Habrá elecciones españolas el 10 de noviembre. Pedro Sánchez ha vuelto a fracasar en el intento de ser investido y los ciudadanos del Estado español son llamados a las urnas por cuarta vez en cuatro años para elegir el congreso y el senado. La gran crisis española no tiene solución a la vista, pues, aunque ya enseña la patita en el horizonte un posible pacto de gobierno nacionalista entre el PSOE y el PP. Un pacto que resolvería la crisis parlamentaria actual, pero que sin duda intensificaría gravísimamente la crisis institucional y política.
Ya veremos qué campaña inventa cada uno y qué nos explican para que los votemos, pero es evidente que el PSOE ya no tiene ninguna credibilidad hablando de progresismo ni amenazando con el peligro que representaría una posible victoria de la derecha española. Esto, obviamente, afectará a la campaña de los partidos de izquierdas, de los diversos partidos nacionalistas y muy singularmente del independentismo catalán. Ha quedado claro que Sánchez no quiere contar con el voto independentista, en absoluto. Aún más: la comunicación hace varias horas, en la que pedía a PP y Ciudadanos que el votasen para evitar la influencia del independentismo, debería hacer reflexionar definitivamente a ERC -y digo solamente ERC, porque Juntos por Cataluña ya abandonó hace meses la esperanza de que el PSOE fuera distinto de PP.
La cuestión ahora es cómo debe encarar estas nuevas elecciones españolas el independentismo, máxime teniendo en cuenta que es casi seguro que en medio de la campaña se publicará la sentencia contra los dirigentes sociales, el gobierno de Cataluña y la presidenta del parlamento. En mi opinión, alternativas hay unas cuantas.
1.- Continuar como siempre: cada partido a va la suya y a ver quién gana. Es la opción más probable, porque es la única que parece tener en consideración ERC y, además, la victoria clarísima en las elecciones de abril le da argumentos de sobra para defenderla.
El problema es que ahora ya no se sabe de qué serviría, esto, además de agudizar la batallita por la hegemonía y, en todo caso, como entrenamiento para las autonómicas. Claro y simple: los quince diputados actuales de ERC, y evidentemente los siete de Junts, no han servido de nada, no han tenido ninguna influencia, no han ayudado a hacer crecer el independentismo ni han aprovechado para plantar batalla en Madrid. Y esto aún empeorará si después de noviembre PSOE y PP exploran la gran coalición. Además, habrá que ver qué pasa con la CUP y con opciones como el Frente Republicano o la probable escisión autonomista del PDECat que se presentará el sábado. Nos podríamos encontrar que en noviembre hubiera no tres candidaturas, como en abril, sino cuatro o incluso cinco, de alguna manera vinculadas con el independentismo, con una posible representación más fragmentada, pero, en cualquier caso, en un parlamento donde definitivamente sus votos serán despreciados y rechazados y donde será inútil pretender influir.
2.- Una posible respuesta a este boicot de hecho del PSOE al independentismo sería intentar utilizar las elecciones como una manera de protestar por la sentencia y de evidenciar, en el escenario más visible internacionalmente, la gravedad del conflicto entre Cataluña y España. Sería una respuesta razonable al rechazo y al menosprecio del voto de los independentistas por parte de Pedro Sánchez: si los votos de los independentistas no valen para nada, la presencia de los independentistas en Madrid sólo puede tener sentido para utilizarla de plataforma, de altavoz.
Esta opción se haría fácilmente visible si se creara algún artefacto electoral extraordinario, unitario, que aspirara a ganar las elecciones de una manera muy contundente en el Principado y hacer luego una política de oposición frontal y de denuncia permanente en Madrid. Y digo muy contundente porque hay que tener presente que ERC ya ganó las de abril, como sabe todo el mundo. Pero, aunque en aquellas elecciones el independentismo consiguió el mejor resultado de la historia, con 23 diputados sumando ambos partidos, aún no alcanzó la mitad de los escaños en juego. El problema es que aquí volveremos a la discusión sobre si se suma más yendo separados o en una lista unitaria y eso en Cataluña ha dejado de ser una discusión objetivable para pasar a ser un debate religioso.
3.- Sin embargo, si se quisiera explorar esta vía unitaria parece también que tendría una cierta cordura volver a considerar la opción kurda, apuntada por Arnaldo Otegi. El político vasco en algún momento ha expuesto el interés por la experiencia del Partido Democrático de los Pueblos, que ha construido una candidatura dirigida por los kurdos pero que se presenta en toda Turquía y recoge el voto también de los turcos rupturistas. Otegi lo llegó a definir como una candidatura que agrupara a todas las fuerzas independentistas y nacionalistas catalanas, vascas, gallegas, canarias y amaziges, pero que se presentara por todo el Estado y pidiera el voto de los progresistas y republicanos españoles, argumentando que la única ruptura factible con el régimen llegará de las minorías nacionales y reforzándolas.
Tal como tenemos las cosas, una candidatura de este estilo podría conseguir entre treinta y cuarenta diputados y, pues, pugna por ser incluso la tercera fuerza política del hemiciclo y capitanear la oposición, con las repercusiones internacionales que tendría en el caso de un pacto PSOE-PP. Sería una auténtica revolución.
4.- Y hay todavía una cuarta opción, que es la de no presentarse. Ya sé que es una opción chocante, de entrada, pero no se puede descartar. Los partidos independentistas podrían no participar en las elecciones españolas, lo que originaría una abstención que sería una forma de denuncia, también, de la degradación democrática del Estado español. Si sus votos no cuentan, no hay que ir.
O, incluso, se podría ir más allá y organizar una votación desobediente y paralela el mismo día, por ejemplo a la anunciada Asamblea del Consejo por la República y ver en el Principado cuánta gente participa en la una y en la otra, qué legitimidad tiene el proyecto constitucional español y cuál tiene el proyecto constitucional catalán. Desdd el punto de vista de hacer crecer la tensión y la confrontación con el Estado español y de la repercusión europea e internacional, sería sin duda la opción más transgresora, especialmente si tenemos en cuenta que en Europa poca gente entiende qué hace España, pero aún no aprecia hasta qué punto la gran crisis es una consecuencia directa del envite de Cataluña para conseguir hacer efectivo el derecho de autodeterminación.
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