El inconsciente de las palabras

Uno de los elementos de confusión en la actual cultura del twitter es la tendencia a aislar las frases, encerrándolas en una nube como las que dibujan las conversaciones en las viñetas de los cómics. A la lectura distraída contribuye la práctica que tienen algunos medios de extrapolar frases del texto para ahorrar al lector el trabajo de llegar al mismo discursivamente. Así le dispensan de leer por el viejo método de enlazar unas ideas con las siguientes. Pero puede suceder que, una vez leído, el artículo no ratifique el sentido de la frase extrapolada. La vulgaridad de la vida política española se explica mejor si se tiene presente que a menudo es poco más que una guerra de cabeceras. En lugar de pensamientos articulados, los políticos tienen en la cabeza oraciones simples para expresar ideas simplísimas, es decir, tonterías, lugares comunes que los medios reproducen recortados a la medida de la capacidad de atención del lector medio.

Como el organismo monocelular de una ameba, la frase típica del político es organizada alrededor de un epíteto que concentra toda la energía mental disponible. Cerrada en la nube que sale de los labios del político, es un pequeño empujón, un trozo de sentido que aspira a confundirse con una verdad, porque presenta una mínima estructura formal -compuesta de sujeto, verbo y predicado- y una mínima coherencia interna. El problema no es sólo, como suele decirse, que las palabras se saquen de contexto, con lo cual se insinúa que la distorsión del significado se resolvería ampliando la cabecera para acomodar una parte mayor del discurso. Cuando uno se limita al contenido estricto pierde de vista una dimensión del lenguaje esencial a la, digamos, autenticidad de la comunicación. Me refiero al vínculo entre la locución y el locutor, entre el orador y lo que dice. Del grado de autenticidad de este vínculo depende el significado de la frase. Es la relación que algunos llaman pragmática, que no significa nada más que la funcionalidad de la frase en cuestión.

Nunca olvidaré la intervención en el parlamento del portavoz de CSQP (la coalición electoral que después de un baile de siglas ha terminado conociéndose vulgarmente por «los comunes») imitando el papel que solía representar la sra. Arrimadas. No era la primera vez ni sería la última que comunes y Ciudadanos intercambiaban los roles, comprensible además dada la afinidad sociológica entre una formación y otra. Ese día Lluís Rabell salió al podio y con la excitación de alguien que está a punto de tener un ataque de apoplejía, exigió al president Puigdemont que dijera si el govern apoyaba el manifiesto Koiné, publicado hacía pocos días. Tengo que decir que la intervención me interesó especialmente, porque yo era firmante de aquel texto. Lo manifiesto con el ánimo de declarar mi vínculo con lo que escribo, pues, como no podría ser de otra manera, hay una relación entre lo que sé, lo que creo saber y lo que opino.

Tratando en vano de arrancar alguna expresión de apoyo al manifiesto por parte de Puigdemont, que lo veía venir de lejos, e incapaz de serenarse, Rabell produjo sensación proclamando a gritos que el manifiesto era racista. Lo era, concretamente, porque recordaba con realismo y ecuanimidad la implantación forzosa del bilingüismo durante la dictadura. Un mecanismo de españolización que se mantiene hasta ahora mismo. Pero esta evidencia, que se apoya en hechos sabidos de todos, los lacayos del franquismo enquistado en las instituciones y reproducido en la sociedad la reprimen hasta hacerla inconsciente, exactamente como lo denunciaba el manifiesto Koiné. Y, como Rabell, no la pueden admitir, porque viven el bilingüismo con normalidad, sin reconocer ni el origen de su imposición ni la dominación que de ella resulta.

Exigiendo estrafalariamente al presidente tomar posición respecto de un documento ajeno al gobierno, Rabell buscaba autenticidad retórica para un vulgar ataque de la oposición. El manifiesto, que pocos habrían leído, era sólo un pretexto y los gritos el ingrediente teatral del escándalo. La agitación del diputado era útil para tensar la interpelación del presidente, como una ballesta para atraparlo en el dilema entre prevaricar contra la lengua o cargar con el ahorcamiento de racista. La antífrasis (1), tan apreciada por la mentalidad colonizadora, situaba a Rabell con toda precisión respecto de uno de los intentos de genocidio cultural más exhaustivos y sostenidos en la Europa del siglo XX.

No entenderíamos a Rabell si nos quedáramos con la frase que dejó flotando en el ambiente, a punto de convertirse en un titular, la frase «¡esto es racismo!». Para entender qué quería decir con ese lugar común excesivamente manoseado no basta con buscar las acepciones en el diccionario, ni de situarlo en el contexto inmediato del discurso, en este caso la interpelación parlamentaria. Hay que saber de dónde venía Rabell, qué le motivaba y qué implicaba aquella salida en tromba para proclamar su ira con el pretexto de un manifiesto lingüístico sobrio y objetivo.

Rabell, como su correligionario Coscubiela, como la sra. Albiach, que últimamente se ha quejado de que se le recuerde el papel que el 27 de octubre de 2017 señalando con estos compañeros de viaje a las futuras víctimas de la represión ante las cámaras del parlament, tenía una trayectoria y unos compromisos determinados. Buscando la verdad de un discurso político dentro de los límites de la capacidad de persuasión del momento, sin tener en cuenta la trayectoria del político y la finalidad que se desprende que de la misma, no se puede hacer justicia ni a la experiencia histórica ni a la realidad actual. La coherencia de las doctrinas y la rigidez de los sistemas suelen descomponerse a consecuencia de las acciones y de las omisiones. Lo prueba el papel cada vez más reaccionario de este partido de antiguos y nuevos pretendidos revolucionarios, impúdicos servidores de los poderes más oscuros del Estado.

Hay un momento prodigiosamente revelador del sentido inconsciente del discurso de esta familia política. Cuando el excomunista o neocomunista Coscubiela (la ambigüedad no es mía sino de los comunes), al terminar su intervención en el pleno del parlament el 6 de septiembre de 2017, recibió una ovación de los diputados del PP y de Ciudadanos, de repente se rompió el encantamiento ideológico y se deshizo la ilusión de distancia insalvable entre los herederos de la dictadura franquista y los de la dictadura comunista. Y ya sólo los bobos y los ingenuos pueden creerse la fantasía de una alternativa interna al sistema de dominación que necesita la jerarquía territorial y el despotismo étnico como eje vertebrador del Estado.

(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Ant%C3%ADfrasis

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