Periodismo en tiempo de pandemia

Desde que hemos entrado en el proceso de desconfinamiento, o de desescalada, como se dice ahora, los grados de desconcierto social crecen cada día que pasa. Después del drama de la enfermedad y la mortalidad, más allá del descalabro económico cuyo alcance todavía no conocemos lo suficiente, está el complicadísimo retorno a la normalidad, me da igual si se quiere llamar nueva o vieja. Nunca como ahora descubrimos hasta qué punto el orden cotidiano, esta máquina que hace que casi todo funcione como un reloj suizo, depende de rutinas que damos por descontadas, por naturales sin serlo. Un orden, hay que decirlo, donde incluso encajamos lo que no acaba de ir para que no interrumpa lo que funciona, poniéndolo en unos cajones de los mal entendidos sociales clasificados con etiquetas políticamente correctas: vulnerables (en lugar de pobres); capacidades diversas (en lugar de discapacitados); políticos presos (en lugar de presos políticos)…

Durante un par de meses nos hemos puesto en manos de epidemiólogos y gobernantes con una notable disciplina. El miedo -y la responsabilidad, también- hace milagros. Pero a medida que pasaban los días y las semanas, se han ido manifestando las críticas a quienes han tenido el agotador y angustioso trabajo de tomar decisiones sin saber exactamente quién y cómo era el adversario a combatir. Hemos visto los reproches y casi linchamientos dirigidos a los mismos expertos: ¡lo fácil que es ahora señalar los errores de previsión a quienes exigíamos que hablaran tanto sí como no! Y luego, sobre todo, hacia los gobernantes que se han tenido que fiar de ellos. Críticas a veces honestas, a favor de la claridad, pero muy a menudo oportunistas, aprovechando el mal para hacer aún más, o simplemente para desahogar lo antipolítico que muchos llevan dentro.

Pero si expertos sanitarios y políticos ya se han convertido en objeto del pim-pam-pum postcovid-19, encuentro significativa la poca atención crítica que ha merecido el papel de los medios de comunicación en general y del periodismo en particular en todo el asunto. Y, esto, en un contexto de notables incrementos de audiencia, sobre todo los audiovisuales y digitales. Es cierto que, con cierto victimismo, a menudo el periodismo se excita -con parte de razón- por los que quieren matar al mensajero, pero no es menos cierto que hay un tipo de periodismo que hace ver que no existe el mensajero y que habla de la realidad como si él no formara parte de ella, como si no estuviera, escabulléndose de este modo de cualquier ejercicio de autocrítica.

Así, se podría considerar el papel que ha hecho el periodismo en el necesario disciplinamiento social, pero también con abusos en el tratamiento sensacionalista de la pandemia. Por no señalar con el dedo a nadie aquí, pongo el caso de aquel corresponsal de uno de los medios londinenses más importantes que escribía: «Salir a comprar leche puede resultar tan mortal como conducir por la carretera más suicidamente bombardeada de Kabul». Pero si no sensacionalismo, el recurso a una emocionalidad desbocada ha sido constante, a menudo en detrimento del análisis de los hechos. Por no mencionar las limitaciones graves en la presentación de los datos, en parte por la precariedad de las fuentes, pero también por una notable incompetencia para comprenderlas y explicarlas.

De todo ello, sin embargo, lo que me parece más cuestionable es el periodismo que no se limita a ejercer el legítimo papel de control de los poderes públicos y privados, sino el que se atreve a decir qué deben hacer los gobiernos. Naturalmente, sin haber asumir ninguna de las consecuencias. Pongamos por caso, sin decirnos cuáles serían las implicaciones de los incrementos de gasto público exigidos. Un ejemplo: ¿tiene sentido apoyar la exigencia de contratar 100.000 maestros, de repente, sin ni decir que ni siquiera los tenemos disponibles, ni cómo afectaría a la calidad del sistema, ni por qué procedimientos laborales podrían acceder a esta función pública? O, ¿se ha considerado que la prudencia de determinadas decisiones se explica por los riesgos penales que tienen y que -ya lo veremos este septiembre-, dará paso a todo tipo de denuncias en los juzgados?

Las fronteras no siempre son los bastante claras, pero se trata de intentar distinguir tan claramente como sea posible entre informar y sermonear, entre analizar y moralizar, a menos que se tenga una agenda política o partidista definida, que entonces es necesario que el lector conozca. Tanto como se dice que hay que convertir esta crisis sanitaria y social en una oportunidad, sugiero que la revisión crítica -y autocrítica- del papel del periodismo en situaciones de estrés social como ésta sea una de ellas.

LA REPÚBLICA.CAT