Artículo publicado en Diario de Noticias el 7 de enero de 2019
Con la rotura el pasado invierno de la parte central de la presa de sta. Engracia, el curso del río Arga aguas arriba de la misma y hasta la zona del puente de Curtidores ha cambiado su aspecto tal como lo conocíamos hasta ahora. La evidente pérdida de profundidad de sus aguas, además de cambios simplemente visuales o de paisaje, ha producido otras afecciones, para algunos positivas y para otros no tanto. La polémica desatada ha llevado al consistorio a plantear la posibilidad de una reconstrucción de la presa o alguna otra actuación con finalidad de regular el caudal del río, decisión aún no firme ya que depende de algunos informes y de la autorización final por la Confederación Hidrográfica del Ebro. De entrada, se han iniciado obras de limpieza y acondicionamiento del cauce, lleno de restos de riadas y de obras previas. Junto al actual puente, hoy peatonal y que fue paso desde 1914 del ferrocarril del Plazaola, han aparecido restos del primitivo puente, destruido por una riada en 1930.
El Plazaola pasa por el puente primitivo. Postal Comercial
El próximo día 19 se cumplirán 105 años de la inauguración del Plazaola, ferrocarril de vía estrecha que iba a unir desde 1914 hasta 1953 las capitales de Iruñea y Donostia. Ya desde 1905 existía un pequeño tren minero construido por la sociedad anónima Leitzaran con objeto de llevar el mineral desde las minas Plazaola en Berastegi hasta Andoain, en un corto recorrido de 22 kilómetros. Pocos años después se decidió alargarlo por ambos extremos hasta conseguir unir las dos importantes ciudades citadas. En un difícil y tortuoso trazado de 85 kilómetros, proyectado por el ingeniero donostiarra Manuel Alonso, debieron construirse hasta 37 puentes, 67 túneles y varios viaductos para salvar ríos, regatas, valles y montañas. Diez de esos puentes eran metálicos, de estructura similar todos ellos, siguiendo el modelo ferroviario de la época y cuyas piezas fueron construidas en la factoría de Altos Hornos de Bilbao. Las obras de construcción del tramo entre Pamplona y Latasa fueron dirigidas por el ingeniero Fermín Marquina y entre ellas también las del puente que nos ocupa. Este puente atravesaba el río Arga en el término rochapeano de Kosterapea —hoy denominado por algunas personas, Trinitarios— y constaba de tres grandes tramos de una estructura de hierro en forma de paralelepípedo con una longitud total de 45 metros. La gran pieza metálica unida se apoyaba en dos grandes estribos de piedra de sillería a cada lado del río y dos pilares centrales cilíndricos también de sillería. En sus laterales contaba con unas barras voladizas formando un barandado y sobre la estructura de hierro estaban colocadas las traviesas de madera en donde se sujetaban los raíles; en principio no estaba habilitado para el paso de peatones. El puente, como vamos a ver, iba a permitir el paso del ferrocarril durante tan solo dieciséis años.
El día 27 de noviembre de 1930, sobre las dos de la tarde se desencadenó una gran tormenta, que iniciada con una importante granizada continuó con intensas precipitaciones de agua que no cesaron hasta bien entrada la noche. Afectando a toda la mitad norte de Navarra, ya para media tarde el río Arga se había desbordado e inundado la Magdalena, gran parte de Arrotxapea y Biurdana. La gran riada que arrastraba cantidad de troncos y otros materiales, pronto cegó uno de los ojos del puente de Curtidores. El ferrocarril no tuvo problemas para atravesar su puente durante la tarde pero a la una de la noche, el mismo se vino abajo con gran estrépito, cayendo al cauce dos tercios de su estructura metálica y uno de sus pilares centrales. Evidentemente el puente quedó inhabilitado desde ese momento y el Plazaola tuvo que cambiar su destino final desde su estación del ensanche pamplonés a la estación llamada del Empalme en el término de Kaskailugaina, en las cercanías de Artika. La sociedad responsable del ferrocarril tuvo que plantear rápidamente la construcción de un nuevo puente y enseguida se puso manos a la obra. Se retiró toda la estructura metálica y se realizó un nuevo tablero en hormigón armado apoyado en los viejos estribos y en dos nuevas columnas también de hormigón. En la margen derecha del río se alargó el puente añadiéndole un estribo de nueva construcción. Con ello el puente pasó a ser de cuatro ojos y por tanto unos metros más largo. En junio de 1931, apenas siete meses después de la catástrofe, se realizó la prueba de carga y solidez de la nueva estructura con un convoy tirado por dos locomotoras enganchadas que la atravesó sin problemas a toda marcha. El nuevo puente sirvió al Plazaola hasta que unas nuevas inundaciones en 1953 produjeron grandes desperfectos en varias zonas de su trazado medio. Ya entonces deficitario, nadie pudo asumir las obras de reparación y el ferrocarril que unía las capitales vascas dejó de hacer el recorrido ese mismo año y se desmanteló definitivamente. El puente de Kosterapea aún sirvió hasta 1955 para el paso del ferrocarril eléctrico del Irati que en 1950 había abandonado su trazado por el centro de la capital y compartía vías con el Plazaola, desde la estación del Empalme hasta la, también compartida, estación de Conde Oliveto.
El puente, actualmente rehabilitado como paso peatonal y del que queda intacto el estribo derecho del primitivo, forma parte del gran parque fluvial del río Arga a su paso por Iruñerria y es muy transitado por paseantes, korrikalaris y ciclistas.
Una parte de la estructura de hierro del viejo puente en la orilla del río. Foto I. Martinez
Con la pérdida de caudal producida por la reciente rotura de la presa de sta. Engracia y tras las obras de limpieza que el consistorio pamplonés y la mancomunidad de la comarca están realizando estos días en el tramo comprendido entre dicha presa y el puente de Curtidores han aparecido varios restos del viejo puente del Plazaola. Oculto hasta ahora por las aguas del río y la frondosidad de sus orillas, se ha rescatado un tramo de la estructura metálica primitiva de unos doce metros de largo en aceptable estado de conservación. También junto a uno de los pilares de hormigón del actual puente ha visto la luz un trozo de unos dos metros de longitud del primitivo pilar redondo de sillería. Dichos restos, aparentemente válidos tan solo para el reciclaje de materiales, tienen, sin embargo, valor histórico. Una actuación de bajo coste, su simple limpieza y colocación en el paseo junto a un pequeño panel explicativo les daría el valor que en mi opinión merecen. Además, en sus cercanías ya está en marcha el proyecto de un pequeño parque temático dedicado al ferrocarril que de forma alternativa podría acoger esos restos. A algunas pequeñas cosas, aparentemente sin valor, con sencillas actuaciones se les puede dar la importancia y trascendencia que sin duda merecen en la historia íntima de nuestra ciudad, Iruñea…
Trozo de uno de los pilares del viejo puente en el lecho del río. Foto VME