El 20 de mayo de 1521, Iñigo de Loiola fue herido en el transcurso del intento de reconquista de Navarra por parte de las tropas de su rey Enrique II. Iñigo como gentilhombre del duque de Nájera y virrey de Navarra, Antonio Manrique de Lara, participaba en la defensa de Pamplona. Trasladado a su casa natal de Salvatierra de Iraurgi, hoy Azpeitia, vivió allí una serie de experiencias, fruto de la lectura de libros de tema religioso, que le llevaron a la decisión de cambiar de vida. Al final del invierno de 1522 se dirigió hasta el monasterio de Montserrat, donde hizo voto de dedicar su vida a Dios.
Con motivo de cumplirse el quinto centenario de estos acontecimientos, la Compañía de Jesús ha iniciado, con el nombre de “Ignatius500”, un periodo de conmemoración de este inicio del proceso de conversión de su fundador Iñigo de Loiola, que duraría toda su vida, pero que entre aquel mayo de 1521 y marzo del siguiente año tendría episodios altamente significativos por su carácter iniciático. La intención de la Compañía es impregnar todas sus obras del espíritu de conversión que subyace en este aniversario.
Últimamente en estas páginas se ha vertido una crítica al pintor catalán Augusto Ferrer-Dalmau (Barcelona, 1964), especialista en temas históricos y bélicos, en la que Mikel Zuza pone en duda su rigor histórico a propósito de un retrato imaginario de Íñigo de Loiola en los momentos previos a ser herido durante la toma de Pamplona, el 20 de mayo de 1521, por las tropas del rey de Navarra Enrique II, a las órdenes de André de Foix. Probablemente la crítica sea acertada, por lo que me gustaría realizar algunos aportes sobre el tema.
Iñigo de Loiola fue el menor de los hijos de Beltrán Yáñez de Oinatz y Loiola, pariente mayor del bando oñacino, vasallos a su vez de los Manrique de Lara, duques de Nájera y condes de Treviño. Fue paje de Juana de Castilla, hija de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, entre 1502 y 1505. Más tarde, entre 1507 y 1517, estuvo al servicio del Contador Mayor de Castilla, Juan Velázquez de Cuéllar, acaso como rehén, ya que éste personaje era absolutamente fiel a Fernando de Aragón, mientras que los Loiola eran deudos del duque de Nájera, abiertamente enfrentado al rey aragonés. En esos años Íñigo de Loiola, como dejó escrito Luis Alonso de Polanco, quien luego fuera su secretario en Roma, “estaba entregado al juego y a las mujeres, le gustaba querellarse y batirse, fue tentado y vencido por el demonio de la carne”. A la muerte de Juan Vélazquez de Cuéllar, en 1517, quien había sido represaliado por el nuevo monarca Carlos I, Iñigo de Loiola pasó al servicio directo del duque de Nájera, Antonio Manrique de Lara, virrey de la conquistada Navarra, como gentilhombre. Esa es la razón por la que se encontraba en el nuevo castillo de Pamplona, aún sin acabar de construir, el 20 de mayo de 1521, cuando una bombarda le destrozó la pierna derecha, dejándole malherida la otra.
Puesto que la crítica al pintor nos lleva al juicio sobre la figura de Iñigo de Loiola, me gustaría aclarar que Íñigo de Loiola no fue nunca un “mercenario de señores más poderosos”, ni participó en la guerra de los comuneros más que circunstancialmente, cuando su señor se dispuso a someter a los habitantes de Nájera, que se habían sublevado contra él. Por cierto, en esa ocasión Iñigo se negó a tomar parte en el saqueo posterior a la toma de la villa.
Quien sí participó en esa guerra, a sueldo del ya emperador de Alemania como Carlos V, fue Esteban de Zuasti, el cual se ofreció a llevar al herido Iñigo hasta la muga con Álava. En efecto, tal como relató el mismo Iñigo, los vencedores en aquella batalla “trataron muy bien al herido, cortés amigablemente”.
Sabemos que Íñigo “fue hombre dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas con un grande y vano deseo de ganar honra”. Lo dijo él mismo al relatar su vida al compañero Luis Gonsalves da Câmara. Sí parece ser cierto que tuvo una hija en Navarrete. En marzo de 1522 se acercó a esa villa riojana donde residía el duque de Nájera, para cobrar unos dineros que le debía. Previamente había estado en Arantzazu, donde había hecho voto de castidad. El dinero que se le debía lo empleó para la restauración de una imagen de la Virgen del camino, de la que era muy devoto, y para “repartir en ciertas personas a quien se sentía obligado”. Tras eso tomó camino hacia el monasterio de Montserrat. Esas “ciertas personas” se especula podrían ser María de Villarreal y su hija, fruto de los amores con ella de Íñigo, tal como quedó señalado anteriormente, de nombre María de Loiola.
Si a alguien traicionó Íñigo en su vida, fue a sí mismo durante sus años cortesanos, como él mismo reconoce y lamenta. Por lo demás, fue tan traidor como los miles de guipuzcoanos, alaveses y vizcaínos y de la época que participaron en la conquista y anexión de Navarra por parte de Castilla entre 1512 y 1530.
Por lo que respecta al caballero navarro Esteban de Zuasti, en aquellos días este caballero había acogido en su casa, a escasos diez kilómetros de Pamplona, al hermano de Íñigo, Martín de Oinatz, señor de Oinatz y Loiola, quien andaba de emboscadas por la zona con una mesnada de sesenta hombres. El mismo Esteban de Zuasti dejó dicho: “el señor de Loyola [se refiere a Martín de Oinatz y Loiola] a una con cincuenta o sesenta hombres, de pie y de caballo llegó a mi casa con harto temor que tenía de ser maltratado con su gente, y yo por hacer servicio a V. M. [se refiere a Carlos I de España], recogiéndolos en mi casa y dándoles lo que habían menester, luego les acompañé hasta ponerlos a salvo».
Frente a la puerta de la casa torre de los Loiola, en Azpeitia, hay un grupo escultórico en bronce que reproduce el momento de la llegada de Iñigo de Loiola a su casa a finales de mayo de 1521. Fue instalado en 1907 y es obra del escultor catalán Joan Flotats. En 1950 el escultor Áureo Rebolé realizó una copia en piedra que se colocó en la avenida de San Ignacio de Pamplona, ésta fue sustituida en 2005 por una copia en bronce. Robert F. Burgess, en su libro “Meeting Hemingway in Pamplona”, relata cómo Hemingway se detuvo frente a la estatua de San Ignacio de Loiola en Pamplona y dijo: «Él fue uno de los grandes. Un hombre así podría salvar una nación».
En 1539, cuando Iñigo de Loiola en Roma daba cuenta de quienes eran los promotores de esa Compañía que pretendían poner en marcha, dijo que eran de diversas naciones: dos franceses, tres castellanos, dos saboyanos, un portugués y dos cántabros. Los cántabros eran él y Francisco de Xabier.
En 1921 se cumplió el cuarto centenario de los hechos que ahora recordamos, la herida de Iñigo de Loiola en Pamplona y su posterior proceso vivencial. En aquella fecha Jesús Etayo, director del “Pensamiento Navarro”, entonces periódico carlista, defendía la alianza ente el carlismo y el nacionalismo vasco para recuperar los fueros en su estado original, para lograr “la reintegración del Reino soberano de Navarra”. Entonces dejó escrito: “Al tratar de conmemorar ese suceso, origen material de la santificación del caballero guipuzcoano que después fundara la Compañía de Jesús, hay quienes, a fuer de buenos navarros, se asocian tibiamente al homenaje que se rinde estos días a su memoria y hay otros, ganosos de aprovechar toda ocasión, oportune et importune, para exteriorizar su mal entendido españolismo que con pretexto de honrar al santo, quieren honrar también la causa que defendía. Bueno será, pues, precisar bien la cuestión, a fin de que todos los buenos navarros se asocien cordialmente al homenaje de Ignacio de Loyola, y también para que los otros no pretendan sacar partido de ese homenaje al fundador de la Compañía de Jesús para sus campañas antinavarras”.
Estoy convencido de que seremos lo suficientemente inteligentes para no dar alas a los que, como decía Jesús Etayo, pretenden sacar partido para sus campañas antinavarras.