Crecer: una mala idea

Se puede vivir bien con recursos limitados si se priorizan las actividades valiosas y se renuncia a las superfluas. Nuestros márgenes para consumir menos sin sufrir apenas son todavía muy amplios

[Este es un texto en respuesta al artículo «Crecer: una buena idea», de Andreu Mas-Colell, publicado en el diario Ara (1) el 4 de julio de 2021.]

Es interesante en sí mismo que un destacado economista ‘mainstream’ como Andreu Mas-Colell entre en el debate del decrecimiento. Probablemente es porque el tema empieza a estar presente en el ámbito público, y esto es una buena noticia. Pero en el artículo mencionado Mas-Colell no aborda el decrecimiento en sí, sino «la doctrina del decrecimiento», de la que dice que «es optimista por el hecho de creer que los humanos, con todas las excepciones que se desee, se adaptarían con facilidad a un entorno que les pidiera anular las aspiraciones de mejora». En mi opinión, no se puede abordar provechosamente la cuestión antes de considerar si la «doctrina» no se considera la realidad.

Y, ¿cuál es la realidad? Que nuestra civilización material, habiendo explotado los recursos de la Tierra más allá de lo razonable, nos encamina ahora hacia situaciones de escasez que obligarán a la humanidad a vivir con menos medios. Esto vale tanto para los recursos bióticos y renovables (suelos fértiles, bosques, pesca…) como para los minerales del subsuelo, abióticos y no renovables; y afecta tanto a los recursos materiales como a los energéticos. Subrayo la importancia de la energía porque está en todas partes. Con energía nos calentamos, cocinamos, viajamos, hacemos funcionar hornos industriales y todo tipo de procesos productivos, incluyendo el cultivo, procesamiento y transporte de los alimentos. Si se produjera una escasez de energía, se trasladaría en cascada por todas las cadenas de producción.

Ahora bien, los combustibles fósiles y el uranio -que representan el 85% de todos los usos humanos de energía- se agotarán durante la segunda mitad del siglo XXI, y el cambio climático aconseja incluso dejarlos de quemar mucho antes. Mucha gente piensa que ya tenemos una alternativa en las energías de fuentes renovables, y que, por tanto, no habrá problema. Pero las renovables tienen también limitaciones. Ocupan espacio y, sobre todo, tienen elevados requerimientos de materiales para su captación, algunos de los cuales son escasos. Últimamente abundan los estudios sobre el tema, muchos de los cuales apuntan a una conclusión: si se quisiera mantener el actual sistema productivo y de transporte, con el mismo gasto mundial de energía (que el año 2012 ascendía a unos 158.000 teravatios-hora por año), no habría en la corteza terrestre suficientes materiales para construir la inmensa infraestructura de captación de energías renovables -eólica, fotovoltaica u otra- que serían necesarios. El hierro y el aluminio son abundantes, pero no lo son tanto -o no lo son nada- el cobre, el cobalto, el litio, el disprosio, el neodimio o el niobio, con los que se fabrican los captadores. Huelga decir que el razonamiento se hace más punzante si se piensa que muchos millones de personas en el mundo están accediendo cada año a niveles de consumo que hacen crecer las demandas de todo, incluyendo estos metales. La conclusión que hay que sacar es que, probablemente, la humanidad futura dispondrá de menos energía y deberá adaptar su sistema productivo.

Se puede objetar que el reciclaje de metales permite usarlos muchas veces, alargando su vida útil, y que los progresos en eficiencia permiten obtener los mismos resultados con menos energía y materiales. Pero los progresos en eficiencia tienen un límite, y el reciclaje es insuficiente por completo. El Banco Mundial ha dado en 2020 cifras de reciclaje poco alentadoras: en los casos de los metales más usados, la tasa de recuperación oscila entre el 20% y el 40% ‘grosso modo’, y las aleaciones que se utilizan no permiten recuperar los metales raros. E, incluso mejorando mucho la recuperación, habrá que jugar siempre con una cantidad finita de materiales.

¿Qué se puede hacer ante una situación como la descrita? Mas-Colell opina que «crecer es una buena idea». Yo pienso exactamente lo contrario. La realidad aconseja organizar la economía humana sin intensificar la obtención de recursos naturales, ya que hemos llegado cerca de sus límites. Más aún: no sólo es necesario dejar de intensificar su extracción, sino también reducirla tanto como sea posible. Continuar creciendo conlleva adentrarse en situaciones cada vez más inviables y conflictivas. La alternativa es una economía estacionaria o de crecimiento cero, con las fases de decrecimiento selectivo que se requieran. Los peligros de conflictividad y de autoritarismo que Mas-Colell augura a una economía estacionaria no sólo no se podrían evitar en situación de crecimiento, sino que muy probablemente serían aún más graves, sobre todo porque el crecimiento va asociado a una ambición desmedida que excita patológicamente a los más poderosos, pero que impregna a toda la sociedad. Pensemos en las guerras por unos recursos minerales cada vez más escasos.

Mas-Colell no sabe imaginar una humanidad donde las personas «no aspiren a más para ellos y sobre todo para los hijos». Pero, aun admitiendo que la condición humana conlleva la aspiración permanente a superarse, no veo por qué esto debe significar extraer más y más recursos de la Tierra. La autosuperación se expresa de muchas maneras: en la competición deportiva, en el desarrollo intelectual o artístico, en los retos de la aventura, en la habilidad técnica. La humanidad no topará con dificultades graves por falta de imaginación y de creatividad humana, sino -en todo caso- por el exceso de capacidad destructiva que ha desarrollado. El decrecimiento, queramos o no, nos lo impondrá. La sabiduría consistirá -como en tantas ocasiones anteriores de la historia humana- en ajustar las aspiraciones a los contextos nuevos que se vayan presentando. La capacidad de adaptación del ser humano es afortunadamente enorme, y la felicidad se construye sobre la marcha.

Se puede vivir bien con recursos limitados si se priorizan las actividades valiosas y se renuncia a las superfluas. Fácilmente nos podemos poner de acuerdo en que la alimentación sana, la vivienda digna, la salud, las interacciones humanas, los estímulos espirituales y algunas cosas más son elementos esenciales para una vida buena. Muchos artefactos tecnológicos -grandes devoradores, además, de recursos naturales- son, en cambio, prescindibles. Tampoco hay que dramatizar la reducción de los bienes disponibles: los países desarrollados han multiplicado en el último medio siglo por 2 o por 3 sus consumos de materiales y de energía, y no diríamos que medio siglo atrás vivían en la indigencia. Nuestros márgenes para consumir menos sin sufrir apenas son todavía muy amplios. Una consideración aparte merecerían los países empobrecidos, pero se trata de otra historia.

Reconozco a mi amigo Mas-Colell dos méritos en su artículo. Uno es la valentía de abordar un tema tabú como el decrecimiento. Otro es admitir que hay que imponer «un límite al crecimiento de la población», tema también tabú en el que manifiesto mi total acuerdo. «Lo haría todo más fácil», añade con sentido común. Me gustaría que artículos como el suyo fueran un inicio de diálogo que implique las diversas tradiciones intelectuales en presencia, porque el momento es sumamente delicado. Un modelo energético fosilista, con «doscientos años irrepetibles» (en palabras del ingeniero Carles Riba) de duración, nos ha permitido construir un mundo excesivo, exagerado, desorbitado. Ahora toca revisar «evidencias» y considerar si no es necesario abandonar el exceso y reconstruir la sociedad humana sobre bases más realistas, más ajustadas a una biosfera y a un planeta que deberíamos ver y respetar como nuestro claustro materno y no como un almacén de utensilios a nuestro servicio.

(1) https://www.ara.cat/opinio/creixer-bona-idea-andreu-mas-colell_129_4042189.html

*Doctor en Filosofía y profesor de Sociología en la Universidad de Barcelona

CRÍTIC

https://www.elcritic.cat/opinio/joaquimsempere/creixer-una-mala-idea-100350