Estos días hemos tenido la oportunidad de observar cómo funciona el Estado español cuando tiene que hacer frente a una situación excepcional. Me refiero al entramado político-administrativo. Cuando puede actuar sin condicionantes externos. Me explico. En casi todas las actividades que lleva a cabo España existe el condicionante europeo. Mucho más de lo que pensamos. No sólo en todos los productos materiales, sino en muchos temas: presupuesto, la banca desde hace unos años, seguridad farmacéutica y alimentaria, etc. En casi todo. Pero cuando se presenta la oportunidad «de escapar» del control europeo, entonces sale el ancestral espíritu ibérico que, a este su columnista, le produce una repugnancia difícil de describir sin caer en la grosería y el insulto.
¿No se han preguntado qué es lo que separa Latinoamérica de Estados Unidos y Canadá? España, por donde pasó, ha dejado un buen follón. He visitado casi todas las antiguas colonias españolas -incluidas las Filipinas-. Generalmente por trabajo. Las anécdotas vividas todavía me indignan. No tanto por ellas mismas sino por el hecho de darme cuenta que todavía pagan la influencia española. En mi opinión, el peor daño que se puede causar es aquel que perdura. Y para analizarlo hay los diversos estudios publicados por el señor Daron Acemoglu, que es profesor de economía del Massachusetts Institute of Technology. El señor Acemoglu es conocido porque se ha especializado en intentar responder una pregunta que parece simple: ¿por qué algunos países son ricos, y tienen éxito, y otros no? En el caso latinoamericano se acostumbra a criticar el expolio. Es una superficialidad más del progresismo imperante. La realidad es que los problemas que sufre Latinoamérica no son consecuencia de lo que los conquistadores se llevaron, sino de lo que dejaron.
El núcleo del problema fue, y sigue siendo, las instituciones que se implantaron. Instituciones en el sentido amplio: el entramado de sistema económico, legal, jurídico, educativo, etc. España dejó allí incrustadas lo que el profesor Acemoglu llama «instituciones extractivas». La aristocracia y los caciques protegidos por la monarquía no sólo acaparaban las tierras y los bienes sino que impedían la creación de riqueza (la innovación) que aporta la iniciativa privada. Por el contrario, las «instituciones inclusivas», instauradas por los británicos, se basaban en el derecho a la propiedad (aunque se tratara de pequeños propietarios), en la defensa, por parte del poder, del mercado y de las oportunidades, la justicia imparcial, etc. En las colonias españolas el sistema institucional condujo a la mayoría de la gente a sentirse desprotegida para cualquier iniciativa, empujándola a hacer trabajos poco cualificados -al servicio de un dueño o de la Corona-, o bien a marcharse. Se institucionalizó el fatalismo. La cultura extractiva se basaba en la defensa del privilegio, la imposición permanente de barreras, el rechazo a pasar cuentas ante nadie, etc. El ejemplo que pone el señor Acemoglu es significativo: la revolución norteamericana fue de todos, incluidas las élites, contra la metrópoli. Les unía el deseo de un futuro mejor. Deseosos de riqueza, sí; pero también de libertad y justicia. Las revoluciones latinoamericanas, en cambio, involucraban el apoyo de las élites únicamente porque estas querían dejar de rendir cuentas a la metrópoli. Desde su independencia, y hasta la década de 1980, en los países de Centroamérica gobernaron 46 presidentes que eran descendientes directos del ‘conquistador’ Cristóbal de Alfaro.
Hay gente que piensa que hay que pedir perdón por las matanzas cometidas en el pasado. No me parece mal. Pero siempre he pensado que no es tan importante hacer el bien como dejar de hacer el mal. En cualquier caso, las muertes causadas en siglos pasados son una desgracia, pero eran los hábitos de la época y no extrañaban a nadie. ¿Injustas desde la perspectiva actual? Seguro. Las sociedades humanas evolucionan, gracias a Dios. En mi opinión es mucho más grave la huella que España dejó en Latinoamérica. Porque esto perdura. Cabría preguntarse por qué tanta gente todavía quiere cruzar el Río Grande cada día y si sobre este hecho España ha tenido mucho, si no todo, que ver.
Hoy, igual que ayer, el talante ancestral español persiste. Y encabezado por una familia real que lo practica cotidianamente. No me quita el sueño el dinero sucio que Juan Carlos dejará a su hijo. Lo que sí me revuelve es la herencia de inmoralidad que dejan estampada cada día los Borbones, y que perdura en el tiempo. Un legado que ningún país europeo con un mínimo de dignidad toleraría. Permitir estas irregularidades dice mucho de la sociedad española. De la de hoy, tanto como de la de hace unos siglos.
ARA