He aquí un artículo de esos que hubiera preferido no tener que escribir nunca. Pero en la deriva dimisionaria en cuestión de lengua que sufrimos en estos últimos tiempos, el silencio puede llevar la comodidad, pero, al mismo tiempo, también lleva la complicidad de quien calla porque no quiere inquietar la placidez lingüística de las aguas nacionales, ni criticar la actitud de personas que respeto y en muchos casos incluso quiero. En el proceso hacia la independencia en el que se supone que estamos inmersos, si uno se pregunta qué lugar ocupa la reivindicación de la normalización plena del uso de la lengua catalana en la lista de objetivos prioritarios, la respuesta es clara y contundente: ninguno, no está, no figura, no se habla, no existe porque, por lo visto, la marginación de la lengua catalana no representa problema alguno tal como está.
Lo cierto es que la naturalización del uso del castellano en todos los ámbitos, incluidos los pocos donde el catalán aún señoreaba, se ha disparado, afianzado y consolidado en estos últimos años, justamente los mismos en los que, más que nunca en la historia, hay en Cataluña partidarios de la independencia. Y cada vez que el castellano avanza, el catalán retrocede, porque es el uso del primero lo que acaba imponiéndose, en detrimento del segundo. Puede parecer paradójico, pero es así. El independentismo avanza, pero la lengua retrocede y va perdiendo cada vez más posiciones a favor de un idioma que no debe sufrir por su futuro, porque es uno de los que más crece, con millones de hablantes en diferentes continentes y oficialidad única en decenas de países. Y el catalán va siendo arrinconado a lengua rural, marginal, poco moderna, ante la inconsciencia y la complicidad pasiva general.
El juicio de los dirigentes independentistas en el Tribunal Supremo fue una farsa y la sentencia una injusticia absoluta. También fue una oportunidad excepcional para la lengua, perdida por completo. Aunque hubiera sido posible, ninguno de los dirigentes juzgados, gente que ama sinceramente el país y la libertad, optó por declarar en catalán, su lengua, sino que prefirió hacerlo en castellano. Fue una lástima, porque se desperdició, absolutamente, la ocasión de hacer visible una realidad ante todo el mundo: un grupo de personas encausadas por defender la democracia declaran en catalán ante un tribunal donde jueces y acusadores deben ponerse auricular de traducción simultánea porque no entienden la lengua de unos ciudadanos que figuran como «españoles» como ellos. En este caso, la imagen habría ahorrado el uso de palabras explicativas porque todo quedaba claro: jueces, fiscales y acusación particular españoles juzgan presos catalanes y son tan diferentes que hablan lenguas diferentes. ¿Alguien, cree, honestamente, que la pena habría sido aún superior por el hecho de utilizar el catalán?
Todo el mundo tiene todo el derecho del mundo a emplear la que considere como mejor estrategia de defensa. Incluso alguien tan preocupado por la lengua como el president Torra, al comparecer ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña optó por ser defendido en castellano, a través de sus abogados, de una competencia fuera de toda duda, por más que él sí habló allí en catalán. El jarro de agua fría que este gesto simbólico de la primera autoridad del país, sobre los abogados que se afanan cada día por usar el catalán ante los tribunales, fue de antología. Incluso la comisión de lengua del Consejo de Colegios de Abogados de Cataluña transmitió su malestar al president y, al parecer, a estas alturas, todavía nadie ha pedido la versión en catalán de la sentencia contra Torra.
Algunos abogados de indudable talante independentista llegaron a afirmar que se dejaran de tonterías con el catalán, que lo importante era la defensa y no la lengua. Como si lo más normal del mundo no fuera que el presidente de Cataluña fuera defendido en la lengua propia de Cataluña y sí, en cambio, en otra. El catalán, pues, incluso para algunos independentistas, nunca es lo suficientemente importante, siempre es la lengua prescindible, el idioma inútil, el habla invisible.
En el Parlamento de Cataluña, el catalán ha dejado de ser la lengua única y la presencia normal del castellano ha alcanzado metas impensables antes. Hay diputados de PP y Cs que se niegan, a conciencia, a utilizar el catalán aunque lo sepan y optan por discriminar su uso, para esconder la lengua como si fuera la peste, empleando siempre el castellano, práctica a la que, a veces, se apunta también algún parlamentario del PSC. Pero no son sólo estos partidos. En un Parlamento donde los independentistas son mayoría en el hemiciclo y en la mesa, hay veces que, en comisión, todo el mundo, es decir, todo el mundo (JXC, ERC, CUP y Comunes también) renuncian al uso del catalán y hablan sólo en castellano al dirigirse a alguno de los comparecientes, como ocurrió con el caso del delincuente económico Rodrigo Rato. En vez de poner un servicio de traducción simultánea para el personaje, el Parlamento de mayoría independentista optó por dejar de lado el catalán y hablar todo el rato en castellano, como la cosa más normal del mundo, en un gesto de un provincianismo patético, desolador, terrible.
Se ha convertido ya en un lugar común, una práctica habitual, que una vez que los dirigentes políticos o institucionales han hecho una declaración en catalán entonces pasen a repetir en castellano lo mismo que acaban de decir. A veces son ellos mismos quienes, después de la primera intervención, ya dan paso con una sonrisa tranquilizadora (?) a la segunda fase, diciendo, con una naturalidad aterradora: «Bueno, y ahora en castellano». Y yo me pregunto: es que cuando hablan en catalán, ¿no lo hacen para todos en todo el mundo? En la época de las nuevas tecnologías, cuando una declaración se puede subtitular o bien puede hacerse sobreposición de voz, ¿por qué no se hace cuando se habla en catalán? ¿Cómo es posible que nuestros dirigentes independentistas se avengan a esta práctica tan despectiva y humillante para el catalán?
Alguien puede decir que el castellano es oficial en Cataluña y es cierto. Pero también lo es el occitano y no recuerdo que, después del castellano, vuelvan a repetir lo mismo en occitano, en cumplimiento del marco lingüístico legal. Que un idioma sea oficial significa que no puedes impedir que cualquiera lo utilice, pero no que tengas la obligación de hacerlo tú. Una lengua que no puede ir sola por la vida, que siempre debe ir de la mano de otra, no tiene futuro alguno y sí los días contados. ¿O es que cuando el presidente español acaba una declaración también repite lo mismo en catalán? ¿O quizás les reclaman la versión en español a Merkel o Macron cuando acaban de hablar?
En un mal entendido sentido de la educación hay quien se dirige siempre en castellano a quien no habla catalán, por lo que hace una doble discriminación inconsciente: de la lengua catalana y de las personas a quienes se les dice a la cara que no son de aquí, sino de fuera, y por eso no se les habla la lengua de aquí. Pasa en también las cuentas de Twitter. Y en las clases en la universidad de manera alarmante. No debe extrañar, entonces, que los medios de comunicación públicos audiovisuales, cada vez más, recojan esta práctica e incorporen hablantes habituales en sus emisiones de una lengua que no es la que, por ley, motivó la creación de TV3 y Catalunya Radio. Y no se trata de marginar personas, sino de no contribuir a discriminar más el catalán. Si tan normal fuera, ¿cómo es que en las televisiones y radios españolas nunca hay, con toda normalidad, gente que se exprese en catalán en sus programas de forma estable? ¿Y por qué no la hay en inglés en las televisiones francesas, o en español en las italianas? ¿Por qué tenemos que admitir como normal aquí lo que no lo es en ninguna parte?
Si no se produce una reacción inmediata, para dignificar y normalizar el uso del catalán en todos los ámbitos, la lengua se consolidará como lo que ya es para muchos, dirigentes independentistas incluidos, algo por lo que no vale la pena luchar, una causa perdida. Personalmente, me niego a hacer con el catalán lo mismo que hacen siempre PP, CS, a veces PSC, y a menudo todos los demás: no usarlo, marginarlo y sustituirlo por el castellano. Quiero la independencia de mi país y la plenitud de la lengua y no considero que sean incompatibles, que haya que renunciar a la segunda para obtener la primera. Porque sería renunciar a un pasado, a una cultura, una visión del mundo y, sobre todo, a un futuro donde la lengua sea un instrumento de acogida, convivencia e identidad compartida. El catalán, pues, lengua pública y común y, en su casa, ¡que todo el mundo hable como bien le parezca!
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