Un país se construye también con sus referentes históricos. Qué personajes del pasado decide homenajear, sobre qué temas se hacen documentales y programas para el gran público, qué día es la fiesta nacional, etc.
Pienso en nuestro país, en el recuerdo perpetuo de la derrota de 1714 y en la reducción interesada del concepto de memoria histórica al recuerdo de la última guerra civil española que sufrimos en Cataluña entre el 36 y el 39 del siglo pasado. ¿Pueden ser estos los únicos ejes principales de nuestra memoria colectiva?
Tengo la sensación de que cuando nos fijamos sólo en las dos grandes derrotas que ha vivido nuestro país, construimos una memoria colectiva parcial, como si la persecución contra los catalanes fuera simplemente derivada de un par de desgraciadas, pero puntuales, derrotas militares.
¿Es así? Cuanto más se lee sobre nuestra historia más evidente parece que no. Muchos de los agravios que ha sufrido el catalanismo durante el siglo XX y que finalmente han llevado al independentismo a representar la mitad de la población del país, vienen de muy lejos y se han mantenido estables a lo largo de los siglos y las décadas gobernara quien gobernara. Hablo del expolio fiscal (aquí un recorrido histórico), pero también de la violación continuada de leyes catalanas (se llamen Estatuto o Constituciones), de la persecución sin tregua contra el catalán (aquí otro artículo al respecto) o incluso de la castellanización forzada de los obispos y el clero, que ya era un hecho en pleno siglo XVI, y que en Montserrat llevó a graves conflictos internos hace más de cuatrocientos años con la nueva jerarquía trasplantada directamente desde Valladolid.
¿Podemos afrontar el problema secular de la reforma de España sin tener en cuenta el bagaje de los diputados catalanes en Madrid del siglo XIX o el fracasado intento de la 1ª República? ¿Se puede hablar de catalanofobia sin tener en cuenta las campañas infames de boicot y odio que se han promovido políticamente desde la España castellana cada vez que Cataluña ha intentado levantar la cabeza, fuera en 1919, en 1932, en 2006 o en el período 2017-2020? Y para terminar, ¿podemos hablar de exilio y prisión como si fueran una anomalía y no un patrón que se repite una y otra y otra vez desde siglos atrás?
Al mismo tiempo, ¿estamos dispuestos a reivindicar las virtudes del constitucionalismo catalán, que antes de ser interrumpido por Felipe V era uno de los más avanzados de Europa? ¿Pensamos en reivindicar la voluntad de soberanía de Pau Claris y la generación que en 1640-41 se atrevió a romper con la monarquía hispánica para defender las libertades de los catalanes? ¿Cuándo recordaremos la huelga de tenderos de 1718 contra la ocupación borbónica o el cierre de cajas de 1898? ¿Y la importancia de la Mancomunitat de Prat de la Riba para la ordenación del país, posteriormente aniquilada por el dictador Primo de Rivera?
La historia política de los catalanes en la monarquía hispánica ha sido marcada por mucho más que un par de derrotas militares. Existe la voluntad permanente de ser libres, de ser normales, y de construir un país a la vanguardia.
Un apunte final. 1714 y 1939 tienen la característica común de señalar no sólo la derrota de las libertades catalanas, sino también la de otra España posible (la austriacista, la republicana). Este hecho sin embargo, ha sido más la excepción que la norma como vemos actualmente y oculta que tanto durante la época austriacista como en la republicana, la política del Estado no fue menos lesiva hacia los derechos y las instituciones de los catalanes. Pensemos un momento en el autoritarismo de Felipe II (I, por cierto, de Cataluña y Aragón), en el centralismo fanático del Conde Duque de Olivares durante la primera mitad del XVII o la catalanofobia explícita del gobierno de Lerroux y Gil Robles durante la 2ª República.
Felipe V y Franco son dos de los personajes más funestos que nunca hayan gobernado Cataluña, Y las derrotas de 1714 y 1939 son hitos que no debemos olvidar porque demuestran hasta qué punto el poder castellano-español ha tenido la voluntad de aniquilar los derechos y las libertades de los catalanes, pero son síntomas extremos de un problema mucho más profundo.
Y es que desde mediados del siglo XVI, ninguna generación de catalanes ha vivido sin ver cómo sus instituciones y leyes eran atacadas, sus líderes encarcelados o exiliados o ellos mismos reprimidos por el simple hecho de ser y hablar en catalán, pero a la vez ninguna generación de catalanes se ha rendido.
En 1714 y 1939 nuestros predecesores perdieron una guerra, Pero a pesar del autoritarismo de la monarquía hispánica y española, ni antes ni después los catalanes dejaron de luchar. Esta firmeza y ese afán de libertad constante son la mejor lección que nos da la historia, y nunca la deberíamos olvidar.
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