No somos libres porque no queremos

No somos libres porque no queremos. Los catalanes no somos el único pueblo cautivo de la historia, ha habido muchos otros, antes, y los seguirá habiendo en el futuro. Es la vieja historia de la humanidad: el afán de dominación, provocado por complejos de inferioridad disfrazados, y la lucha, a menudo sangrienta, los dominados por sobrevivir. El avance tecnológico no es más que una capa de maquillaje que esconde el primitivismo humano. El ser humano, en términos espirituales, aún vive en los árboles. Por eso hay tanta gente en el Estado español, basta con escucharles o leerles -Joaquín Sabina o Arturo Pérez-Reverte, por ejemplo- que dice que nos exterminaría físicamente, ‘si pudiera’. ¿Y por qué procedimiento? La guillotina les parece el más factible, porque les sobran verdugos.

El 1 de octubre de 2017 hicimos algo que no habíamos hecho nunca para recuperar nuestra libertad, y lo hicimos cívicamente, con los pies en el suelo, no encaramados a los árboles; pusimos las urnas en la calle y dejamos que la gente se expresara por medio del voto. Todo el planeta se admiró y nos felicitó. Y eso fue porque las brutales palizas de unos primates bajados de los árboles enviados por un Estado que, en términos democráticos, nunca, nunca jamás ha dejado de vivir en los árboles, no nos pararon. Por ello, tanto su dialéctica, siempre prepotente, siempre arrogante, siempre amenazante, siempre con el látigo en la mano, como su praxis, siempre despótica, violenta, encarceladora, siempre con las manos manchadas de sangre, nos dicen que la Castilla (España) del siglo XXI es el vivo retrato de la del XVIII. Da igual que se llamen casa real, Gobierno de España, Congreso, Senado, Tribunal Constitucional, Tribunal Supremo, Audiencia Nacional, Fiscalía… En cuanto abren la boca, ya ves la cultura de la violencia y la dominación.

Es cándido, permítanme que lo diga, pensar que el mundo, o por lo menos Europa, salvarán a Cataluña de esta dominación y de esta violencia física, política, jurídica e institucional. ¿Por qué Europa o el mundo deberían hacer por nosotros lo que no han hecho por casos más sangrantes? Turquía destroza cada día a los kurdos, China hace lo mismo cada día con los tibetanos y los hongkoneses… y no pasa absolutamente nada. ¿Qué han hecho por nuestros presos políticos? Palabras, sí. Grandes palabras, grandes discursos, grandes atriles. Pero la bota del opresor continúa oprimiendo el cuello de los sometidos con la misma fuerza con la que lo hacía el brazo del primate bajado de los árboles que mató a George Floyd. En asuntos internacionales, tanto Europa como las Naciones Unidas sólo se mueven por hechos consumados, y los catalanes no hemos consumado nada. ¡Nada! Hicimos el Uno de Octubre, sí, y fue magistral. ¡Magistral! Pero nosotros mismos firmamos su nulidad y convertimos la hazaña en una cerilla. Los efectos, por lo tanto, fueron los mismos que si escalásemos un monte elevado y sintiéramos vértigo en los cincuenta metros finales o, en términos antiguos, celebráramos una gran ceremonia nupcial y, llegado el momento, no nos viéramos con corazón de consumar el matrimonio. Si después alguien nos ha de apalear por nuestra osadía, que sea porque la hemos consumado, no porque nos hemos asustado. Ande o ande, caballo grande, ¿no?

Cataluña sólo será libre el día que toda la marina independentista reme en la misma dirección. Mientras no sea así, no haremos más que peinar la gata (1). Y mientras nosotros peinamos la gata, incapaces de consumar lo que decimos que queremos, España consuma su expoliación minuto a minuto y nos arrebata una por una las pocas migajas competenciales que tenemos. Pero tranquilos, ¡no pasa nada!, nos dicen los gestores vocacionales de migajas. «Ahora no toca independencia, ¡ahora toca elecciones!». Y es que convocar elecciones es el recurso de quien no tiene otro objetivo en la vida que ser gestor de las migajas de la dependencia. Por ello, si el carro de las migajas no está en sus manos, piden elecciones. La fabricación de elecciones, como la de bizcochos industriales, es el pan y circo destinado a tener entretenida a la gente y a evitar que deje de tocar lo que no suena con «la cosa de la independencia». «¡Oh!, mira que son pesados, ¿eh?!» Es la lógica del esclavo enamorado del amo. No soporta que los suyos lo pongan en evidencia.

Pero si en esta vida hay algo inaplazable es la libertad. La vida de las personas tiene fecha de caducidad, y morir sin haberla vivida en plenitud, que es la consecuencia de no ser libre, es decir sin haber sido dueño de tus decisiones y de tus recursos, es una vida malograda irrecuperable por completo. Más aún: si no eres libre, tienes el deber ético de luchar por serlo. El problema se agrava, claro, cuando tu falta de libertad coincide con la de otros como tú, ya que, para conquistarla, deberéis luchar juntos. Todos los que piensen igual deberán remar como un solo individuo con el mismo objetivo. Los individualismos, por muy fogosos que sean, estarán condenados al fracaso.

Desgraciadamente, en este sentido, la nave catalana es ahora mismo la casa de ‘quita y pon’. Mientras en la nave española, toda su tripulación formada por Partido Socialista-Ciudadanos-PP-En Común Podemos + CCOO-UGT, reman al ritmo de la Unidad de España, los tripulantes de la nave catalana, Juntos por Cataluña-ERC-CUP, lo hacen cada uno por su lado. Y así, amigos, nunca ha avanzado ninguna nave. Es sencillamente imposible. Lo único que tenemos es una nave que no para de dar vueltas y girar sobre sí misma sin moverse de sitio. El caso de Laura Borràs, es una prueba muy actual. Es un caso escandaloso de acoso político diseñado en las cloacas del Estado para descabalgar a alguien como firme candidato a la presidencia de Cataluña, mediante la fabricación de informes falsos y sin una sola prueba que los avale. Incluso se atreven insinuar una relación sentimental entre Borràs y otra persona, totalmente falsa.

Pues bien, los partidos independentistas, en vez de cerrar filas entorno Laura Borràs -el partido al que ella pertenece no importa, dado que otro día, cuando la coyuntura lo requiera, le tocará a alguien de otro partido- aparecen divididos. Es lamentable el papel de la CUP, haciendo suyo el discurso español y pidiéndole que lo deje, como si fuera culpable, como si fuera la inocencia, no la culpabilidad, lo que fuera necesario demostrar o como si la justicia española, que viola sin escrúpulos los derechos humanos, mereciera la más mínima credibilidad.

Por otra parte, el comportamiento ambiguo de REsquerra -en Barcelona, una cosa; en Madrid, otra-, también legitima este nuevo episodio de la llamada Operación Cataluña, cosa profundamente injusta en el caso concreto de Laura Borràs, ya que ella no ha mirado nunca las siglas a la hora de defender a ultranza a Marta Rovira, de ERC, o a Anna Gabriel, de la CUP. Y ambas, recordémoslo, están en el exilio. Señor Gabriel Rufián y señora Mireia Vehí, si tanto respeto y tanta confianza les merece la justicia española, ¿por qué mantienen a Marta Rovira y a Anna Gabriel en el exilio? ¿Cómo es que no las hacen volver? Esta desunión, esta política de vuelo gallináceo, convierten al independentismo en una esperpéntica olla de grillos en la cual las sillas de la ‘Gestoría de Migajas’ son más importantes que la libertad.

Es en la respuesta que dan los partidos independentistas a casos como éste y a situaciones similares cómo se ven las posibilidades que tiene Cataluña de ser libre. La divisa que dice «divide y vencerás» tiene milenios de historia, y si el tiempo no lo ha borrada es porque el ser humano todavía se cae de bruces. Sabe mal, porque así no se gana la independencia, así se reafirma la dependencia. Por lo tanto, dejemos de engañarnos: no somos libres no porque España «no nos deja», no somos libres porque no queremos. Lo dicen los hechos.

EL MÓN