Las torturas de la operación Garzón, de hace 25 años, contadas en primera persona

Ofrecemos los relatos en primera persona que hicieron algunos de los detenidos de la operación Garzón en 1992
VILAWEB

El 29 de junio de 1992 comenzó la llamada ‘operación Garzón’ contra personas relacionadas con el movimiento independentista, por presunta pertenencia a Terra Lliure. Ese día se hicieron las primeras siete detenciones, por orden de Baltasar Garzón, que en aquel momento era juez de la Audiencia española. La operación, que se acabó con una cuarentena de detenidos, se preparaba desde hacía dos años y pretendía desactivar el movimiento durante los Juegos Olímpicos que se hicieron aquel verano en Barcelona.

Se hicieron detenciones en varios lugares de Cataluña y el País Valenciano. Se registraron las sedes del Movimiento de Defensa de la Tierra (MDT) en Barcelona y del semanario el Temps, en Valencia. Treinta personas fueron detenidas antes del comienzo de los Juegos y las ocho restantes después de la clausura. Afectaron a miembros activos de la organización armada, pero también periodistas del diario el Punt y el Temps, militantes de organizaciones políticas como el MDT, los Comités de Solidaridad con los Patriotas Catalanes, EDsquerra Republicana, el Partido Comunista de Cataluña y el grupo ecologista Alternativa Verde.

Torturas

El juez Baltasar Garzón aprobó la incomunicación de veinticinco de los detenidos, diecisiete de los cuales denunciaron haber sido víctimas de torturas. Garzón les menospreció y dio validez a las declaraciones hechas bajo tortura.

Con esta operación, Garzón vulneró los derechos humanos, tal como sentenció (1) el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos de Estrasburgo doce años después, cuando condenó al Estado español por haber violado el artículo número 2 de la Convención contra la Tortura por el hecho de haberse negado a investigar las denuncias por malos tratos, a pesar de las evidencias existentes.

Las torturas, en primera persona

A continuación les ofrecemos los testimonios directos de los detenidos que denunciaron torturas. Son textos recogidos por la Asociación Memoria Contra la Tortura (2).

Marcel Dalmau i Brunet

«Las amenazas, torturas y vejaciones de todo tipo me las produjeron en la ‘Dirección General de la Guardia Civil’ de Madrid. En el cuartel de Girona, a pesar del clima de intimidación que reinaba, me trataron con una cierta corrección.

Entré en la ‘Dirección General’ el domingo día 5 de julio en la madrugada. Me sacaron para llevarme al hospital la madrugada siguiente. Las sesiones de tortura a que me sometieron consistieron básicamente a hacerme estar horas y horas de rodillas sobre el suelo donde había una especie de astillas que se me clavaban en la carne. A raíz de esto se me arranca la piel de las rodillas. Me colocaron las manos en la espalda y una bolsa de plástico en la cabeza que uno o dos torturadores me iban apretando alrededor del cuello produciéndome una angustiosa asfixia. Mientras tanto, otros torturadores, de cinco a ocho, me golpeaban fuertemente por todo el cuerpo (en la cabeza, el vientre, los testículos…). Eran patadas, puñetazos y también golpes con objetos, con un libro. Es decir, mientras me ahogaban con la bolsa de plástico recibía una verdadera lluvia de golpes y de gritos. Entre los gritos había constantes insultos contra Cataluña y las catalanas y catalanes de un contenido racista y machista. Durante la tortura la cabeza me quedaba anegada de sudor. A veces me echaban humo a la bolsa antes de apretarla, también quemaban con un cigarrillo el extremo interior de la bolsa para que aspirara el humo del plástico quemado. Esta tortura me la infligieron repetidamente a lo largo de sesiones interminables.

El mismo terror que provoca escuchar a unos agentes que gozan asfixiándote y golpeándote forma parte de esta tortura. También me obligaron a ponerme en los testículos un hilo eléctrico que tenía tres terminaciones. Estuvieron una larguísima rato intimidándome y diciéndome tonterías de contenido sádico alrededor de temas sexuales. Durante esta tortura las vejaciones de todo tipo y el terror fueron interminables, permitanme que me ahorre de describirlas con más detalle porque al recordarlo se me reproducen los efectos de esta experiencia terrible.

Entre sesión y sesión, cuando paraban para descansar, me encerraban en una celda. Estos intervalos no pasaban nunca de los veinte minutos.

Tras la última sesión de tortura antes de que intentara suicidarme me dijeron que la Carme, mi compañera, también estaba detenida y que la llevaban hacia Madrid, y que podría escuchar sus gritos en ‘sonido estéreo’ cuando la torturaran tal como habían hecho conmigo. Si bien yo ya hacía horas que estaba destrozado, eso me dejó absolutamente abatido. Con todo lo que me habían hecho y me hacían yo no tenía ninguna duda sobre la veracidad de sus intenciones.

Al cabo de un rato de estar en la celda, debido al estado en que me encontraba y con una perspectiva inmediata aún más horrible y monstruosa, me vi empujado al suicidio. Nunca en mi vida había pensado en suicidarme, pero aquí se me presentó como una necesidad (no podía) y como una respuesta a tanta crueldad y vejación. Como no tenía nada con que suicidarme me tiré corriendo de cabeza contra la pared. Quedé inmóvil en el suelo, con la cabeza que me daba vueltas. Me encontraba semi-inconsciente. Seguidamente entraron un puñado de guardias civiles muy asustados. Uno de ellos me largó una serie de patadas, sus colegas le detuvieron. Yo no me podía mover. Estaban muy nerviosos, no sabían qué hacer. Yo perdí el conocimiento. Me llevaron a un hospital. Los agentes que allí me custodiaban se portaron con corrección. Yo estaba muy desorientado. Pensaba en Carme, pero ninguno de los vigilantes sabía o no quería decirme nada sobre ella. En el hospital tuve una visita relámpago de un individuo que profirió amenazas contra mí y mi familia si osaba hablar de las torturas, recordándome incluso que yo ya sabía ‘qué’ tenía que declarar. Y que si no decía lo que ellos querían que dijera, todo lo que había pasado no sería nada comparado con lo que me pasaría a mí, a Carme y a mi familia.

Bien entrado el atardecer se presentaron media docena de guardias civiles en la habitación del hospital, donde ya había dos con una máquina de escribir y un abogado de oficio que prácticamente ni me hizo caso. Me tomaron declaración desde la cama, y al día siguiente por la mañana, cuando todavía me sentía aturdido y mareado y tenía serias dificultades para desplazarme, me llevaron a declarar a la Audiencia Nacional. Durante el trayecto pregunté por Carme pero nadie me dio ninguna explicación. Pensaba lo peor. Relacioné su suerte con las amenazas que había recibido en el hospital.

Ya para terminar, y debido a las amenazas recibidas de forma repetida e insistente por parte de funcionarios del Estado español, responsabilizo el ministro español del Interior y a la ‘Dirección General de la Guardia Civil’ de cualquier daño o agresión que reciba mi mujer, cualquier miembro de mi familia o yo mismo».

Xavier Ros

«Miembros de la Guardia Civil me cogieron el día 7 de julio hacia las 8 y media la noche saliendo de casa. Me llevaron a Girona. Durante el trayecto me golpearon la cara y la nuca mientras me hacían preguntas. En Girona, en el cuartel me hicieron desnudar, me pusieron de cara a la pared y me dieron golpes. Me hicieron caer y en tierra siguieron golpeándome. Al día siguiente, muy temprano, empiezan a insultarme, me ponen en una celda, me cubren con una manta para evitar que los golpes dejen señales, me hacen arrodillar y me golpean en la cabeza, en la nuca, al espalda, en el estómago y las piernas mucho más intensamente que el día anterior. Me preguntan por un ‘zulo’. Para detener la lluvia de golpes les digo que les voy a llevar a un sitio del monte. Excavan unas cuantas horas y no aparece nada. Me amenazan de muerte con una pistola. Volvemos a Girona y se pasan el viaje golpeándome. El mismo día me llevan a Madrid, llegamos de madrugada. Después del desayuno me ponen en una celda de cara a la pared. Sesión de preguntas y puñetazos durante toda la mañana. Por la tarde me pusieron una bolsa de plástico en la cabeza dos veces para provocarme la asfixia. Me golpearon repetidamente con una especie de porra de plástico en la espalda, cabeza y nuca.

Me hicieron estar unas cuantas horas tieso en la celda, debido al cansancio me dormí y como castigo por haberme dormido me golpearon con una porra en la espalda durante un buen rato.

Al día siguiente, se repiten todas las torturas antes mencionadas. Me hacen hacer flexiones y me amenazan con aplicarme la ‘máquina’. Todo ello con gritos e insultos personales y contra Cataluña, y con amenazas contra mi familia.

Durante el interrogatorio me decían lo que tenía que declarar. Me hacían aprender de memoria la respuesta que ellos habían elegido y me la hacían repetir varias veces. Me decían que si no respondía lo que ellos me decían, me irían torturando.

En la Audiencia Nacional, antes de declarar ante el juez se me permitió hablar con el abogado. El abogado me dijo que firmara todo lo que la Guardia Civil me había hecho decir mediante las torturas. Me aseguró que el juez le había dicho que firmando aquella declaración me dejaría en libertad bajo fianza, como así fue.

Xavier Ros, 29 de julio de 1992»

Xavier Puigdemont

«Me cogieron hacia las seis de la tarde del día 7 de julio en mi puesto de trabajo. Me llevaron al cuartel de Girona. Me insultaron y me dieron unas cuantas collejas, pero nada grave.

Me llevaron a Madrid. Llegamos a la madrugada. Durante los interrogatorios me taparon los ojos con una especie de cinta de plástico. Me hacían poner tieso de cara a la pared y me hacían preguntas mientras me iban golpeando por todo el cuerpo.

Me amenazaron con la aplicación de electrodos. A esta tortura le llamaban la máquina. Yo les dije que padecía asma, pero ellos se rieron. Me dijeron que el forense les había dicho que yo podía resistir 3600 W y que, si no lo soportaba, la culpa no era suya, sino del médico forense por no asesorarles lo bastante bien. Sus comentarios eran de un gran cinismo sádico. Yo estaba atemorizado. Me pusieron una clase de objetos en las manos, como unas varillas. No puedo precisarlo mejor porque continuaba con los ojos tapados. Mientras yo tenía en las manos aquellos objetos ellos discutían sobre si bajar o no bajar la palanca. Yo estaba aterrorizado. Me querían dar a entender que discutían sobre la posibilidad de electrocutarme.

Me amenazaron con hacerme la bañera. Ya me llevaban a hacerme la tortura pero de repente apareció el agente ‘bueno’ y se lo impidió. Me hicieron escuchar las voces de mis compañeros detenidos.

Me pusieron dos veces la bolsa de plástico en la cabeza. La segunda vez apretaron muy fuerte mientras me iban golpeando de forma ininterrumpida por todo el cuerpo.

Durante los días que duró la detención no comí ni dormí. Adelgacé siete kilos. Nunca en mi vida había sentido tanto terror. Durante la declaración firmé todo lo que ellos me dijeron ante el miedo de que se repitieran las torturas. Me dijeron que como yo tenía un historial limpio no debía preocuparme, que, si firmaba, podría salir.

Xavier Puigdemont, Girona, 29 de julio de 1992»

Xavier Alemany

«Me cogieron en l’Estartit a las 5 de la tarde del día 7 de julio. Me llevaron al cuartel de la Guardia Civil de l’Estartit. Unos agentes me golpearon mientras me preguntaban por un escondite de armamento. Me pusieron una especie de pasamontañas que me tapaba los ojos. Al cabo de un rato me llevaron a Girona. Durante el viaje me amenazaron con parar el coche y ‘escarmentarme’. En Girona, en el cuartel, no me agredieron físicamente.

En Madrid, a la madrugada, poco después de llegar, pedí poder ir al retrete, me condujeron y una vez dentro no me dejaron orinar. Me hicieron hacer flexiones durante mucho rato en medio de los excrementos y los orines. Por la mañana fue el primer interrogatorio, me decían que reconociera todo lo que ellos iban diciendo. Yo me negaba porque era mentira. Ellos me iban golpeando en la espalda, en la cabeza, en la nuca y en las piernas. La sesión duró toda la mañana. Me amenazaron con ponerme corrientes eléctricas. Por la tarde, me pusieron una bolsa de plástico en la cabeza dos veces. Me echaban humo de cigarrillo dentro de la bolsa para aumentar la sensación de asfixia. La primera vez que me pusieron la bolsa estuve a punto de perder el conocimiento.

Al día siguiente me golpearon con un objeto que parecía una guía de teléfonos enrollada, en forma de tubo. Me hicieron arrodillar y me colocaron los dedos de los pies de forma que no pudiera apoyar el peso del cuerpo en el pie, sino que todo cayera en las rodillas. Mientras estaba de rodillas me golpearon mucho rato por todo el cuerpo. Los insultos, las amenazas, las coacciones se repitieron una y otra vez.

Al día siguiente firmé la declaración. La Guardia Civil me obligó a repetir lo que ellos habían decidido que dijera bajo amenaza de nuevas torturas.

Xavier Alemany, Girona, 29 de julio de 1992»

Eduard López

«Me detuvieron el lunes día 6 de julio -aproximadamente a las once y media de la noche- y trasladado con los ojos tapados a un cuartel de la Guardia Civil del que en ningún momento llegaré a conocer ni siquiera la ubicación. Al momento de la detención, realizada en el portal de casa cuando bajé reclamado por el interfono para ver una supuesta ‘amiga de Vic’, me echan una chaqueta por la cabeza, me meten en un coche y no se me revelan los motivos de mi arresto -me dicen ‘Sabes a qué venimos, ¿verdad?’-. Sólo cuando llego a la sala de interrogatorios, se me informa de que estoy detenido por mi supuesta relación con Terra Lliure y se me leen los derechos. Firmo un documento en este sentido.

En la primera noche de interrogatorios voy recibiendo los primeros golpes de mano en la nuca y alguna esporádica patada. Me hacen estar constantemente de pie, con los ojos vendados y de cara a la pared. Hasta la llegada de la mañana -lo identifico por los primeros pájaros- no se me permite sentarme.

Empiezo a escuchar el ruido de guardias que se incorporan al trabajo. Los interrogatorios se endurecen. Aumentan los golpes. Identifico una persona como máximo responsable de mi interrogatorio. Cuando quiere, habla en catalán -con un fuerte acento castellano aunque me prohíbe la utilización de este idioma.-‘Aquí hay gente que no lo entiende’-. Él mismo se encarga de darme puñetazos en los riñones y de incitarme a ‘confesar’ cuando me empiezan a aplicar lo que ellos califican de ‘máquina de pensar’ -una bolsa de plástico colocada en la cabeza que impide respirar y acaba por provocar ahogo.

Me amenazan con hacer ‘la bañera’ y de meter mi cabeza en una taza de inodoro. Durante mi estancia en Barcelona no me permiten dormir ni me dan nada para comer. Esporádicamente -‘si me porto bién’- me dejan beber algún vaso de agua. Me llevan al baño dos veces: la primera la mañana del martes y la segunda por la tarde, poco antes de ser trasladado a Madrid.

El traslado a Madrid se efectúa con un furgón. Durante todo el viaje voy esposado y con los ojos tapados. Me parece, -no lo podría asegurar que somos tres los detenidos que somos trasladados. El furgón toma una gran velocidad e incluso tengo miedo de que se pueda producir un accidente.

Llegamos a Madrid. Me dejan en una celda sin luz y con un camastro con dos mantas. Escucho gritos aterradores procedentes del piso de arriba. Enseguida me llevan a interrogar. Comienza un verdadero calvario. Me aplican una bolsa de plástico en la cabeza y, al ahogarme, me la arranco con cierta violencia. Enfurecidos me esposan las manos detrás y me la siguen aplicando. Me hacen poner de rodillas -uno de ellos se me sienta encima- con más bolsas en la cabeza y con una continua lluvia de golpes en la cabeza. Me dan patadas y puñetazos. Lucho y consigo incorporarme mínimamente varias veces. Me amenazan con aplicarme electricidad si no ‘colaboro’ y al mismo tiempo uno de ellos recorre mis brazos con la punta de los dedos. Ignoro durante cuánto tiempo se prolonga la sesión. Identifico al guardia que sabe hablar catalán como la persona que lleva la voz cantante. Es él quien da la orden de que me dejen sentarme en una silla y me pregunta si quiero un vaso de agua. Cuando me bajan de nuevo a la celda me hacen estar de pie de cara a la pared. Tengo mucho sueño y me parece desfallecer. De vez en cuando los guardias abren la rejilla de la puerta de la celda para comprobar que no haya caído en la tentación de tumbarme en el camastro.

El resto de interrogatorios -efectuados por el que habla catalán acompañado de un chico más joven- serán un constante ‘repaso de cara al examen’ a partir de las falsedades que me hacen decir en este primer interrogatorio. Me intimidan con el ruido producido por bolsas de plástico y continúa, aunque no con un ritmo tan intenso, la lluvia de golpes en la cabeza.

Al cabo de unas horas del primer interrogatorio me hacen pasar a una habitación donde una mujer se me identifica con un carnet del Colegio de Forenses de Madrid. Previamente me han retirado la venda de los ojos. Me pregunta si me medico, si tengo enfermedades contagiosas, etc. Me hace una revisión y comprueba que tengo una herida en la rodilla. Toma nota de ello, pero, aunque le niego que mi detención haya sido violenta, no me pregunta cómo se ha producido la herida. Al preguntarme cuál es el trato que estoy recibiendo de la Guardia Civil me encojo de hombros y la miro a los ojos. Ella baja los suyos. Como despedida me recomienda que, a pesar del mal trago, no deje de comer. Según ella, me conviene.

Poco después llega la ‘cena’. Es la primera cosa que puedo comer desde el inicio de la detención. A partir de entonces la cuestión culinaria se irá normalizando.

El jueves por la mañana, un guardia entra en la celda y me hace firmar un papel del juez según el cual se me prorroga el aislamiento durante 48 horas más.

Mis interrogadores me advierten que pronto me harán subir a hablar con ‘unos amigos suyos’. Parece que se refieren a mi futura declaración policial. En el último interrogatorio ya no asiste el que sabe hablar catalán. Me lo hace el que parece más joven.

La madrugada del jueves al viernes me hacen subir a declarar. Toman un camino distinto del que conduce a la habitación donde suelen interrogarme. Encuentro un escribiente, un guardia de paisano que me hace las preguntas y, sentada a mi izquierda una mujer que no dice nada. Cuando pregunto quién es, el guardia me enseña un carné que la identifica como abogada del Colegio de Madrid.

Me dicen si quiero declarar. No sé qué hacer y tengo miedo. Respondo que sí. Mientras declaro se sienten gemidos procedentes de una habitación cercana. La abogada no dice ni pío. El que me pregunta se levanta y abre la puerta del pasillo, dice que hace mucho calor y que quiere que corra el aire… Al cabo de un rato le reclaman fuera, desaparece y cuando retorna me formula una nueva pregunta. Termino para declarar sustancialmente lo que mis dos ‘instructores’ me exigían.

Al día siguiente me llevan a la Audiencia. Hacia el mediodía paso al despacho del juez. Me hace las preguntas a partir de mi declaración policial. Niego la parte más patentemente falsa y, aunque quisiera matizar un poco algún otro aspecto de mi declaración, no quiero pasar por mentiroso y ‘vivales’ ante el juez. Me da mucho respeto. Denuncio las torturas a las que he sido sometido y toma nota. Previamente, cuando estaba en la celda de la Audiencia, un forense ha tomado nota de mi herida en la rodilla y le he explicado su origen.

Barcelona, 13 de julio de 1992»

Vicent Conca

«Me llamo Vicent Conca i Ferràs, soy militante del MDT desde hace años. El pasado 1 de julio de 1992 fui detenido hacia las 8 de la tarde en la sede del MDT de Barcelona. Me detuvo la Guardia Civil, la que me trasladó a una de sus comandancias de Barcelona o cercanías. No puedo saber cuál era porque tenía los ojos tapados o vendados. Al día siguiente me condujeron en coche hacia Madrid, pero tampoco sé exactamente a qué lugar. En este lugar permanecimos hasta nuestra declaración ante el juez de la Audiencia Nacional.

Durante todo el periodo de detención, casi cuatro días, estuve incomunicado y no tuve ninguna posibilidad de contactar con un familiar o abogado. Esto permitió que la Guardia Civil actuara con toda impunidad y me sometiera a todo tipo de torturas, amenazas, presiones y humillaciones.

A continuación detallaré estos hechos para que todo el mundo se haga cargo:

Fui interrogado constantemente durante casi tres días. En estos interrogatorios no pude ver quién me torturaba porque siempre tenía los ojos tapados con una venda o con mis manos. Durante estas sesiones pude oír los gritos de mis compañeros, que estaban siendo torturados en habitaciones contiguas.

Los golpes efectuados con las manos afectaron a mi cabeza, el cuello y la espalda (la parte superior). Estos golpes fueron constantes durante los interrogatorios y sólo se acabaron cuando declaré ante la Guardia Civil. Los agentes que me golpeaban podían ser uno o, como solía suceder, tres o cuatro a la vez.

Durante un día (el primero de mi detención) no dormí ni comí. Otra noche, la tercera, me despertaban continuamente y me obligaban a ponerme de pie o hacer flexiones. La segunda noche dormí pocas horas, aunque no me rompieron el sueño. Sólo la cuarta noche, la del sábado al domingo, me dejaron tranquilo, ya que había declarado lo que ellos querían.

En los intervalos que había entre un interrogatorio y otro, me forzaban a estar de pie y, a veces, a hacer flexiones. Todo ello impedía que durante el día pudiera descansar.

Se me aplicó numerosas veces el método de la bolsa para provocarme la asfixia. Las bolsas, seguramente de basura, cubrían mi cabeza y la parte superior de mi cuerpo; sólo en alguna ocasión hicieron uso de una bolsa que cubría prácticamente todo mi cuerpo. Este sistema de tortura iba acompañado de golpes en el cuello, en la cabeza y también, aunque menos, de golpes en el estómago.

En tres ocasiones me sumergieron todo la cabeza en agua para ahogarme. No pude ver dónde estaba el agua porque me tapaban los ojos. Este método era llamado por ellos como ‘la bañera’.

Me pusieron un revólver varias veces (en la cabeza y la boca) amenazándome incluso con matarme si no respondía lo que ellos querían. Igualmente me amenazaron con llevarme a una monte y matarme. Asegurando que esto ya había pasado muchas veces y nadie se enteraba.

Otros tipos de amenazas fueron la de torturar y agredir sexualmente a mi compañera, de quien afirmaban que también estaba detenida; la de torturar aún más a mis compañeros detenidos; y la de hacerme tragar agua mediante un tubo hasta ahogarme.

Antes de la declaración ante la Guardia Civil realizada el sábado día 4 por la tarde, me advierten que si no respondía lo que ellos me habían dicho o no firmaba la declaración, volverían a torturarme y repetirían el proceso tantas veces como fuera necesario. Quiero mencionar el hecho de que el abogado de oficio ante el que declaré ese día y con el que no pude hablar afirmó dos o tres veces que yo tenía mala cara. Sin embargo quiero resaltar la relativa indiferencia de los dos abogados de oficio que me asistieron, uno en la declaración y el otro en la identificación de fotos.

El domingo por la mañana, un guardia civil nos dijo desde el pasillo de las celdas que, si denunciábamos torturas, ya nos encontraríamos algún día en la calle y nos podría ocurrir algún accidente.

Los insultos (marcadamente machistas, en muchos casos) contra mi persona, mi compañera, mi ideología, el pueblo catalán y sus símbolos fueron constantes durante todo el período de mi detención. Por otra parte, se me forzó a gritar consignas como ‘Viva España’, ‘Viva la Guardia Civil’ o a contar en voz alta hasta cien en español.

Para terminar esta enumeración. Me interesa resaltar el interés que mostró la Guardia Civil por detener y, sobre todo, a torturar a Carles Castellanos. Las alusiones que hacían al mismo los agentes eran constantes y reiterativas.

Quiero insistir en que las torturas físicas cesaron prácticamente una vez hice la declaración policial, el sábado día 4 por la tarde, es decir, una vez habían conseguido una declaración autoinculpatoria. A partir de este momento los malos tratos quedaron reducidos a amenazas, insultos y vejaciones.

Por todo ello, la declaración que hice ante la Guardia Civil no tiene ninguna validez y sólo me ratifico en la que efectué en la Audiencia Nacional. Un Estado que necesita sistemáticamente la tortura para eliminar lo que considera sus enemigos políticos no puede ser considerado democrático.

Alcalá-Meco 14 de julio de 1992»

Jaume Oliveras

«Fui detenido por dos personas, una de ellas apuntándome con una pistola, a las seis y media de la tarde del miércoles día 1 de julio de 1992 cuando salía del local de la Ronda de Sant Pere; me hicieron subir a un coche identificándose posteriormente como miembros de la Guardia Civil y diciéndome que estaba bajo la ley antiterrorista por ser acusado de pertenecer a Terra Lliure.

Durante el trayecto hasta el cuartel de la Guardia Civil fui recibiendo continuos golpes en la cabeza; debiendo mantener los ojos cerrados y la cabeza entre las rodillas, con las manos esposadas. Estuve largo rato en una habitación; enseguida expuse mis problemas respiratorios porque sufro de asma.

Después me llevaron a otra habitación donde ya comenzaron los interrogatorios. Me llevaron los dos sprays que necesito para el asma; pero previamente noté que se dedicaron a vaciarlos por el ruido que escuchaba. Siempre con una capucha y un trozo de bolsa de basura con cello en los ojos y las manos esposadas. En Barcelona me amenazaron con hacerme la bañera varias veces.

En la madrugada me subieron en un coche y me trasladaron a Madrid, pasando el trayecto esposado y la cabeza y los ojos tapados. Creo que, aproximadamente, hacia mediodía llegué al cuartel de Madrid y allí pasé la noche del jueves, viernes y sábado.

En Madrid, los maltratos y amenazas fueron continuados. Nada más llegar ya comenzaron los numerosos interrogatorios y de vez en cuando me encerraban en una celda. Hasta el sábado por la madrugada no me dejaron estirarme un rato un poco largo y estuve casi siempre de pie y con los ojos tapados. Continuamente era trasladado de la celda a diferentes habitaciones donde era interrogado.

Aparte de este cansancio y presión psicológica recibí golpes en la cabeza, en la nuca, el hombro y la espalda de una forma continuada. A pesar de que cuando estaba en celda y lo pedía, me daban los medicamentos para el asma; de nada me sirvió porque me hicieron la ‘bolsa’ unas cuantas veces. Metiéndome una o dos bolsas a la vez y dejándome sin respiración y en alguna de las ocasiones introduciéndome humo del tabaco por dentro.

Estuvieron a punto en bastantes ocasiones de hacerme la bañera, llegando sólo a echarme agua por encima. Una noche también fui amenazado con los electrodos, paseándomelos por la cara y mostrándome una silla con ruedas donde me habían de atar con una bolsa en la cabeza para empezar a darme golpes. Psicológicamente quedé destrozado, sintiéndome como un vegetal. Me amenazaron que si no decía lo que ellos querían no les costaría nada tirarme al puerto de El Masnou para ahogarme. También amenazaron e insultaron a mi compañera, amenazándome con su detención y queriéndola implicar.

Manifestaron su especial interés en torturar a Carles Castellanos; haciéndome repetir que yo era su mano derecha. Las dos declaraciones policiales que tuve que hacer y firmar fueron una auténtica farsa. Antes de hacerlas me las hacían ensayar cuatro o cinco veces y si no lo hacía bien como ellos querían, me volverían a bajar para interrogarme.

La primera declaración fue el sábado por la tarde y antes de hacerla ya me comunicaron que tenía una prórroga de 24 horas de incomunicación; por lo tanto tenía que volver abajo a la celda. El domingo por la mañana hice la segunda declaración, teniendo que volver a la celda antes de ser trasladado a la Audiencia. Algunas de las respuestas en la declaración policial ya eran contestadas por el mismo interrogador; los abogados de oficio mostraron un total desinterés por el caso, y por las declaraciones que me obligó a firmar la Guardia Civil. Finalmente, una vez en la Audiencia, manifesté a la forense que había recibido estos malos tratos y amenazas.

Alcalá-Meco, 14 de julio de 1992»

Ramon López

«Me llamo Ramón López i Iglesias y soy militante independentista desde hace años. A continuación describiré mi paso por los sótanos de la comandancia de la Guardia Civil, en Barcelona y Madrid, a partir de mi detención en Barcelona hasta la declaración ante el juez de la Audiencia Nacional de Madrid, con la intención de que sirva para dar a conocer a la opinión pública en general la práctica de torturas por parte de las fuerzas de seguridad del Estado y para que se hagan las investigaciones oportunas, si llegara el caso.

Mi detención se produjo el miércoles 1 de julio de 1992 hacia las siete y media de la tarde. En aquellos momentos estaba junto con otros compañeros y compañeras, en el interior de la sede que el MDT tiene en Barcelona, en la calle Sant Pere més Baix. Entraron en el local un grupo de miembros de la Guardia Civil vestidos de paisano acompañados de un juez y una secretaria y se disponían a registrar el local, al tiempo que pedían la documentación a todos y todas las personas que estábamos dentro.

En el momento de identificarme me cogió del brazo hasta la puerta de salida donde otra persona me comunicó mi detención, mientras otra me ponía las esposas, y tres o cuatro más me condujeron, hacia abajo, al interior de un coche. Me habían aplicado la ley antiterrorista, por tanto quedaba incomunicado y sin derecho a un abogado durante cuatro días.

Fue a partir de ese momento cuando comenzaron los malos tratos. Durante todo el trayecto hasta la comandancia de la Guardia Civil en Barcelona (Plana Mayor, 2| sección, 4| región), una vez me habían cubierto la cabeza con una bolsa de plástico, no dejaban de darme golpes en la cara, en la cabeza y en el estómago, al mismo tiempo me proferían amenazas e insultos contra mi persona y familia.

Los interrogatorios en Barcelona duraron toda la noche. Consistían fundamentalmente en fuertes golpes en la cabeza, en la cara, en el estómago y los genitales. Me hicieron el método de tortura llamado ‘la bolsa’, que consiste en cubrir la cabeza hasta la altura del cuello con una bolsa de plástico de basura de color negro, y apretando fuerte produce al poco tiempo la sensación angustiosa de asfixia.

Al mismo tiempo que me hacían ‘la bolsa’, me daban golpes en la cabeza con un libro grueso y/o una guía telefónica, lo que en un primer momento me producía una sensación de pérdida de conocimiento momentánea permaneciendo arrodillado en el suelo. Además, las amenazas e insultos eran constantes. Una de las amenazas consistió en decirme que me tirarían por un barranco tras matarme, al tiempo que tocaban el pecho con un objeto metálico que podría simular o ser una pistola.

Todo ello, resumido, es lo que me hicieron hasta la mañana del 2 de julio antes de hacer el viaje en coche hasta la comandancia de la Guardia Civil de Madrid.

Durante todo el viaje llevé los ojos vendados y no me dieron nada de comer, al igual que toda la noche anterior. Una vez en Madrid, y desde el mismo momento de llegar, los interrogatorios no dejaron de producirse, sólo con el intervalo de tiempo que había entre el interrogatorio de alguno de mis compañeros y el mío, aunque muchas veces hacían hasta tres a la vez. En todo este tiempo, desde la llegada del día 2 de julio hasta la declaración en la Audiencia Nacional, el día 5 de julio, las torturas, las amenazas y la humillación a mi persona fueron constantes. La celda, situada en los sótanos del edificio, era totalmente oscura y el hedor hacía el aire irrespirable, más tarde, en el momento de abrir la puerta y antes de taparme los ojos, vi restos de excrementos humanos a un lado de la celda.

Los métodos de tortura eran tanto de tipo físico como psicológico. Además de los golpes por todo el cuerpo, pero sobre todo en la cabeza y la aplicación de ‘la bolsa’ en todos los interrogatorios, las amenazas eran tanto de tipo sexual contra mi compañera, contra mi familia e insultos contra los catalanes. Amenazas de muerte contra mi persona y la aplicación de otros métodos de tortura, incluso enseñándome, no visualmente sino por contacto, lo que ellos llamaban ‘la bañera’, que consistía en introducirse la cabeza dentro del agua hasta provocar la sensación de ahogo y asfixia, y la aplicación de lo que ellos llamaban la ‘máquina de hablar’, que no era otra cosa que descargas eléctricas mediante la aplicación de unos electrodos, unas pinzas en los genitales u otra parte del cuerpo.

Durante todo el tiempo, llevaba una venda en los ojos, la oscuridad era un factor de gran tensión, no sabía dónde estaba, no veía a nadie ni tampoco de dónde venían los golpes. En los interrogatorios estaban los que más hablaban y hacían preguntas y los que pegaban y/o torturaban, pero había momentos en que todos se ponían a darme golpes ya gritar fuerte, amenazándome y insultándome.

En una de las sesiones, me tenían arrodillado en el suelo y esposado a la espalda y con la bolsa bien presionada en la cabeza, mientras otros pisaban mis pies y no paraban de darme golpes en la cabeza y en la cara. En ese momento, cuando se me hacía imposible de resistir más tiempo, me vino una especie de ataque de nervios, tras el cual quedé tumbado en el suelo cogido por los pies y el hombro mientras un agente dejaba caer el peso del pie sobre mi cara.

En otras ocasiones dejaban que escuchara cómo torturaban a los otros compañeros, escuchando gritos y golpes, y me preguntaban si entre estos reconocía los gritos de mi compañera que la estaban torturando y que dependía de mí que pararan de hacerlo, esto lo acompañaban del detalle de todo tipo de agresiones sexuales que le estaban haciendo.

Durante todo el tiempo de mi detención no me pude sentar ni cambiarme de ropa, y sólo a partir del tercer día me dieron comida.

En otras ocasiones me obligaron a gritar consignas como ‘Viva la Guardia Civil’ y otras por el estilo y contra el pueblo catalán.

El sábado día 4 de julio, antes de subir a declarar ante la Guardia Civil, me amenazaron diciéndome que si no declaraba lo que ellos querían, anularían la declaración y me volverían a torturar hasta que declarara tal como ellos querían. El domingo día 5, el mismo día de la declaración en la Audiencia Nacional, antes de salir de la comandancia de la Guardia Civil, recibí otra amenaza, si no me ratificaba de mi declaración y si declaraba torturas y malos tratos ante el juez, irían a detener a mi compañera incluso incluyéndola en el sumario. Esta amenaza la volvieron a repetir en los sótanos de la Audiencia Nacional, antes de ponerme en manos de la Policía.

Toda esta declaración es un resumen de todo lo que he tenido que pasar y sufrir durante mi detención. Seguro que me dejo detalles que mi memoria no quiere volver a recordar, pero puedo asegurar que en ningún momento he querido dramatizar en nada mi declaración, más bien al contrario, ya que es difícil de expresar en palabras los sentimientos, el dolor, la crueldad, la degradación y el sufrimiento.

Cualquier Estado o gobierno autodenominado democrático y de derecho que necesite y utilice la tortura como práctica sistemática y como instrumento político, es un Estado corrupto y podrido. Un Estado sin ninguna legitimación ética ni legal de tipo alguno.

Ramon López i Iglesias

Alcalá-Meco, 15 de julio de 1992»

Josep Poveda

«Durante los días que estuve en manos de la Guardia Civil (en la comandancia de Barcelona primero, y en la de Madrid posteriormente), desde el momento de mi detención a las ocho de la tarde del día 6 de julio y hasta el mediodía del día 8 de julio que pasé en la Audiencia Nacional, fui objeto de torturas y malos tratos que denuncio tal como hice en su momento. A continuación paso detallarlos:

Desde el momento de la detención en mi domicilio me obligaron a no ver la luz del día y a mantener los ojos cerrados mediante unas vendas atadas con cinta adhesiva y también con una capucha.

Constantemente recibí puñetazos por toda la cara y cuerpo con el lomo de unas ‘guías telefónicas’ y con barras de hierro envueltas en periódicos. Estos malos tratos prácticamente no me dejaron señal a excepción de la nariz, el antebrazo y el cuello.

Durante la noche del lunes al martes me obligaron a permanecer despierto y recibí continuamente, a lo largo de todo el martes, amenazas de torturas que -según ellos- me aplicarían a continuación, tanto sí como no (la ‘bañera’, la ‘máquina’…). El traslado, el martes por la tarde, hacia Madrid fue en una furgoneta y con la obligatoriedad de mantenerse inmóvil durante todo el trayecto, bajo la amenaza de dejarme inconsciente.

En Madrid, en los calabozos de la Guardia Civil, fui objeto de la aplicación de la llamada ‘bolsa’ que me aplicaron varias veces durante toda aquella larga noche del martes al miércoles. El intento de ahogarme con aquella bolsa fue constante, también la obligatoriedad de permanecer de pie toda la noche fue otro de los malos tratos que recibí.

Psicológicamente también puedo explicar que recibí amenazas sobre torturas de que podrían ser objeto los amigos allí presentes, compañeros y familiares… si no declaraba exactamente lo que ellos querían que dijera.

Al llegar aquí, haciendo un punto y aparte, me veo con la obligación de hacer mención sobre el interés, casi obsesivo, por parte de la Guardia Civil con la persona de Carles Castellanos i Llorenç con el fin de aplicarle todo tipo de malos tratos y torturas y de tenerlo allí presente. Es en este sentido por lo que hago mención de este hecho, alertando a la opinión pública en general del odio sistemático que llega a fabricarse la Guardia Civil contra todo movimiento o persona relacionada con la lucha por las libertades.

Alcalá-Meco 14 de julio de 1992»

Esteve Comellas

«Mi detención se produjo en mi domicilio, con lo que parecía una orden de detención (no me la dejaron leer) y la presencia de un secretario del juzgado de Manresa. Me leyeron mis derechos, que incluían la presencia de un abogado para hacer cualquier tipo de declaración, lo que pedí y se me negó aduciendo que a la vez me aplicaban una legislación especial y que no podía ser. A continuación empezaron a revolver el piso comenzando por la habitación donde dormía, donde estaba mi compañera. Me conminaban a que, si tenía algo en el piso, lo dijera, con amenazas hacia ella e insultos. Empezaron a vaciar armarios de cualquier manera y me soltaron un par de puñetazos e hacieron preguntas sobre personas y lugares desconocidos.

Ante la presencia de mi esposa, con clara afectación nerviosa por lo que sucedía, y ante preguntas sobre qué pasaba me bajaron a la calle donde me esposaron y con una cazadora vaquera me envolvieron la cabeza incluso introduciéndome en un coche, en la parte de atrás tumbado en el suelo y acostado y apretándome el cuello a continuación, siempre con la cabeza baja. Poco rato duró el trayecto hasta la Guardia Civil de Manresa donde me condujeron a una sala donde había tres o cuatro personas que a continuación, continuando haciéndome preguntas sobre personas y lugares, me descargaban golpes en la cabeza y me aplicaban una bolsa de plástico con intermitencia, dificultando la respiración, y todo ello acompañado de puñetazos en el vientre.

Al decir que había visto una mujer la noche anterior dando vueltas por mi barrio que creía que era guardia civil, ésta, que estaba allí me dio una patada en los testículos. Me insultaron a raíz de este hecho. Me aplicaron en repetidas ocasiones la bolsa en la cabeza y continuaban los golpes diciéndome que lo sabían todo y que además, se cargarían a mi compañera. Esto me afectó mucho y se dieron cuenta de que a partir de ese momento fue la amenaza constante y me soltaban frases de que ella lo explicaba todo y que otras personas también la implicaban. Esto llevó como una hora, después y siempre con la cabeza gacha o tapada por la chaqueta vaquera, me introdujeron en una celda a oscuras desde la que escuchaba cómo diferentes guardias civiles me espiaban por una rejilla y me iban insultando con palabras de ‘hijo puta’, ‘terrorista’, ‘matarlo teneis que hacer’. Al poco me abrieron la celda y con la cabeza cubierta y después de pasar por unos pasillos me introdujeron en un coche con la cabeza baja tocando casi al suelo. Durante un trayecto desconocido que llevó como una hora continuaron las preguntas, insultos y amenazas a partir de mi compañera, con golpes en el hombro y en la cabeza.

No sé donde me llevaron, pero recuerdo bajar del coche y continuando con la cabeza tapada con la vaquera llegué a unos aseos (bueno, un lavabo y un WC) donde me hicieron sentar amenazándome que no girara la cabeza (cuando les parecía que lo hacía había alguien que me golpeaba en la cabeza). Empezaron a repetirme nombres y fechas extrañas, de que tenía en unos disquetes en casa, donde tenía listas de gente, etc. Como no sabía de qué iba, me aplicaron la bolsa en la cabeza tres o cuatro veces diciéndome que recordara, y advirtiéndome que me sumergerían en el WC, que tenían a mi compañera presa y que lo pasaría mal y la acusarían de una serie de actos que desconocía.

De vez en cuando, durante unos diez minutos, me dejaban solo hasta que volvía a venir la ‘voz’, digo ‘voz’ porque había una muy dura y otra suave que hacía recomendaciones. No podía inventarme cosas, les decía, y ellos me facilitaban datos, lugares y personas que iba yo memorizando y repitiendo.

La presión fuerte, una vez cesaron los golpes y ahogos con la bolsa, era la situación de mi compañera que no sabía de su estado más que por su boca y con respuestas dispares cuando me preguntaban nuevas cuestiones desconocidas. Según recuerdo era lunes pero no sé las horas ni si era de día o de noche. Me hicieron repetir una declaración con nuevas incorporaciones de personas y hechos como 10 o 15 veces.

Me trasladaron hacia la tarde-noche a un cuarto con diverso material y de vez en cuando aparecía el que me preguntaba sobre hechos y personas. Me decía que era un ‘pringao’ y que todo el mundo (decía 16 o 17 personas) que lo había dicho todo. Hacia la noche en otra sala, siempre de cara a la pared y repitiendo una declaración que ya sabía de memoria.

Por la noche, en un coche turismo, esposado y con la cabeza gacha, emprendimos viaje que duró hasta que fue de día, entendí que a Madrid. Allí fui introducido nada más salir del coche (siempre con la cabeza cubierta) a una celda de un metro y medio de ancho por tres de largo sin bombilla.

Con intervalos, en principio de 2 horas, me abrían la celda y de espaldas a la pared me decían que me pusiera un antifaz que me daban para taparme los ojos y me conducían a una sala donde se sentaban en un rincón y empezaban de nuevo las preguntas. Luego, a la tercera o cuarta vez, hacían que yo solo explicara los hechos, corrigiéndome ellos cuando me equivocaba. A veces eran altas horas de la madrugada, y siempre al final era repetir lo mismo. Pasan los días, lo que compruebo por las comidas, hasta que ante un abogado de oficio declaro lo que había aprendido de memoria.

Respecto a mi compañera, Teresa Mas, en Barcelona unas horas antes de ser introducido en el coche que le tenía que llevar a Madrid, me la dejaron ver y decirle unas palabras, diciéndome a continuación que si no recordaba más cosas se la llevarían también. Esto me afecta mucho. En Madrid, me amenazaron que me portara bien a la hora de la declaración y que, si lo hacía, la dejarían libre, para obligarme me dejaron volver a verla a través de una reja sin poder intercambiar palabra alguna. Al momento de declarar al instructor, me hizo saber que ella estaba libre, sin que yo me lo creyera.

Recuerdo los cinco días como un sufrimiento y ruptura psicológicos por lo que le estaban haciendo a ella. Lo sabían aprovechar para que recitara lo que ellos querían.»

Joan Rocamora

«Me detuvieron, el día 28 a las 11.30 horas aproximadamente, de manera violenta un grupo de individuos (sobre la docena) desconocidos y, por lo que puedo recordar, de paisano. Se me echaron encima cuando yo circulaba en moto, rápidamente y evitando la curiosidad de los peatones me colocaron las esposas y un saco de ropa en la cabeza. Posteriormente me llevaron al coche, donde empezó la oscuridad casi absoluta hasta después de cinco días.

Primero intentaron asfixiarme con el saco y me amenazaban con lanzarme al Llobregat. Pararon el/los coches y me llevaron a una especie de descampado no lejos de la ciudad (por mi orientación), allí ya empezaron los golpes, amenazas de muerte -‘¿No te acuerdas de lo que le pasó a Mikel Zabalza?’, y de violación de mi compañera. Más tarde hicieron ver que me arrojaban a un precipicio dejándome arriba y en sus manos, y me colocaron en la nuca una (supongo) pistola. Todo ello en medio de golpes, amenazas y asfixia.

Viendo que no cedía a sus requerimientos me llevaron a otro lugar, siempre con la cabeza agachada y la bolsa. Allí, en una especie de cámara-celda me cambiaron la bolsa de ropa por una de plástico. Allí empezó lo que ellos decían el interrogatorio ‘en serio’ y donde yo empecé a notar el cambio de golpes y amenazas a lo que era tortura pura.

Los métodos que me aplicaron fueron los de la bolsa de plástico en la cabeza (arrodillado o derecho), la ‘bañera’ dentro de un WC que no me provocó la asfixia total, pero les informé de mi enfermedad, asma, entonces cedieron a darme el medicamento, para posteriormente continuar con la sesión de torturas. Me simularon que me aplicaban los electrodos. Me dieron golpes e hicieron presión con las manos en los testículos y otras partes del cuerpo como la nuca y los tímpanos. Golpes en todo el cuerpo con una guía de teléfonos y puñetazos y patadas no tan sutiles por todas las partes del cuerpo. Todo ello en un contexto de tortura psicológica, de amenazas a seres queridos, amenazas de sodomización, el juego de simular declaraciones y falsas declaraciones en las que te quieren involucrar.

Con el pesar de oír los gritos de dolor y llantos, tanto femeninos como masculinos. Todo ello durante aproximadamente las 24 horas que pasé en Barcelona. Después en Madrid prosiguieron con menor intensidad e interés pues ya había dado la ‘información’ y declaraciones que ellos pretendían.

Alcalá-Meco»

Ferran Ruiz

«Fui detenido a las 8 del día 29 de junio en casa por unas 10 personas que se identificaron como guardias civiles, iban de paisano, me esposaron y registraron la casa hasta las 8 y media de la mañana, que fue la hora que despertaron los vecinos que debían servir de testigos.

Poco después me hicieron vestir y me volvieron a esposar con las manos en la espalda y muy fuerte, con la cazadora tapándome la cabeza. De esta forma me introdujeron en un coche, tumbado en el suelo, boca en tierra, la rodilla izquierda contra el pecho entre los asientos delanteros y los traseros, donde se encontraba uno de los agentes que durante el lento trayecto de Vic a Barcelona (entre las vueltas que daban para disponer de más tiempo para torturarme) me pusieron una bolsa, de las que se usan para la basura, en la cabeza. Mientras me golpeaban haciéndome preguntas (con el coche en marcha) y el copiloto me apuntaba a pie con la pistola y me apretaba la correa de los pantalones hasta tal punto que ésta se rompió. Del rebote el agente me golpeó en los testículos, el hígado y en la espalda repetidas veces, y en una de las veces pegó sobre las esposas para que estas me hicieran más daño. Yo me estaba ahogando, y ellos me pegaban en la cabeza y me apretaban la bolsa, yo me moría…

Llegamos a Barcelona y me quitaron la bolsa y me vendaron los ojos, tuvieron que sacarme del interior del vehículo entre dos agentes porque tenía las piernas entumecidas y dolidas de los golpes (que no se habían acabado).

Me introdujeron en una sala donde me sentaron esposado y me dejaron respirar un rato, y luego volvieron con las preguntas y la bolsa en la cabeza. Me golpeaban con una guía de teléfonos en el cráneo (que todavía me hace bastante mal), recibía golpes de todas clases y en todas partes por parte de, yo diría que eran una docena de ‘personas’, que al mismo tiempo me insultaban y me decían que qué hacía yo con esta gente, que yo no era catalán, que yo era francés, que los demás lo habían dicho todo, abrieron una puerta para que oyera los gritos que salían, me volvieron a golpear con la guía, a ponerme la bolsa, a preguntar de nuevo, y una vez y otra.

Me pusieron las esposas delante (por la noche) y me dieron un bocadillo que era asqueroso, después me metieron en un coche particular, sin darme la cazadora ni las mil pelas que llevaba encima, hacia Madrid, pero esta vez sentado. La conducción tuvo algún incidente; se reventó un neumático del lado derecho de atrás, yo pensaba que me harían algo gordo, pero no fue así, hicieron muchas paradas, estuve con el alma en vilo durante todo el trayecto.

Llegando a Madrid pude yacer una media hora y luego me hicieron poner de pie de cara a la pared de la celda durante muchas horas, sin moverme ni apoyarme hasta que vinieran a buscarme para hacer más interrogatorios los mismos agentes que me habían detenido en Vic. Me volvieron a torturar con la bolsa y a darme golpes con los libros (la guía) mientras yo estaba de pie de cara a la pared a punto de caer con tantas preguntas y sin comida (lo hacíamos una vez al día, y era un bocadillo pequeño).

Ellos tenían un guión y te lo hacían aprender a golpes para que lo repitiera la declaración, las horas que dormí fueron pocas, y antes de declarar ante el abogado de oficio (para mí, era bofia) me hacer subir y bajar unas escaleras de caracol muchas veces con la cara tapada y un agente que me torcía los brazos apuntándome la nuca con la pistola.

Con todo esto y la amenaza de prorrogarme los días en la DGGC, puedes decir incluso que has matado a Napoleón.

Los días que estuve secuestrado en la DGGC escuché cómo torturaban a Musté cuando llevaban el cubo con el agua y los electrodos, le dijeron que se desnudara y se quitara las gafas, luego escuché que le ponían los pies dentro, y por la forma de gritar que tenía Josep lo reconocí. Ellos no paraban de preguntarle, hasta que les oí gritar a ellos (a la bofia) porque José había perdido el conocimiento, esto pasó varias veces la misma noche. ¡Le habían aplicado electrodos!

Ferran Ruiz Martos, Alcalá-Meco»

David Martínez

«Eran más o menos las tres de la madrugada, cuando me dirigía hacia mi casa con el coche de mi hermano, de repente me sale un coche, un Golf, en dirección contraria, frena de golpe y veo bajar 5 individuos. Todos van con pistolas en las manos y apuntándome, salen aún más individuos por detrás de mí, abren la puerta y me tiran a tierra de un empujón, apretaron fuerte mi cabeza con la nariz contra el asfalto, me esposaron las manos por detrás muy fuerte.

Me taparon la cabeza con la americana que llevaba, no pararon de darme golpes en la nuca y puñetazos en los riñones. Me hicieron subir en un coche, tumbado en el suelo trasero con seis pies encima pisando muy fuerte. Todo esto fue cosa de 2 minutos. Desde el primer momento me dijeron de todo: ‘Vamos, hijo de puta, que se te va a caer el pelo, cabrón, a ti y a tus putos Países Catalanes, cerdo independentista, separatista’.

El trayecto fue corto, durante el cual podía escuchar cómo decían: ‘Vamos al lago ese que hay, vamos a refrescarle la memoria, que le va a hacer falta’. Me llevaron a una especie de celda muy pequeña, yo de cara a la pared y dos personas me iban golpeando por todos los lados hasta que entró un tercero y los otros dos se fueron, éste vi que llevaba una carpeta en la mano y me dijo ‘Empieza a cantar’, yo le pregunté, ¿quiénes sois?, y a continuación me da un golpe en la nuca y grita: ‘¡venga, monos!’. Me cargan en otro coche, detrás sentado, con un individuo a cada lado. Uno empieza a decir: ‘Venga, cuéntamelo todo, que alguien ya ha cantada tú número’, y yo le digo que no sé de qué me habla y vuelvo a preguntar que quién son, mientras tanto el otro me golpea continuamente en la cabeza durante todo el viaje hasta que paran el coche.

Me hacen bajar, me ponen un antifaz en los ojos y me llevan hasta una habitación, me ponen de cara a la pared y me quitan el antifaz. En la pared hay un escudo de la Guardia Civil, ellos me preguntan si me gusta, yo contesto que no, sin pensarlo, me salió del corazón. Inmediatamente comienza un brutal interrogatorio, hay mucha gente detrás de mí clavándome puñetazos en los riñones y en la cabeza. Hacen muchas preguntas todos a la vez y gritando mucho, no podía contestar, de repente uno de ellos me hace girar y otro me dice que por qué me vuelvo y me da un rodillazo en los testículos. Caigo al suelo doblago por el dolor, me dicen que me levante, yo no puedo y lo hacen ellos, me quitan la camisa diciéndome: ‘¡Ahora sí vas a cantar, asesino de niños!’ y me aplican electrodos en la espalda. La primera descarga es relativamente floja en comparación a la segunda, que me hace caer al suelo medio mareado; me rocían la cara y la cabeza con agua y me hacen sentarmee en una esquina de cara a la pared. Entonces empiezan a decirme que a mi madre la han tenido que ingresar en el hospital con un ataque al corazón y que mi hermano ha tenido un ataque de nervios.

Me preguntan si tengo novia, yo les digo que no, ellos dicen: ‘¿entónces con quien follas? ¿Con el Angel Colom? ¿No lo sabes? Es maricón, ya te mandaremos unas fotos a la carcel en la que sale él y su amiguito’. De vez en cuando me miraban la cabeza, supongo que para ver si tenía algún bulto. Me dicen que lo cante todo, que todo el mundo que pasa por aquí lo hace tarde o temprano y abren una puerta para que escuche los gritos de agonía de otro detenido. Me vuelven a poner el antifaz en los ojos y seguidamente una pistola en la nariz que puedo ver por debajo del antifaz y dicen: ‘Ya esta bien, ¿o cantas o te dejamos escapar y luego te disparamos?’. Después de un rato largo me hacen firmar un papel en el que por primera vez me informan que estoy detenido por la Guardia Civil en Barcelona y de todos mis derechos como tal.

Comienza otro interrogatorio, yo digo que tengo derecho a no contestar, se ponen a reír y me apalean, me ponen una bolsa en la cabeza y la aprietan hasta ahogarme, esto tres o cuatro veces. Después me cuentan todo lo que me preguntarán ante el abogado de oficio y lo que deberé contestar, unas siete u ocho veces hasta que me lo aprendo de memoria.

Ya habían pasado muchas y muchas horas cuando me dicen que vamos a Madrid. Me cargan en un coche y durante todo el viaje no dejan de zurrarme. Una vez en Madrid, descanso un rato largo en una celda de un metro y medio por tres. Sin darme cuenta ya estamos otra vez, una bolsa en la cabeza y el mismo procedimiento que en Barcelona; por las voces me parece que los agentes son los mismos, recordándome que si no hacía la declaración ante el abogado que tantas veces habíamos ensayado volvería a probar la bolsa y quizás de otros procedimientos. Para ahorrarme todo esto hago la declaración exacta. Me vuelven a llevar a la celda y de nuevo de cara a la pared, por la ventanilla de la puerta controlan que no me estire en una especie de cama que hay. Más tarde entra un agente en la celda y se calienta clavándome puñetazos en los riñones, en la cabeza y en los testículos mientras me insulta diciendo: ‘¡Haces peste a catalán, a ver si te duchas, guarro!’. No hubo día que no me cayera una vez u otra.

Cada día que estuve en Madrid me llevaban ante una forense que me preguntaba si me habían maltratado y yo le contesté que por seguridad mía no contestaría esa pregunta hasta que no estuviera en la Audiencia, y así lo hice.

Después de cinco días sin poder comer ni dormir como es debido y a base de torturas me llevaron ante el Ilmo. Sr. juez Baltasar Garzón, donde declaré torturas y negué todo lo que la Guardia Civil decía de mí. Horas más tarde Carabanchel parecía un paraíso para mí. Allí disfruté de la mejor ducha de mi vida».

Josep Musté

«A las dos de la madrugada, más o menos, a la altura de Olot, me hicieron parar la furgoneta tres coches. El primero era de la Guardia Civil y los otros dos camuflados. Salieron de ellos una docena de hombres armados, apuntándome y obligándome a bajar de la furgoneta con empujones y sin decirme que me detenían. Me subieron a un coche tumbado en el suelo y habiéndome tapado los ojos con una venda, que ya no me la quitaron más hasta la Audiencia Nacional, al cabo de cinco días. Mientras me hacían preguntas, me amenazaban de muerte y me decían que me tirarían el lago de Banyoles o me pegarían un tiro en la cabeza en una montaña que ellos conocían.

Durante el recorrido hasta la comandancia de Barcelona me cambiaron de coche tres veces, arrastrándome por el suelo porque iba esposado y no me dejaban levantarme. Mientras me hacían preguntas me ponían una bolsa de plástico en la cabeza cuando a ellos les parecía hasta casi ahogarme.

Al llegar a la comandancia empezaron a darme golpes por todas las partes del cuerpo, especialmente en los testículos, riñones y en la cabeza, con las manos, los pies y con unos libros muy pesados. Mientras me iban haciendo preguntas, de vez en cuando me ponían la bolsa de plástico en la cabeza hasta casi ahogarme, y me amenazaban a mi y sobre todo a mi compañera. Me hicieron creer que también la habían detenida, y me decían que la violarían y la tirarían junto conmigo por un terraplén, así parecería que había sido un accidente.

Cuando se acababa el interrogatorio me encerraban en una celda de cinco pasos de largo por uno y medio de ancho, hasta que me querían volver a interrogar. En una ocasión me amenazaron con descargas eléctricas y me hacían pasar un hilo por las piernas mojadas antes, pero sólo era para intimidarme. Hacia la noche me dijeron que harían un viaje largo y que allí sí que lo pasaría mal si no les ayudaba con las declaraciones. El traslado fue con un coche, esposado y atado detrás. No me dejaron ir al baño ni en Barcelona ni en todo el viaje, lo que hizo que me tuviera que mear sobre mi mientras los guardias civiles se reían y se mofaban de mí.

Al llegar a Madrid todo fue igual que en Barcelona, es decir, golpes en la cabeza con un libro pesado, golpes en todas las partes del cuerpo y la bolsa de plástico en la cabeza mientras me interrogaban. Luego me llevaron a una celda y allí recibí el primer bocadillo después de casi dos días sin comer nada. El bocadillo era muy picante y malo y casi no lo probé.

Esto fue así todo el martes y todo el miércoles, haciéndome ir a declarar cada madrugada ante un señor que me decían que era abogado pero que no se identificaba nunca, sólo a la hora de firmar lo declarado. En estas declaraciones eran los únicos momentos en que me quitaban la venda. Antes de ir, sin embargo, ya me amenazaban si no decía lo que ellos querían que dijera. No me quedaba más remedio si no quería ser salvajemente golpeado otra vez.

El jueves, junto con el día que pasé en Barcelona, fueron los dos días que ‘recibí’ más y más fuerte. El jueves llegué, tanto por las presiones físicas como psíquicas, a un extremo que exploté y al negarme a contestar lo que ellos querían me insultaron y me dijeron que el valiente lo hiciera en otro lugar, que ya se me ‘bajarían los humos’. Me ataron a unas barras, me pareció porque iba con los ojos tapados, y me quitaron la camisa, me mojaron el pecho y los brazos y me hicieron unas descargas eléctricas en el codo. Después quedé como aturdido y me sentaron en una silla mientras me preguntaban lo mismo que antes. Al negarme me volvieron a mojar y a atar y me volvieron a hacer descargas eléctricas.

Hay que decir que desde el primer momento de mi detención me preguntaban por personas concretas del independentismo combativo como Carles Castellanos, Jaume Oliveres, Ramon López, Toni Lecha, etc. Desde el primer momento vi que lo que querían era cargarse el movimiento independentista. Hay que decir que denuncié estas torturas en la Audiencia Nacional, tanto al médico forense como al juez. El médico forense me visitó cada día, pero yo callaba por miedo a que fuera un guardia civil más.

Pep Musté, Alcalá-Meco»

Jordi Bardina

«Me detuvieron a las 7 de la mañana en mi casa miembros de la Guardia Civil; inmediatamente me esposaron muy fuerte y me llevaron a la comandancia de Manresa. Durante el viaje me pusieron una bolsa de plástico en la cabeza y me empezaron a golpear diciéndome que de mí dependía que todo fuera bien o mal. En aquellos momentos no sabía ni de qué se me acusaba.

Una vez llegado a la comandancia de Manresa (siempre con la bolsa en la cabeza) los golpes continuaron constantemente, sobre todo en la nuca y puñetazos en la cabeza; todo ello combinado con insultos hacia mí y mi compañera (‘Perro catalán nos vamos a joder a la puta de tu novia’); poco después me hicieron subir a un coche (siempre con la bolsa en la cabeza, que la van estrechando cuando les parece), con la cabeza baja y casi tocando el suelo, y me trasladaron, según supe horas después, a Barcelona.

En Barcelona, fue sin lugar a dudas donde sufrí las torturas más brutales. Interrogatorios constantes y siempre al menos por parte de tres o cuatro personas que me preguntaban todos a la vez y gritando. Siempre con la bolsa en la cabeza que iban estrechando hasta que no podía más; una vez me pusieron la cabeza en un barreño lleno de agua, hasta el límite del ahogamiento, mientras se reían y iban diciendo que recordara a Mikel Zabalza. Los golpes eran constantes, sobre todo en la cabeza, en el pecho y en el estómago; con los golpes me parten el labio y me vuelven a pegar diciendo que me lo he hecho yo. En los momentos que me dejan descansar me hacen sentarme en un rincón de cara a la pared; a menudo me golpean diciendo que me he vuelto; un poco de descanso y entonces de nuevo el proceso: golpes, insultos, amenazas de muerte…

Me llegan a decir que el disgusto que ha tenido mi madre al saber que su hijo era un ‘terrorista asesino de niños’; había sufrido una crisis nerviosa y estaba muy grave, internada en un hospital. Me preguntan por mi compañera; yo digo que no tengo y vuelven a pegarme y dicen que también la han detenido y que ‘nos la estamos follando todos’. Perdí la noción del tiempo, recuerdo que me dejaron en una sala muy pequeña, siempre de cara a la pared; entonces me dijeron que estaba en Barcelona y que me trasladaban a Madrid, donde sería peor.

Me hicieron subir a un coche con las manos esposadas por debajo de las piernas. Era ya noche cerrada. Una vez en Madrid me llevaron a una celda sin luz que tenía 1’5 metros por 3 de largo; estaba muy sucia y daba un hedor insoportable.

De vez en cuando me sacaban de la celda y me volvían a poner la bolsa; los interrogatorios comienzaban de nuevo, ahora a pesar de que gritaban mucho y me hacían repetir constantemente lo que ellos decían, tan sólo hay golpes esporádicos y estaba ratos muy largos sin la bolsa en la cabeza.

No tengo ni idea de cuantas horas o días pasaron, pero de repente me llevaron a declarar ante un instructor; me dijeron que la chica que se encontraba allí presente era abogada, aunque en ningún momento se acreditó ni pude hablar con ella. Allí mismo declaré malos tratos y todo lo que gané fue una paliza cuando volví a la celda, puñetazos, patadas… mientras me decían que ahora sí sabría lo que eran torturas.

Me cogieron y me llevaron a un coche; los golpes fueron constantes, me apretaron la bolsa y me dijeron que me llevaban al retiro a remojarme, ‘Vamos a ver si eres tan valiente y vuelves a declarar torturas, hijo de puta’ me decían; finalmente me dejaron en otra celda, ahora con una potente luz que no apagaron en ningún momento.

Finalmente, después de cinco días sin casi haber dormido, destrozado tanto física como moralmente, y tan sólo con ganas de poder descansar, declaré ante el Ilustrísimo Sr. Magistrado Baltasar Garzón.

Jordi Bardina, prisión de Alcalá-Meco»

Eduard Pomar

«El lunes día 6 de julio. A las 9 de la noche, salgo de casa para ir a cenar; cuando estoy en la calle se me acercan tres hombres que se identifican como agentes de la Guardia Civil. Van de paisano. Me dicen que estoy detenido, registran mi coche y me llevan al cuartel que la Guardia Civil tiene en Mirasol (Sant Cugat). Les pido hacer una llamada por teléfono para avisar a mi familia y me responden que me encuentro incomunicado y que se me acusa de colaboración con Terra Lliure. Me ponen las esposas y me llevan en coche hasta Manresa; antes de llegar, sin embargo, me tapan la cara con la americana que llevo puesta.

Una vez dentro del cuartel de Manresa, me encierran en una celda que no mide más de 2 metros de largo por 1 de ancho; el colchón que hay está quemado y la manta muy sucia. No pasa mucho tiempo cuando me hacen salir. Me tapan la cabeza y me llevan a un despacho donde se encuentra un médico; me hace algunas preguntas sobre las enfermedades que he sufrido y una pequeña revisión médica; después me vuelven a llevar a la celda donde paso la noche. Al día siguiente, hacia las 8 de la mañana, me hacen salir de la celda y me llevan a ver al médico. Puedo ir al baño y luego me traen un café con leche y una pasta para el desayuno (no había tomado nada desde mediodía del lunes). Cuando he terminado me ponen las esposas y me tapan la cabeza con la americana.

Me acompañan fuera del edificio y me hacen subir a un coche. Más tarde suben tres personas que por las voces identifico como las que me detuvieron y llevaron a Manresa. Cuando estamos lejos del cuartel me quitan la americana de la cabeza y me dicen que me porte bien y ellos se portarán bien conmigo. Tengo un brazo esposado a la puerta del coche. Por los comentarios que hacen los guardias civiles me entero que me llevan a Madrid. En una de las paradas que hacen para poner gasolina puedo ver que en otro coche llevan también detenido a Ramon Piqué. Ninguno de los dos coches lleva distintivos de la Guardia Civil. Son las 3 de la tarde del martes cuando llegamos a Madrid. Cuando nos acercamos a la Dirección General de la Guardia Civil me tapan de nuevo la cabeza. Una vez dentro me llevan en una celda y gritando me dicen que empiece a hacer flexiones. Al cabo de un rato me hacen parar y me dicen que me quede de pie sin moverme mirando a la pared. (La celda es mayor que la de Manresa y se encuentra en mejores condiciones, el colchón y la manta parecen nuevos y el suelo está bastante limpio).

Al cabo de una hora aproximadamente entran 2 hombres en la celda; uno de ellos me pone una bolsa de plástico negra en la cabeza y me coge con la mano por la nuca apretando con fuerza. Me llevan a una habitación y me empujan contra la pared; uno de los dos hombres se sitúa a mi lado; el otro, más lejos, me dice que ya debo saber por qué me han traído aquí y que empiece a hablar; entonces el que está a mi lado empieza a darme golpes en la espalda con el brazo extendido para ‘refrescarme la memoria’, según dice; por la fuerza, parece una persona corpulenta; también me da patadas en el pecho y en la parte trasera de las piernas. Los golpes son constantes y cuando pierdo la posición me grita que me ponga derecho.

Después comienzan a apretarme el cinturón que tengo en la cabeza y siento una fuerte sensación de asfixia. La respiración se hace entrecortada y el corazón late aceleradamente; cuando ya creo que estoy a punto de ahogarme me abren un poco la bolsa para que pueda respirar, pero la vuelven a cerrar a continuación. Esta operación la repiten varias veces durante el interrogatorio, que intercalan con golpes indiscriminados por todo el cuerpo. La sensación de miedo y de impotencia no se puede explicar con palabras y no es comparable a lo que hubiera podido sentir anteriormente. Finalmente termina este primer interrogatorio cuya duración no puedo precisar con exactitud pero que podría ser de cerca de una hora.

Me devuelven a la celda. Al cabo de un rato me hacen salir de nuevo y me llevan a una habitación; antes de entrar, sin embargo, me dicen que abra los ojos y que coja una postura relajada. Sólo entro yo en la habitación. Dentro una mujer me dice que es la médica forense (me enseña una credencial); me pregunta que cómo me encuentro y que si me han interrogado; yo le digo que sí; entonces me pregunta cómo ha sido el interrogatorio; yo le cuento todo lo que me han hecho y ella lo apunta en un papel. Me dice que intente ‘animarme’ y que procure comer si me dan de cenar. Cuando salgo, los agentes que me llevan quieren saber qué le he dicho a la médico.

Cuando estoy en la celda me llevan ‘la cena’. Estoy mareado y tengo dolor de cabeza; esto hace que me cueste comer. Cuando acabo de cenar me hacen poner tieso con los brazos junto al cuerpo y sin que me pueda mover. En esta posición me encuentro en el fondo de la celda a la espera de que en cualquier momento me vengan a buscar para volver a interrogar, cuando escucho el ruido del agua que corre continuamente como si hubiera un grifo abierto y me entra pánico de pensar que me hagan la bañera.

Después de un rato escucho que abren la puerta; me gritan que me quede quieto, me ponen de nuevo la bolsa en la cabeza y me sacan de la celda. Comienza el segundo interrogatorio. Este es similar al anterior, aunque hay algunas diferencias: los golpes en el cuerpo con los brazos y las piernas van acompañados también de golpes en los genitales y en la cabeza; estos últimos son efectuados con una guía de teléfonos; también me dan golpes planos en los oídos con las manos abiertas mientras no paran de insultarme. Durante el interrogatorio me hacen coger con la mano unos cables y me dicen que están conectados a una batería de camión y que si no digo lo que ellos quieren conectarán la corriente. Por suerte, finalmente no lo hacen. En otro momento del interrogatorio me empiezan a desabrochar los pantalones y me amenazan con ‘darme por el culo’ incluso burlándose de mí, aunque no llegan a hacerlo.

Cuando ya hace un buen rato que me interrogan escucho que alguien entra en la sala. El agente que tengo al lado me da dos o tres golpes muy fuertes y escucho cómo se aleja; el otro me dice: ‘Tienes suerte, te salva la campana’. Se produce el relevo de los agentes. El que ha entrado en la sala me hace algunas preguntas referentes a lo que había declarado anteriormente ante los otros agentes, pero ya no recibo ningún golpe más hasta el final del interrogatorio. Vuelvo a la celda. Por primera vez desde que llegué me dejan estirarme en la cama. Estoy muy cansado y tengo todo el cuerpo dolorido. De repente abren el luz y gritan que me ponga tieso. Pasa el tiempo. Finalmente entran dos agentes en la celda; me dicen que si quiero ‘manifestar’ (declarar); que si lo hago, me tomarán declaración ante el abogado y luego me llevarán a la Audiencia Nacional para declarar ante el juez. Digo que sí; no puedo creer que se pueda terminar este suplicio. Sólo pienso en salir de allí dentro. Al día siguiente, miércoles, me llevan de nuevo a ver a la médico forense. Después de esto me hacen otro interrogatorio, éste sin violencia para ratificar las declaraciones que había hecho el día anterior.

Más tarde me llevan a ‘declarar’ ante el abogado de oficio; este no hace ninguna pregunta ni a mí ni al agente de la Guardia Civil que va leyendo mi declaración. Este agente es el que dirigía los dos interrogatorios en los que sufrí malos tratos y torturas. Ahora podía verle bien la cara. Finalmente el abogado se limitó a firmar la declaración.

Por la tarde me llevan, junto con otros detenidos, a la Audiencia Nacional. Después de pasar algunas horas solo en una celda, a la tarde declaro ante el juez que decreta mi libertad bajo fianza. A pesar de ello soy conducido, junto con otros dos detenidos, a la prisión de Carabanchel porque hasta el día siguiente no se puede pagar la fianza. El jueves por la tarde salgo en libertad y acaba finalmente esta pesadilla que ha durado tres largos días.

Eduard Pomar, Sant Cugat, 30-8-1992»

Ramon Piqué

«El lunes día 6 de julio, hacia las 8 de la tarde voy al local del MDT (calle Sant Pere més Baix) para informarme cómo han ido las detenciones de los independentistas ocurridas la semana anterior. Yo el día anterior he llegado de Canarias donde he estado trabajando en un Seminario de Enseñanza de Lenguas Asistido por Ordenador organizado por la EUTI de la UAB y la EUTI de la Universidad de Las Palmas.

Allí me entero de que los detenidos han sufrido torturas: la bolsa, la bañera, electrodos, puñetazos… Hago una lista de las personas detenidas así como de la fecha, dedicación y el abogado que han asignado. Es una información que quiero utilizar para la confección de la revista CLAM, la revista de los Comités de Solidaridad con los Patriotas Catalanes, revista que se puede encontrar fácilmente en la calle.

Hacia las once menos cuarto de la noche salgo de la sede junto con otros compañeros. Tras dejar a dos en Barcelona el que lleva el coche me acompaña a Montcada i Reixac, a casa de mis padres. Me deja a unos 300 metros de su casa. Ante casa veo entonces, tras una cabina de teléfonos, dos personas.

Cuando subo a casa de mis padres, mi madre me dice que durante todo el día ha habido un coche delante de casa y un muchacho preguntó por mí dos veces dice que es un compañero de trabajo. También ha recibido una llamada en el mismo sentido. Mi madre ha cogido la matrícula del coche y así lo comenta a mi hermana por teléfono. Al cabo de un rato han cambiado de coche. Hace más de diez años que no vivo en esa casa.

No han pasado diez minutos cuando llaman a la puerta preguntando por mí; es la guardia civil, de paisano, que lleva una orden de detención para mí. Son tres, y uno de ellos me coge rápidamente y me empujan hacia la calle. Rápidamente les pido que me dejen coger el estuche de las lentillas y las gafas; me dicen que tome también la documentación y que no toque nada más.

Poco después, una vez esposado y dentro del coche (que no lleva ningún distintivo) me llevan a Manresa, donde paso la noche atado, con una cadena hecha con esposas, a una tubería de la calefacción. Al día siguiente me llevan, junto con Eduard Pomar (esto lo supe después), también en un coche sin distintivo a la Dirección General de la Guardia Civil, en Madrid.

Me tapan la cabeza con mi chaqueta para entrar y me llevan a una celda de un metro y medio por tres y unos dos y medio de altura. Minutos más tarde un agente por la ventanilla me dice gritando que empiece a hacer flexiones, primero tumbado, y luego derecho. Así estoy durante un tiempo hasta que abren la puerta, me ponen una venda en los ojos y me conducen a otra sala. En esta sala me cubren la cabeza con una bolsa de plástico, bolsa que irán estrechando, colocado yo de rodillas, por detrás produciéndome una fuerte sensación de asfixia. Realizan esta operación varias veces incluso recordándome que una persona puede aguantar hasta cinco minutos sin respirar.

Creo que son unas tres personas las que hacen el interrogatorio pero sólo puedo identificar las voces. Me dicen que si tengo algo nuevo decir que levante la mano. Yo no tengo nada que decir pero la sensación de ahogo y el pánico que me rodea hace que levante la mano continuamente, aún así todavía me preguntan si de verdad es algo nuevo. Mi impotencia es total y mi miedo cada vez mayor. Enseguida, y sin quitarme la bolsa de la cabeza comienzan a golpearme dos o tres personas a la vez. Dicen que acabaré hablando. Los golpes van dirigidos al estómago, los testículos, los pechos, los brazos… y luego toman un listín de teléfonos y mientras me recuerdan gritando que son no sé cuántos miles de teléfonos y direcciones me van golpeando la cabeza hasta que caigo al suelo. De los puñetazos me dejan una señal en el ojo izquierdo. No sé cuánto tiempo ha pasado cuando ya me llevan a la celda. Antes, sin embargo, me recuerdan que tienen tres días y que ellos se relevan, y que no tienen ningún problema para pedir una prórroga de mi incomunicación hasta cinco días.

Antes de entrar en la celda me dicen que me lave la cara y las manos. Es entonces cuando me noto el ojo izquierdo inflamado. También el agente que me ha acompañado lo ve y empieza a decirme que cómo me he hecho esto en el ojo. Evidentemente respondo que no lo sé pero que seguramente me lo he hecho yo solo. En la celda me dejan estirarme sobre un colchón, marca Pikolin aún con el plástico, que tiene una mancha de sangre, supongo que de algún detenido anterior. La pared tiene también una mancha grande de sangre similar a la huella de una mano.

No ha pasado mucho tiempo, quizás unos quince minutos, cuando un agente por la ventanilla me dice que vuelva a hacer flexiones y que las cuente en voz alta para que él lo escuche. Creo que hice sobre unas 125. El agente quiere que las haga bien hechas: flexionar las rodillas hasta abajo del todo y subir con el cuerpo erguido y sin dormirme. El deporte no ha sido nunca una afección para mí. Las piernas no me aguantan ya cuando me dejan estirarme un rato hasta que me vienen a buscar y me llevan, siempre con los ojos cerrados y con la cabeza baja, a un despacho donde hay una médico forense.

Me pregunta que cómo me encuentro. Le respondo que ya lo puede ver. Pone más cara de espanto que yo. Me pregunta por el ojo izquierdo, y después de explicarle esto le ruego que no lo ponga en el informe ya que me han dicho que fuera con cuidado con lo que decía al forense porque luego ellos le preguntarían al médico. Le digo que no he comido ni he cenado desde la noche anterior, salvo un bocadillo que me han dado los que me han llevado a Madrid. Tras la visita de la forense me dan de cenar. Sin embargo no puedo comer mucho, me cuesta abrir la boca y sólo tengo sed, mucha sed de agua.

Después de cenar me hacen poner tieso contra la pared del fondo de la celda, la pared que tiene la mancha de sangre. Así quedaré el resto del día, toda la noche y la mañana siguiente. Yo sabía que a uno de los detenidos anteriores le habían hecho permanecer así tres días. En ese momento no puedo creer que sea capaz de resistir ni una noche. Un agente vigilando por la ventanilla para que no coja posturas ‘cómodas’, debo permanecer tieso con los brazos caídos, ni delante ni detrás. Creo que me quedé así sobre unas 18 horas, sólo con una interrupción, durante la noche, cuando tuvo lugar el segundo interrogatorio.

El segundo interrogatorio lo hace el turno de noche, tengo la imagen que estos gritaban más que los demás, supongo porque venían frescos. Sólo entrar en la celda y mientras me vendaban los ojos me gritaban que ahora sí hablaría. También ahora me vuelven a hacer la bolsa, aunque sin ponerme de rodillas, y de vez en cuando me hacen hacer flexiones. Como ya no puedo hacerlas bien por falta de fuerza y por el dolor de los músculos de las piernas, ellos ‘me ayudan’ apretando fuerte y bruscamente sobre mí cuando bajo. El dolor es muy fuerte y yo ya no puedo más. También combinan la bolsa con puñetazos, aunque ahora no tan abundantes ni de manera indiscriminada, tal vez para no volver a dejar ninguna marca como la del ojo izquierdo. Me golpean también con las dos manos al mismo tiempo a los lados de la cabeza, por lo que el oído me queda dolorido durante exactamente un día.

La noción del tiempo la tengo un poco confusa, entre otras cosas porque cuando quieren encienden la luz de la celda y cuando no la apagan. También hay un agente que se entretiene en abrir y cerrar el interruptor continuamente. Lo único que me permite saber si es un nuevo día o no es el ruido de pasos que se escucha por encima del techo, que creo que da a un patio del cuartel.

Tras estos interrogatorios continúo tieso en la celda, sólo durante la cena me permiten sentarme un rato.

Cuando vuelvo a ver a la forense, después de la comida, le cuento que he pasado la noche y parte del día de pie y sin dormir, de nuevo le ruego que no lo escriba en el informe. Después me dejan estirarme en la cama, donde estoy hasta que me vienen a buscar para otro interrogatorio. Esta vez no es tan fuerte como los anteriores, no me hacen muchas veces la bolsa y el número de veces no pasa de una docena: supongo que ya he aprendido de memoria la declaración de tantas veces como la he repetida. Desde esta sala escucho los gritos de algunos de los compañeros que en ese momento están torturando, y abren la puerta para que lo escuche mejor mientras me dicen que todo el mundo acaba hablando. Me enseñan la lista de los presos que habían hecho en Barcelona en el local del MDT, así como una hoja mía donde había escrito que a dos de los detenidos anteriores les habían hecho la bolsa y la bañera.

Después me dejan estirarme de nuevo en la cama y me siento realmente afortunado porque tengo muchas ganas de descansar. Comienza una nueva vida para mí dentro de aquel infierno porque ya no me volverán a tocar hasta la declaración ante el juez. Esa noche puedo descansar por primera vez en tres días, no obstante a menudo me despiertan los gritos de los agentes cuando vienen a buscar a algún compañero, el miedo de que vuelvan a por mí no me deja dormir mucho tiempo seguido.

Al día siguiente, después de hacer un simulacro de declaración, me llevan ante el instructor y la abogado de oficio para hacer la declaración ante la guardia civil. La abogado, una señora de unos 55-60 años, me da un caramelo de naranja mientras hace comentarios sobre las guardias que tiene que hacer ese fin de semana. Me hago cruces de la frivolidad de aquella señora. Hago la declaración tal como la he aprendido abajo.

Creía que ese día me llevarían a la Audiencia a declarar, y eso me daba ánimos porque quería decir que probablemente no habría más torturas. Este estado se volvió de repente cuando un agente me trajo un papel donde se concedía una prórroga de dos días a mi incomunicación. No podía creer que debía estar allí todavía dos días más, eso me provocó una angustia muy fuerte. El agente me dijo que esto era por si no ratificaba ante el juez mi declaración inculpatoria, en este caso volvería a bajar a la celda y comenzarían de nuevo los interrogatorios.

Al día siguiente, viernes me llevaron a la Audiencia. En la celda de la Audiencia no conseguía ver claro sobre qué hacer, si declarar o no declarar, el miedo lo tuve hasta el último momento. No quería de ninguna manera volver a bajar allí. Yo sabía que después de declarar ante el juez uno puede ir a la cárcel (donde estaba seguro de que me llevarían), o a la calle pero difícilmente volver a manos de la guardia civil. El terror, sin embargo, que sentía sólo en pensar que podía ser cierto pudo más al principio porque ratifiqué una parte de la declaración, después la denuncia de las torturas me salió rápidamente.

Cuando el juez me decretó la libertad bajo fianza no podía creerlo y de nuevo en la celda en espera de que me dejaran tenía muchas ganas de llorar. Cuando vi a mi hermano no pude aguantarme y lloré mucho. Supongo que era porque no tenía que volver allá abajo.

Ramon Piqué, Montcada i Reixac, 13 de julio de 1992»

El documental sobre la operación Garzón

Si tiene interés en saber más detalles de la operación Garzón, puede ver este documental que lo explica: https://vimeo.com/46346850

(1) https://www.vilaweb.cat/media/attach/vwedts/docs/operaciogarzon.pdf
(2) https://sites.google.com/a/proutortura.net/amct/

Original

 

https://www.vilaweb.cat/noticies/loperacio-garzon-fa-25-anys-els-relats-de-les-tortures-en-primera-persona/