Cuando era joven, algunos periódicos contaban que había un conflicto en Irlanda del Norte entre católicos y protestantes. Y yo me imaginaba una guerra de religión como las del siglo XVII, donde la gente se mataba por cuestiones de dogma o de liturgia. Hasta que vi que el conflicto era de hecho entre republicanos partidarios de la unificación de Irlanda y unionistas partidarios de mantener Irlanda del Norte dentro de Gran Bretaña. Había protestantes y católicos, pero no se peleaban por los preceptos religiosos, sino porque tenían proyectos políticos e ideológicos contrapuestos. Lo recordaba esta semana cuando leía que la escalada bélica entre las milicias de Hamás y el ejército de Israel era una confrontación entre judíos y palestinos. Judío es una adscripción de raíz religiosa. palestino es un gentilicio vinculado a un nombre geográfico (a los judíos que vivían en Tel Aviv a principios del siglo XIX los judíos europeos les llamaban palestinos). Las descripciones de los dos bandos, además de ser imprecisas, son conceptualmente asimétricas. Como en el caso irlandés, utilizando términos equivocados se distorsiona la naturaleza política e ideológica de un conflicto. Porque no hay nada que dificulte más entender un problema (o manipular la percepción) que describir mal las partes.
ARA