Nuevos enfoques sobre esta lacra de la historia a través de la gran exposición en Ámsterdam y una aproximación a los negreros catalanes
El Rijksmuseum era muy consciente de que se metía en un campo de minas cuando decidió dedicar una gran exposición a la cuestión polémica, ingrata, de la esclavitud como parte inseparable de la historia del país. El Rijksmuseum es el museo nacional de los Países Bajos, nacido, como sus hermanos el British o el Louvre, a finales del XVIII o principios del XIX para albergar las colecciones reales, pero también para exhibir la grandeza de sus imperios, unos imperios que se nutrieron de la esclavitud, crecieron, prosperaron y se modernizaron a la sombra de una práctica inhumana. Y ese pasado había que afrontarlo con algo más que una sucesión de cuadros y objetos.
Cuatro años se invirtieron en preparar una muestra histórica cuya apertura la pandemia ha retrasado varias veces y cuyo catálogo, en el que se basa este reportaje, es una fuente de documentación extraordinaria. El punto de partida es que la esclavitud no fue un fenómeno que se producía a miles de kilómetros y del que participaban únicamente los traficantes y los propietarios de las plantaciones, sino que formaba parte de la vida de las metrópolis a través de los productos que se consumían y producían, que dejó su huella en las ciudades en calles y edificios y que enriqueció no sólo a los directamente involucrados.
En los Países Bajos, un estudio demuestra que en el año 1770 el 5,2 por ciento del PIB del país y el 10,3 por ciento de la provincia más rica, Holanda, estaban directamente relacionados con la esclavitud en la región atlántica, sin contar con la asiática. Lo mismo sucedía en otros países europeos y sería ya el momento de investigarlo, como ha hecho el Rijksmuseum, para hacer justicia y curar heridas, porque como subrayan los comisarios, buena parte del racismo y de las desigualdades actuales proceden de entonces: “el pasado de la esclavitud está entretejido con el presente de todos nosotros”.
En un momento de revisión con todo lo que ello tiene de aciertos y excesos, el equipo curatorial se planteó también nuevas preguntas que no son metodológicas, sino que afectan al fondo de la relación de la sociedad neerlandesa (nombre que sustituye actualmente a holandesa) de todas las europeas, con la esclavitud: ¿debemos sentirnos culpables los ciudadanos de hoy por las atrocidades pasadas? ¿están legitimadas para estudiar la esclavitud personas cuyos antepasados no la sufrieron? Gloria Wekker, nacida en Paramaribo, capital de Surinam, territorio al que los traficantes neerlandeses trasladaron a miles de esclavos, y primera mujer negra profesora en la universidad de Utrecht, zanja la cuestión: “cualquiera debe poder estudiar cualquier cosa, de lo contrario estaríamos tratando con un apartheid epistemológico”.
La esclavitud ha existido desde tiempo inmemorial; se han encontrado collares de la antigua Roma con el nombre del propietario del esclavo grabado, en Asia y África la esclavitud también adoptaba diferentes formas, podía prolongarse toda la vida o ser temporal, algo que sucedía igualmente en la antigüedad, uno podía acabar como esclavo como consecuencia de una guerra o un castigo, es decir, le podía suceder a cualquier persona, ni que fuera teóricamente. El colonialismo europeo introdujo un factor diferente a través del comercio de esclavos capturados en África, transportados a América y forzados a trabajar durante generaciones: el color de la piel.
La condición de esclavo se asociaba a la piel oscura, servía para identificarlos y evitar su huida. En Asia, donde miles de personas fueron capturadas en el subcontinente indio y transportadas a las plantaciones de Batavia, actual Yakarta, el color no era tan indicativo, por lo que se añadían prohibiciones, como la de llevar zapatos, o se imponían salvoconductos o collares identificativos, como se aprecia en pinturas de la época, entre las que el Rijksmuseum ha buceado para encontrar claves del pasado.
Porque la exposición quiere recuperar la individualidad, humanidad de los esclavos, a los que tal condición les era negada al convertirse en posesión; ni siquiera eran dueños de su cuerpo, al extremo de que en el sistema colonial holandés no se les podía considerar víctimas de malos tratos, asesinato o violación porque no eran legalmente más que una propiedad; en el proceso de cosificación los esclavos eran marcados como las reses, y cuando eran vendidos de nuevo, algo que ocurría frecuentemente, volvían a ser marcados.
Con un sentido de la justicia hacia los seres víctimas de esta lacra, la exposición reconstruye las vidas de diez personas reales que estuvieron vinculadas a la esclavitud. No ha sido fácil, porque el esclavo, como individuo, no ha sido objeto de la historiografía. Los testimonios directos de esclavos son raros en las fuentes escritas, y las memorias de los que consiguieron la libertad son posteriores.
Tampoco tuvieron fácil los esclavos construir vínculos en un principio: capturados en territorios distantes entre sí, hablaban lenguas diferentes y les resultaba difícil comunicarse, además del régimen del terror a que los sometían los propietarios, mediante castigos inhumanos. Asentados tras varias generaciones, crearon nuevas culturas y son las tradiciones orales las que han proporcionado información valiosa, la música, las canciones, y su representación en objetos y pinturas.
La genealogía de los esclavos hay que trazarla a través de los nombres de sus propietarios, y así es como se ha podido documentar la existencia de João Mina, capturado en algún lugar de África, vendido en el mercado de Elmina, costa de Ghana (de ahí el apellido), vendido de nuevo en Recife y huido de la plantación portuguesa a una holandesa. O de Calistra Van Bengalen, apellido compartido por muchas personas capturadas en la bahía de Bengala.
Al contrario de la mayoría de exposiciones sobre la esclavitud, la del Rijksmuseum no se inicia en las nuevas tierras, sino que rastrea en África y en Asia las vidas de quienes fueron capturados y sus consecuencias, en ellos y en sus sociedades, como en la costa oeste africana, donde las casas se empezaron a construir con varias entradas, laberintos y pequeños sótanos para disponer de vías de huida de los traficantes. Todo lo contrario de la mansión de Ámsterdam en la que vivía el matrimonio formado por Marten Soolmans y Oopjen Coppit, retratados por Rembrandt en 1634. La documentación reconstruye sus vidas adineradas.
La fortuna de Soolmans procedía de la refinería de azúcar de su padre, Los fuegos del purgatorio, fundada en 1607, y que se nutría de la producción de las plantaciones de Brasil, en las que el trabajo de los esclavos era extremadamente duro. En 1621 se fundó la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales (WIC), que jugaría un papel muy importante en el transporte de esclavos y productos, como el azúcar de los Soolmans. En la República de Holanda, Europa, no estaba permitida la importación de esclavos, pero sí era legal en sus territorios de ultramar. Si las sociedades de aquel momento eran conscientes del horror que implicaba la esclavitud en la que reposaba su prosperidad es tema de largo debate.
SOBRE LA ESTATUA DE ANTONIO LÓPEZ
Lluís Permanyer
El 4 de marzo de 2018 fue descabalgada de su monumento la figura de Antonio López, marqués de Comillas. Estaba previsto y demandado desde hacía tiempo por un determinado sector político. La primera exigencia ya fue hecha pública en 1999 por Antoni Luchetti, político de Esquerra Unida.
Denunciaba su pasado negrero en Cuba. Y tal información se fundaba sólo en lo que había contado Francisco Bru. Era cuñado del aristócrata y por tal motivo se le concedía el crédito de que sabía muy bien cuanto relataba. Lo había puesto por escrito en el libro que publicó en 1885: La verdadera vida de Antonio López y López. Era su arreglo de cuentas por disputas familiares de reivindicación económica. No se había atrevido, empero, a proclamarlo en vida, pues no salió a la luz pública hasta 1885, dos años después de la muerte del marqués.
Le acusó de “comerciante negrero” que “traficaba con carne humana”. Cierto. Cuando aseguraba que “Santiago de Cuba no había visto jamás a un negrero más duro, más empedernido, feroz y bárbaro”, ya resulta más difícil otorgarle igual credibilidad, pues a buen seguro respondía a la exageración propia del ajuste de cuentas, mediante adjetivación superlativa sin ningún dato comprobable.
Así transcurrió un tiempo, en el que se sabía, se comentaba que los Xifré, Vidal Quadras, Samá, Vidal Ribas, habían practicado el “comercio del ébano”, eufemismo significativo al estar referido a familias ya encumbradas socialmente y poderosas económicamente. Cuando se referían a mercaderes, capitanes de barco o simples marineros no se empleaban, por supuesto, metáforas tan afinadas. Todo era tradición oral, hasta ser publicados estudios académicos sobre la actividad esclavista, como por ejemplo Traficants d’ànimes, de Gustau Nerin o Negreros y esclavos. Barcelona y la esclavitud atlántica, de Martín Rodrigo y Lizbeth Chaviano (eds.). Antonio López no era destacado.
Acaba de aparecer, por fin, no sólo un estudio sobre el pasado colonial de tan importante y controvertido personaje, sino también lo que ya constituye una biografía completa: Un hombre de negocios. La controvertida historia de Antonio López, marqués de Comillas, de Martín Rodrigo y Alharilla. Es un trabajo impecable que aporta una abrumadora documentación exhaustiva. De las 326 páginas, 27 están consagradas a su comercio esclavista.
El joven López vivió en Cuba entre 1844 y 1856. Pronto se dedicó a la intermediación aún legal entre la llegada oceánica y su destino cubano. Compraba los esclavos criollos arribados a puerto para venderlos luego en diversos puntos de la isla. También era consignatario de expediciones ilegales llegadas de forma clandestina a Cuba.
El comercio de esclavos era ilegal para los españoles desde 1821 y la esclavitud no fue abolida en Cuba hasta 1886.
No fue de extrañar y es significativo que en 1872 se organizara en España la Liga Nacional para impedir la abolición de la esclavitud en Cuba. El 19 de diciembre de 1872 tuvo efecto en la Llotja de Barcelona el acto fundacional con 3.000 asistentes. Fue elegida una Junta Directiva de cien socios. Entre ellos figuraban dos obispos, cinco alcaldes, dos presidentes de Diputación, diez catedráticos de la Universidad, veinte diputados y senadores, diversos directores de grandes diarios, numerosos comerciantes, armadores y banqueros.
A este respecto también es indicativo que en 1908 fuera enriquecida sin rubor la fachada de la casa Berenguer (Diputació, 246) con un gran relieve sobre el trabajo de una joven y chiquillos a pie de telar.
Así pues, conviene reflexionar sobre la necesidad de juzgar el pasado con la óptica y principios actuales amén de valorar la trayectoria completa de cada personaje. Veremos cómo será abordada la cuestión a propósito del monumento a Colom.
Martín Rodrigo
‘Un hombre de negocios. La controvertida historia de Antonio López, marqués de Comillas’. ARIEL. 424 PAGINAS. 19,90 EUROS
Algunos datos: La esclavitud movía la economía
La producción de las plantaciones dependía por completo del trabajo de los esclavos, pero su rendimiento económico iba más allá, con una producción de todo tipo de bienes relacionados con ellos que crearon unas industrias florecientes en la República de los siete Países Bajos Unidos, conocida como República de Holanda; así, los documentos estudiados consignan desde los fundidores que fabricaban las campanas que marcaban el trabajo en las plantaciones, a los proveedores de queso, tocino, y jamón de Frisia, algodón estampado de Nigtevecht y lino de Eindhoven y Borculo, los neegerhoeden (sombreros usados por los esclavos) se fabricaban en Den Bosch, las ollas de hierro en Deventer y hay datos de un que recibió un pedido de 200 grilletes para Guinea y Angola. Un memorando del siglo XVIII cifraba la contribución de la colonia de Surinam a los ingresos de Ámsterdam en 2.238.755 florines por año, basándose en los ingresos del comercio de azúcar, café y cacao, la industria procesadora de la ciudad, como las refinerías de azúcar; todo el trabajo de proveedores y de la flota mercante. El autor finaliza su memorando con la declaración de que “ningún trabajador … fue encontrado en Ámsterdam que no se ganase la vida con esta colonia”. Los esclavos eran tan imprescindibles para el funcionamiento de las plantaciones que cuando los abolicionistas comenzaron a comprarlos para liberarlos, en Surinam y las Antillas neerlandesas se estableció que, aunque fueran manumitidos, todos los hombres y mujeres de entre 15 y 60 años debían trabajar diez años más, por un exiguo sueldo, para sus antiguos propietarios.
LA VANGUARDIA