Ahora que le hemos visto las entrañas…

A pesar de que lo más urgente, ahora mismo, es hacer frente a la epidemia del Covidien-19, sería una buena decisión comenzar a estudiar cómo todo el sistema social está respondiendo a la gran prueba de estrés a la que está sometido, cómo la resistirá hasta el final y qué capacidad tendrá de reponerse. Y no por si se han de repetir crisis como ésta, lo probable, sino porque se habrán puesto de manifiesto sus debilidades y también sus fortalezas, más allá de las críticas ideológicamente sesgadas desde las que lo solemos observar.

Y es que es una evidencia de que el combate contra el Covidien-19 ha estresado nuestro estilo de vida hasta un punto muy difícil de imaginar. Y lo ha hecho a todos los niveles. Ha comenzado por la vida doméstica, poniendo a prueba nuestras capacidades de convivencia en el espacio cerrado donde estamos confinados, y habrá que ver cómo respondemos colectivamente a las llamadas al orden, cómo resistimos una confianza social ya bastante debilitada y hasta qué punto se resiente la cohesión en general.

También hace días que tenemos estresado el sistema sanitario, y las medidas tomadas son para evitar que se colapse, si no es que ya lo hemos llevado al límite. Y lo hará el sistema económico. Primero la bolsa, con su habitual histerismo. Pero después todo el sistema productivo, comercial y de servicios, que deberá intentar sobrevivir a estos primeros días y luego tratar de recuperar su temple anterior. Y, además, el combate del virus llevará la política a un punto de máxima tensión: más que la que provocaron los atentados del 17-A, y quién sabe si tanto o más que el mismo referéndum del 1-O y todas sus consecuencias.

En el mundo económico es habitual someter las instituciones, aisladamente, a pruebas de estrés para ver su consistencia en situaciones límite. Pero se hace con simulaciones matemáticas. En cambio, ahora es el conjunto del sistema social el que está puesto a prueba y ha alcanzado el límite de manera muy real. Y se llega sin que podamos recurrir a teorías conspirativas ni señalar maldades estructurales. El Covidien-19 no entiende de neocapitalismos, de patriarcalismo o de urgencias climáticas: llega a ricos y pobres, a mujeres y hombres y a todo tipo de países, desarrollados o no. Ni siquiera la globalización es una causa nueva, porque este tipo de epidemias ya tienen grandes antecedentes históricos. Debemos casi parar el país -y el mundo-, como si estuviéramos en estado de guerra, pero sin poder tener ni buenos ni malos, ni culpables.

Todas estas circunstancias son una oportunidad única para estudiar nuestro mundo desde un radical nuevo punto de vista, con un mejor control de los prejuicios que son propios del combate ideológico. Ciertamente, esto debe hacerse desde una perspectiva mundial. Pero la crisis sistémica en la que nos encontramos también pone en evidencia los riesgos de carácter local. Por ello, sería una gran oportunidad para los catalanes observar con atención las propias debilidades y fortalezas: analizar las respuestas individuales y colectivas desde el punto de vista relacional; estudiar el papel de las redes sociales y el tipo de conversaciones que se han hecho y cómo han determinado las formas de reorganización; ver cómo ha funcionado este sistema sanitario que hace pocas semanas la OMS consideraba ejemplar, y sobre todo considerar la respuesta de las pymes y de los autónomos a la sacudida que supone ralentizar las dinámicas de producción y de consumo y medir su impacto medioambiental. Y, claro, observar las disfunciones del modelo actual de dependencias administrativas y políticas.

Se entiende que todos los esfuerzos estén dirigidos a minimizar los estragos del Covidien-19. Pero repito: es urgente no esperar al final de la crisis para estudiar el funcionamiento de todo el sistema. El riesgo de que no se recoja información relevante o que pronto se olvide es grande. Porque no es sólo eso de aprender de los fracasos: es conocer a fondo -ahora que le hemos visto las entrañas- en qué mundo vivimos, con todas sus fragilidades y también con sus pocas o muchas fortalezas.

ARA