Un lugar en la historia

«La historia es un matadero», dice Hegel, que la había estudiado a fondo para hacerla guarida del desarrollo del espíritu. ¡Un matadero! ¡Qué visión trágica del paso del ser humano por la Tierra! Nada que ver con la visión relativista y escéptica del apócrifo «la historia sólo es una condenada cosa tras otra». Según autoridades, el dicho es una deformación de otro más antigua y quizás más desconsolador: «La vida sólo es una condenada cosa tras otra».

Ambas expresiones son posibles al mismo tiempo, y si no al tiempo de cada individuo, sí al de la especie. La historia de la especie, de la totalidad, es trágica y rutinaria, todo a la vez, pero la de cada ser humano, no. Los individuos, las personas, cada uno de nosotros, elegimos entre la gloria de la tragedia o la rutina cotidiana. A veces lo hacemos (o creemos que lo hacemos) voluntariamente; otras veces se nos impone. Porque, como dice Marx, los seres humanos hacen la historia, pero en condiciones que no pueden determinar, lo que equivale a decir que los seres humanos hacemos la historia, pero no sabemos la historia que hacemos.

Lo que sí sabemos es que no hay opción: hay que elegir. Y es lo que hacemos, elegir entre la gloria de la tragedia y la seguridad de la rutina. Y lo hacemos los individuos. La especie no elige, hace lo que los individuos hacen. Como héroes o como administradores. Todo ello a cuento de la fascinante deriva de la revolución catalana. El independentismo está dividido entre las dos posibles opciones: la gloria y el heroísmo que propone romper, y la rutina y la seguridad que propone administrar. Por supuesto ambos encuentran razones políticas, sociales y económicas para justificar su toma de posición y criticar la del otro. Pero la diferencia, la distinción y la confrontación tiene raíces mucho más profundas. Es la oposición entre la gloria del heroísmo y la seguridad de la administración. Los dos polos entre los que hay que elegir como individuos.

Es por ello que en los últimos tiempos el movimiento independentista ha tomado una deriva cada vez más personalizada entre el muy honorable president Puigdemont y el vicepresidente Junqueras, que simbolizan los dos espíritus confrontados en la historia. Alcanzar la victoria en combate directo o probar fortuna con una estrategia gradualista, fabiana, que nos llevará a la misma finalidad a más largo plazo. Homero o Hesíodo. Siempre que los conflictos políticos se personalizan, las personas añaden a su faceta de personajes públicos, líderes y representantes, la faceta de persona privada, con sus proyectos personales. Los dos líderes prueban una voluntad decidida de persistir como tales. Por ello, el vicepresidente Junqueras no delega la autoridad, a pesar de su difícil posición, y el muy honorable president Puigdemont mantiene la suya, aunque ejerza transitoriamente como eurodiputado.

La legitimidad del líder heroico radica en el mandato del 1-O y descansa sobre la lealtad de la gente, sin ninguna estructura material de apoyo, sólo el principio claro de la independencia aquí y ahora. La del líder administrador dispone de una poderosa estructura de partido, que presenta como garantía de administración eficiente. A cambio, la cuestión de los principios parece más revuelta, dado que los principios de los partidos son fungibles.

La madre de todas las cuestiones, la independencia. Cada líder tiene derecho a proponer su fórmula. Ambos quieren conseguir un lugar en la historia como el que materializó la independencia. La competición es tan legítima como las respectivas posiciones. Y la historia, salga por donde salga, sólo otorgará ese título, aquella honra, a uno de los contendientes.

A primera vista, el panorama ya es trágico (sin prejuicio) para que la posibilidad de que el líder heroico fracase no se compensará con un éxito a largo plazo cuando todos seamos calvos.

No es necesario ni es elegante dudar de la sinceridad de los líderes. Y sobre todo es inútil. Debería venir un Habermas a poner luz al sentido de muchas de las manifestaciones públicas, semipúblicas y privadas cuando se trata de alcanzar un lugar en la historia. Pero sí que hay y es igualmente elegante predecir las consecuencias de una opción y de la otra. Y una cosa es clara: la opción de administración y aplazamiento de la independencia no es una opción independentista, aunque sea muy segura.

LA REPÚBLICA.CAT