Si sólo votamos…

Antes de las elecciones, se fijó el objetivo de superar el 50% de los votos emitidos como exponente simbólico de la hegemonía del independentismo en Cataluña. El objetivo ha sido doblemente alcanzado, ya que no sólo más de la mitad de los diputados al Parlamento son independentistas, sino que también el voto popular ha superado por primera vez la barrera del 50%, circunstancia que en todas partes representa, inequívocamente, la mayoría. Para decirlo de una forma comprensible, en la Cataluña de 2021 hay más partidarios de la independencia nacional que contrarios a esta. En cualquier contexto plenamente democrático, esta realidad debería ser suficiente para iniciar un proceso de cambios que culminaran en la libre elección del futuro que quiere la comunidad humana situada entre La Jonquera y Alcanar.

Los partidos que tanta importancia daban a superar la frontera icónica del 50%, más allá de expresar su satisfacción por los votos conseguidos, quiero creer que ya deben estar preparando un plan de actuación política, consecuente por completo con la fuerza que el electorado les ha dado con más ventaja que nunca a lo largo de la historia. Sería profundamente decepcionante que no fuera así y sí más bien indicativo de la enorme distancia existente entre las aspiraciones del pueblo y la capacidad de traducirlas políticamente por parte de los líderes de los partidos. Pedían una fuerza que no tenían. Pues bien, ahora ya la tienen. ¿Y qué piensan hacer, más allá de lo que se exige a cualquier gobierno en todo el mundo, es decir, gobernar y gobernar bien? Además de gobernar a beneficio de la mayoría, para hacer frente a las diferentes emergencias (sanitaria, social, económica, ecológica, cultural y lingüística) y conseguir que todo el mundo viva mejor, sobre todo los que lo tienen más difícil, este gobierno debe dar pasos concretos, claros y visibles hacia la independencia. Hay una fatiga indecible ante el incumplimiento de promesas electorales, fácilmente enterradas año tras año en la habitación de los trastos políticos, de un nivel tan elevado como la desorientación general que, a pesar de la victoria, persiste.

«Los años pasan deprisa» decía el poeta, y no le extraviaremos el verso ahora. Justamente por eso ya hemos superado el límite máximo de resistencia pasiva ante discursos puramente retóricos, que hablan de la independencia con la misma falta de entusiasmo y convicción con la que los socialistas hablan de socialismo y los federales de federalismo, pero sin dar ni un solo paso para llegar al objetivo, simplemente, para acercarse al mismo. Si, como parece, los tres partidos que han ganado las elecciones coinciden en que el único desatascador democrático que consideran es el de un referéndum acordado con el Estado y con intervención internacional, es necesario que nos arremanguemos bien. Y, sobre todo, que nos expliquen qué piensan hacer para conseguirlo y para que el Estado no tenga otra salida que avenirse.

En estos días, el president Montilla, en una entrevista, ha negado la posibilidad de ello, afirmando que desde España no se facilitaría la convocatoria de un referéndum con el objetivo de que el pueblo de Cataluña decidiera su futuro, pacíficamente, en las urnas. El president Torra, a su vez, ha revelado que, en todas las reuniones que había tenido con el presidente Sánchez éste le había dejado claro que España nunca negociará un referéndum. Y, además, que exactamente eso mismo es lo que repitió el gobierno español a los representantes catalanes de Junts y ERC, ahora ha hecho un año, en la «Mesa del Diálogo». Vistas y oídas las declaraciones y percepciones de los dos presidentes, es evidente que, a España le da igual el 50%, como el 60, el 70, el 80 o el 100%, si nos limitamos a votar y nada más y tal día hará un año. Si la solución es un referéndum donde las partes acepten el resultado, tenemos que saber qué tenemos que hacer para que España esté de acuerdo, para que no tenga más remedio que aceptarlo.

Si sólo votamos… y nada más, tenemos mal asunto. Porque España siempre encontrará argumentos falaces para diluir la intensidad de nuestra fuerza: que esto provocará dividir la sociedad catalana, como si continuar dentro y bajo España no hiciera años que provoca la división. Que este es un tema que ahora no toca, que no es el momento, porque hay otras cuestiones más importantes, en plena pandemia, como por no priorizar el combate contra ella. Que en un asunto así habría que contar también con la opinión de los ciudadanos de todo el Estado, ya que sería más democrático, y uno se pregunta, puestos a ser ambiciosos en afán de democracia, que por qué la no de los ciudadanos de toda la Unión Europea, que, bien mirado, sería aún mucho más representativa.

Si sólo votamos… y nada más, volverán a pasar cuatro años sin dar pasos efectivos hacia la independencia, que, precisamente, la mayoría del electorado catalán ha preferido por encima de otras opciones presentadas. Y no se puede contraponer, como pretexto torpe para retrasar la toma de decisiones, la necesidad de un buen gobierno con el avance hacia la libertad nacional, porque queremos y necesitamos ambas cosas, tanto la una como la otra. Pero si reducimos nuestro combate emancipador, nuestra lucha liberadora, nuestra aspiración a la independencia a acudir cada cuatro años en las urnas, a este paso no llegaremos nunca jamás al horizonte deseado.

Los tres partidos independentistas deben dejarse de cuentos de una puñetera vez, acordar una mayoría parlamentaria que apoye un gobierno independentista estable y constituir, con hechos, un verdadero frente unitario independentista que, además de gobernar bien, que no es poco, recobre la confianza de la gente, hoy tan desconcertada, le devuelva la confianza como instrumento realmente útil y generalice, nuevamente, la ilusión por la libertad con más medidas concretas y menos discursos.

Junto al voto, hay muchas y variadas formas de presión para fortalecer y legitimar el sentido de la papeleta depositada en las urnas. Si España va a todas contra nuestra libertad, nosotros tenemos el deber cívico y patriótico de ir a todas por nuestra independencia y recuperar la iniciativa. Hace falta que dispongamos de una verdadera estrategia nacional para la independencia, con acciones personales de reivindicación, que sumadas unas con otras tendrán la capacidad de convertir las microacciones individuales en una verdadera ola nacional imparable. Son muchas las cosas que podemos hacer, que no son ilegales, pero que deben estar bien preparadas y coordinadas, por ejemplo, en nuestra condición de clientes y consumidores: finanzas, telefonía, electricidad, gas, gasolina, seguros, supermercados, etc. ‘Y tú ya me entiendes’, que diría aquel… No somos conscientes de la fuerza inmensa que tendría una verdadera acción reivindicativa de carácter mayoritario en todos estos ámbitos, como factor de presión ante España y ante el mundo, para forzar las cosas en la dirección que nos interesa.

Y, a medida que el proceso realmente adelante, habrá que adoptar gestos de desobediencia civil, pacífica, que, si son protagonizados por una mayoría, no tendrán fácil para reprimirlos legalmente, sin ser desacreditados ante el mundo. Y grandes movilizaciones populares en lugares estratégicos, por la movilidad o por su significación nacional e internacional, que vuelvan a centrar la mirada exterior hacia nosotros, de manera que todo el mundo se convenza y vea que ahora va en serio. Si sólo votamos y salimos a la calle sólo en fecha fija una vez al año, sólo seremos una aspiración romántica, una opinión tan democrática y respetable, como totalmente inútil. Si nuestro deseo de libertad no se convierte también en un problema político para España, que al negarse a reconocerlo les señale ante el mundo, no habrá tampoco una solución. Y para ello, debemos crear también un problema económico, tocándoles no el corazón de los buenos sentimientos, ni el cerebro de sus rancias convicciones democráticas, sino el bolsillo de sus intereses. Y lo podemos hacer, si queremos. Y si los partidos que el pueblo ha votado se sitúan a la altura de éste. El pueblo ya ha cumplido, votando siglas independentistas, de nuevo y obteniendo la mayoría. Ahora, pues, toca cumplir a los partidos y a sus dirigentes.

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