Ñ, la última salvajada

Estos últimos años son un no parar de la ristra de decisiones y pronunciamientos judiciales absolutamente politizados, partidistas y nacionalistas radicales que se asocian a diferentes estamentos judiciales españoles. En un Estado en el que los poderes y organismos coinciden todos en priorizar, como valor supremo e incuestionable, la integridad territorial, por encima de los derechos básicos y las libertades fundamentales, parecía que ya lo habíamos visto todo. Pues, no. Gente de poca fe como se ha demostrado que éramos, la última salvajada acaba de llegar del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), con un mandato caducado desde hace tres años.

Se trata del borrador de dictamen sobre la ‘Ley de la memoria histórica’, el cual considera que hacer apología del franquismo no es ningún delito, ya que, si así fuera, esto atentaría contra la libertad de expresión de los apologetas del régimen del dictador asesino y genocida. He tenido que leer más de una vez la noticia, lentamente, a fin de darle verosimilitud. Y cuál no ha sido mi sorpresa al enterarme que uno de los dos vocales autores del pernicioso texto en cuestión pertenece al CGPJ gracias a la propuesta que, en su momento, hizo la difunta CiU. Se trata, pues, de una magistrada catalana, pareja, según me comentan, de un antiguo consejero de un Gobierno de la Generalitat que figura como de orientación independentista.

Me cuesta darle crédito y no lo entiendo, quizá porque no lo puedo entender de ninguna manera. ¿Desconoce esta magistrada, como catalana, qué hizo el franquismo con Cataluña? ¿Ignora los miles de fusilados por la dictadura militar, la represión desatada por el ‘Ejército de Ocupación de Cataluña’, por emplear la terminología oficial, las decenas de miles de compatriotas encarcelados, torturados o forzados al exilio? ¿No recuerda la persecución de la lengua y la cultura catalanas en un intento evidente de genocidio cultural? ¿Ha olvidado que el sanguinario uniformado de voz aflautada suprimió nuestras instituciones de autogobierno, la Generalitat y el Parlament, y que culminó su odio contra el pueblo catalán fusilando su nuestro President, en un gesto a la vez de escarnio, amenaza e ignominia? No lo entiendo, no lo entiendo, no lo entiendo.

Aseguran los autores de este insulto directo a la democracia, la memoria histórica y la dignidad nacional de nuestro pueblo, en un gesto de cinismo profesional, que una cosa es la apología del franquismo y otra el odio o el desprecio hacia a sus víctimas. Pero, ¿es que nos toman por tontos del higo y creen que nos hemos vuelto locos? ¿Cómo se puede defender públicamente a un criminal y ladrón como el general en cuestión, desvinculándolo, a la vez, de sus hechos, sus actos, sus palabras, sus leyes, su violencia institucionalizada? Porque el franquismo fue esto: violencia permanente de la que sólo quedaban al margen los que se beneficiaron colaborando con un régimen dirigido por un delincuente, con correaje, gorrito y botas altas, pero delincuente.

La violencia de los gobiernos del gran bandido fue legal, política, judicial, administrativa, militar, judicial, policial, económica, religiosa, cultural, social y lingüística. Si hacer apología del malhechor que promovía, justificaba y ejecutaba esta violencia está amparado por la libertad de expresión, ¿podrían decirnos los dos redactores de este texto abominable qué diferencia hay entre la apología del terrorismo y la apología del franquismo que fue la legitimación de la violencia y la legalización del terror? ¿Qué distinción puede establecerse entre el terrorismo franquista y el terrorismo no franquista? ¿Por qué la apología del uno no se ve amparada por la libertad de expresión y la del otro sí?

Es por completo imposible distinguir, diferenciar, separar la apología de Franco de la apología de sus actos. La simple mención del nombre del facineroso en jefe ya constituye, ella sólo, un gesto insuperable de odio y de desprecio hacia todas sus víctimas, hacia todas aquellas personas que, en todo el Estado, fueron fusiladas, sufrieron cárcel, torturas, multas, confiscación de sus bienes y propiedades, pérdida del puesto de trabajo en cualquiera de los ámbitos y niveles de la administración pública, la burla permanente, la represión constante por oponerse a su violencia global y al control absoluto de la población. Víctimas del horror, la malignidad y la rabia más inhumana que trataba a los disidentes con desprecio, desdén y burla y que promovió la delación, la revancha y la mentira. Banalizar el franquismo, por más que lo haga gente togada, es continuar legitimando un régimen brutal y volver a condenar al silencio, la resignación y la impotencia a todas sus víctimas, hablaran catalán, castellano, vasco, gallego, aragonés, asturiano u occitano.

Me niego a creer que, en España, no haya una masa crítica mínimamente sólida capaz de oponerse a esta barbaridad y de poner el grito en el cielo contra este insulto colectivo. ¿Dónde está la gente española liberal, ilustrada, de convicciones democráticas? ¿Dónde está la gente de izquierdas de ahora, incapaz de recordar a aquellos socialistas y comunistas de aquella época que unos y otros eran republicanos y por eso fueron víctimas del franquismo?

Basta comparar el tratamiento que tiene el franquismo en el Reino de España con el que tienen el nazismo y Hitler en Alemania. En este país, la apología del psicópata del bigotito, la exhibición de sus símbolos, banderas, saludos con el brazo alzado y gritos de ‘Heil!’ están legalmente prohibidos, con penas de prisión, multas y pérdida del puesto de trabajo cuando los apologetas son funcionarios públicos. Y la propia canciller Merkel, que no dirige el gobierno más progresista de la historia, ha disuelto, sin temblar, una unidad militar de élite infectada de neonazis. Porque, en Alemania, los militares callan y obedecen a la autoridad civil.

En fin, es innegable el retroceso, la involución, la reculada democrática brutal, en todos los frentes, que protagoniza el Estado español, adoptando unos posicionamientos y tomando unas decisiones, sin complejos, impensables por completo en los primeros años después de la muerte del gran canalla, el malvado supremo, el primero de los más viles. Entonces les daba vergüenza. Ahora la han perdido del todo y nosotros sufrimos las consecuencias. Nosotros, es cierto, tenemos un problema y grave, pero también Europa tiene un problema gordísimo con España. Los valores democráticos, la cultura democrática, la voluntad democrática, se supone que los valores europeos por excelencia, se encuentran en el momento más bajo de su existencia y constituyen una anomalía enorme para una Unión Europea que quiera continuar presentándose como el hogar privilegiado de la democracia, la libertad, el derecho, el respeto a la diversidad, la tolerancia, la convivencia, el legítimo derecho a la diferencia.

En una España incapaz de desembarazarse de la herencia franquista y que, además, hace ostentación pública de ello, querer darle la esquina ya no constituye una aspiración sólo de un bienestar material superior, una calidad de vida democrática más garantizada, una plenitud de la expresión de la identidad nacional, cultural y lingüística. Para nosotros es una pura cuestión de supervivencia. O, si se quiere, un simple gesto de buen gusto. Si en España quieren convivir, con toda normalidad, con la herencia del viejo carnicero, que vivan, pero no nosotros. En los Países Catalanes, al franquismo, ni agua. Y sí, en cambio, rechazo, asco y condena eterna. En memoria de todas sus víctimas.

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