California borra España

MEMORIA DE LA HISTORIA

El proceso de revisión de las raíces españolas de California no parece que tenga freno. Si hace cuatro años pudo parecer que los actos de recuperación del pasado indígena a eran una reacción coyuntural en contra del ascenso al rango de santo del mallorquín propagador en aquellas tierras de la fe católica Juníper Serra (1713-1784), a quien las comunidades indígenas californianas actuales consideran el precursor de un verdadero genocidio de los habitantes de entonces en aquellos lugares, a estas alturas ya no hay duda de que es un proceso con un fondo político e ideológico muy potente, que cada vez toma más fuerza, que está liquidando la huella española en ese estado y que incluso trasciende California para extenderse por todo Estados Unidos.

 

Herencia indígena en lugar de española

Grand Park de Los Ángeles de California. Mediodía del 11 de noviembre de 2018. En medio de una gran expectación de los medios de comunicación de la ciudad, del estado y de casi todas las agencias y diarios nacionales el Ayuntamiento procedía al acto de retirada formal de una estatua de Cristóbal Colón que desde hacía 45 años estaba en el parque.

Sólo era una de las numerosas actuaciones de este estilo que se han estado llevando a cabo en el estado de California en los últimos años. Cada vez más instituciones californianas sustituyen los honores y homenajes al descubridor genovés y a los autores de la colonización hispánica por actos de reparación simbólica de los indígenas que sufrieron la conquista española.

 

Hilda Solís, actual concejal de la mayoría de gobierno de Los Ángeles, del Partido Demócrata, que presidía el acto, declaró a los periodistas que «la estatua de Cristóbal Colón reescribe un capítulo de la historia que carga de falso romanticismo la expansión de los imperios europeos y las explotaciones de los recursos naturales y de los seres humanos (…) La eliminación de la estatua de Grand Park es un acto de justicia restauradora».

 

Las principales cabeceras de la prensa norteamericana, las grandes televisiones y radios se hicieron eco del acto y de las palabras de Solís. Lógico, porque no se trataba de un acto llevado a cabo por un personaje cualquiera. Solís es una gran figura política del Partido Demócrata. Nacida en Los Ángeles en 1957, comenzó su carrera política ganando un escaño de la Asamblea Estatal en 1992, para convertirse en senadora por California en 1994, cargo que dejó en 2001 cuando logró el acta de miembro de la Cámara de Representantes, donde sobresalió en el trabajo parlamentario hasta 2009 cuando Barack Obama la nombró secretaria de Estado de Comercio. Estuvo en el Gobierno federal hasta 2013, año en que abandonó Washington para volver a su estado natal. Nuevamente instalada en la ciudad que la vio nacer, decidió no retirarse de la política activa y se convirtió en concejala de Los Ángeles.

 

El también concejal Mitch O’Farrell, compañero de partido de Solís, añadía, durante el acto referido, que «la eliminación de la estatua es un paso natural que avanza en la eliminación de la falsa narrativa de que Colón descubrió América [refiriéndose a que allí ya residía gente y que por tanto no se puede hablar propiamente de descubrimiento], aparte de que Colón fue responsable de atrocidades y sus actos contribuyeron al genocidio, su imagen no se debe celebrar en ningún lugar». O’Farell es miembro de la nación wyandot, de indígenas americanos.

 

O’Farell y Solís son bastante diferentes. Ella es una profesional de la política y él un activista de los derechos de las minorías. Ella siempre ha estado dentro del sistema y él no entró hasta que aceptó presentarse a concejal de Los Ángeles por el Partido Demócrata. Son muy diferentes, es cierto, pero ahora confluyen por ser dos de los máximos impulsores del movimiento crítico hacia la colonización española de America. Gracias a ellos, entre otros, en los últimos cuatro años esta corriente que inicialmente parecía propia del radicalismo de fuera del sistema se está convirtiendo progresivamente en parte de la identidad del Partido Demócrata, al tiempo que pasa todo lo contrario en el caso del Partido republicano. Es significativo en este sentido que Donald Trump huya siempre, muy a sabiendas, de hacer referencia al pasado indígena del país y en cambio alabe a los invasores, al contrario de lo que hacía Barack Obama. En 2018, con ocasión del Día de Colón, o del Descubrimiento, el 12 de octubre, el actual presidente aseguraba que «la llegada de los europeos a las Américas fue un evento transformador que cambió de manera innegable y fundamental el curso de la historia humana y preparó el escenario para el desarrollo de nuestra gran nación (…) En el día de hoy honramos al hábil navegante y al hombre que reunió (con el descubrimiento) los continentes (europeo y americano) y que ha inspirado a tantos otros a la hora de perseguir sus sueños». En contraste, Obama, el último 12 de octubre que celebró como presidente, en 2016, dijo que «si bien Colón marcó la historia, también debemos reconocer el dolor y el sufrimiento reflejados en las historias de los nativos americanos que habían residido en esta tierra antes de la venida de los europeos», y para los que la colonización «también supuso violencia, privación y enfermedades».

 

Cabe decir que en los Estados Unidos se conmemora oficialmente el Día de Colón desde 1892, Cuando el presidente Benjamin Harrison lo instauró para recordar el 400 aniversario del desembarco del navegante genovés en las costas americanas. En 1934 el presidente Franklin D. Roosevelt lo convirtió en fiesta nacional. En 1971 el presidente Richard Nixon aprovechó el día mencionado para hacer un discurso sobre la hazaña del navegante Genovés y desde entonces es tradicional que cada inquilino de la Casa Blanca haga lo mismo con relación a la efeméride. Pero hasta 2016 siempre había sido una referencia protocolaria, sin contenido político. Obama invirtió esto, Haciendo mención a la necesaria recuperación de la identidad indígena del país. Y Trump ha asumido la visión contraria.

 

Es un elemento nuevo en el debate político bipartidista, consecuencia directa del movimiento que se ha ido fortaleciendo en California en los últimos cuatro años. Los actos organizados en 2015 contra la catalogación de «santo» de Juníper Serra por el jefe del Estado del Vaticano, el argentino Jorge Mario Bergoglio, catapultaron nueva corriente política. En el poco tiempo transcurrido ha tomado un gran vuelo. Actos por el estilo del de Grand Park de Los Ángeles de noviembre de 2018 se están repitiendo por todo el estado californiano.

 

No es sólo esto. Hilda Solís consiguió en 2017 que el Ayuntamiento aprobara el cambio oficial del Día de Colón, o del Descubrimiento, el 12 de octubre, por Día de los Pueblos Indígenas. San Francisco, entre otras localidades de California, ha seguido los mismos pasos. Y fuera del estado una quincena de ciudades y condados han hecho el cambio, la mayoría durante el último año. Por otra parte, los estados de Cincinnati, Oregon, Vermont y Alaska han borrado del 12 de octubre respectivo las referencias a los invasores y las han sustituidas por actos de homenaje a las naciones indígenas del territorio propio.

 

Una de las últimas ciudades en apuntarse al cambio ha sido Somervilly, en Massachusetts. Su alcalde, Joe Curtatone, del Partido Democrata, escribió, como justificación del cambio de sentido de la fiesta -el año pasado- que «el día de Colón es una reliquia de una versión obsoleta y simplificada de la historia (…) los detalles de este día son los de un sufrimiento humano tan profundo que necesitamos mover nuestro orgullo hacia otro lado», en referencia a sentirse orgullosos del pasado indígena que hay que reivindicar.

 

California borra a España

 

La retirada de la estatua de Grand Park no es una excepción. Todas las efigies de los colonizadores en espacios públicos están desapareciendo. Algunas son víctimas de ataques de vándalos que las destrozan -a finales de 2017 algunas de las estatuas de Juníper Serra fueron rotas, manchadas con pintura roja y una decapitada- y de otros son retiradas fruto de decisiones de la respectiva autoridad local. Cabe decir que ya han desaparecido, por un motivo u otro, una veintena de estatuas del franciscano mallorquín en los últimos cuatro años. En la mayoría de casos pasa desapercibido, porque nadie sabe muy bien ni quién era el misionero ni tampoco interesa mucho su legado. No obstante, en fechas muy marcadas es cuando este tipo de actos toman más relevancia. Y es cuando en Madrid la prensa más conservadora y ultraespañolista -ABC, El Mundo, La Razón, así como los digitales gaceta.es, libertaddigital.es, esdiario.com…- descubre de repente que la desespañolización californiana es un hecho -y aún más importante, que se está extendiendo por todos los Estados Unidos- lo que les hace entrar en flamígera irritación.

 

Este año no es excepción. Según se ha ido acercando la tradicional fecha de conmemoración imperialista que antes se llamaba en España ‘de la raza’ y ahora de la Hispanidad, el 12 de octubre, estos medios han desplegado una generosa batería de reportajes y entrevistas -con una presencia estelar de la nueva ideóloga de las glorias imperiales, la filóloga y escritora, que no historiadora, Elvira Roca Barea, autora de ‘Imperiofobia y leyenda negra’ (2016)- para intentar convencer, una vez más, de que la colonización sanguinaria de América no fue tal cosa sino una «encuentro de civilizaciones». Es una desprestigiada teoría que sin embargo hoy defienden con vehemencia todos los ilustres representantes de la derecha española. Con Felipe de Borbón a la cabeza, tal como demostró el jefe del Estado en su reciente viaje a Panamá, el mes de junio: «Sin España no se entiende la historia de América y sin América no puede comprenderse la historia de España», una historia de la que los españoles deben «sentirse muy orgullosos», dijo. Ni una palabra, ni un gesto de arrepentimiento por el genocidio. De hecho, España ni siquiera nunca ha reconocido el genocidio, contra toda evidencia histórica.

 

Este año han sido frecuentes en los citados medios españolistas reportajes y entrevistas sobre la españolidad originaria de California. ¿Por qué? Pues porque con ocasión del 250 aniversario de la fundación de la parroquia de San Diego -que se considera el inicio formal de lo que fue posteriormente California- por Juníper Serra, el pasado julio, el ayuntamiento de la localidad reconoció por primera vez la aportación de la nación indígena kumeyaay al tiempo que cubría con un educado silencio la colonización española. El lugar elegido para el acto oficial fue Presidio Park, donde se supone que Juníper Serra fundó un centro de promoción de su fe cristiana el 16 de julio de 1769. Se izó la bandera de los kumeyaay, como símbolo de desagravio: «Estamos estableciendo el hecho de que nuestros amigos y vecinos, los kumeyaay, son parte de nuestro pasado y de nuestro futuro», dijo el alcalde, Kevin Faulconer. Ni una palabra para la colonización española. Aún más: las autoridades consulares hispánicas no ocuparon ningún lugar destacado, en cambio sí lo hicieron los representantes de la nación indígena mencionada. Al mismo tiempo, el consistorio de San Diego anunciaba que el museo del Centro de Historia local, que depende del Ayuntamiento, se estaba renovando para incluir «una extensa exposición sobre la historia de los kumeyaay».

 

La prensa de Madrid antes referida criticó fuerte y firme la actitud de las autoridades californianas. El ABC así reflejaba aquel acto: «Ahora, 250 años después, San Diego conmemora la efeméride con una serie de actos en los que, paradójicamente, España, que es la gran protagonista de aquel hito, queda en segundo plano. Este 16 de julio se celebra en el parque de Presidio una ceremonia que incluye el izado de una bandera de los kumeyaay y se cierra con cánticos de este pueblo nativo. En cambio, no se ha previsto que ni siquiera tome la palabra ninguna autoridad española».

 

El orgullo imperial español herido ha ido reivindicando la españolidad originaria de California según se acercaba la fecha del 12 de octubre. En El Mundo, por si faltaba más pasión españolista, la ínclita imperiofílica Elvira Roca Barea intentaba encender los ánimos con un artículo en el que alertaba de otro reciente agravio hacia las esencias españolas de California. Resulta que «en esta operación infamante de borrar el pasado hispano de Estados Unidos» la Universidad de California Santa Cruz «ha decidido retirar la campana que recuerda las misiones franciscanas (…) porque ‘es un símbolo de racismo y deshumanización'», lo que irrita fuerte y firme a la autora.

 

La retirada de la campana se anunció el mes pasado. Se trata de uno de esos instrumentos que fueron colocados por el Gobierno federal a principios del siglo XX en los lugares donde se supone que fray Juníper y sus compañeros franciscanos fueron fundando los establecimientos religiosos que eran la vanguardia de conquista y colonización españolas, y que marcaron lo que se llamó posteriormente el Camino Real.

 

Las campanas, las estatuas y los nombres -la prestigiosa Universidad de Stanford retiró el año pasado el nombre de Juníper Serra de su calle principal- que conmemoran el legado colonial español en California están desapareciendo. Ya no se trata de un movimiento anecdótico sino de una poderosa corriente política que supera las fronteras californianas y que se está extendiendo por todo Estados Unidos.

EL TEMPS

Publicado el 7 de octubre de 2019

Núm. 1843