El independentismo de izquierdas

El otro día escuché al diputado vasco de Bildu, Jon Iñarritu, hablando del «independentismo de izquierdas», expresión volandera pero cargada de múltiples significados. Si hay un independentismo de izquierdas, quiere decir que habrá uno de derechas. ¿Y qué pesa más en el ánimo de los independentistas de izquierdas, el sustantivo o el adjetivo? ¿La independencia o la cuestión social ideológica? En lógica elemental, debería prevalecer el sustantivo, la independencia, porque, sin ella, ni el País Vasco ni Cataluña podrán hacer políticas sociales propias.

Esta es la lógica de la razón. En la política, sin embargo, prevalece la lógica del interés. Del interés personal más estricto: el del salario y el privilegio. ERC y Bildu dan prioridad al adjetivo, en el eje social y, por ello, estos dos supuestos independentismos de izquierdas, se abstienen en la votación de investidura de Sánchez para hacer posible un gobierno en España que aleja el horizonte independentista en sus tierras. Su compromiso con la «gobernabilidad» del país es tan grande que estaban dispuestos a votar «sí» para evitar un «tamayazo» .

El ‘sí’ es lo que les pide el cuerpo (en función de su «izquierdismo») pero no se atreven a darlo porque ambos actúan en el País Vasco y Cataluña, naciones con fuerte sentimiento independentista, y tienen miedo de perder votos, ya que ambos se presentan como independentistas en sus tierras. Pero ERC no lo es. Lo aparenta retóricamente, pero no lo es. No sé si será el caso de Bildu en el País Vasco porque me faltan datos. Por lo demás, la situación es diferente, ya que la burguesía vasca es menos independentista que la catalana.

Ambos privilegian el eje social ante el nacional y por eso hablan de «independentismo de izquierdas». No responden a la objeción de que los conceptos abstractos no pueden tener calificativos: no hay una libertad de izquierdas y otra de derechas; ni una democracia de izquierdas y otra de derechas. Todas estas democracias calificadas de «orgánicas», «populares», «participativas», son falsedades. Sólo hay una democracia y sólo una independencia. Calificándolas, las niegan.

ERC vive en el marco mental español porque, en el fondo, es un partido español que depende de la supervivencia del Estado para un negociado con una antigüedad de más de ochenta años de mistificaciones. Es una paradoja: sólo si el Estado español sobrevive puede ERC continuar su juego de amenazar con separarse sin pretenderlo y garantizar en consecuencia su hegemonía en la comunidad autónoma al sumar los votos independentistas, sin ser independentistas y los de izquierdas, sin serlo tampoco. Es la política de la duplicidad y el engaño del pájaro cuco, que pone los huevos en un nido y da los gritos en otro, como dice Martín Fierro.

Por eso lleva una vida esquizofrénica, diciendo unas cosas en Madrid y otras en Cataluña, como hace su portavoz, Rufián, que en Madrid dice no ser independentista y en Cataluña dice serlo, como si los medios de comunicación no existieran. O los numerosos comisarios políticos republicanos que recurren a la inmoralidad de la amalgama estalinista al equiparar el «no» de JxCat con el de Vox sin importarles la miseria moral de esta fábula y confiados que al repetirla por los medios públicos de comunicación que monopolizan, acabará calando en la gente y condicionando su voto.

El llamado «independentismo de izquierdas» es la claudicación del independentismo. Y, tras la claudicación de investir presidente a un hombre que es expresa y radicalmente contrario a los derechos de las minorías nacionales, llega el ridículo. La preeminencia de lo social puede ser importante en el alma lejanamente izquierdista de ERC, pero rápidamente el nacionalismo español siempre al ataque, vuelve a poner el eje nacional en primer plano atacando las instituciones catalanas y obligando al independentismo a volver a la unidad que ERC se empeña en romper.

Así hemos asistido a un espectáculo insólito: el mismo partido que se alía al PSOE en España y posibilita la investidura de Sánchez con una abstención que en el fondo es un sí, es el que tiene que votar en contra de su aliado, haciendo piña con el otro partido independentista y defendiendo al MHP Torra mientras que el partido sucursal de PSOE en Cataluña, el PSC, vota en contra.

Pero nada de eso importa mientras se mantenga el ‘statu quo’: un gobierno estable en España, una situación colonial en Cataluña y quizás un gobierno colaboracionista que perpetúe la injusticia pero garantice el ‘modus vivendi’ de los «independentistas de izquierdas».

El Mon