Personajes relevantes, animados por una bulliciosa actividad, se presentan ante la historia en una punzante zarabanda. Así ilustra Martyn Rady a los Habsburgo desde sus primeros pasos en la Argovia suiza, en tiempos del conde Ratbot hasta los postreros en el Parlamento Europeo con Otto, hijo del último emperador de Austria, Carlos I y de la legendaria Zita de Borbón–Parma, creando una trama histórica al dicho del poeta Rilke: “¿Quién habla de victorias? Sobrevivir lo es todo”. Sobrevivir en el interior de una dinastía con mil años de duración, con la convicción de estar por encima de la espesa envoltura de los acontecimientos para ser la referencia de una época y de una cultura.
Hoy lo que cautiva de los Habsburgo no es su visión imperial del mundo que va tomando forma en la Edad Media, a la sombra primero de los Staufen, luego de los Luxemburgo y, finalmente, de los Wittelsbach, sino el glacial ritmo impuesto en el siglo XV por Federico III para lograr que su hijo Maximiliano heredara el título imperial, además de contraer matrimonio con la novia de Europa, la sin par María de Borgoña.
En el libro de Raddy, una sucesión de intrigas, planes y despropósitos se ramifica y se multiplica como si fuese un ritual de paso, pues no logra atrapar al lector hasta que, en el capítulo sexto aparece la figura de Carlos V, señor del mundo, y todo cambia.
Si bastan unas pocas páginas para que el joven Carlos nacido en Gante se convierta en el anciano atormentado que abdica y se retira al monasterio de Yuste, basta una alusión para que el lector asuma la tirada que se propone en el libro: “Cervantes modeló en parte la vida errante de don Quijote inspirándose en la de Carlos V, pero la actividad del monarca demuestra que en ningún momento fue una reliquia de un tiempo ya pasado”. Aquí está la clave para seguir la configuración de la dinastía durante la aceleración de la historia de la Europa central, tras la aparición de Lutero y la Reforma luterana, cuando los Habsburgo deciden dividirse en dos ramas, una para gestionar el Imperio Atlántico desde El Escorial, Valladolid o Madrid, y otra para sostener, desde Viena, el Sacro Romano Imperio Germánico, incluso cuando esa ciudad es asediada por los otomanos mientras Juan de Austria los ataca en el istmo de Lepanto. Luego llega Westfalia y los acuerdos en los que la dinastía ya no está unida ante sus adversarios, dejando a la rama española aturdida en su Siglo de Oro.
El gran hallazgo de Rady historiador es el que llegará a ser uno de los efectos más seguros para abordar la decisión del Archiduque Carlos, con aspiraciones a heredar a la muerte del “hechizado rey” Carlos II, vale decir, el Imperio Atlántico, las Américas, de abandonar sus derechos en España (dejando a su suerte a Barcelona en 1714) y sostener la herencia centroeuropea, su hija y heredera María Teresa transformó ese patrimonio familiar en un reino que litigará durante todo el siglo XVIII con las otras potencias, pues serán cinco las que decidirán entonces el destino del mundo: Inglaterra, Francia, Austria, Prusia y Rusia.
Ese es el juego que se inicia con la Guerra de Sucesión austríaca, madura en la Guerra de los Siete Años y culmina con el matrimonio de la hija de María Teresa, María Antonieta con Luis XVI: los Habsburgo dando una mujer a los Borbón. Hasta aquí. Lo demás es nostalgia y fantasía. Es una gran brecha la que Napoleón hace en la fulminante campaña, que culmina en la batalla de Marengo: la brecha en ese juego de dos contra tres que había caracterizado el siglo XVIII. Ahora Francia, al enfrentarse con Austria, hace que los otros tres, aunque con desgana, apoyen a los Habsburgo. Un mundo que anda dando tumbos, en que nadie se salva en ninguna parte, si se exceptúa el único lugar donde se es feliz, el hogar burgués que exige como compensación el romanticismo. Viena da la nota en La mayor (es la herencia de la Séptima Sinfonía de Beethoven): el estilo Biedermeier lleva a Schubert y a la posibilidad de que los Habsburgo se preparen un Imperio a su media, ya que el anterior lo había hecho desaparecer el general corso.
Todo terminará con el Imperio austrohúngaro tras sortear revoluciones que hacen posible la creación de ese territorio sin límites, la Alemania soñada por Prusia: y, sin embargo, los Habsburgo encuentran su destino en la supervivencia como una familia que garantiza la existencia de Europa central lejos de Rusia y de Alemania. Ese dorado multicultural y multiétnico está escondido en las maniobras de Francisco José, heredadas de la marcha Radetzky, la convicción de que todo es posible al austríaco modo. De ahí que el final sea la gran ironía de esta familia y de la Europa que la hizo posible.
Al desterrarla de su hogar nativo, y convertir Austria en un mero país, Europa se preparó para lo peor: resolver su complejidad sobre la base nacionalista. De ahí a la Segunda Guerra Mundial hay un solo paso. Visto lo ocurrido entre 1933 (cuando los nazis vencen en las elecciones en Alemania y 1989 cuando una serie de revueltas populares sacan del poder a los partidos comunistas), quizás sea verdad la frase con la que acaba el libro: “Un Habsburgo no habría hecho las cosas peor”.
Martyn Rady
Los Habsburgo. Soberanos del mundo
Taurus. Traducción: Juan Rabasseda. 501 páginas. 25,90 euros
LA VANGUARDIA