La violencia regresa a Irlanda del Norte

Los sucesos de los últimos días en Derry, Ballymena, Carrickfergus, Portadown, Newtonabbey y otras localidades han suscitado resquemor e incluso miedo

 

Los disturbios unionistas en el Ulster dejan más de cuarenta policías heridos

 

Con odios atávicos, tribus enfrentadas, bandas criminales, una isla partida, dos religiones, dos banderas, políticos que no son ni mejores ni peores que los de cualquier otro sitio y cuatro mil muertos a repartir casi a partes iguales, Irlanda del Norte es siempre de por sí un polvorín, o una central nuclear con un pequeño escape radioactivo. Y el miedo permanente a que una noche estalle y se convierta en Chernóbil, Fukushima o Vandellòs.

 

En el contexto de los troubles (el eufemismo muy irlandés para referirse a la guerra civil de la provincia), no son gran cosa (41 policías heridos, diez detenidos, unos cuantos coches quemados), y si alguna vez se escribe la historia de todos los disturbios desde la partición no figurarían ni como una nota a pie de página. Pero los sucesos de los últimos días en Derry, Ballymena, Carrickfergus, Portadown, Newtonabbey y otras localidades han suscitado resquemor e incluso miedo. Son la confirmación de que el círculo inacabable de la violencia en el Ulster no está cerrado 23 años después de los acuerdos de Viernes Santo. Y que basta un mechero y unas gotas de gasolina para provocar un gran incendio.

 

 

FRUSTRACIÓN

Los unionistas piensan que Londres los ha traicionado y no se opone a la reunificación

 

Hubo muchas voces que pronosticaron que el Brexit sería una causa de enfrentamientos, al ser intrínsecamente incompatible con los pactos de 1998 y la ausencia de una frontera dura con puestos de vigilancia y controles fronterizos. Pero todo el mundo –Londres, Bruselas, Belfast…– pensó que quienes estarían tentados de prender la mecha serían disidentes republicanos como el Nuevo IRA, que siguen persiguiendo la reunificación por medios violentos si es necesario, y verían una oportunidad de recuperar el protagonismo y sembrar el caos.

 

Pero los caminos de la historia son inescrutables, y resulta que quienes desde el fin de semana arrojan ladrillos y bombas incendiarias a la policía son jóvenes unionistas de entre 12 y 19 años azuzados por los paramilitares lealistas protestantes, que tiran la piedra y esconden la mano. Es un cóctel letal en el que se mezclan el enfado con las consecuencias del Brexit (un desabastecimiento parcial, aunque no dramático, en los supermercados), la sensación de haber sido traicionados por Londres (Boris Johnson prometió que no habría una frontera comercial entre el Ulster y el resto de Gran Bretaña, pero ya se sabe que sus promesas son papel mojado), el aburrimiento de los adolescentes, la frustración con todo un año de actividad social muy recortada por la pandemia y las recientes redadas de la policía contra bandas criminales vinculadas a la UDA (Ulster Defence Association).

 

BREXIT

Los protestantes ven inaceptable que haya una frontera comercial con Gran Bretaña

 

Ese guiso llevaba haciendo chup chup desde enero, cuando se implementó el Brexit y comenzaron los controles de mercancías y los retrasos en los puertos de entrada y salida de Irlanda del Norte, y aparecieron en las paredes grafitis y pintadas llenas de rabia unionista. Lo que ha hecho que el caldo hierva y se desborde ha sido la decisión del Servicio Policial de Irlanda del Norte (PSNI) de no presentar cargos contra ninguno de los tres mil nacionalistas (entre ellos la número dos del Sinn Féin, Michelle O’Neill, y otros 24 miembros del partido) que acudieron el pasado junio en Belfast al funeral de Bobby Storey, un héroe republicano, incumpliendo las reglas de distancia social.

 

No es asunto menor que el jefe actual del PSNI, un cargo en el que se rotan representantes de las dos comunidades dentro de los malabarismos políticos de la región, se llame Simon Byrne (apellido irlandés por antonomasia) y tenga un background católico. La cuestión policial es muy delicada en Irlanda del Norte, porque la antigua Royal Ulster Constabulary (RUC) era una policía exclusivamente protestante, los nacionalistas no querían saber nada de ella y colaboró con los paramilitares lealistas, el ejército y las fuerzas de seguridad del Estado en el asesinato de numerosos sospechosos de pertenecer al IRA. Tras los acuerdos de Viernes Santo fue desmantelado y reemplazado por el PSNI, una vez que el Sinn Féin, a trancas y barrancas, dio su bendición. Pero sigue siendo visto con mucho recelo por unos y otros, al margen de que hay barriadas como Ardoyne o Andersontown donde sus agentes no entran y operan como ciudades sin ley, o con una ley sui géneris, en las que los militantes arrestan, juzgan y castigan. Antiguamente ser un chivato o un espía conllevaba la pena de muerte. Hoy, traficar con droga puede significar un tiro en la rodilla o embadurnar el cuerpo con brea y pegarle plumas de pollo.

 

BRECHA GENERACIONAL

Los protagonistas de los disturbios aún no habían nacido cuando los acuerdos de paz

 

Tanto en un bando como en el otro algunos exparamilitares han pasado a dedicarse a negociados diferentes: algunos se han reciclado en políticos y otros se han apuntado a bandas criminales que operan en sectores como el taxi o la construcción y viven gracias a la extorsión. Aunque la provincia es muy diferente a como era hace treinta años, en plena efervescencia de los troubles , la norirlandesa sigue siendo una sociedad dividida en la que las heridas no han cicatrizado, existe mucho odio, todo el mundo tiene amigos y parientes asesinados por los otros , y las iglesias, la inmensa mayoría de las escuelas y de los barrios son o protestantes o católicos. Hay más gentrificación que integración real. El Partido de la Alianza, no sectario y que no se identifica con ninguna de las dos comunidades, ha dado un salto desde el 2019, pero solo tiene un diputado en Westminster, 50 concejales y el apoyo de un 16% del electorado. “Paremos esto antes de que sea demasiado tarde”, ha proclamado su lideresa, Naomi Long.

 

El trasfondo de todo es la percepción lealista de erosión de su influencia, de que en el fondo el Brexit va a empujar hacia la reunificación, de que la demografía (tienen más hijos) juega a favor de los católicos y un referéndum sobre el futuro de la provincia será inevitable. De que la Union Jack ya no ondea en el Ayuntamiento de Belfast, a los ingleses les queda todo muy lejos y Londres los ha traicionado. Normalmente la violencia entra en erupción en junio y julio, con las largas noches de verano, cuando la orden de Orange provoca a los vecinos con sus marchas y sus gaitas, los chavales están de vacaciones y algunos se entretienen robando coches y prendiéndolos fuego, o tirándose cócteles Molotov por encima de los muros que separan los barrios como si fueran balones de fútbol. Este año, el del centenario de la creación del Ulster como entidad legal, lo ha hecho antes, con las lluvias de abril. Los disturbios son una pobre copia de las del pasado, y una explosión nuclear parece remota. Pero aun así…

 

 

La maldición atávica del Ulster alcanza a las nuevas generaciones

Los jóvenes nacionalistas católicos se incorporan a las batallas campales en la provincia

RAFAEL RAMOS

 

“Un día el Reino Unido cometerá un error de bulto que dará pie a la reunificación de la isla”, dijo Eamon de Valera, considerado el padre de la patria irlandesa, el equivalente de George Washington, Benjamin Franklin o Thomas Jefferson en Estados Unidos. ¿Habrá sido el Brexit ese error?

 

El pavor de la comunidad unionista y protestante a que los seis condados del Norte se integren en la República es el factor X detrás de los disturbios de la provincia, que anoche volvieron a repetirse y han sido calificados como “los más graves en más de una década”, con medio centenar de policías heridos, coches y autobuses quemados. Después de varias noches de batallas campales entre jóvenes lealistas y las fuerzas del orden, lo inevitable ha ocurrido por fin y los nacionalistas se han sumado al lanzamiento de piedras y cócteles molotov.

 

En la Asamblea de Stormont (Parlamento norirlandés), reunida con carácter de emergencia, todos los partidos hicieron un llamamiento a la calma, al igual que los gobiernos de Londres y Dublín, custodios de la paz en el Ulster. Pero las esperanzas de que la violencia se desvanezca a corto plazo son escasas. Los unionistas, dentro de una campaña de desobediencia civil, han convocado para los próximos meses desfiles extraoficiales, no regulados por el comité que los autoriza, y que siempre son una fuente de tensión porque provocan a los católicos pasando por delante de sus casas encapuchados o vestidos de naranja (el color protestante, en homenaje al rey Guillermo de Orange), haciendo sonar sus gaitas y tambores.

 

La madrugada del jueves cambió el tono de los disturbios. Desde un lado y otro del “muro de la paz” de Lanark Way (un mamotreto de acero que separa el barrio unionista de Shankill del republicano de Springfield Road), seiscientos jóvenes de ambos bandos arrojaron cócteles molotov y todo tipo de explosivos, en una guerra tripartita entre ellos y la policía que acabó con un fotógrafo del Belfast Telegraph herido leve y el secuestro de un autobús al que los vándalos prendieron fuego. A nadie le sorprendería que esta sea la tónica de los próximos meses.

 

La maldición del Ulster ha alcanzado por fin a las nuevas generaciones de la provincia, adolescentes y jóvenes de hasta treinta años que no vivieron los troubles, una guerra civil encubierta que duró tres décadas, nacieron después de los acuerdos del Viernes Santo y ahora están siendo azuzados por sus mayores (padres, tíos, abuelos…) a incorporarse a “la lucha”. Sobre todo los más próximos a grupos paramilitares lealistas, que acusan a Londres de querer cancelar su identidad británica y quedarse de brazos cruzados mientras los católicos avanzan hacia la mayoría demográfica y, eventualmente, la reunificación. Quieren que sus descendientes estén condenados a la misma vida de odio y violencia que tuvieron ellos.

 

Entre las causas de los disturbios figuran el disgusto de los protestantes con el Brexit y la creación de una frontera en el mar de Irlanda, y los retrasos en la llegada de paquetes y mercancías desde el resto de Gran Bretaña. Pero la más importate es la sensación de que su predominio y los tiempos en que podían discriminar tranquilamente a los nacionalistas han pasado a la historia. Que ahora la balanza se inclina en todo caso del lado contrario, una comisión les dice cuándo y cómo pueden desfilar, un católico es jefe de la policía, organiza redadas contra los paramilitares lealistas implicados en el tráfico de droga y otras actividades criminales, y en cambio hace la vista gorda cuando los dirigentes del Sinn Féin acuden a un funeral sin guardar la distancia social. Un siglo después de la fundación de Irlanda del Norte, se sienten ciudadanos de segunda clase, el resto de británicos son indiferentes a su fortuna y el mundo que conocían se viene abajo, como el de Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó.

 

La carretera de la reunificación de Irlanda

RAFAEL RAMOS

 

Dublín usa la economía y el ‘soft power’ para intentar seducir al Ulster

 

UNA ISLA, DOS PAÍSES

 

La ley de la gravedad, una de las cuatro interacciones fundamentales observadas en la naturaleza, explica la atracción universal de los cuerpos en razón de su masa y la manera en que la Tierra atrae a todos ellos hacia su centro. Isaac Newton llegó a la conclusión de que la fuerza con que se atraen dos objetos ha de ser proporcional al producto de sus masas dividido por la distancia entre ellos al cuadrado. ¿Pero cómo se aplica a la política?

 

En Irlanda, la ley de la gravedad tiende hacia la reunificación de la isla, partida artificialmente hace cien años por el empeño del Reino Unido en no aceptar una derrota absoluta y encontrar un sitio para el millón protestantes de la isla que se sentían británicos, casi todos descendientes de los que fueron implantados en el siglo XVII por los seguidores de Oliver Cromwell. Las principales fuerzas gravitacionales son la historia, la demografía y la geografía. Pero también hay que tener en cuenta los acuerdos de paz y, ahora, las consecuencias del Brexit.

 

“Estamos hablando de años, no de décadas”, dice John O’Dowd, diputado de la Asamblea de Stormont por el distrito de Upper Bann desde el 2003, y ex ministro de Educación de la provincia. Los unionistas temen que sea cierto, y ese miedo es el motor de los disturbios que han durado más de una semana –los más graves desde el Viernes Santo de 1998–, en los que un centenar de policías han resultado heridos, se han utilizado cañones de agua por primera vez en seis años, y coches y autobuses han sido quemados. Solo la muerte de Felipe de Edimburgo los ha interrumpido temporalmente.

 

La economía

Mientras la británica ha caído un 9,5% por la pandemia, la irlandesa ha crecido un 3,5%

 

Hace un siglo, el movimiento de independencia de Irlanda fue el primero que triunfó (con el gol en contra de la partición) dentro de un país controlado por las potencias victoriosas en la I Guerra Mundial. Fue la excepción a la regla, porque la campaña del presidente norteamericano Woodrow Wilson para la autodeterminación de las pequeñas naciones solo era aplicable a aquellas que formaban parte de los imperios perdedores, y el británico no estaba entre ellos (aunque no por eso se libró de ir perdiendo sus posesiones).

 

“Uno de los principales argumentos entonces a favor de la partición por parte de la comunidad protestante fue el deseo lógico de seguir siendo parte del ancho mundo, en vez de tener que integrarse a la fuerza en lo que consideraban la utopía celta, agraria y aislacionista del nuevo Estado irlandés (Irish Free State) nacido de la guerra”, señala el profesor Seamus O’Driscoll. En el 2021, sin embargo, las tornas se han cambiado, y la República es más parte de ese “ancho mundo” (y del mayor mercado único del planeta) que un Reino Unido aislacionista y dominado por el nacionalismo inglés. El Ulster votó por seguir en la UE, pero –al igual que Escocia– se encuentra fuera del club contra su voluntad. Pero mientras para los escoceses el camino de regreso a Europa pasa por la independencia, y podrían encontrarse con los mismos obstáculos que Catalunya, para los norirlandeses se trata de la carretera de la reunificación.

 

A Alemania, la potencia europea número uno, le resultaría muy difícil por no decir imposible poner problemas al estatus de la nueva Irlanda unida y ampliada en el marco de la UE, e incluso podría sentirse obligada a ayudarla económicamente. En 1990, tanto Francia como la Inglaterra de Thatcher tenían sus reticencias a la unificación y al aumento consiguiente del poder germano. Pero el carismático taoiseach irlandés Charles Haughey, líder del Fianna Fail, aprovechó la presidencia rotatoria de la Comisión para organizar una conferencia de líderes en la isla esmeralda y promover las ventajas de la integración del Este y el Oeste. Helmut Kohl prometió: “No lo olvidaremos jamás”.

 

El anzuelo

La República paga las becas Erasmus de los norirlandeses que quieran participar

 

Hace cinco años, tras el shock de la victoria del Brexit en el referéndum, el taoiseach Enda Kenny planteó la cuestión de “qué pasaría” y obtuvo el apoyo unánime de la Unión Europea a la aceleración de los trámites para la integración del Ulster en el grupo, sin complicaciones burocráticas innecesarias “si la unidad de Irlanda se produce en el futuro”. Por ese lado, vía libre. Y en cuanto a Londres, el Gobierno británico se comprometió a celebrar un referéndum de reunificación “en el momento en que parezca posible que la mayoría de la gente dice que sí”. Ese momento parece más y más cerca. Una clara mayoría, según los sondeos, quiere que se celebre esa consulta. En este momento, un 47% es partidario de seguir en la Unión, por un 42% que prefiere incorporarse a la República, pero este último grupo es mayoritario entre los menores de 45 años. Un 48% de los habitantes de la provincia son protestantes y un 45% católicos (el sorpasso no tardará en producirse).

 

Los unionistas tienen amplias razones para temer la fuerza gravitacional de Irlanda. Superada su crisis financiera con la ayuda de la UE, el Banco Mundial y el FMI al precio de una sangrante austeridad, su economía ha crecido un 3,5% el último año a pesar de la pandemia (en parte por ser la sede de multinacionales farmacéuticas y tecnológicas que se benefician de sus bajos impuestos corporativos), mientras que la del Reino Unido se ha contraído un 9,5% en el mismo periodo. En la República no existen barriadas tan deprimidas y con tan pésimo sistema educativo como las que han sido escenario de los disturbios de la última semana. Mientras en el norte hay problemas de abastecimiento por los controles fronterizos, en el sur las cadenas de distribución operan sin problemas. Con los hospitales colapsados por la covid, Dublín ha enviado ambulancias y médicos a Belfast y Derry. Y ha garantizado, en un ejercicio de soft power, que su Gobierno pagará el programa Erasmus (del que se ha ido Londres) a cualquier estudiante del Ulster que quiera participar en él. Las rutas comerciales entre la isla y el continente están siendo reconfiguradas para superar los problemas del Brexit y la frontera invisible que se ha erigido en el mar.

 

El diputado irlandés James O’Connor, del Fianna Fail, ha propuesto la creación de un Ministerio de la Reunificación, idea que inmediatamente ha sido apoyada no solo por el Sinn Féin (antiguo brazo político del IRA) sino también por los nacionalistas moderados del SDLP (Partido Socialdemócrata y Laborista). Es el último indicio de que, en términos de la teoría de la gravedad de Newton, el Ulster es la manzana y la República es el suelo.

 

El coste

Londres subvenciona actualmente al Ulster, más pobre, con 13.000 millones de euros al año

 

Los problemas prácticos son sin embargo muy considerables, empezando por coste (se estima que la reunificación alemana costó dos billones de euros, y que el Reino Unido subvenciona al Ulster en 13.000 millones de euros anuales). Si al Brexit no se le ha encontrado una solución, la integración resultaría aún más compleja, teniendo que incorporarse dos monedas y dos sistemas legales, educativos, sanitarios y de pensiones. Además de las consecuencias de inestabilidad política por la ira de los protestantes desafectos. La Constitución de la República habría de ser modificada.

 

La teoría de la relatividad dice que la atracción gravitatoria entre masas se debe a una curvatura del espacio-tiempo y a un reflejo de la geometría, y no de fuerzas de distancia como en la teoría newtoniana de la gravedad. Los nacionalistas irlandeses están con Newton, los unionistas, con Einstein.

LA VANGUARDIA