Victorias del nacionalismo español

No hay que tener grandes dotes de observación para darse cuenta de que el gobierno español, con todos los aparatos del Estado respondiendo como un solo hombre, ha decidido aprovechar la pandemia de Covid-19 para matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, controlar la expansión del virus. Y, por otro, intentar liquidar su «conflicto territorial», inyectando al sistema una sobredosis de nacionalismo español como si fuera el desinfectante que quería Borrell. La puntería en relación al primer gorrión, el virus, no es tema de este artículo. Aquí veremos cómo se ha utilizado una circunstancia dramática para conseguir otro objetivo espurio.

La recuperación de competencias y la campaña con la que se inició la intervención del gobierno de Pedro Sánchez -«este virus lo paramos unidos»- fue diáfana en su objetivo. Sintetizaba a la perfección el reforzamiento de un nosotros patriótico único, acompañado de un discurso de emergencia bélica simbolizado por la presencia -chapucera- de uniformados en las ruedas de prensa. Y ha quedado perfectamente recogido en la última consigna presidencial: «La máxima será una: entramos juntos y vamos a salir juntos como país». Tanto da que se entrara a destiempo y que por ello se salga con un montón de muertes evitables: la cuestión es haberlo hecho juntos. Y siempre quedará el consuelo proclamado con emoción por la ministra de Defensa en la clausura del depósito de cadáveres en Madrid: «No han marchado solos: el ejército estaba con ellos».

La maniobra retórica del gobierno español es de manual: negando que el virus conozca territorios no sólo se justifica la acción centralizadora que ha hecho emerger una autoridad sanitaria que hacía decenios que pertenecía a las comunidades autónomas, sino que sobre todo se afianza el gran sobreentendido: el único territorio legítimo es el del Estado. Y es que el mayor poder de los estados, incluso más que el monopolio del ejercicio de la violencia física, es el de la imposición de una violencia simbólica que hace natural un ‘statu quo’, ahora una frontera, que se asume de manera imperceptible y así se convierte en indiscutible.

Resulta, sin embargo, que en todo el mundo la dimensión territorial de la acción política contra el virus sí ha sido puesta sobre la mesa. En Alemania y Francia por ‘think tanks’ o diarios prestigiosos. En Estados Unidos, por el enfrentamiento de Trump con el gobernador de Nueva York o el de California, que llegó a sugerir la independencia de este estado. En Italia, por la respuesta eficaz al Véneto y catastrófica en la Lombardía. En Escocia, por columnistas prestigiosos como Kevin McKenna en el ‘Herald’ con artículos como el titulado «El día después del coronavirus hace la independencia más vital que nunca». Y, por supuesto, en España, colgándose la medalla de tomar las medidas más estrictas del mundo.

En cambio, en Cataluña, la estrategia de Sánchez ha convertido este debate en anatema. Cuando la portavoz del gobierno catalán, Meritxell Budó, ha dicho que en una Cataluña independiente probablemente habría tenido menos muertes, se ha armado el escándalo. Entre otras reacciones, el caso más extremo -pero previsible, para tapar la actuación de su gobierno en España-, está la de Ada Colau calificándolo de «miseria moral inaceptable». O la de Jaume Asens, acusando a Budó de esconder su egoísmo «cerrado detrás de una frontera». También para ellos ya sólo hay un frontera legítima: la de España.

Con todo, lo que resulta más inquietante es la reacción de representantes de ERC como el diputado Gabriel Rufián, que ha tachado de «nefastas» las palabras de Budó, o del president del Parlamento, Roger Torrent, que ha afirmado que «la último que pide esta crisis son planteamientos nacionalistas». Y es alarmante porque ambas reacciones son señal de la victoria de la estrategia de Pedro Sánchez. Rufián y Torrent han «comprado» la naturalización de un único territorio legítimo, el estatal, y ‘de facto’ la existencia de un único espacio nacional. También podría ser que sólo lo dijeran para marcar diferencias con su socio de gobierno. Pero, en todo caso, mientras el PSOE y Podemos-Comunes habrían apuntado bien al gorrión unificador, los de ERC se habrían disparado un tiro en el pie.

ARA