Un diálogo sin un mínimo de empatía, es difícil. Un primer paso necesario es contemplar al individuo de enfrente como un sujeto, y no como un mero objeto. En el diálogo político, el interlocutor es el representante de una comunidad y, en el caso que una de las partes niegue que la de enfrente sea sujeto político, el diálogo no es posible: si una parte ostenta el poder de decidir quién es sujeto, a lo sumo se limita a hacer ofertas y, la otra parte, aceptarlas o rechazarlas (es una simple negociación desequilibrada). Hasta hace algunos años, ante el nacionalismo de Pujol, así eran las relaciones Estado versus Cataluña: negociaciones. Algo ha cambiado.
Uno quiere a alguien (hijos o hijas, madre o padre, pareja o amistad) siendo como son, no como uno querría que fueran, pues, si no, lo que se quiere es la imagen que uno se forma de ellas. Es una traslación al afecto del hecho que las personas “son un fin en sí mismas”. Son sujetos, sujetos de sí mismos. ¿Puede partirse de ahí para una relación entre comunidades? Difícil, pues las comunidades no son un fin en sí mismas, sino un medio para los individuos, que sí lo son. Pero sí puede observarse, cuando una comunidad se empodera y se reclama como sujeto, si otra comunidad se relaciona con esta “tal como es” o como querría que fuera.
Lo anterior, en el ámbito del individuo, presupone que no tenemos derecho a forzar una persona a que sea (actúe o se comporte) como no es, es decir, contrariamente a lo que esta decide que es su identidad. Cualquier uso que fuerce que su comportamiento no pueda coincidir con su identidad de sujeto, es un ataque a su dignidad. De ahí que sea una afrenta a los Derechos Humanos pretender forzar el comportamiento de, por ejemplo, una persona homosexual, tal como hemos visto que pretendía hacer la iglesia con esas “terapias” que han salido a la luz.
Pero esto es más complejo en el ámbito de una comunidad de individuos: si, por ejemplo, los catalanes se empoderan como sujeto político, ante ese 80% que desea un referéndum (es decir, decidir los catalanes sobre su futuro, independientemente de lo que piensen los gallegos o los aragoneses), parece ser que sí, que se puede forzar a que se comporten como lo que no son: algo contrario a lo que han decidido como parte de su identidad. Digo “forzar” porque la única razón que se da desde el Estado Español es hacer uso de la fuerza, y no me refiero ahora a la policial del 1 de octubre, sino a la fuerza del peso demográfico del resto de España trasladada a los partidos políticos que piensan así (PSOE, PP, C’S, VOX). ¿Es, esto, despreciar la dignidad de ese 80% de catalanes? No estamos hablando ahora de ideologías ni de intereses: en ese 80% partidario del referéndum (78,7% a favor y 14,8% en contra, en la última encuesta, más abajo referida) caben todo tipo de ideologías e intereses, tal como demuestra el fraccionamiento usual del parlamento catalán.
Hablamos de otra cosa, de algo común, un nexo común identitario que esos mismos catalanes se auto-reconocen. Esto es independiente de lo que digan los líderes de sus partidos (a los que sí votan por ideología o intereses). Me estoy refiriendo al hecho establecido y constante del alto grado de partidarios del referéndum entre los votantes de Ciudadanos (un 40,7% de éstos), del PSC (un 59,9%) o el PP (44,5%); un dato que a lo mejor sorprende en España, pero fácil de encontrar si uno se relaciona con individuos dispares en Cataluña. [Datos consultables en: http://upceo.ceo.gencat.cat/wsceop/7008/Dossier%20de%20premsa%20-919.pdf ].
Este empoderamiento de ser sujeto político debería hacerse “efectivo”, es decir, salir a la luz más allá de las simples encuestas (que solo son válidas a conveniencia). El parlamento catalán ha resultado no ser efectivo para ello, y es lógico: como cualquier parlamento la voz la tienen los partidos políticos, y no los individuos. En el caso que nos ocupa, vemos que el parlamento no es suficiente, no hay una “correspondencia”, pues los partidos estatales (PP, C’s y PSC) no toman en cuenta una parte importante de sus votantes catalanes que opinan afirmativamente a una pregunta tan clara como esta: <<¿Los catalanes y las catalanas tienen derecho a decidir su futuro como país votando en un referéndum?>>.
Pongamos por caso una persona que es partidaria del referéndum y que, a su vez, es votante de uno de estos tres partidos estatales. Esta persona, claramente, no es independentista, pero no lo es “porque lo decida su partido o el Estado, sino porque lo decide ella como individuo y así quiere hacerlo”, sin dejar de tener en consideración el resto de individuos de su comunidad, entendiendo que es una vía que respeta la dignidad de los que no piensan como ella. Esta persona dice SÍ a tener un derecho, no a la independencia, que la deja al resultado de ejercer ese derecho de decisión.
Todo ello me lleva a pensar en cierta hipocresía política de los políticos estatales que tanto aman a Cataluña, que tanto la quieren, pero si, y solo si, se comporta como ellos desean que se comporte; si Cataluña es solamente lo que ellos quieren que sea. Menospreciando, incluso, gran parte de sus propios votantes catalanes. Si obviamos los tres partidos de la ultraderecha (PP, C’s y VOX) que, últimamente, tienen la adrenalina por las nubes y un exceso de fogosidad, tampoco en el PSOE vemos un argumento desarrollado para negarle esta identidad de sujeto político a los catalanes. Llega un momento en que uno escucha (https://youtu.be/U2-ezFqkNZM?t=17 ) la declaración de Cayo Lara, se supone de izquierdas, diciendo que si Cataluña es independiente, <<¿con qué piensan pagar el PER?>>. Se dirige a unos supuestos jornaleros andaluces que, parece ser, han demostrado simpatía por la causa soberanista catalana.
Uno sospecha si todo son subterfugios bajo la bandera española para no reconocer que, simplemente, se trata de que hay un interés económico que está por encima de los derechos de una comunidad. Si fuera así, quitándose las máscaras, ¿no sería todo más fácil? Pero me temo que todos han utilizado tanto el anticatalanismo y el nacionalismo español como herramienta generadora de votos, que nadie se atreve a dar un paso al lado. Y seguirá así, aunque sea una afrenta a la dignidad de una comunidad, el “sostenella y no enmendalla” hasta el final, hasta sus últimas consecuencias. Política de alto nivel.
Una de las razones de la existencia de un Estado es la de propiciar y asegurar los derechos fundamentales de su población. Es por ello que, en primer lugar, dejan claro que el sujeto político que da voz al Estado es esta población. Veamos, por ejemplo, las dos democracias más pobladas del planeta, la de India y la de USA. Ambas empiezan sus Constituciones marcando cuál es el sujeto político: “We, the people of India”, y “We, the people of the United States”. No deja lugar a dudas sobre el sujeto: la primera persona del plural, “nosotros”. “Nosotros, el pueblo”. Y, ¿cómo empieza la Constitución española? Pues así: <<La Nación Española, deseando establecer…>>.
El sujeto de la primera oración, la que marca quién habla, no es el pueblo, sino algo teórico, ya dado, la “Nación Española”. Luego, más adelante, ya se nos dirá que <<la soberanía nacional reside en el pueblo>>, para rápidamente recordarnos que la monarquía ya vienen dada, que está por encima de esta soberanía popular y, además, exenta de responsabilidades. Nación y monarquía sustituyen al pueblo que, si bien figura que es donde reside la soberanía, no es en principio la voz del sujeto político. Insisto en esta pequeña tontería que señala la idiosincrasia de la política nacional española, nacionalista desde su origen.
Más allá del desagrado que le pueda producir a cada uno, una gran parte de la población catalana no se siente representada por el concepto teórico Nación Española, que considera que no es un sujeto representativo de sus derechos. Insisto, más allá de que ustedes consideren que estos catalanes yerran, el proceder democrático es sentarse, escucharse, hablarlo, intentar dilucidar el porqué, plantearse si ahí subyace un derecho, argumentar si uno opina que no, analizar los argumentos que sostienen el sí. “Esto” es hacer política.
Todo pueblo que se considere tal en sí mismo, que argumente una reivindicación constituyéndose en sujeto político, debe tener el derecho a ser escuchado, y a los individuos se les escucha, también, mediante su voz en las urnas. El referéndum es saber qué opina cada uno ante una pregunta que vemos que la sociedad catalana se hace. Y esto es indistinto que al Estado Español le agrade o no que se hagan esta pregunta. Es importante escuchar qué se dice, sí, pero también “quién” lo dice, el sujeto. Desde España se niega el derecho de los catalanes a ser sujeto, anteponiendo el concepto Nación Española, obligando a gran parte de la sociedad catalana a ser o pertenecer a un sujeto del cual no se considera parte.
En algún artículo he puesto en duda (que no negado) que el derecho a la autodeterminación sea un derecho fundamental per se. Sé que suena raro siendo un servidor independentista, y, además, es algo que los políticos y activistas independentistas afirman continuamente. Pero uno tiene su opinión y sus dudas, pues soltada tal cual, me parece una proclama que fácilmente puede estar muy vacía de contenido, es decir, utilizada con fines tan diversos que no tienen por qué justificarla.
Sí creo, en cambio, que cuando un pueblo mayoritariamente considera que es sujeto político, es decir, que quiere plantearse una pregunta desde y para este sujeto “popular”, sí tiene el derecho a preguntarse a sí mismo si desea el derecho de autodeterminación. Parece un galimatías, pero no lo es. Si el 80% de catalanes consideran que tienen derecho a un referéndum (hacerse la pregunta entre ellos), significa que se reconocen como sujeto político. Otra cosa es lo que voten en ese referéndum y cómo se gestione, que pertenece a una cuestión política del sistema organizativo. Permítanme que añada una experiencia personal entre tanta teoría.
Este domingo, mientras cocinaba los canalones para el almuerzo, he pensado en el que sería el futuro presidente del gobierno. Resulta que a un servidor le gusta cocinar con un poco de música. Mi hija ha entrado en la cocina justo cuando Bebe y El Bicho cantaban “Ropa Tendía” a dúo. No le ha sorprendido, es un mejunje que a veces pongo, condimentado a base de Chambao, Melendi, Rosario… y me he preguntado cómo el presidente español interpretaría esta escena. Es que, en cierta manera, la escena tiene su gracia: una masía tradicional catalana, en medio de un campo sito en la Garrotxa, cuyo camino de entrada preside un lazo amarillo ligeramente desvaído.
Ese aspecto le pondría en alerta, y tal vez se diría: “aquí residen unos catalanes solidarios con una causa, pero que se sienten, también, españoles”. ¿Se sorprendería, a posteriori, al apreciar que un servidor es independentista? Es probable, pero sería debido a un error de apreciación doble. Me explico esquemáticamente:
1) La primera parte del error, es de ignorancia: el señor presidente ignora (por las omisiones del relato) que, previamente, en la cocina han sonado 6 o 7 canciones de Vissotsky y, luego, un par a dúo de Benjamin Biolay y Vanessa Paradis.
2) Tampoco le he referido la “estelada” que cuelga en la habitación de mi hija, ni que los últimos años (un poco a regañadientes) hemos asistido a las manifestaciones independentistas, algo impensable hace unos años. Somos, hay que ver, independentistas, cosa que no se resume en que no nos sintamos españoles, sino en que no queremos serlo (aspecto que, es evidente, la mayoría de la sociedad española se toma como un agravio y una afrenta).
Es ahora cuando debo recalcarle al presidente un aspecto de la situación que, a un servidor, siempre le ha parecido evidente, pero parece ser que, en los tiempos que corren, no es así: mientras escuchaba Vissotsky y daba unos pasos de danza innegablemente ridículos por la cocina, el aquí presente no se sentía ruso. Tampoco me he sentido francés al darle un estilo karaoke a la voz de Biolay mientras la Paradis me ayudaba con la bechamel.
Y, ahora, viene el quid de la cuestión: tampoco me he sentido español emulando a Bebe o Antonio Flores (“No dudaría”), aunque mi bilingüismo apreciado me los puede hacer más próximos. Lo que a un servidor le parece lo más natural del mundo, es decir, que sea compatible su catalanidad cultural con el respeto, aprecio y relevancia por la cultura española, a veces parece que se torne un desprecio si uno opta por una intención política de independencia. Y no lo es. Es fruto del hartazgo de pertenecer a un Estado-nación que me menosprecia, de la renuncia a pretender cambiarlo y la decisión política de no querer pertenecer a él.
Se me ha ocurrido hacerle una propuesta, aquí, en la cocina, a este presidente imaginario: que podría plantearse realizar una consulta realizada conjuntamente entre el Estado Español y la Generalitat de Cataluña. Una consulta que preguntase a los catalanes si creen que un referéndum sobre la pertenencia a España es necesario. La cosa tiene su gracia: los adalides de la unidad patria pondrían el grito en el cielo, y a muchos independentistas les parecería un paso atrás.
Pero, a veces, aquello que desagrada a los extremos resulta ser una buena solución. Del resultado de esa consulta podría empezar un diálogo serio, no basado en encuestas ni en principios teóricos, sino en la voluntad de la gente. Es evidente que una tal consulta conlleva un riesgo: que los partidos políticos intenten “dirigir” el voto de los individuos acorde a su “simpatía política”. Es decir, como hemos visto en el último CEO antes referido, el 59,9% de votantes del PSC, el 40,7% de Ciudadanos y el 44,5% del PP en Cataluña, son partidarios del referéndum, cosa que no defienden sus partidos.
La tentación que me refiero con “dirigir” es que estos partidos pidan el voto del NO a sus simpatizantes que opinan SÍ. Por ello creo que debería ser una consulta un tanto “aséptica” emocionalmente, en la cual el Estado y la Generalitat se limitasen a promover la participación. ¿Estaría en contra de una consulta así alguien de Badajoz, Huelva o Zaragoza? ¿Con qué argumentos? El resultado que se diese, al menos, sería oficial, y si se confirmase alrededor de ese 80% de partidarios del referéndum, los partidos estatales y la sociedad española tendrían que afrontarlo. Algo ingenuo, supongo.
También supongo que la anterior propuesta nadie se la tomará en serio, y es lógico. ¿Cómo tomar en serio cualquier propuesta? Este es uno de los escollos: el nacionalismo español, profusamente extendido, no quiere oír ni hablar de una solución. Y la mayoría del independentismo nace de una desconfianza ya casi absoluta en el Estado-nación España, sea cual sea el interlocutor que le de voz con su gobierno. Simplemente ocurre que la identidad cultural de gran parte de una comunidad no se siente protegida y respetada desde el Estado-nación al que pertenece, además es atacada y menospreciada o, como mínimo, opina así. Ustedes me pueden decir que no lo ven de esta manera, que pamplinas, que menudo victimismo. Les ofrezco un pequeño ejemplo, muy actual, y resumido para no extenderme.
Entrevistan a doña Cayetana Álvarez de Toledo, candidata por Barcelona (Cataluña) al congreso por el PP. La entrevista es en Rac1, la emisora con más audiencia de Cataluña, cuya lengua vehicular es el catalán. Álvarez de Toledo sostiene que los independentistas son xenófobos porque no quieren convivir con el resto de españoles. Creo que el enfoque es erróneo. Si Cataluña es independiente no afecta a la convivencia que uno pueda tener con alguien de Santander o Murcia. Tampoco afecta a la convivencia con el vecino de uno.
Es una cuestión del sistema organizativo que nos representa. Del Estado que debe proteger y defender nuestros derechos. La entrevista se realiza en castellano, tras un corto preámbulo en catalán en que se quería dirimir la lengua a utilizar: se le pregunta, en catalán, si entiende esta lengua y en cuál prefiere la entrevista. Álvarez de Toledo dice que entiende el catalán, pero que considera una falta de “cordialidad” que se le pregunte en esta lengua. El periodista anota que no lo ve así, pero como quiere ser cordial a los ojos (oídos) de la entrevistada, renuncia a su lengua (y de la emisora y de los oyentes) y se pasa al castellano.
Si Álvarez de Toledo hubiera dicho (como tantos entrevistados) que no entiende el catalán, la entrevista se hubiera realizado en castellano sin lugar a la polémica (como en tantas otras ocasiones). Pero esto, dicho por una candidata por Barcelona (Cataluña), sonaría raro generando preguntas incómodas. Así que la entrevistada ha introducido el concepto “cordialidad” hacia ella. Que le pregunten en catalán no es cordial (miren la RAE, la definición de cordial habla de emociones, de ser afectuoso, amoroso). Solo que esa “cordialidad hacia ella” supone el cambio de comportamiento (renunciar a la lengua propia) de los entrevistadores.
Ella los quiere (como el Estado España quiere a Cataluña), aunque solo, y solo sí, se comportan como ella quiere que se comporten (no olvidemos que dice sí entender el catalán). Es la misma persona que sostendrá que el 48% de catalanes son xenófobos, racistas. Habrán sido, grosso modo, 3 minutos en que se le habla en catalán y 55 minutos de entrevista en castellano. Noticia en El Mundo, uno de los diarios de mayor difusión en España: <<Un periodista de Rac1 se resiste a entrevistar en castellano a Cayetana Álvarez de Toledo, aunque ella lo pidió reiteradamente>>. Otra noticia nacional, en OkDiario: <<Rac1 se niega a entrevistar a Álvarez de Toledo en castellano, aunque ella lo pidió reiteradamente>>.
Este modo de pensar, sentir y actuar es el que dirige la información y la política del Estado-nación España desde hace años, y años, y años. Naturalmente influyendo política y socialmente en la población española. Me podrían decir que intentemos cambiarlo. El crecimiento del independentismo es la constatación que, por ahora, un 48% de catalanes tiene el convencimiento que eso no va a cambiar. Hartos, prefieren separarse, aunque mejor si es cordialmente.
El empoderamiento de un conjunto de individuos (pueblo) no puede ser, hoy en día, un tumulto asaltando la Bastilla. No tiene sentido. En el caso catalán, el individuo lidia, como todos, con un día a día sumamente complejo. No es una frivolidad que en un momento dado le importe más una jugada de Messi que la independencia de Cataluña, o si aquella persona que le gusta le dirigirá la palabra en el ascensor, o cómo afrontar el futuro de un hijo que no quiere estudiar o si este mes no llega para cubrir la hipoteca. Es una necesidad humana: alternar las cargas ante la imposibilidad de soportar la complejidad (globalizada, ancha, enorme) del mundo de cada uno. Algunas de estas cargas las pasamos al Estado como si fuera una liberación.
En teoría, lo que le trasladamos al Estado es la “gestión” de esas cargas, pero en una democracia es el pueblo quien tiene el poder de decisión. El pueblo, salvo que la Constitución diga lo contrario, es el sujeto político. Pero, tal como hemos visto en los dos siglos anteriores, el nacionalismo nunca frena, y extiende la gestión de esas cargas para acabar sustrayendo la libertad de derechos fundamentales (primero, a “los otros”; luego, a todos excepto a las élites —económicas, del mercado).
La emergencia del independentismo catalán surge de una comunidad social que opina que unos derechos fundamentales (culturales, de identidad) no le son respetados. Y esto lo decide ella misma. Se empodera. Se convierte en sujeto político. Por ello la consecuente decisión política al respecto deben tomarla ellos mismos. Como individuos. Vender ese empoderamiento como supremacismo, xenofobia, golpismo, etcétera, es de una manipulación o cortedad de miras absurda, a no ser que se base en un nacionalismo acérrimo o la intención de prolongar sine die el conflicto.
Opino que el nacionalismo del Estado moderno es una fachada, pero que también lo era la visión romántica de antaño. Detrás de esta fachada las élites del mercado se adaptan y sobreviven. Después de la caída del nacionalismo alemán, sus élites económicas sobrevivieron (solo hay que hurgar un poco en la historia de las empresas alemanas). Pero el nacionalismo fascista español no cae, el dictador muere de viejo, y las élites económicas se adaptaron (solo hay que hurgar un poco en estas élites). La globalización puede ser una grieta en esta fachada, útil para el individuo mostrándole las entrañas que demuestran que el Estado-nación sustrae libertades (como nos han demostrado los casos Snowden o Wikileaks).
Tal vez por ello, los nuevos nacionalismos luchan contra cualquier globalización no-económica (esta, ya la tienen asegurada a su disposición), para evitar el empoderamiento de los individuos: que estos se conformen con votar cada 4 años entre opciones muy limitadas. Se está gestando un mundo nuevo donde el poder económico, globalizado, pasa por encima de los Estados-nación, pero estos Estados quieren detener la globalización ahí para que no llegue a los individuos. Así, los individuos deben empoderarse, reclamar ser sujetos políticos, antes que el nuevo mundo se establezca y se encuentren sin la posibilidad de serlo.
La pregunta sería, si las élites del mercado están afianzando un nuevo mundo en el que el individuo se conforme grácilmente, ¿cuánto tiempo tendrá el individuo para asegurar su sujeto político? Creo, y tan solo es una opinión, que lo que ocurre en Cataluña, también puede leerse así. Para socavar poder a las élites, primero hemos de empoderarnos (15M, 1-O, Grecia en un momento dado), y esto es lo que temen las élites y contra lo que no dudan en luchar saltándose cualquier principio (cloacas contra Podemos, el juicio-farsa del “procés”, la aniquilación de la voluntad griega). Opino que hay suficientes argumentos para que los catalanes se puedan preguntar a sí mismos qué quieren hacer respecto al Estado- nación España. La única respuesta que se les da, que no cabe en la Constitución de la “Nación Española”, no es suficiente. Y no es suficiente para el 80% de catalanes.