En una de sus charlas telefónicas con el enemigo, decía Gila: “¿Mi general? ¿Que si vienen a fusilarnos o vamos nosotros?” Esta semana hemos comprobado que las ocurrencias de Gila no caducan. No pasan de moda. En el Estado español la realidad siempre supera a la ficción; y el humor (negro, mal humor o el que avinagra) te lo sirven en bandeja.
El escritor Mario Vargas Llosa ha publicado un alegato en El País, ‘La lengua oculta’, en el que se queja de la flaqueza del español ante el avasallamiento de las lenguas locales, menores, periféricas (sic).
A la vez, Francisco Beca, general de aviación, ha ladrado que para salvar España habría que fusilar a veintiséis millones de hijos de puta. Se podría pensar que no es conveniente mezclar churras con merinas, y no es lo mismo un premio nobel que un zascandil con chorreras. Pero, si leemos las argumentaciones, descubrimos que el relato que las sustenta es similar en ambas.
El texto de Vargas Llosa ha despertado críticas por la peste de supremacismo que atufa. “Nuestra lengua es universal… Las otras, dialectos, vocabularios…” Me recuerda a Eduardo Galeano cuando explicaba el choque de civilizaciones: la mía es religión; la vuestra, superstición, superchería. Mi lengua es universal, la tuya, local, vocerío, algarabía.
“El español -sostiene Vargas Llosa- nos trajo a los hispanoamericanos Grecia y Roma, Shakespeare (…), las instituciones que determinaron el progreso y la modernidad, así como la filosofía que permitió acabar con la esclavitud, que determinó la igualdad entre las razas y las clases, los derechos humanos y, en nuestros días, la lucha contra la discriminación de la mujer”. Quizás se deja en el tintero el preservativo y los viajes a la Luna. El español es la varita mágica que todo lo arregla, aunque no sé si al hablar de la esclavitud y la discriminación de la mujer en Latinoamérica no se haya pasado de la coca; digo, de la raya.
Pero, admitiendo que el tufo supremacista de Vargas Llosa, peruano con aspiraciones de ascender a español, atosiga, si comparamos su argumentación con la del general Beca, observamos que el relato que le justifica se sostiene en la misma lógica.
En efecto, explica, “el castellano o español reemplazó a las mil quinientas (que algunos lingüistas extienden hasta cuatro o cinco mil) lenguas, dialectos y vocabularios que hablaban en América del Sur…. Como no se entendían, vivieron muchos siglos entregados al pasatiempo de entrematarse”.
Es la misma casuística. Una lengua grande, imperial, “universal”, puede exterminar (perdón, reemplazar) mil quinientas, cinco mil, las lenguas que haga falta; con la argumentación de que no hacen otra cosa que inducir a sus tribus, clanes, chusma en resumen, a entrematarse.
Hay que salvarlos de ellos mismos. Su cultura (una lengua es una cultura, nos dice Vargas Llosa) no entiende a Shakespeare, es primitiva, mortífera, no está a la altura de lo universal (adjetivo que repite en cada párrafo, hasta la náusea).
¿A quién no le recuerda este argumentario a las justificaciones de la conquista de Navarra, desde la época de Fernando de Trastámara, que ‘tuvo que’ intervenir y conquistar el reino pirenaico porque entre agramonteses y beamonteses no hacían otra cosa que entrematarse? Siempre los reyes hispanos emprendieron sus conquistas por altruismo, para salvar a otras naciones de ellas mismas; de su herencia cainita. No por el poder y la rapiña. Y luego, como bien explica el peruano, para más gloria les llevaron Grecia y Roma, la paz, el progreso económico y la filosofía antiesclavista. (Aunque la esclavitud perduró en Latinoamérica hasta la independencia de Cuba, por lo menos. ¡Hasta que echaron a los españoles, vamos! Cánovas del Castillo era esclavista).
El supremacismo moral de esta argumentación hispánica se desliza entre líneas. Como no podía ser menos en estos relatos que sacan a colación a ETA, venga o no a cuento, las políticas educativas que debilitan el español y que Vargas Llosa critica se impregnan con el apoyo de Bildu, continuación de ETA (sic), la organización terrorista que asesinó a 900 personas. Eso sí, contrasta este toque de trementina con la ligereza con que se despacha el genocidio americano: “Murieron por la espada y la pólvora muchos indios”. ETA terrorista asesina; pero en la conquista de América los indiecitos se mueren solos. Esto recuerda también a las noticias de prensa en las que las mujeres fallecen (de muerte natural) después de que su agresor les propinara decenas de cuchilladas. ¡Vaya con el Vargas Llosa!
En el artículo de El País, y en las baladronadas tuiteras de Francisco Beca, la mentalidad es paralela. El relato de sus querencias y malquerencias recorre los mismos vericuetos mentales. El imperio se hunde; la lengua se pierde; la gloria, la grandeza… Si para salvar la universalidad de España hay que fusilar a veintiséis millones de españoles, o aniquilar cinco mil culturas, cinco mil idiomas, pues se hace. El bien de España es supremo, por encima de bagatelas como pueblos, libertades, incluso millones de vidas. El ser más y tener más fuerza les legitima.
El teléfono de Gila lo cuenta como chiste; como disparate y situación insólita. Pero Beca y Vargas Llosa piensan en serio que la razón de ser de los imperios está en reemplazar lenguas, borrar derechos, exterminar culturas; y que los pueblos del mundo esperan que les fusilen y hacen cola.