Este miércoles 2 de diciembre, los presidents Puigdemont y Torra, injustamente despojados de su cargo, han vuelto a la Generalitat. Y lo han hecho para presentar tres títulos que la editorial Tres i Quatre dedica a textos de Ramon Barnils, Xavier Vinader y Joan Fuster, junto con los prologuistas y epiloguistes de las obras. En mi caso, el prólogo al libro de Joan Fuster. Los textos más comprometidos con la causa lingüística, cultural y nacional catalana salen ahora bajo el título ‘Escritos de combate’ (1962-1983)’, por más que todos los escritos de Fuster lo sean, incluidos los que no lo parecen.
En 1944 publica, en Las Provincias, ‘Veinticinco años de poesía valenciana’, su primer texto público en catalán. Tiene 22 años. Más adelante colabora a Levante-EMV, Destino, El Correo Catalán, La Vanguardia y en las publicaciones mexicanas de exilio Puente Azul y, antes, Nuestra Revista, donde en 1950 aparece ‘Valencia en la integración de Cataluña¡, artículo muy significativo por contenido y por el título. A los 32 años, con ‘El descrédito de la realidad’, editado por Francisco de B.Moll, se estrena como ensayista.
La lectura de los ‘Escritos de combate’ permite constatar la vigencia de los postulados defendidos, el agravamiento actual de los peligros presentes ya muchos años atrás y el carácter estimulante de la frescura mordaz de su estilo personal. ‘Cuestión de nombres’ pronto hará seis décadas que apareció, justamente, en 1962, año en que también ven la luz otros títulos como ‘Nosotros, los valencianos’ y ‘El País Valenciano’. Se trata de obras maduras, por la originalidad del análisis y la novedad del enfoque, pero no de obras de madurez para la edad, ya que Fuster tiene entonces, sólo, 40 años.
‘Cuestión de nombres’, un tratado breve, pero de consecuencias fundamentales en la toma de conciencia nacional de los Países Catalanes, ganó un premio en el concurso literario convocado por la entidad La Defensa Agraria de La Selva del Camp y fue publicado por las Ediciones de Aportaciò Catalana, de Joan Ballester Canals. El opúsculo, de tan sólo 13 páginas de texto, con el mapa de los Países Catalanes en la cubierta y del que conservo un ejemplar de la primera edición como una reliquia, comprado cuando tenía dieciocho años en la librería Pùblia de Joan Ballester, se ha convertido en un verdadero referente imprescindible en nuestra bibliografía nacional.
Cuando Fuster habla de que valencianos y mallorquines, siglos atrás, «empezaron a incubar un amor propio regional, y el mismo Principado se confeccionó el suyo. Las organizaciones« ‘estatales’ distintas lo fomentaban», he pensado en la función disgregadora que el Estado español de las autonomías ha tenido en el caso de Cataluña, las Islas Baleares y el País Valenciano, con respecto al debilitamiento de los elementos comunes y vínculos compartidos y en su distanciamiento institucional y político. De hecho, tanto la constitución española republicana de 1931, como la monárquica de 1978 establecieron la prohibición de federación de comunidades autónomas, disposición legal pensada exclusivamente para los Países Catalanes, ya que la misma Constitución, en vigor actualmente, prevé la integración de Navarra en el País Vasco, si así es decidido por los ciudadanos en un referéndum. Fuster reconoce nuestros propios particularismos, nuestros matices regionales de perfil decidido, convencido como está de que la «‘unidad’ que somos abraza y tolera una pluralidad perceptible».
Uno de los textos más combativos es ‘El blau en la senyera’ (‘El azul en la senyera’) (1977), en el que censura a aquellos que «tienen vocación de arrodillados» y que coinciden, de hecho, con «los que no quieren que los valencianos seamos, de entrada, «valencianos»». Aquí, afirma, en relación con el País Valenciano y Cataluña, que la bandera «no es que sea igual, es la misma», insistiendo en que «cualquier «reivindicación valenciana», y «nacional», posible, pasa por el camino de unos Países Catalanes convergentes, cada uno de ellos partiendo de su especificidad».
En el tercer texto, ‘Ahora o nunca’ (1981), alerta de la sustitución del catalán por el castellano, tanto por lo que J.Benet llamó «intento de genocidio lingüístico», así como por el suicidio lingüístico inconsciente que protagonizan tantos catalanohablantes, lo que define como «una obsequiosa predisposición indígena, estimulada por razones políticas», práctica de una actualidad rigurosa.
Y, como si nos viera hoy, incluso en sectores que se definen «independentistas», denuncia que si «los Países Catalanes, el idioma fuera fácilmente extirpable -como una muela deteriorada-, la «clase política» habría optado por extirparla. La lengua es incómoda, para los unos y para los otros».
En ‘País Valenciano, ¿por qué?’ hace una defensa brillante del término País Valenciano», Como una solución «regional» y de cara a las veleidades segregacionistas de las «provincias» y las de los más partidarios de ‘Levante’, la ‘Región’ o el ‘Reino’. Esta fórmula subraya la sustancia del territorio valenciano como «País», por lo que incomoda tanto a sus adversarios, «sin las connotaciones arcaicas del «reino», ni las despectivas de «región»», ni, mucho menos la «imbecilidad» de la denominación oficial actual de «Comunidad Valenciana», como reconocía Emilio Attard, su artífice. Llegados aquí, tal vez sea la hora de preguntarse sobre las razones de la intensidad del suicidio, por parte de elementos endógenos, al aceptar, precisamente, como oficiales y normales, el nombre del país de los valencianos, la denominación de la lengua y los colores de la bandera defendidos, justamente, por los que son radicalmente contrarios a su uso, existencia y exhibición.
En ‘Cultura nacional y culturas regionales en los Países Catalanes¡ (1983), Fuster dice que los límites nacionales de una cultura nacional vienen definidos por la lengua, también en el caso de los Países Catalanes, y confiesa que «Aunque no me guste hablar de «patrias», podemos decir que, para nosotros, nuestra patria es nuestra lengua «y que» sólo es «nacional» lo que abarca a todos los «Países Catalanes». Fuster fue un intelectual sólido, poliédrico, europeo, un ciudadano transgresor del orden mental establecido, de una vastedad cultural enorme y de una firmeza de reflexión verdaderamente colosal.
La robustez de pensamiento, la originalidad expresiva y de análisis y su atractivo intelectual hacen de Fuster el personaje más destacado y con una influencia más grande, que aún perdura, sobre los sectores intelectuales, cívicos y políticos, básicamente progresistas, pero no exclusivamente, no a nivel regional, de aquí arriba, de allí bajo o de mar adentro, sino a nivel nacional de todos los Países Catalanes. Las mujeres fusterianas que se reivindican en un libro y el hecho de que su nombre honre espacios públicos en los Países Catalanes son la evidencia esperanzada que el combate de Fuster por la cultura, la libertad y la dignidad continúa vivo. Y su influencia intelectual y cívica, también.
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