La fascinación por los perdedores no es inusual en el mundo literario. Es más: con frecuencia la literatura parece haberse desarrollado, desde sus inicios, para dar consuelo a los perdedores. Pero hay algunos autores, como Graham Greene, que convierten este hecho en la piedra angular de su obra. Incluso literalmente: Greene escribió un relato delicioso alrededor del universo del juego titulado, precisamente, ‘El que pierde, gana’. Una declaración de principios en torno a los equívocos y las apariencias. En la literatura de Graham Greene nada es lo que parece y, sobre todo, nadie es lo que parece. En este gran claroscuro es cuando, en memorables ocasiones, el «factor humano», humilde y desamparado, escapa de los rigurosos engranajes de poder que habitualmente lo aprisionan.
Este es en buena parte el tema de la que Greene consideraba su principal novela, ‘El poder y la gloria’. En esta novela, el escritor, un converso al catolicismo que hizo suyos con la fe del converso los conflictos morales que el catolicismo conlleva, reflexiona sobre el choque entre el poder como dominación y brutalidad y la gloria, categoría teológica que en Greene se convierte en ética: el poder de la conciencia.
No puedo apostar hasta qué punto ‘El poder y la gloria’ ha mantenido con posterioridad su vigencia. Sin embargo, sí que apostaría por muchos de los relatos de Graham Greene que él asociaba a sus vínculos conocidos con el ámbito de la información secreta y el espionaje. La oscura posguerra vienesa de ‘El tercer hombre’ se proyecta perfectamente en las redes de privilegio y delito, que se han hecho aún más sofisticadas en el siglo XXI de como lo eran durante la centuria anterior. Y qué decir de ‘El americano impasible’, auténtica joya en el análisis de la ambigüedad humana y una disección de los últimos mecanismos del poder: el reclamo de la paz como preparación de la guerra, la proclamación del bien como método para avanzar en el camino del mal. Graham Greene estaba enterado de lo que pasaba en los subsuelos de la conciencia. Y lo explicó.
ARA