¿Qué queda de las primaveras árabes una década después?

El 14 de enero del 2011 el entonces presidente de Túnez, Zine al-Abidine Ben Ali, quien había ocupado el cargo durante los últimos 24 años, marcha Arabia Saudí después de casi un mes de intensas manifestaciones diarias en la calle lideradas por los jóvenes del país. Al día siguiente, inspirados por el éxito tunecino, las chispas revolucionarias llegaron al Yemen donde estudiantes y activistas sociales salieron contra el régimen de Ali al-Salih; el 25 de enero, la llama se encendió en la plaza Tahrir (Egipto); el 14 de febrero, en Baréin; el 17 de febrero, en Libia; el 18 de febrero, en Palestina; el 20 de febrero, en Marruecos y Omán; el 6 de marzo, en el Líbano; y el 15 de marzo, en Siria.

Estos son algunos de los lugares donde los anhelos de libertad encendieron la chispa que atizó el fuego de las primaveras árabes. Unas protestas que, principalmente, las protagonizaron jóvenes descontentos con los regímenes dictatoriales y corruptos de sus países, con los mismos lideras desde hacía décadas, que les robaban el sueño de crear un futuro próspero y una sociedad más equitativa. ¿Pero diez años después, que queda de este fenómeno que dio la vuelta al mundo a través de las redes sociales?

Manifestación en la plaza Tahrir el 8 de febrero del 2011 / Wikipedia

Elementos comunes

A pesar de las especificidades de cada país, Òscar Monterde, doctor en historia por la Universidad de Barcelona (UB) e investigador del Centro de Estudios Históricos (CEHI), relata que se dieron elementos comunes en todos los países que producen el efecto contagio.

Así todo, a pesar de las diferencias de cada Estado, Monterde precisa que todos los países coinciden qué «son unos regímenes autoritarios caracterizados por las faltas de libertad importantísimas» y que se sustentan mediante la represión.

El doctor en historia para|por la Universidad de Barcelona (UB), Òscar Monterde / Cedida por Monterde

«Reclamaban democracia y derechos«, remarca la arabista Gema Martín Muñoz, que añade: «Fueron revoluciones ciudadanas, globales y transversales. No había ningún partido político que las representara ni ningún liderazgo que ideológicamente se pudiera manipular».

Este hecho, para Martín Muñoz es relevante, ya que antiguamente buena parte de la oposición se había centrado en movimientos de carácter islamista, los cuales reprimían las dictaduras laicas árabes con el beneplácito de las potencias europeas y los Estados Unidos.

Eso cambia con las primaveras árabes, ya que no había ningún movimiento religioso detrás que justificara la represión de los gobiernos árabes. «No se podía utilizar este argumento de luchar contra el islamismo, que era una amenaza y el enemigo común a combatir», precisa.

Antecedentes

Ahora bien, las primaveras árabes no es un fenómeno que se forjó del día a la mañana, sino que tienen un recorrido histórico que Monterde sitúa en los años 80 con la victoria de la Revolución en Irán (1979) donde se instaura una república islámica. «Con eso aparecen los Islam políticos», precisa el historiador.

Un ejemplo de ellos es los Hermanos Musulmanes en Egipto, que llegan a hacer funciones de Estado cubriendo aquellas necesidades de la población a las cuales el gobierno no da respuesta.

Una manifestación en Teherán en 1978 durante la revuelta que llevó a instaurar una República Islámica / Wikipedia

Eso también se le tiene que añadir que, en muchos de estos países, se produjeron reformas neoliberales que sometieron, todavía más, a la población a la pobreza. Esto desencadenó las revueltas del pan que se produjeron en los años ochenta, entre otros lugares, en Marruecos, Túnez o Argelia. «Empiezan a protestar las clases populares y medias empobrecidas por las reformas neoliberales», remarca Monterde.

Como en el caso de las primaveras árabes, los manifestantes luchaban por reclamar sus derechos, una mayor justicia social, más participación en la sociedad, por su dignidad, así como para combatir la represión.

El papel clave de las redes sociales

Martín Muñoz pone énfasis en el papel trascendental de las redes sociales no sólo para dar a conocer las movilizaciones por todo el planeta, sino para encontrar apoyo en países lejanos.

«El mundo árabe, desde finales de los años 70, hay diferentes convulsiones y levantamientos. Ahora bien, la diferencia con las del año 2011 es que los gobiernos contaban con el control de la información porque no existían las nuevas tecnologías», puntualiza Martín Muñoz.

Hasta entonces, explica, los gobiernos árabes habían reprimido con dureza todos estos movimientos con el silencio de sus socios occidentales. «Si no se veía, no se conocía», precisa.

La arabista Gema Martín Muñoz / Facebook Casa Árabe

Ahora bien, en el 2011, a raíz de las redes sociales, la población europea puede ver minuto a minuto estas protestas que se dan en el mundo árabe en las cuales «se reivindicaba lo mismo que en todos los pueblos: derechos, dignidad y democracia». Eso comporta que las sociedades occidentales se solidaricen con los movimientos que se están dando tanto en el Magreb como en Oriente Medio.

Esta complicidad que encuentran en las sociedades europeas, remarca a Martín Muñoz, obligan a que sus gobiernos no puedan callar ante la brutal represión de la población de los diversos regímenes árabes.

Pero no sólo las redes sociales explican el éxito de este fenómeno, sino también la televisión por satélite, asegura Monterde. «En los países árabes es común que en cualquier terrado hay un mar con parabólicas, por lo cual la información llegaba hasta la última casa», indica.

Eso, junto con nuevos actores de la información, como la cadena Al Jazeera ayuda a explicar los contagios. Esta cadena narra lo que sucede en el mundo árabe desde una perspectiva propia. «Vemos otro relato que no es el de la CNN», expone.

Unas personas consultan las redes sociales desde sus móviles / Pixabay

El éxito tunecino

Aunque la chispa se encendió en Túnez, Monterde relata que se podría haber dado en otro lugar y pone como ejemplo que en el 2009 ya hubo unas grandes protestas en Irán contra el supuesto fraude electoral que llevaron a la presidencia por segunda vez a Mahmud Ahmanidejad.

«Estos jóvenes de las clases urbanas obreras se estaban organizando. Ya había una ciudadanía movilizada, pero no lo estaban explicando. La chispa es en un lugar, pero podría haber estado en otro», matiza el especialista.

En el caso de Túnez todo empezó el 17 de diciembre del 2010 cuando el joven Mohamed Bouazizi, vendedor ambulante, se prendió fuego a él mismo después de que la policía le sustrajo las mercancías que estaba vendiendo. Eso conllevó una ola de indignación al país, que salió a la calle para denunciar la precariedad de las vidas.

Una protesta en París en apoyo a Bouazizi en enero del 2011/ Wikipedia

El 4 de enero del 2011, Bouzizi murió en el hospital, cosa que todavía incrementó más la ira de los ciudadanos y las protestas. Delante de eso, el ejército retiró el apoyo al presidente, Zine al-Abidine Ben Ali, y se negó a reprimir a los manifestantes. Finalmente, el 14 de enero, el mandatario abandonó el país y se marchó en avión a Arabia Saudí, donde murió en septiembre del 2019. Así se acabó con 24 años de su régimen.

El 23 de octubre del 2011 se celebraron elecciones en Túnez, de la cual surgió un Parlamento muy fragmentado en unos comicios que ganó la formación política islamista Ennahda.

«En efecto, es el único país que, con avances muy lentos, pero que continúa su proceso político y no ha sufrido una involución», enfatiza Martín Muñoz. Eso, según Monterde, se explica porque es un país pequeño, con menos población, por lo cual cuenta «con menos injerencia externa».

Egipto: la involución

El efecto contagio de Túnez llegó el 25 de enero de aquel año a Egipto donde miles de personas ocuparon durante días la plaza Tahrir en el Cairo. Finalmente, después de más de 30 años como presidente, Hosni Mubarack renunció al cargo el 10 de febrero y cedió el poder al vicepresidente Omar Suleiman. Con todo, el coste de la revuelta fue alto, ya que la represión de Mubarack apagó 846 vidas y dejó a más de 60.000 heridos.

«Hay un elemento fundamental que Túnez arrastra Egipto, pero sin Egipto no hubiera habido tanta repercusión», expone Monterde.

Hay que destacar que Egipto es seis veces mayor que Túnez. Además en aquel momento tenía 85 millones de habitantes, una cifra que supone 10,7 veces más que el sitio donde estalló la primera revuelta.

Egipto celebró elecciones legislativas en tres fases, que tuvieron lugar de noviembre del 2011 en enero del 2012. Con una participación del 57% se impuso con contundencia la Coalición Alianza Democrática, liderada por los Hermanos Musulmanes, que obtuvo 235 escaños. Además, el segundo y el tercer lugar también lo ocuparon formaciones religiosas como los ultraconservadores Coalición Alianza Islámica con 123 escaños y los centristas Wafd con 38 escaños.

«Los partidos islamistas reformistas como Hermanos Musulmanes ganan las elecciones más democráticas del mundo árabe«, resalta Martín Muñoz. Pese a ello, explica al especialista, se inició una campaña del miedo contra a estas formaciones, que propició que desde Europa se perdiera la empatía porque habían ganado los islamistas. «Fomentaron el miedo para alimentar que cualquier opción era mejor, incluso una dictadura», puntualiza Martín Muñoz, que enfatiza que eso «fracturó la democracia».

Manifestación en la plaza Tahrir el 2 de febrero del 2011 / Ramy Raoof (Flickr)

Eso comportó que el gobierno del presidente egipcio Mohamed Mursi, de los Hermanos Musulmanes, no tuviera un gran recorrido, ya que el 3 de julio del 2013 fue víctima de un golpe de Estado liderado por el entonces ministro de Defensa, Abdel Fattah al-Sisi, con el apoyo de los militares. Actualmente, al-Sisi sigue al mando del país.

«El mundo occidental no dio apoyo a las democracias del mundo árabe, aunque estas acabaran con golpes de Estado como el caso de Egipto. Se sintieron más cómodas con la dictadura», observa Martín Muñoz.

Además, según explica la arabista, más allá de eso también hay intereses dentro de la región para que no prosperen los gobiernos democráticos. Por una parte, las monarquías islámicas de Arabia Saudí y Emiratos Árabes ven en la expansión de la democracia una amenaza a sus regímenes a la vez que prefieren un modelo de alianzas basado en sistemas totalitarios.

El otro interesado, precisa, es Israel. «Así puede seguir explotando la idea de que es el único país democrático de la zona», argumenta Martín Muñoz. Además, agrega que estas dictaduras requieren de apoyo externo y clientelas para sobrevivir. Esta necesidad, explica, hace que se genere una dependencia del mundo occidental y, por lo tanto, que midan sus posibles políticas contrarías en Israel con el fin de recibir este apoyo. En este sentido, por ejemplo, Mursi había sido crítico con el gobierno de Tel Aviv, así como se había posicionado abiertamente en favor de la creación de un Estado palestino.

Esta involución de Egipto, defensa Monterde, ha venido de la mano de una política de hierro. «No sólo ha sido un retorno al statuo quo, sino que la represión es más cruda. Según los informes de amnistía internacional se silencian los periodistas y se maltrata a los presos, que están muriendo por falta de atención,» asegura.

Siria y Yemen: conflictos abiertos

Las primaveras árabes también han dejado una década de conflictos como el de Siria y el Yemen. En el caso de Siria las manifestaciones se iniciaron 13 de marzo de 2011, después de que las fuerzas de seguridad arrestaran, torturaran y encarcelaran en Daraa, una ciudad en el suroeste del país, a unos niños de entre 12 y 14 años que habían pintado en uno pared: «El pueblo quiere la caída del régimen». Estas manifestaciones pacíficas fueron brutalmente reprimidas por los cuerpos de seguridad sirios.

«El problema que tuvo la rebelión de Siria es que el régimen consiguió mantener sin fisuras al ejército a favor suyo. A partir de este momento, no hay revolución que sobreviva», explica Martín Muñoz.

La ciudad de Alep destrozada por la guerra de Siria / EFE

Con todo, en el 2012 las fuerzas contrarias al régimen ocupaban el 60% del territorio. Eso propició que el presidente sirio, Bachar al-Asad, aceptara la propuesta de crear un gobierno de transición liderado por él que tenia que llevar a Siria hacia un régimen democrático. Esta se presentó en el mes de agosto del 2012 en una cumbre en Ginebra y tenía la luz verde del Grupo de Acción para Siria integrado por la ONU, la Unión Europea, China, Rusia, Francia, el Reino Unido y Turquía. Ahora bien, la oposición no la aceptó porque rechazaba que Al-Asad presidiera la transición, ya que creían que el presidente del régimen represor no podia ser el principal actor de esta transformación política.

A partir de aquí, entró en el terreno de juego un nuevo actor, que lo cambió todo: el Estado Islámico, que nace de una escisión de Al Qaeda de la mano de Abu Bakr al-Baghdadi. En abril del 2013 declaró la creación de lo Estado Islámico de Iraq y el Levante (este último en referencia a Siria) a la vez que instauró su capital en la ciudad siria de Raqqa, en el norte del país. En octubre del 2015, el EI llegó a controlar la mitad del territorio sirio y una tercera parte del iraquí, cosa que le permitió crear unas verdaderas estructuras de Estado.

Ante esta tesitura, explica Monterde, el régimen de Al-Asad se convierte en el mal menor. De la misma manera piensa Martín Muñoz, que también recuerda el papel clave que ha tenido Rusia para decantar la balanza a favor del gobierno, un fiel aliado que le permite tener la única base naval que tiene Moscú en el Mediterráneo en la ciudad siria de Tartús.

Los dos expertos también coinciden en la complejidad del conflicto a raíz de la multiplicidad de actores internacionales que intervienen como son Irán o Arabia Saudí que se disputan el liderazgo regional; pero también Turquía contraria a que se instaure un gobierno kurdo en el norte de Siria, una zona que había estado parcialmente en manos del EI, pero que ahora controla este grupo que también tiene presencia en suelo turco.

Soldados turcos en Siria / EFE

Este mismo fenómeno se reproduce en el Yemen donde también continúa un conflicto abierto desde hace una década. En este, uno de los países más pobres del mundo,el grito de victoria de Túnez llega en enero de 2011 cuando miles de jóvenes llenan las calles para reclamar reformas políticas, así como la dimisión de Ali Abdullah Saleh, que llevaba en el poder desde 1978.

A raíz de de las manifestaciones, el 2 de febrero anunció que dejaría el cargo en el 2013 y que su hijo Ahmed no sería su sucesor. Pero eso no paró los clamores en la calle, por lo cual en noviembre del 2011 anunció su dimisión.

En paralelo, los houties, un grupo rebelde chií, cada vez van cogiendo más posiciones y acaban controlando buena parte del norte del país, incluso la capital Saná. En enero del 2015, los houties disolvieron el parlamento y proclamaron uno de provisional. En marzo una alianza regional, liderada por Arabia Saudí, bombardeó el Yemen y, desde entonces, el conflicto permanece abierto. Como en Siria, Irán, país chií, y Arabia Saudí, sunïta, entran en combate para erigirse como líder regional. «Hay una contrarrevolución de los sauditas», precisa Monterde.

Unas personas se manifiestan en Nueva York contra la intervención del Arabia Saudita en el Yemen / Felton David (Wikipedia)

Libia: Estado fallido

En Libia la revolución no llegó hacia mejor puerto. De hecho, se considera que es un Estado fallido. «En Siria, Yemen y Libia han quedado destruidos el tejido social y económico. Tenemos que entender que en la complejidad de estas guerras juegan también factores externos», señala Monterde.

En el caso de Libia las manifestaciones se iniciaron en Bengasi el 17 de febrero del 2011 contra el régimen de Moamar al-Gadafi, que llevaba más de 40 años en el poder y, en buena medida, por las buenas relaciones que mantenía con los gobiernos europeos.

Ahora bien, el estallido de las primaveras árabes y la brutal represión de Gadafi llevaron a la comunidad internacional a actuar en este país. El Consejo de Seguridad de la ONU aprobó el 27 de marzo del 2011 una resolución para intervenir en Libia con la finalidad de proteger la población civil y el establecer una zona de exclusión aérea para evitar los bombardeos del gobierno a los manifestantes. El 31 de marzo, la OTAN tomó el control de la operación contra el régimen libio.

Finalmente, Gadafi, que estaba escondido en su ciudad natal, Sirte, salió con un convoy para refugiarse en otro lugar. Aviones de la OTAN bombardearon a la comitiva. A continuación, en Misrata un grupo de rebeldes capturó al dictador, que estaba malherido, y lo remató.

Un hombre muestra un coche con el impacto de un proyectil en Trípoli, la capital de Libia un país que vive en medio de una Guerra Civil / EFE

Martín Muñoz narra que el conflicto de Libia estuvo muy influenciado por el presidente francés de entonces Nicolas Sarkozy. «En Túnez metió la pata», explica el arabista que añade: «No sólo dio apoyo al régimen de Ben Ali, sino que se filtró que le ofreció ayuda a los antidisturbios». Eso, añade, perjudicó la imagen del presidente francés, que al ver el apoyo que tenían las revoluciones árabes, decidió limpiarla liderando la campaña internacional contra el régimen Gadafi.

Desde entonces, los libios han acudido dos veces a las urnas: una en el 2012 y otra en el 2014. Ahora bien, de facto, es un estado fallido en manos de milicias enfrentadas y sumergido en una Guerra Civil. Unas controlan Tripoli, que ofrecen su apoyo al gobierno que ganó las elecciones, que tiene el beneplácito de la ONU. Por contra, el este está liderado por el militar Jalifa Haftar, ayudado por Emiratos Árabes y Egipto. que desde el 2014 ha instaurado un gobierno alternativo.

En este sentido, Martín Muñoz relata que Haftar representa «el sustrato libio», ya que había sido militar en la era de Gadafi, pero se enemistó con él y se marchó del país. Incluso, detalla, había sido reclutado por la CIA.

«Gadafi destruyó el gobierno e incluso el ejército. Era una situación muy difícil porque se tenía que reconstruir todo. Además hay muchos actores internacionales que están actuando», expone a Martín Muñoz.

Diez años después

Aunque muchas de estas revoluciones hayan sido segadas, Monterde cree que las condiciones que las impulsaron siguen muy vigentes como son los reclamos de más derechos y una mejor vida social. «Los jóvenes han perdido el miedo contra estos regímenes. A pesar de la represión brutal siguen envalentodanos», asegura.

Martín Muñoz coincide con Monterde y afirma que una buena muestra de ello son las Hirak, movimientos de protesta que se están dando hoy día en Argelia, Iraq, el Líbano o el Sudán. Hirak, detalla, proviene de la palabra árabe haraka que significa movimiento, dinamismo. «Han querido crear una palabra nueva para decir que es una transformación.

En el caso de Iraq, puntualiza la arabista, protestan contra el régimen sectario impuesto después de la caída de Saddam Hussein; en el Líbano contra el Estado confesional; mientras que en Argelia contra una dictadura qué dura hace décadas. De hecho, en este último caso consiguieron que Abdelaziz Bouteflika, que llevaba en el poder desde el 27 de abril de 1999, renunciara a su cargo el 2 de abril del 2019. En su lugar fue elegido su número dos Abdelmajid Tebboun, pero eso no calmó las protestas.

Uno de los problemas claves, según Monterde, es que ni Estados Unidos ni Europa han intentado explorar nuevas fórmulas ni modelos alternativos como los que se impulsaban en las revueltas. «Europa no ha sabido hacer una política diferente a la región y sigue priorizando a este modelo de estabilidad, de represión,» lamenta Monterde que añade que en cualquier proceso por configurar un régimen democrático se tiene que incluir los movimientos islamistas.

Martín Muñoz expone que la pandemia de coronavirus ha frenado las manifestaciones. Con todo, remarca que, a raíz del explosión del puerto de Beirut, las protestas han vuelto a las calles del Líbano.»La Covid es temporal. El espíritu de revuelta ya no puede volver atrás, ya que el sentimiento de desposesiones y depredación que tienen por parte de sus gobiernos, difícilmente, se puede contener», concluye Martín Muñoz.

ElNacional.cat