Me han impresionado (y me han parecido importantes) las imágenes de Macron en Beirut inmediatamente después de la trágica y enigmática explosión en el puerto. Con la camisa arremangada, sin americana, Macron se ha paseado entre la gente, abrazando, prometiendo, discutiendo, medio llorando, como no ha sabido ni podido hacer ningún político libanés. Algunos manifestantes le han dicho que él era su última esperanza. Me han parecido las imágenes de un político moderno y competente -si no fuera Macron, le llamaríamos populista- al servicio de una lógica antigua. Una lógica prácticamente colonial. El Líbano ha sido siempre área de influencia francesa. Macron ha ido en nombre de Francia, no en nombre de Europa: a Borrell no se le habría ocurrido nunca ir y si hubiera ido no le habrían conocido o lo habrían echado. Tenemos un Mediterráneo -Rusia, Turquía y la misma Francia jugando militarmente en el tablero de ajedrez de Libia- donde perviven lógicas de hace más de un siglo, previas (y opuestas) a la unidad europea. Macron actúa al servicio de estas lógicas, con unas maneras profundamente contemporáneas, rodeado de cámaras, actuando en el escenario libanés para el público francés. Quizás es el mejor resumen de la política internacional de nuestro tiempo: formas nuevas a favor de lógicas muy antiguas.
ARA