La sobremesa no había hecho más que empezar el sábado, 13 de diciembre del 2003, cuando los móviles de los corresponsales destacados en Moscú comenzaron a echar chispas. Heydar Alíev, que había gobernado la rica exrepública soviética de Azerbaiyán desde hacía una década, había muerto. Dos meses antes había cedido el poder a su hijo Ilham, pero su fallecimiento, en un hospital de Estados Unidos, confirmaba el nacimiento de la primera dinastía postsoviética. Veinte años después, es en Asia Central, al otro lado del mar Caspio, donde el fenómeno está a punto de repetirse.
En las cinco exrepúblicas soviéticas asiáticas nadie se sorprende de que los presidentes mantengan a su progenie en el círculo de poder. Con la excepción de Kirguistán, en la que las revoluciones y bruscos cambios de Gobierno de los últimos 15 años le han valido el generoso apodo de “única democracia de Asia Central”, los dirigentes siempre han promocionado sin rubor a sus hijos e hijas. En dos de esos países, Turkmenistán y Tayikistán, ya quedan pocas dudas de que los líderes actuales pasarán el relevo, más pronto que tarde, a sus hijos.
“El sistema político en estos países es demasiado débil, las élites cambian y sus líderes desconfían del futuro. No sólo quieren dejar el poder en buenas manos para obtener seguridad y proteger sus ingresos, sino que su nombre permanezca en la historia de su país. En ese contexto, ¿a quién dar el poder? A aquel en el que más confían”, explica a La Vanguardia el historiador y politólogo Andréi Grozin, que dirige el departamento de Asia Central en el Instituto de países de la CEI de Moscú. “Es muy parecido a lo que ocurre en Oriente Medio, en Emiratos o en Arabia Saudí. No se intenta construir un Estado con alternancia de poder, sino una especie de régimen monárquico”, añade.
Una de las personas destinadas a heredar la tierra de su padre es Serdar Berdimujamédov, a quien la semana pasada el presidente de Turkmenistán, Gurbangulí Berdimujamédov, ascendió casi a los cielos. El 12 de febrero fue nombrado viceprimer ministro para la Innovación y la Digitalización, un cargo creado para él. Desde ese día también es presidente de la Cámara Suprema de Control y forma parte del Consejo de Seguridad. En este país rico en petróleo y gas natural, el jefe del Estado es también el jefe del Gobierno, así que Serdar se convirtió en la mano derecha de su padre.
Este traspaso de poderes “es completamente normal en unos países que entraron en el socialismo directamente desde el feudalismo, sin pasar por el capitalismo; estamos ante un atavismo político, con formas de hacer que proceden del pasado”, dice por teléfono desde Almatí, la capital comercial de Kazajistán, el historiador Bolat Asánov.
En el caso de Turkmenistán sorprende la rápida carrera ascendente del heredero, de 39 años. Entró en política tarde, a finales del 2016, y desde entonces ha sido diputado, gobernador de la provincia de Ahal y ministro del Gobierno, además de trabajar en varias agencias estatales y ocupar puestos diplomáticos.
“Los rumores que decían que iba a sustituir a su padre ya han dejado de ser rumores. Solo le queda ser presidente de la Cámara Alta del Parlamento, segunda autoridad del país y último escalón para la presidencia”, explica Grozin.
La oposición a que esto ocurra ha sido barrida del mapa con el paso de los años. En junio del 2020 apareció un nuevo movimiento impulsado desde fuera del país, Elección Democrática de Turkmenistán. A pesar de su escasa fuerza asegura haber creado grupos en el interior, y el año pasado anunció varias movilizaciones, lo que fue suficiente para inquietar al poder de uno de los países más cerrados del mundo. Uno de sus líderes, Kakamurad Khydyrov, explica desde el Reino Unido que después de que el poder haya “superado todos los límites humanos” quieren hacer “despertar a la gente poco a poco, que haya movilizaciones aunque sean pequeñas, con 50 personas. Cuando anunciamos concentraciones, se despliegan una gran cantidad de policías”.
La cuestión sucesoria es parecida en Tayikistán. Este país montañoso, el más pobre del espacio exsoviético junto a su vecino Kirguistán, está gobernado desde la guerra civil (1992-1997) por Emomalí Rahmon.
Su hijo mayor, Rustam Emomalí, también ha hecho una carrera meteórica. Con 29 años fue nombrado alcalde de Dusambé, la capital. Y el año pasado alcanzó la presidencia del Senado, así que estaba en boca de todos que tomaría el relevo de su padre en las elecciones presidenciales del pasado octubre, lo que convertiría a Tayikistán en la segunda dinastía postsoviética después de Azerbaiyán.
Pero no fue así. Rahmon, de 68 años, volvió a presentarse y volvió a ganar con un 91%, un resultado propio de este estado autoritario. El único partido que puede considerarse oposición verdadera, el Partido Socialdemócrata, decidió no concurrir a los comicios. Rustam Emomalí tiene hoy 33 años.
Está claro quiénes serán los herederos. Queda por saber el procedimiento que elegirán los padres para pasar el testigo. Podrían hacer como Nursultán Nazarbáyev, que en el 2019 dimitió como presidente de Kazajistán y pasó el testigo al actual, Kasim-Zhomart Tokáyev. O esperar a que decida la naturaleza.
El opositor Khydyrov opina que el cambio llegará pronto. “Este presidente ilegítimo dirá que está cansado y propondrá a Serdar. Y Gurbangulí irá a ocupar la presidencia en el Senado, creado hace poco precisamente para eso. Desde allí controlará la situación”, pronostica.
“El procedimiento no es realmente importante. Dependerá de la situación política interior”, apunta Grozin. “Lo fundamental para la transición del poder es el consenso de las elites en el interior y la benevolencia de los países externos con influencia, ya sea Rusia, Estados Unidos, China o Turquía. Para estos lo importante en esta región es la estabilidad, y que no se repitan acontecimientos como la guerra civil de Tayikistán”, explica el experto.
Ese consenso es el que se logró en los únicos tres traspasos de poderes que, descontando Kirguistán, se han producido en Asia Central: el de Nazarbáyev ya mencionado; el de Turkmenistán en el 2006, cuando Gurbangulí Berdimujamédov se convirtió en presidente interino y luego presidente tras la repentina muerte de Saparmurat Niyázov; y el del 2016, cuando falleció Islam Karímov, presidente de Uzbekistán, y el trono lo ocupó su primer ministro, Shavkat Mirziyóyev.
La transición lograda en este último país está recibiendo elogios tanto dentro como fuera de la región por las pocas grietas que ha provocado y cierta apertura. Pero los viejos patrones también se repiten aquí. El yerno del presidente, Oybek Tursúnov, casado con Saída Mirziyóyeva, ocupa el cargo de subjefe de la Administración Presidencial. La segunda hija del presidente, Shakhnoza, dirige el Departamento de Educación Escolar, y su marido Otabek Umárov es el segundo de la seguridad presidencial.
Saída Mirziyóeva, de 36 años, es la más mediática de la familia, y en Uzbekistán ya se dice que tienen otra “princesa”, comparándola con la hija mayor de Karímov, Gulnara Karímova, a la que muchos situaron como sucesora de su padre antes de caer en desgracia.
Para Bolat Asánov, es “demasiado pronto para colocar a Saída camino de la presidencia”. Grozin es más contundente y cree imposible que sea heredera. Según explica, le ocurrirá como a las otras dos mujeres que en Asia Central han estado a la sombra de sus padres: Gulnara en Uzbekistán y Dariga Nazarbáyeva en Kazajistán. “No es sexismo, es que carecían del talento necesario y de un grupo que les apoyase. Eso es fundamental, porque los presidentes quieren estar seguros de que sus sucesores protegerán su legado, y eso no sería posible si pierden el poder”, argumenta.
Para este experto, el caso de Dariga es paradigmático. Cuando Nazarbáyev le pasó el poder a su socio Tokáyev, se reservó para sí mismo varios puestos clave, la presidencia del Consejo de Seguridad y del partido gubernamental Nur Otán, y a Dariga la colocó en la presidencia del Senado. Pero el año pasado Tokáyev relevó a Dariga de ese puesto.
Asánov cree que todavía es posible que tenga aspiraciones y posibilidades de alcanzar el poder, “porque su padre, según muchos en Kazajistán, todavía controla la situación en el país”, argumenta.
Grozin opina todo lo contrario. El escándalo de su primer marido, Rajat Alíev, que se enfrentó a Nazarbáyev y huyó del país, le ha quitado desde hace años el apoyo de las elites locales. “Si Nazarbáyev le hubiera querido dejar el poder a Dariga, ¿por qué no lo hizo directamente? Lo contrario es complicar el panorama político”, añade.
Aunque algunos se conviertan o no en dinastías postsoviéticas, parece claro que salvo Kirguistán, en los demás países de Asia Central la política seguirá siendo monopolio exclusivo del presidente y del clan que le rodea.
LA VANGUARDIA