Vidkun Quisling, el hombre que vendió su país a Hitler

EL JUDAS DE NORUEGA

La expresión “ser un quisling” se usa en inglés y en noruego como en castellano “ser un judas”. Es sinónimo de traidor, de colaboracionista, de conspirador. El término lo popularizó el diario The Times tras la invasión nazi de Noruega (1940), en la que Vidkun Quisling actuó como principal colaborador del enemigo. La figura de Quisling es equiparable a la de otros gobernantes títeres de la Alemania nazi, como Pierre Laval, jefe del gobierno francés de Vichy, o Ion Antonescu, conducator de Rumanía. No por casualidad los tres tuvieron el mismo final: fueron fusilados.

El camino que llevó a Quisling desde la iglesia de Drammen, donde predicaba su padre cuando era niño, hasta el despacho de primer ministro en Oslo tiene tantos recovecos como los fiordos de la costa noruega. Vidkun nació en 1887 en Fyresdal, un pequeño pueblo del condado de Telemark. Tímido, piadoso y buen estudiante, el futuro mandatario parecía encaminado a seguir la carrera de su padre, pastor luterano. Sin embargo, a los dieciocho años decidió dar un giro a su vida: ingresó en la academia militar, donde se graduó en el primer puesto de su promoción.

Quisling inició una carrera en el Ejército más de despachos que de cuarteles. Durante la Primera Guerra Mundial, en la que Noruega fue neutral, trabajó como agregado militar en Petrogrado y Helsinki. Su paso por Rusia supuso una revelación. Tras ser testigo de la revolución bolchevique y la creación de la Unión Soviética, el conservador y creyente Quisling comenzó a simpatizar con la causa socialista. En particular con León Trotski, a quien admiraba por su talento militar. Fruto de esta atracción fue su ingreso en 1929 en el Partido Laborista Noruego.

Cambio de chaqueta

Sin embargo, las convicciones ideológicas de Quisling no tardarían en volver a cambiar. Con cuarenta y cuatro años, casado (con una mujer ucraniana) y decidido a establecerse como político, Vidkun se apartó de la izquierda noruega, a la que auguraba poco futuro y achacaba falta de voluntad revolucionaria (intentó crear una Guardia Roja sin éxito), y se fue escorando hacia posturas nacionalistas y de extrema derecha.

En 1931 se unió al conservador Partido Agrario. Ese mismo año, la formación ganó las elecciones y nombró a Quisling ministro de Defensa. En 1933, animado por el éxito de Hitler en Alemania, Vidkun abandonó el partido y fundó el suyo propio, el fascista Nasjonal Samling (Unión Nacional). Pero, a diferencia de su homólogo alemán, Quisling carecía de carisma y poder de convocatoria. Como consecuencia, fracasó estrepitosamente en las elecciones de ese año: solo consiguió el 2% de los votos y ni un solo escaño.

Desencantado con la sociedad noruega, Quisling buscó fuera el apoyo que no encontró en su país. En 1934 acudió a la conferencia fascista de Montreux, donde entabló relación con los principales líderes de la ultraderecha europea. También por esa época cultivó la amistad con el ideólogo del nazismo Alfred Rosenberg, con quien coincidía en sus ideas pangermanistas y su interés por la filosofía. Este vínculo le permitió entrar en contacto con oficiales del Tercer Reich y conseguir apoyo económico para su partido.

En las elecciones de 1936, el Nasjonal Samling se presentó tras haber endurecido su programa político. El partido realizó una agresiva campaña articulada por medio de un discurso fuertemente antisemita, antiliberal y antibolchevique. Sus dirigentes vestían uniforme, utilizaban símbolos del pasado vikingo y habían formado una rama paramilitar, Hirden, a imagen de los “camisas pardas” alemanes. El resultado de esta estrategia fue una nueva debacle electoral: el Nasjonal Samling obtuvo menos votos que en 1933.

Salvado por la guerra

En 1939, Quisling era el líder de un partido decadente, sin apenas apoyo popular y con graves problemas financieros. Pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial lo cambió todo. Fue su tabla de salvación. Los fulgurantes éxitos del ejército alemán y el ataque de la Unión Soviética a Finlandia le convencieron de que estaba ante su gran oportunidad. Durante los primeros meses de la contienda, la actividad del líder de la Nasjonal Samling fue frenética.

Por una parte, movilizó a sus simpatizantes para que difundieran entre la sociedad noruega el miedo a un ataque foráneo, ruso o anglofrancés, y la necesidad de defenderse a través de una alianza con la victoriosa Alemania. Por otra, intentó persuadir a sus contactos alemanes para que le ayudasen a instaurar un gobierno pronazi en Noruega antes de que, según su opinión, el presidente del Parlamento, Carl Joachim Hambro, de origen judío, abriera la puerta a los ingleses.

La insistencia de Quisling terminó dando sus frutos. Por mediación de Rosenberg, el líder noruego consiguió reunirse varias veces con Hitler en diciembre de 1939. Aunque el canciller alemán vio con buenos ojos la propuesta de golpe de Estado de Quisling (que había exagerado el número de partidarios de los que disponía para ello) y prometió apoyarle económicamente, no estaba dispuesto a intervenir en Noruega a menos que Gran Bretaña violara su neutralidad.

No hubo que esperar mucho. El 16 de febrero de 1940, un destructor inglés interceptó en aguas noruegas a un buque alemán que transportaba prisioneros británicos. La tímida respuesta del gobierno escandinavo ante ese acto de guerra dentro de su territorio persuadió a Hitler de la debilidad de la neutralidad noruega, y le convenció de la inminencia de una intervención británica en el país con el fin de crear bases navales para interrumpir el suministro alemán de hierro proveniente de Suecia.

La invasión de Noruega, llamada Operación Weserübung (que incluía también la ocupación de Dinamarca), comenzó el 9 de abril de 1940. Quisling, que había colaborado en ella enviando informes a los alemanes sobre las defensas noruegas (las conocía de su época de ministro), aprovechó la situación para dar un golpe de Estado. A pesar de que no contaba con suficientes partidarios, se autoproclamó primer ministro gracias al apoyo alemán.

Sin embargo, los ocupantes enseguida se dieron cuenta de su debilidad. Ni el Parlamento ni el rey Haakon VII ni las formaciones políticas de derecha, que podrían haber estado más receptivas a colaborar con el enemigo, aprobaron su designación. A los seis días, Quisling fue relevado de su cargo.

A la sombra del Reich

Convertido en un traidor a ojos de sus compatriotas y en un fracasado para los ocupantes, Quisling se esforzó en no perder el favor de sus amigos en Berlín. Y lo consiguió. Vidkun convenció a Hitler de la utilidad de su presencia en el gobierno para “nazificar” el país e integrarlo en el nuevo orden europeo que surgiría tras la victoria alemana. En contra de la opinión del comisionado del Reich en Noruega, Josef Terboven, que le despreciaba, Quisling y varios miembros de su partido fueron admitidos en el gabinete.

Durante los dos años siguientes, Quisling se afanó en extender los principios del nacionalsocialismo en todos los rincones de la sociedad noruega. Inició una persecución contra los opositores políticos, arrestándolos o destituyéndolos de sus cargos, y los reemplazó por miembros de su partido. En 1941, el Nasjonal Samling alcanzó los 40.000 afiliados, la mayoría oportunistas de última hora.

Estos esfuerzos nazificadores tuvieron su recompensa. El 1 de febrero de 1942, Alemania anunció el fin de su gobierno en Noruega y la elección de Quisling como primer ministro. En realidad, fue un reconocimiento envenenado. No solo su capacidad de mando estaba muy limitada, ya que el Reichskommissar Terboven seguía controlando el gobierno en la sombra, sino que su nombramiento coincidió con un cambio de signo de la guerra. A la larga, su elección sirvió para que se expusiese aún más ante sus compatriotas y aumentara su impopularidad.

A esta antipatía contribuyeron varias decisiones que Quisling tomó por exigencia alemana: envió a casi la mitad de los 2.000 judíos que había censados en Noruega a morir en los campos de exterminio polacos, persiguió a la Iglesia, trató de obligar a los niños a ingresar en una organización inspirada en las Juventudes Hitlerianas e intentó reclutar a 30.000 jóvenes para unirse al esfuerzo bélico alemán (finalmente tuvo que llamar a filas a miembros de su propio partido para conseguir llegar a 20.000).

Quisling se vio por última vez con Hitler el 20 de enero de 1945. En un intento por salvar su vida y evitar un baño de sangre, le propuso firmar una paz con el gobierno noruego en el exilio. El canciller se negó. El 9 de mayo de 1945, Noruega se rindió a los aliados y el presidente se entregó a los líderes de la resistencia.

Diez días después fue juzgado y condenado a muerte por malversación, crímenes de guerra y alta traición. El 24 de octubre de 1945 fue fusilado. Sus últimas palabras fueron: “Fui condenado injustamente y muero inocente”. La casa donde vivió en Oslo es actualmente un centro dedicado a la memoria del Holocausto.

LA VANGUARDIA