El mapa de la libertad

En una fecha tan retrasada como 1873, Josep Narcís Roca i Farreras, máximo exponente del protoindependentismo catalán, escribía que «con Valencia, Cataluña y Baleares se puede constituir un Estado federal separado, y puede constituirse también un Estado confederado en provincias descentralizadas; difícilmente un Estado federado dentro de sí mismo y confederado con el resto de España». Y, trece años después, se refería a la «unión nacional de las provincias catalanas, de toda Cataluña; simpatía de todos los Países Catalanes de acá y de allá del Ebro, de acá y de allá de los Pirineos Orientales».

Cuando, en 1919, el diputado Francesc Macià funda la primera organización política independentista de la historia, la Federación Democrática Nacionalista, el ámbito de actuación nacional sujeto de la futura liberación integra a «todos los municipios de lenguaje catalán». En 1927, al ser juzgado en París por los hechos de Prats de Molló, el líder catalán, que se presenta como amigo de Francia, asegura que, en una futura Cataluña independiente, el ejército francés podría contar con el puerto de Maó como base para sus barcos y submarinos en esta zona del Mediterráneo. Siendo Maó una ciudad menorquina y expresándose Macià con tanta naturalidad como contundencia, deja claro que Baleares forman parte del país por el que lucha para que un día sea una nación independiente de todo yugo extranjero.

En el Estatuto de Autonomía de Cataluña llamado de Núria, votado masivamente el 2 de agosto de 1931, se establecía, en su artículo 4, el procedimiento a seguir para integrar otros territorios al de Cataluña, una vez invocado en el preámbulo el derecho a la autodeterminación del pueblo catalán. Decía así: «Para agregar otros territorios al de Cataluña será necesario: a) Que lo pidan las tres cuartas partes de los municipios del territorio de que se trate de agregar. b) Que lo acuerden los habitantes de aquel territorio por plebiscito dentro los términos municipales respectivos en forma de elecciones generales. c) Que lo apruebe el Parlamento de Cataluña y el Parlamento de la República». En la época republicana, el mallorquín Antoni M. Sbert fue diputado por ERC y consejero de Cultura de la Generalitat, el valenciano Joaquín Reig salió diputado por la Lliga y el alcalde de Valencia, Vicent Marco Miranda, se integró como diputado de Esquerra Valenciana dentro del grupo de ERC en las cortes españolas’.

Cuando el 6 de octubre de 1934 el president Companys proclama el Estat Català, su discurso es seguido con emoción fuera del Principado y, en lugares como Felanitx, en Mallorca, Pere Oliver, que era alcalde y autor de ‘La catalanitat de les Mallorques’, coloca altavoces en la plaza de la villa para que todos puedan oír por radio la evolución de una proclamación con la que se sentía tan identificado. Ya en plena guerra, Companys dirige un mensaje a los soldados catalanes que combaten en el llamado frente de Levante con estas palabras: «Vosotros, combatientes catalanes, en tierras de Valencia os batís sobre lo que un día -en la época más gloriosa de nuestra historia nacional- integró el territorio de la gran Cataluña. Que ese recuerdo y este vínculo reavive la llama liberal que arde en el fondo de vuestro pecho».

En el exilio mexicano, formaciones nuevas como la ‘Unió dels Catalans Independentistes’, el ‘Moviment Social d’Emancipació Catalana’, el ‘Partit Socialista Català’ o ‘Enllà-Per la Independència dels Pobles i el Socialisme’, defendían claramente los Países Catalanes como marco nacional. Y lo mismo hacían, en el interior, formaciones como el ‘Front Nacional de Catalunya’ y el ‘Partit Socialista d’Alliberament Nacional dels Països Catalans’. A mediados los setenta, proliferaban las jornadas, propuestas e iniciativas a nivel de los Países Catalanes, no sólo entre independentistas, sino a nivel cultural y también político, por ejemplo con la ‘Coordinadora Socialista dels Països Catalans’, integrada por el ‘Partit Socialista de les Illes’, el ‘Partit Socialista del País Valencià’ y el ‘PSC-Congrés’, el cual hablaba de «liberación nacional de los Países Catalanes».

Pero, tanto la Constitución española republicana de 1931, como la monárquica de 1978, prohibieron la federación de comunidades autónomas, disposición legal pensada exclusivamente para los Países Catalanes. El Estado de las autonomías ha tenido una función disgregadora de Cataluña, las Islas Baleares y el País Valenciano, con el debilitamiento progresivo de los elementos comunes y vínculos compartidos y en su distanciamiento institucional y político que nunca ha sido revertido con la firma de acuerdos entre los tres gobiernos autónomos para temas de interés mutuo. Esto no quiere decir que haya que cerrar los ojos a la evidencia de nuestros propios particularismos, de nuestros matices regionales de perfil decidido, convencido como Fuster estaba que la «unidad ‘que somos abraza y tolera una pluralidad perceptible».

El independentismo actual, en el Principado, parece haber interrumpido la continuidad de este hilo rojo nacional, presente en los momentos gloriosos y en las horas adversas. Hay un regionalismo mental que lleva a olvidar, menospreciar o minorizar la dimensión territorial del proyecto nacional. A veces se hace como si se tratara de convertir en barceloneses a gente de Marratxí o de Santa Pola, invocando a rehuir la injerencia y olvidando que el españolismo ya lleva siglos ingerido hasta el tuétano. No se trata de ingerirse en ninguna parte, sino de reconocer que la nación catalana es una nación compartida, en palabras de Vicent Ventura, y que cada uno debe construirla desde su lugar, desde la realidad más inmediata.

Por eso sorprende que en un organismo que podría llegar a ser tan trascendental como el Consejo para la República y en el documento ‘Preparem-nos!’ (1) no haya ninguna mención explícita a esta cuestión. Alguien de Baleares o del País Valenciano o de Cataluña Norte no es cuestión de que se solidarice con el proceso independentista del Principado (para según qué causas nobles ya están los comités proSàhara, proKurdistan, etc.), sino que desde su sitio puede contribuir a la independencia de toda la nación catalana, conscientes de los ritmos distintos y los niveles de conciencia diferentes. No se trata de ser solidarios, sino protagonistas del propio futuro. Como diría Fuster, al oír afirmaciones como «primero nosotros y luego ya hablaremos de los demás», en el Principado hay cientos de miles (¿millones?) de regionalistas por nacionalizar. ¿Quiénes somos «nosotros»? No hay «nosotros» sin el resto de territorios, ni cultural, ni prácticamente, y sólo basta con recordar la operación nor-catalana de las urnas, Raimon, Al Tall, Zoo, Eliseu, Maria del Mar, Tomeu Penya, Ja t’ho diré (Ya te lo diré), toda la alta literatura y todo lo que nos hace a todos nosotros diferentes, ahora sí, de los demás.

Nadie tiene el monopolio de la nación y no es más de unos que de otros. No hay futuro en libertad si no tenemos claro el mapa donde ésta debe imperar sin trabas en nuestro imaginario colectivo. Descabezar el mapa por arriba o por abajo, por levante o poniente, es admitir de entrada una derrota indeseable. Y no podemos admitir que el sueño de plenitud nacional de tantas generaciones, el más ambicioso para el territorio hasta donde llegue la voluntad de sus habitantes, pueda convertirse en la pesadilla de un país descabezado, una patria mutilada, un recorte torpe en el mapa universal de la libertad.

(1) https://consellrepublica.cat/wp-content/uploads/2020/12/preparemnos_vpre-1.pdf

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