La rendición de Tudela

Hoy se cumple el 509 aniversario de la rendición de Tudela ante el ejército de Fernando el del Cólico, el 9 de septiembre de 1512. Fue la última localidad navarra en capitular, y sólo lo hizo cuando comprendió que los reyes Juan y Catalina no podrían auxiliarles, y ante las amenazas crecientes del usurpador. He actualizado el lenguaje de dos de las cartas que se cruzaron el invasor y la ciudad de Tudela, para que podáis juzgar por vosotr@s mism@s quién merece seguir siendo reivindicado hoy en día con la cabeza alta o muy al contrario, de rodillas. Y atentos a la última frase con la que Tudela retrata al siempre taimado y embustero aragonés…

CARTA DE FERNANDO DE ARAGÓN A LA CIUDAD DE TUDELA, 20/8/1512:

Lamento tanto la conducta de una ciudad a la que tanto amor tengo… «Más que a ningún otro lugar de aquel reyno». Y ved cuánto me maravillo con vuestra tenaz resistencia a acatar mi dominio, confiando como confiaba en que vosotros habíais de ser los primeros de Navarra que os redujérais a mi obediencia observando que, agora que está casi reducido todo el reyno, ¡hayáis querido ser precisamente vosotros los postreros! Por eso os ruego a los tudelanos que me enviéis representantes a Logroño con poder bastante para prestarme obediencia, pues yo no quiero sino el bien de ciudad tan amada por mí, ni deseo perturbar el sosiego y tranquilidad del reino. Pero si Tudela continúa fiel a sus juramentos con los que dicen falsamente ser sus reyes y señores «no podré excusarme de proveer y mandar que se haga allí algo que me pesaría mucho…».

CARTA DE RESPUESTA DE LA CIUDAD DE TUDELA AL INVASOR FERNANDO DE ARAGÓN, 22/8/1512:

No creemos que vos «queráis ni mandéis enturbiar tan lucida y clara fidelidad de tan querida y amada ciudad vuestra, que tanto se la guardó a vuestro propio padre, ni deseéis por tanto que luzcamos con tan malo, feo y abominable renombre de desleales». «Con toda humildad que podemos a vuestra Majestad suplicamos y mandamos de merced, no nos haya de poner pues en tan grande afrenta, ni poner por obra tanto cargo a nuestras conciencias y honras, para que no hayamos de ganar ni dejar a nuestros hijos renombre de infidelidad, que sería cosa peor que la muerte».