Si no eres independentista, no eres de izquierdas

Como persona de izquierdas, el humilde autor de estas líneas cree que la divisoria, la fractura, el ‘cleavage’, como dicen los posmodernos, izquierda/derecha es hoy tan relevante como siempre. Y, para no perder el tiempo con las peleas escolásticas al estilo del célebre proceso por la sombra del asno o el dogma de la verdadera izquierda, creo que ésta tiene como acta de nacimiento válido hasta hoy la fórmula de la revolución que todavía nadie ha superado, ni siquiera alcanzado: libertad, igualdad, fraternidad.

El debate izquierda/derecha sigue siendo el debate nuclear en nuestras sociedades plurales y conflictivas, aunque los más viejos del lugar digan que no tiene ningún sentido porque siempre «habrá pobres y ricos» y, por tanto, «progres y ricos». El consuelo es que podemos confrontar y debatir de forma pacífica, sin recurso a la violencia. La democracia es una forma de organizar el disenso, una forma de ordenar el conflicto. No de resolverlo, pero sí de gestionarlo dentro de los límites de la civilización y la buena crianza.

Sin embargo, para tener una democracia que ordene y organice el conflicto, es necesario que tengas un espacio que puedas llamar tuyo, uno solo donde poner los pies antes de hacer trabajar la cabeza sin peligro de que te la revienten a porrazos. Si vives en un país sometido a otro y en situación colonial, la confrontación izquierda/derecha tiene un sentido muy limitado, casi irrelevante, aunque creas que es la espina dorsal de tu vida para que, sea cual sea el contenido y las formas de la confrontación, el resultado no depende de los contendientes, sino de un centro de decisión foráneo. Para que el debate izquierda/derecha tenga sentido, hay que dejar de ser colonia; hay que ser un Estado independiente. Para conseguir un Estado independiente hay que movilizar a la sociedad entera, no sólo a una parte, no sólo a un partido por más hegemónico que quiera ser. Es decir, la nación.

El eje derecha/izquierda debe pasar a segundo plano; la contradicción entre colonia y metrópoli es más importante que la ideológica. Entenderlo al revés no sólo indica un oportunismo algo infame, sino, lo más importante, una incapacidad enfermiza por «el análisis concreto de la situación concreta», que reclamaba Lenin, cosa nada edificante para una izquierda con tantas raíces comunistas. Negar hoy la sinceridad y solidez del giro independentista de la derecha catalana es negar la realidad. Tratar de combatirla haciendo filigranas semánticas con la palabra «convergencia» y la cifra mágica del 3% muestra un grave déficit cognitivo o algo peor.

La izquierda catalana debe ser catalana antes que izquierda, al igual que la izquierda española es antes española que izquierda. Cuestión de supervivencia. Si la izquierda catalana da preeminencia al eje izquierda/derecha en el espacio «nacional» español dentro Cataluña, apoya la opresión colonial. Decir, para ocultar la rendición, que sí que hay una diferencia entre la izquierda y la derecha españolas que hay que aprovechar es ocultar que, cuando se trata de la nación española, la diferencia se desvanece como la niebla al mediodía. Y se desvanece precisamente por causa de Cataluña.

Bien. «Rechacemos los hechos», como decía el audaz Rousseau. Se puede negar que la situación sea colonial. Por supuesto. La política es cosa de opinión y la opinión, cosa de los votos, no de la razón. Entonces, si hay votos, se puede decir lo que se quiera, como que Cataluña no es una colonia y que la actual organización del Estado y el rincón folclórico nacional catalán es más de lo que nos merecemos. Por si acaso y para hacernos notar, se puede proponer alguna modificación de carácter estatutario, federal o similar. Pero la posibilidad de la independencia queda anulada de raíz.

Sin embargo, ¡basta de agachar la cabeza! ¡Que somos de izquierdas de verdad, coño, y no de ‘pa sucat amb diners’ (1)! Aunque parezca que, por razón de conveniencia, nos entendemos con los verdugos, en lo más profundo de nuestro corazón nunca olvidaremos la cruda verdad del estatus colonial. Y, a veces, mostraremos nuestra indignación recordando que nos mantenemos leales al ideal de la independencia. Con un criterio sobrio, pero, realista y conocedor de la naturaleza humana, un criterio frío, que no se deja enredar por las vehemencias impostadas de los recién llegados a estas luchas, se puede fijar el logro de la independencia para cuando Dios quiera.

Es lo mismo que negar el estatus de colonia pero fingiendo un independentismo que no se quiere.

(1) Juego de palabras de «pa sucat amb tomàquet» («pan untado con tomate»), típico en Cataluña, con «pan untado en dinero» que atribuyen las ‘izquierdas’ españolas a Cataluña.

EL MÓN