Las relaciones entre Winston Churchill y Charles de Gaulle, posiblemente los dos estadistas europeos más importantes del siglo pasado, fueron tormentosas y controvertidas. Churchill se encontraba solo ante Hitler y De Gaulle era ignorado por la gran mayoría de franceses cuando, mañana hará 80 años, se dirigió a ellos desde la BBC de Londres asegurándoles que “ocurra lo que ocurra la llama de la resistencia francesa no debe apagarse y no se apagará”.
Los dos personajes pasaban momentos inciertos. El primero llevaba poco más de un mes como primer ministro y el segundo fue acogido casi como refugiado político en un Londres que experimentaba los primeros reveses de la guerra contra Hitler en las costas noruegas y en la fallida batalla de Dunkerque.
La palabra y los gestos patrióticos fueron las únicas armas de que disponían para detener a los ejércitos alemanes. La Francia Libre proclamada por De Gaulle desde la BBC era una rareza entre los franceses, cuyos ejércitos resistieron solo unas semanas hasta que el 22 de junio firmaron el armisticio que ponía fin a las hostilidades entre el Tercer Reich y el gobierno francés del mariscal Pétain que fundó el régimen de Vichy, sumiso a un Hitler que se paseó chulesco por París y ocupó Francia sin ningún tipo de escrúpulos.
Se quejaba De Gaulle de que la resistencia era un fenómeno raro porque había demasiados franceses que entre sus propiedades, su pequeña casa, su jardín, su tienda, su taller, sus pequeños campos, sus bonos del Tesoro, su respeto a la legalidad… y Francia habían preferido sus propiedades.
Churchill tuvo que sobreponerse a una opinión pública y a una facción del partido conservador, liderado por lord Halifax, que no querían volver a la guerra y que, además, intentaban llegar a un pacto con Hitler para evitar la confrontación. Toda esta historia es bien sabida.
Lo que es más desconocido es la enemistad profunda entre Churchill y De Gaulle, que se prolongó durante toda la guerra, hasta el punto de que se pasaban semanas o meses sin dirigirse la palabra. Y, a la vez, la mutua necesidad que tenían para librar, cada uno a su manera, la guerra contra Hitler. Resumiendo mucho, Churchill defendía con más énfasis la causa de la libertad y De Gaulle lo sacrificaba todo para salvar el honor de Francia.
El historiador François Kersaudy dedica un excelente libro a la “mésentente cordiale” entre los dos personajes que se llegaron a odiar pero que, a su vez, se necesitaban mutuamente. Churchill era un enamorado de Francia y de su cultura. Sabía que sin los franceses sería muy difícil construir una Europa fuerte después de una segunda guerra devastadora en menos de treinta años. De hecho, fue un gran impulsor de lo que años más tarde sería la Unión Europea a la que Gran Bretaña llamó a la puerta en 1963 y el general De Gaulle respondió con un rotundo no en dos ocasiones. Los dos tenían visiones militares muy elaboradas: uno velaba por los intereses imperiales británicos y el otro se sirvió de las posiciones coloniales francesas en África y Oriente Medio para reivindicar los intereses de la patria.
Kersaudy reproduce diálogos desabridos entre los dos, especialmente cuando el presidente Roosevelt menosprecia a De Gaulle y quiere prescindir de él como interlocutor. Churchill no puede contrariar al presidente norteamericano y, al mismo tiempo, no quiere prescindir del general De Gaulle, con quien ha compartido las fatigas de la guerra tras el fiasco de Dakar y los primeros contratiempos en Oriente Medio.
Gran Bretaña le entregó 25 millones de libras esterlinas y De Gaulle se dedicaba a hablar mal de británicos y norteamericanos. Le voy a denunciar en la Cámara de los Comunes y en la radio, le dijo Churchill. Hágalo, primer ministro, es usted bien libre de deshonrarse, le dijo el general. ¿Qué salvó a De Gaulle de no ser apartado de la dirección de la Francia Libre?
Primero, su popularidad creciente como líder indiscutible de la resistencia en territorio francés; segundo, la opinión pública británica y norteamericana que miraba con simpatía la tozudez patriótica de un general espigado y sobrio que había roto con Pétain desde el minuto cero y que no quería ninguna componenda con Vichy, y tercero, su inteligencia militar y su visión política, fruto de muchas lecturas y reflexiones.
Churchill y De Gaulle llegaron a odiarse y, al mismo tiempo, no podían esconder su mutua admiración. La cruz más grande que me ha tocado llevar es la de Lorena, se lamentaba resignado el primer ministro. Roosevelt le despreciaba porque no entendía las complejidades de una historia y una cultura europeas en la que Francia ha sido un factor principal históricamente.
Aquellos casi cinco años de tensiones y de luchas por causas comunes para derrotar a Hitler determinaron la historia de las relaciones de Londres con Europa hasta el desenlace del Brexit. Los protagonistas de la historia no son angelicales. Un diálogo recogido por Kersaudy. De Gaulle: “Soy prisionero. Pronto me enviará a la isla de Man”. Churchill le contesta en francés: “Non, mon Géneral, pour vous, très distingué, toujours la Tower of London”. Dos gigantes en tiempos muy convulsos.
LA VANGUARDIA