Donald Trump insiste en referirse al Covid-19 como «el virus chino». Aunque el origen geográfico de este problema lleva, sin lugar a dudas, a la República Popular de China, reiterarlo de manera manifiestamente malintencionada es una irresponsabilidad. En España, el hispano-argentino Javier Ortega Smith-Molina declaró: «Mis anticuerpos españoles luchan contra los malditos virus chinos». ¡Por Dios! En cualquier caso, tanto Trump como este individuo no hacen más que adaptar una consigna más vieja que Matusalén a los tiempos que corren: la culpa es de los demás. En el caso del lenguaje populista, la culpa ‘sólo es’ de los demás: siempre y en cualquier circunstancia. Todo ello nos llevaría al legendario militar francés Nicolas Chauvin, arquetipo imaginario del patrioterismo más obtuso y primario. Del apellido Chauvin es de donde deriva, precisamente, el término chovinismo.
La martingala argumental de culpabilizar siempre a los otros, sin embargo, tiene a veces consecuencias erráticas. Ahora retrocederemos 629 años para reencontrarnos con una situación que es a la vez comparable e incomparable con nuestra (el problema es el mismo, una pandemia, pero ni los medios ni los conocimientos tienen nada que ver). Hablamos de la peste negra. Al cabo de muchísimos siglos, a finales de la Edad Media, resulta que los preceptos de Levítico mostraron su efectividad. Mientras que en muchos lugares de Europa la peste y otras enfermedades infecciosas aniquilaron casi a un tercio de la población cristiana, la comunidad judía se vio afectada en una proporción mucho más baja. Aparte de estar confinados en sus calles, los judíos seguían unos preceptos higiénicos y alimenticios estrictos que rebajaban muchísimo la posibilidad de contraer ciertas enfermedades mortales. De aquella desproporción de víctimas entre los unos y los otros quedó una memoria muy viva en toda Europa. Entre finales del siglo XIX y principios del XX, la venenosa falsificación llamada ‘Los protocolos de los sabios de Sión’ todavía insistía en este tipo de cosas.
No perdamos de vista, sin embargo, el paradójico y trágico desenlace de la historia: desconcertados por la desproporción de bajas en ambas comunidades cuando se producía una epidemia, los cristianos de la época acabaron atribuyendo el origen de las enfermedades infecciosas a los judíos y sus supuestas componendas secretas, e iniciaron pogromos de grandes proporciones en toda Europa que causaron más muertes entre la comunidad hebrea que en la peste. Los territorios de la antigua Corona Catalano-aragonesa no fueron una excepción. El 9 de julio de 1391 no había peste negra, pero el recuerdo de sus estragos todavía estaba muy presente, y la primera gran carnicería se produjo en Valencia. Unas semanas después, la matanza se repitió con la misma virulencia en Barcelona (entre el 4 y el 7 de agosto), en Palma de Mallorca (2 de agosto), en Girona (10 de agosto) y el 13 de agosto en la ‘Cuirassa’ de Lleida (que es como allí llamaban a la calle). La historia nos obsequia con lecciones, pero también con sarcasmos tan macabros como este.
Volvamos a este fatídico marzo de 2020 (el año de la rata, agente transmisor esencial en la propagación de la peste en el siglo XIV) y especulemos un poco. De momento, el único país que parece haber resuelto el problema del coronavirus en su territorio es China. No es descartable que, además, sea justamente este país el primero en obtener una vacuna efectiva. De hecho, China puede llegar a ser a la vez el país que originó el problema y el país que lo resuelva. ¿Cómo puede terminar todo en relación con los imprevisibles movimientos que determinarán la hegemonía mundial? Estoy convencido de que todo dependerá de los subrayados que hagamos en la frase anterior. No es lo mismo destacar el origen del problema, como hace Trump, que tener presente el origen de la solución.
Ambos subrayados son posibles. En efecto, un país donde los grandes mercados de animales salvajes vivos sin ningún tipo de control sanitario son habituales, y donde el gobierno tiene que hacer campañas para que la gente no escupa continuamente por las calles, no parece ser un candidato a la hegemonía de nada. En cambio, un país que es capaz de contener eficazmente la amenaza más letal de los últimos 100 años, sí. ¿Qué es lo que el mundo acabará destacando? Lo veremos dentro de poco. Lo que está claro es que el papel de China en el tablero internacional se moverá más -sea en un sentido o en otro- que el del resto de países que aspiran a la hegemonía mundial. Puede quedar muy arriba o puede quedar muy abajo, pero me parece evidente que la posición no será la misma que la actual. El año de la rata aún no se ha terminado.
ARA