El desplome económico causado por la Covid-19 se traducirá este año en una reducción sin precedentes de las emisiones mundiales de CO2. Sin embargo, en su último informe sobre las perspectivas de las tecnologías energéticas (Energy Technology Perspectives 2020) la Agencia Internacional de la Energía (AIE) advierte que, sin cambios estructurales en el sistema energético, dicha reducción solo será temporal.
Lograr el objetivo de cero emisiones netas en el 2050 requiere una metamorfosis radical en cómo se suministra, transforma y utiliza la energía. El rápido crecimiento experimentado por las renovables (solar fotovoltaica y eólica), junto al despegue del vehículo eléctrico, muestran el potencial de reducción de emisiones de las tecnologías denominadas limpias (un adjetivo que no resulta del todo apropiado si se contabilizan las emisiones a lo largo de toda la cadena de valor).
Sin embargo, la AIE subraya que alcanzar cero emisiones netas requerirá que tales tecnologías se desplieguen a una escala mucho mayor que la actual, sin por ello olvidar que la industria necesita del desarrollo e implantación masiva de otras muchas soluciones energéticas bajas en carbono (una expresión que se ajusta más a la realidad que el adjetivo comentado con anterioridad) las cuales todavía se encuentran en una fase temprana de desarrollo, como es el caso, por ejemplo, de las aplicaciones del hidrógeno, la bioenergía y la captura, uso y almacenamiento del carbono (CCUS, de sus siglas en inglés).
Uno de los mensajes a mi juicio más destacable del estudio que les comento es que la electrificación, por si sola, no puede descarbonizar por completo una economía. De hecho, la AIE afirma que a escala global algo más de un tercio de la reducción de emisiones necesaria para alcanzar el objetivo de cero emisiones netas debe provenir de tecnologías que todavía no están comercialmente disponibles. Es decir, que un progreso más rápido hacia tal objetivo dependerá de una aceleración de la inversión y de los esfuerzos en I+D+i, ciertamente en electricidad y su almacenamiento, pero también en hidrógeno, bioenergía y CCUS.
Si hacemos esto, pese a la magnitud del desafío que plantea el cambio climático, podemos ser optimistas. De la lectura del informe se desprende que, en teoría, conocemos el amplio espectro de tecnologías a desarrollar e implementar en las próximas décadas para encarrilar las emisiones por una senda sostenible y así regular el termostato del calentamiento global. Quizás, la única condición sine qua non para ello sea saber impulsar una gran coalición que, fundamentada en el mejor conocimiento científico y tecnológico disponible en cada momento, incluya a gobiernos, entidades financieras, industrias, empresas y a todos aquellos comprometidos en la lucha contra el cambio climático.
LA VANGUARDIA