ de Argelia, son presentados gramaticalmente como postulados (calidad conferida por lo general mediante el empleo del artículo definido). Justamente por eso, por ser postulado, no los podemos discutir discursivamente (la misión de Francia: pero, veamos, no insistan, ustedes bien saben…). El prestigio es la primera forma de la naturalización.
Ya he señalado el énfasis, exageradamente banal, de algunos plurales (‘las poblaciones’). Agreguemos ahora que este énfasis aumenta o disminuye según las intenciones: «las poblaciones» instala un sentimiento eufórico de multitudes pacíficamente subyugadas; en cambio, cuando se habla de ‘nacionalismos elementales’, el plural tiende a degradar más, si es posible, la noción de nacionalismo (enemigo), reduciéndola a una colección de unidades de talla despreciable. Nuestros dos gramáticos, expertos por anticipado en asuntos africanos, ya habían previsto esta situación y distinguieron el plural masivo y el plural numerativo; en la primera expresión el plural destila una idea de masa, en la segunda, insinúa una idea de división. De esta manera la gramática participa del mito: ofrece sus plurales para distintas tareas morales.
El adjetivo (o el adverbio) tiene con frecuencia un papel curiosamente ambiguo que parece proceder de una inquietud, del sentimiento de que los sustantivos que se emplean, a pesar de su carácter prestigioso, tienen un desgaste que no se puede ocultar. De allí la necesidad de revigorizarlos: la independencia se vuelve ‘verdadera’, las aspiraciones ‘auténticas’, los destinos ‘indisolublemente’ ligados. El adjetivo tiende, en este caso, a liberar al sustantivo de sus decepciones pasadas, a presentarlo en estado nuevo, inocente, creíble. Como en el caso de los verbos sólidos, el adjetivo confiere al discurso valor de futuro. El pasado y el presente es asunto de los sustantivos, grandes conceptos en que la idea exime de la prueba (Misión, Independencia, Amistad, Cooperación, etc.); el acto y el predicado, por su parte, para ser irrefutables deben ampararse detrás de alguna forma de irrealidad: finalidad, promesa o adjuración.
Lamentablemente estos adjetivos revigorizantes se gastan casi en el mismo momento en que se los emplea y en consecuencia, la reactivación adjetiva del mito resulta la mejor manera de mostrar su inflación. Es suficiente leer ‘verdadero’, ‘auténtico’, ‘indisoluble’ o ‘unánime’ para olfatear allí el hueco de la retórica. Es que en el fondo estos adjetivos, que podríamos llamar de esencia porque desarrollan bajo forma modal la sustancia del nombre que acompañan, esos adjetivos no pueden modificar nada: la independencia no puede ser otra cosa que independiente; la amistad, amistosa; y la cooperación, unánime. Gracias a la impotencia de su esfuerzo, estos malos adjetivos logran manifestar, en última instancia, la salud del lenguaje. Aunque la retórica oficial intente multiplicar las coberturas de la realidad, hay un momento en que las palabras se resisten y la obligan a revelar bajo el mito la alternativa de mentira o verdad: la independencia existe o no existe y los diseños adjetivos que se esfuerzan por otorgar a la nada las cualidades del ser constituyen la confirmación de la culpa.
Barthes, Roland
«Mythologies»
Paris, 1957
Éditions du Seuil.
Página 150
Traducción de HECTOR SCHMUCLER. Corregida por Nabarralde.