Esta Commonwealth que no cabe dentro España

Josep Vicent Boira, que tiene la cabeza especialmente bien amueblada y sabe de qué habla, puso en circulación hace años la denominación ‘Commonwealth’ para hacer referencia a los Países Catalanes. Hacía una propuesta formulada en La ‘Commonwealth catalano-valenciana’, un libro de aquellos de cabecera con el que ganó el premio Ramon Trias Fargas de 2009, es decir, justo antes de que estallara el proceso independentista en Cataluña.

Boira, aunque sus inquietudes intelectuales y su encomiable compromiso social lo convierten en mucho más que eso, es esencialmente un geógrafo. Y los geógrafos tienen la manía de la paciencia. Los geógrafos suelen tener una conciencia del tiempo que abarca un periodo muy superior al que la biología nos confiere a los demás humanos. Porque ellos saben, sobre todo, qué es la persistencia. Hice varios cursos en la vieja Facultad de Geografía e Historia de Valencia y recuerdo perfectamente la frase sobrecogedora con que una profesora, con un poco de mala baba, nos recibió el primer día: «Que no les engañen los de sociales: la geografía perdura… » Sería profesora de natural o de algo así y supongo que por eso tiraba una piedra con mucha intención sobre sus colegas «de sociales», geógrafos o historiadores -que para el caso eran todo uno. El aviso era envenenado, pero he procurado tenerlo en cuenta. Porque es evidente que la acción humana cambia las cosas de un modo mucho más que notable, pero también es cierto -ya ver quién discute eso- que la consistencia de la geografía más básica, de la tierra, no se borra así como así.

Por eso los Países Catalanes, y el nombre no hace (toda) la cosa, vuelven siempre. De una manera o de otra, por un camino o por otro y a pesar de los intentos siempre tan bien trabajados de borrarlos, precisamente, del mapa.

Que ahora el president de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, y la presidenta del Govern Balear, Francina Armengol, se declaran partidarios de la ‘Commonwealth’, y partidarios entusiastas, no es, pues, ninguna noticia menor. Ya sé que, visto con la perspectiva política del día a día, es muy tentador reírse, limitarlo todo a una trampa contra el independentismo o resaltar la hipocresía personal: Puig, por ejemplo, quiere la Commonwealth, pero no quiere de ninguna manera que se vea TV3 en el País Valenciano… Sin embargo, a veces la pasión puede originar una gran ceguera.

En el Principado ahora no hay nadie en condiciones de librar esta batalla porque ya está en otra fase y sólo es cuestión de irse, de abandonar España tan deprisa como sea posible. Pero el debate y el combate debería interesar y debería interesar mucho. Tanto por patriotismo, si es que los irritados comisarios políticos que tenemos me permiten aún que usar la expresión, como por interés. Porque la reemergencia de los Países Catalanes, aunque sea como Commonwealth, implica al fin y al cabo dos cosas, ambas bastante interesantes: el retorno de la nación, en un momento en que han llegado a ser claros los límites del regionalismo mental y administrativo del montaje de Barcelona-Girona-Lleida-Tarragona, y también, al mismo tiempo, el debilitamiento visible de España, del proyecto de España. De una España que Puig y Armengol creen que todavía puede existir de otro modo pero que de Vinaròs hacia arriba -y de Vinaròs para abajo por poco que piensen- ya no tiene ningún tipo de credibilidad.

Que el debate crezca y se haga grande, muy grande, será muy útil para todos, de Salses a Guardamar y de Fraga a Maó. Que en Valencia y Palma se marque la Commonwealth como solución de los problemas que ha creado España en cada territorio es un inmenso paso adelante y una clarificación política monumental, viniendo de donde venimos: viniendo los Aznar, los Zaplana, los Mates y toda aquella tropa que quiso hacer de Valencia un distrito de Madrid, como quisiera Ábalos ahora. Que la cosa se articule tendrá, además, un efecto fabuloso, en Valencia, en Palma y Barcelona. En Barcelona también.

En Barcelona también, porque el president Puig y la presidenta Armengol, socialistas del PSOE ambos, sueñan con una Commonwealth que sirva instrumentalmente para equilibrar y compensar la voracidad madrileña, de este Madrid que ya se cree que es España él y punto. Pero, al hacerlo, los dos presidentes asumen -y nos envían el mensaje- que no se puede seguir viviendo dentro ‘esta’ España, la actual. Que ‘esta’ España de las autonomías y constitucional es una fuente de problemas y de malestar, no sólo nacionales, sino también sociales. Un imposible político. Y que no podemos, no pueden ellos como gobernantes, dar a nuestros ciudadanos la dignidad que se merecen siendo como somos prisioneros de este agujero negro que todo lo chupa, sin contemplaciones ni lealtad a nadie más que a si mismo. La Commonwealth, pues, se nos aparece como un antídoto magnífico, aquí y allí, contra el autonomismo, el perenne y el ‘neo’, y contra la pretensión de que se puede gobernar algo desde una triste gestoría subordinada que lleva el nombre de una institución medieval.

Es esto lo que me hace apreciar sobre todo que Puig y Armengol hayan llegado hasta aquí, hasta este punto. Aunque, haciéndolo, me encuentro obligado también a advertir, a advertirles, que esta Commonwealth no cabe dentro España. Y que intentar rehacer esta España y sustituirla por ‘otra’ España es un ejercicio irreal y condenado al fracaso. De entrada, y no es poco, porque ya se encargaron de escribir un artículo de su irreformable constitución que lo prohíbe, que prohíbe cualquier Commonwealth sobre el papel y que prohíbe muy en concreto la catalano-valenciana, como se ha demostrado históricamente. Pero después porque, en el fondo, el proyecto Commonwealth resalta la constancia de la geografía y recalca a la vez la incompatibilidad eterna que ha habido entre nuestras tierras y las de la meseta, entre nuestros intereses y los suyos. Incompatibilidad que no la soluciona quién gobierna o quién deja de gobernar en Madrid, como el president Puig creo que ya empieza a entender, visto que hace dos años que el partido de la Moncloa es el suyo y no hay ningún indicio de mejora de la financiación.

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