Ya he manifestado a menudo la profunda aversión que me provoca la gestión ultranacionalista que algunos estados están haciendo del coronavirus en todo el mundo. La hace España, Irán, Italia, Francia, Rusia, China, Estados Unidos… Pero el caso más flagrante es el del Estado español, tanto por tradición como por fervor religioso. Sí, religioso, porque la religión mayoritaria en España no es la católica. La religión mayoritaria de España es la Unidad de España. Cuando se entiende esto, se entienden muchas cosas. Se entiende, por ejemplo, lo que dice el hispanista Ian Gibson: «El fascismo está en las venas de millones de españoles». Todo ello sitúa a España -en otros tiempos llamada Castilla- como un Estado permanentemente opresor, como un Estado que necesita oprimir, someter y aniquilar para sentirse realizado.
La demostración más fehaciente de ello la sufrimos ahora con la gestión española del coronavirus: competencias del gobierno de Cataluña arrebatadas y control absoluto en las manos de un grupo de individuos sentados en una mesa de Madrid sin la más remota idea de lo que es Cataluña. Pero lo que importa es demostrar «quien manda aquí». Su razonamiento es simple: «Si gobernábamos las colonias de ultramar desde Castilla, cómo no vamos a hacerlo con Cataluña». Sus ruedas de prensa, con tres militares, son el vivo retrato de una dictadura.
Pero lejos de la dimisión, han hecho una huida hacia delante y, sin el más mínimo pudor, afirmaron por boca de Pedro Sánchez, que la gestión española de la pandemia es la mejor de Europa. ¡La mejor de Europa! ¡La de España!, que a raíz de la deplorable gestión de su Gobierno, como dice el diario británico ‘The Guardian’, se ha convertido en el epicentro mundial del virus. Las palabras de Sánchez, propias de un ‘chulapo’ de «La verbena de la Paloma», suenan aún más grotescas tras el informe del Centro de Investigación Internacional ‘Deep Knowledge Group’, que, tras analizar la respuesta de cada Estado al coronavirus, ha situado a España como el peor país de Europa en la gestión de la pandemia. Basta con recordar el retraso de 15 días de Pedro Sánchez en dictar el confinamiento que le pedía Cataluña. Dos semanas de pérdida de tiempo que han comportado más miles de personas infectadas y más miles de muertos. Y todo porque para España es una humillación tener que dar la razón a Cataluña. Ha llegado a burlarse de los expertos catalanes, como lo hizo no hace mucho de los tribunales europeos. El ‘orgullo’ por encima de todo, incluidos los millones de mascarillas inservibles o defectuosas que han comprado y que se han tenido que retirar.
Recordemos que una constante en las comparecencias del borbónico Pedro Sánchez es el uso de términos bélicos y la apelación a la «patria» para vencer la pandemia. Según él, estamos en guerra y tenemos que vencer el ‘enemigo’ por ‘patriotismo’. Nos lo dice incluso a catalanes y vascos. Sorprende que no se le haya ocurrido repartir escopetas, en vez de mascarillas, para combatir a Covid-19. Pero aún hay otro elemento más grave, y es el desconfinament que decretó el 13 de abril, y que desde el día 14 está afectando a más de un millón de catalanes. De nada ha servido el clamor de las autoridades sanitarias catalanas ante tal barbaridad por las gravísimas consecuencias que puede tener, con un repunte del número de infectados y de muertes. Es un crimen obligar a la gente a ir a trabajar sabiendo que esto significa poner en peligro su vida.
A alguien le puede sorprender que un «Gobierno progresista y de izquierdas» priorice la economía a la vida de la gente, pero hay que ser muy ingenuo para no saber que el PSOE es cualquier cosa menos progresista y de izquierdas. Basta con mirar su política antirrefugiados. Ya sea con González, Zapatero o Sánchez, el PSOE siempre ha sido un fraude. Y también se ha puesto de manifiesto el fraude que es Podemos, cómplice de esta política ferozmente de derechas y reaccionaria. Enviar a la gente a dar la vida por la economía y la bandera españolas no es diferente de enviarla a hacerlo para conquistar una colina. Permítanme que reproduzca aquí el diálogo que mantienen el general Mireau (George Macready) y el coronel Dax (Kirk Douglas) en la obra maestra de Kubrick «Senderos de gloria»:
– Mireau: Coronel, su regimiento ocupará mañana el Cerro de las Hormigas.
– Dax: Conoce el estado de mis hombres.
– Mireau: Sí, y naturalmente tendrán que morir algunos. Muchos, posiblemente. Esto permitirá que otros alcancen el objetivo. […]
– Dax: ¿Ha calculado el porcentaje de bajas?
– Mireau: Sí. Digamos que un 5% morirá el primer día del intento. Es un cálculo muy generoso. Otro 10% morirá en tierra de nadie, y un 20% en la alambrada. Nos queda un 65%, pero ya habremos hecho lo peor. Supongamos que caiga otro 25% en la cima de la colina. Todavía contaríamos con una fuerza más que suficiente para defenderla. […] Es un precio terrible, pero tendremos el ‘Cerro de las Hormigas’. […] ¿Le resulta gracioso, coronel?
– Dax: No soy un toro, señor. No me ponga ante la bandera de Francia para que embista. […]
– Mireau: Quizás esté anticuada la idea de patriotismo, pero donde hay un patriota hay un hombre honrado.
– Dax: No todo el mundo opina así. El doctor Johnson decía algo diferente sobre el patriotismo. (Dax se refiere al escritor Samuel Johnson, uno de los grandes pensadores británicos.)
– Mireau: ¿Y se puede saber qué decía? […]
– Dax: Decía que es el último refugio de los canallas.
Hay que añadir la incautación de material sanitario hecha por el Gobierno de España en Cataluña, lo que ha hecho que las empresas catalanas que estaban preparando las medidas de protección para salvaguardar la salud y la vida de sus trabajadores hayan visto como se les ha arrebatado para llevarlo a Madrid. Este es el caso de Siemens, entre muchos otros, a la que, como informaba ‘El Món’, le han quitado 2.000 tests PCR que tenía listos para el 14 de abril. También la industria catalana de la Automoción se ha echado las manos a la cabeza al ver cómo todo el material que se habían apresurado a tener por su cuenta, para la protección del personal, les ha sido confiscado. Les ordenan trabajar y les quitan la protección.
Pero nada nos debe sorprender de un Estado que ha llegado al extremo de utilizar la pandemia para hacer burla de Cataluña y de su gente enviando una remesa con la cifra exacta de 1.714.000 mascarillas. Todo el mundo sabe perfectamente el significado de 1714, y el grito de independencia que se canta en el minuto 17:14 de la primera y de la segunda parte en todos los partidos del Barça en el Camp Nou. No hay casualidades en política, todo lo contrario, y menos por parte de un Estado que militariza la salud hasta convertirla en un tema bélico. Es la manera que tiene el Gobierno de España, de PSOE y Podemos, de declararse heredero de Felipe V diciendo que somos una posesión y cuál es el valor de nuestra vida.
Habrá que tomar nota de la cifra de víctimas, infectadas o mortales, que se registren en Cataluña desde el 14 de abril, en relación con las semanas anteriores, y, si se produce el incremento temido por los expertos sanitarios, responsabilizar con nombre y apellido a los miembros del Gobierno de España, con Pedro Sánchez y Pablo Iglesias al frente. Un Gobierno que en nombre de la economía y de la bandera no duda en poner en peligro la integridad física de la gente debe ser llevado ante un Tribunal Penal Internacional por actos atentatorios contra la vida de las personas.
EL MÓN