El historiador responde al artículo con que le replicó Jaime Ignacio del Burgo al hilo de la toma del castillo de Amaiur y aborda varios de los episodios históricos que sucedieron hace casi 500 años
JOSÉ CARLOS CORDOVILLA
Por las mismas razones que el señor Del Burgo -aquello de “el que calla, otorga”-, no puedo menos que responder a su último artículo publicado aquí hace unos días. La objetividad absoluta es una quimera en un historiador porque la visión del pasado está condicionada por nuestro presente, orígenes sociales, educación, valores, convicciones políticas o creencias religiosas. Y yo tengo todo eso. Por eso debemos hacer un esfuerzo para que todo ello no interfiera o determine nuestra labor profesional. Y saber distinguir el cómo fueron los hechos del cómo nos hubiera gustado que fueran. Y no he sido yo quien ha sacado de su tiempo a unos jóvenes que vivieron hace cinco siglos y los ha sometido a un juicio a la luz de los valores políticos del presente.
Tampoco creo necesario defender mi trabajo como historiador. He publicado seis libros sobre la conquista de Navarra y acabo de terminar el séptimo, que aparecerá próximamente, dedicado precisamente a los Navarros en Hondarribia. Así pues, el lector interesado puede juzgar por sí mismo si son novedosos, completos y serios. Sólo diré que aportan numerosa documentación no conocida hasta ahora hallada en archivos no sólo españoles, sino también navarros, franceses, ingleses, italianos y portugueses. Porque, en el siglo XVI, Navarra tenía una identidad propia claramente percibida y reflejada en toda Europa.
En cambio, sí creo necesario corregir los errores históricos que el señor Del Burgo comete en sus escritos. Porque hay que decir que la mayoría de sus afirmaciones no se sostienen a la luz de la documentación de la época. Se me permitirá por ello que yo indique en las mías la procedencia de los documentos de los que yo me sirvo.
MUERTE DE VÉLAZ DE MEDRANO
De que el capitán Vélaz murió estando preso en Pamplona y que, posiblemente, fuera asesinado, los especialistas en la época no tenemos ninguna duda. El propio virrey de Navarra reconocía que, estando en Valladolid a finales de agosto de 1522, un mensajero que había cabalgado sin descanso desde Pamplona le entregó unas cartas urgentes en las que los capitanes castellanos le informaban de que Jaime Vélaz “era muerto estando preso en la fortaleza de esta dicha ciudad de Pamplona” (Archivo de Navarra, Comptos, PS1, Anexo, legajo 7, 52-1).
El que previamente hubiera sido descubierto un intento de fuga, que se hubiese cambiado su guardia y que su gran enemigo el conde de Lerín fuese virrey en funciones reforzaría la tesis de su asesinato. El mismo virrey temía algo: había pedido al emperador que se comprometiese por escrito a respetar la vida de los presos de Amaiur y que se los llevase a Castilla, porque en Pamplona no estaban seguros. Lo que yo digo en mi libro -y eso también reforzaría la tesis del asesinato- es que, de no haber muerto, Vélaz habría podido ser liberado a cambio de rescate. Así, el capitán Meneses de Bobadilla reclamaba el dinero que pagase porque a él se había rendido “segura la vida a él y a todos los de dentro solamente”. En todo caso, las sospechas apuntan más a sus enemigos beamonteses que al emperador (Archivo de Simancas, Estado, legajo 345, documentos 23, 24 y 44).
LAS CORTES DE 1523
Aunque el Sr. Del Burgo hace un relato casi idílico, la documentación castellana demuestra que fueron un verdadero quebradero de cabeza para Carlos V. Y eso que estaban controladas por la nobleza beamontesa. En mayo, nada más comenzar las sesiones, los representantes del reino aseguraban que, por los agravios hechos al reino, “el clamor del pueblo sube al cielo”. Saltándose al virrey, los diputados optaron por enviar una embajada a Valladolid exigiendo al emperador que cumpliese con su juramento de respetar los fueros. (Archivo de Simancas, Estado, legajo 345, documnento 21). Entre los desafueros, el nombramiento de castellanos para los puestos judiciales y militares reservados a los navarros y los abusos del ejército de ocupación. Entre las peticiones, el perdón para los legitimistas. En informes secretos, el virrey echaba la culpa de todo al conde de Lerín, quien, decía, no era muy querido en el reino. En un principio, Carlos V se negó a recibir la embajada aduciendo que en ella iba un legitimista convencido, el doctor Aóiz, diputado por Pamplona. Finalmente lo hizo con los dos restantes, pero haciendo oídos sordos a sus demandas. En junio, el emperador se decía “maravillado” porque en protesta los diputados habían interrumpido las sesiones. Dos meses más tarde, los navarros se negaban conceder su ayuda económica hasta que no se reparasen los contrafueros. Por su parte, desde la corte se les pidió que no enviasen más embajadas porque el monarca no iba a modificar en nada las negativas el virrey (Archivo de Simancas, Estado, leg. 345, docs. 21, 76-77, 81 y 137).
A punto de llegar el emperador a Navarra para encabezar la invasión de Francia, varios diputados abandonaron las sesiones sin permiso real y sin conceder la ayuda económica el reino (Archivo de Navarra, Rena, caja 15, 18). Este desplante enojó mucho a Carlos V, quien el 27 de septiembre dio poderes al virrey para suspender las sesiones: “viendo la voluntad que tenéis a que no se haga, yo he acordado de las mandar suspender como por la presente las suspendo” (Archivo de Simancas, Libros de Navarra, 247, fol. 96-97). Solo tras las presiones y “compensaciones” a los dos líderes nobiliarios, el conde de Lerín y el marqués de Falces, y la concesión de la amnistía a los legitimistas, el emperador conseguiría doblegar a la asamblea en marzo de 1524. Algunos protestaron pero, en adelante y contra lo que dictaban los fueros, en los tribunales navarros habría cinco jueces extranjeros y los mandos de las fortalezas seguirían en manos de castellanos.
EL EMPERADOR Y EL JURAMENTO DE LOS FUEROS
En este ambiente político, es difícil creer al señor Del Burgo cuando afirma que el emperador juró los fueros navarros estando en Pamplona el 9 de octubre de 1523. Sinceramente, no se de dónde obtiene el dato, máxime cuando Carlos V no llegó a la capital hasta cuatro días más tarde. No consta tampoco que las Cortes ante quienes debía prestar ese juramento se hubiesen reunido (Archivo de Navarra, Reino, Actas de Cortes 1503-1530). Ya al inicio de las sesiones, en mayo, el propio Carlos V sospechaba que lo primero que le pedirían los navarros sería que jurase mantener los fueros y mandaba al virrey darles largas (Archivo de Simancas, Libros de Navarra, 247, folio 26). Y en agosto, era el propio virrey quien aconsejaba al emperador que cuidase de jurar los fueros pues, a continuación, decía, le reprocharían todas sus vulneraciones (Archivo de Simancas, Estado, legajo 345, documento 79). Así que el señor Del Burgo nos tendrá que decir en qué documento basa su afirmación.
DE AMAIUR A HONDARRIBIA
Desgraciadamente, tan sólo conocemos los nombres de una veintena de defensores que fueron apresados en Amaiur. Pocos días después de su toma, el virrey relaciona nominalmente a los siete nobles presos: Jaime Vélaz y su hijo, los señores de Xabier, Azcona y Sada, Luis de Mauleón y “un hermano suyo” [Víctor de Mauleón] (Archivo de Simancas, Estado, legajo 10, 3). En cambio, tenemos la relación completa de los 354 navarros que integraban la compañía de Pedro de Navarra que en el verano de 1523 se unió a la guarnición francesa de Hondarribia (Biblioteca Nacional de Francia, manuscrito 25.787, 156). Y podemos decir que, salvo a Víctor de Mauleón, no encontramos en la villa guipuzcoana a ninguno de los nobles apresados en Amaiur.
JURAMENTO DE BURGOS
Efectivamente, como consta en mi libro, los caballeros navarros amnistiados juraron fidelidad a Carlos V en su presencia en Burgos el 3 de mayo de 1524. Eso sí, lo hicieron en manos del Arzobispo de Toledo. Pero a lo que me refiero es que, a continuación, el emperador se negó a recibirlos. Unos meses más tarde, el monarca se excusaba ante Pedro de Navarra diciendo que había sido, primero, “por las muchas ocupaciones que tuve con mi partida de Burgos” y, después, “creyendo que erais partido” (Archivo de Simancas, Libros de Navarra, 247, folio 270).
En cuanto a lo que el señor del Burgo dice de la encomiable labor de los archiveros navarros que cita -y los que no cita-, totalmente de acuerdo. Ellos custodian y difunden la memoria de Navarra. Así que, para dar por zanjada por mi parte esta polémica, repito lo que uno de los que menciona, el que sin duda más esfuerzos dedicó a la divulgación histórica, Florencio Idoate, escribía respecto a los defensores de Amaiur: “No queremos despedir -decía en su libro sobre El Señorío de Sarria, 1959, pág. 371- sin dedicar un recuerdo emotivo a los valientes de Maya, a los que murieron y a los que sobrevivieron después de luchar con honor. El amor a la tierra nos obliga a ello”.