Se dice -aunque ha sido repetidamente negado- que un político constitucionalista en Cataluña había amenazado con «montar un Ulster en Cataluña». Aceptamos el desmentido, pero a fe que no es que no haya quien lo haya buscado y quien aún confía en conseguirlo. Y, sin embargo, tengo la convicción de que aquí nunca será un Belfast o Derry: será un Berlín. Me explico.
Estuve en Derry hace años, hacia el 2000. El acuerdo de paz era muy tierno. Impresionaba ver la ciudad dividida aún por muros y vallas que separaban lo que allí llamaban lealistas y republicanos. También llamaban la atención los enormes muros pintados con simbolismos explícitos de confrontación. Es en Derry donde el 30 de enero de 1972 se produjeron los hechos conocidos como el Bloody Sunday, cuando el ejército británico reprimió una manifestación de 15.000 personas organizada por la Asociación por los Derechos Civiles que protestaba por el encarcelamiento de unos sospechosos de pertenecer al IRA. Hubo trece muertos, seis de ellos menores de edad.
No he vuelto y no sé hasta qué punto las cosas han cambiado. Derry tiene tres cuartas partes de la población católica, pero en el Ulster son prácticamente mitad y mitad. Pienso que no hay que ser muy sagaz para entender que la división de fondo no es por razón de las creencias religiosas, sino que, al revés, éstas han servido para canalizar una lucha de naturaleza plenamente colonial. Y, en cualquier caso, por si alguien -en la intimidad- todavía pensara que hay que convertir Cataluña en un Ulster, le recomendaría que llegara hasta el final de la historia: el gobierno británico reconoció el derecho a la autodeterminación de Irlanda del norte (con John Major, en diciembre de 1993); el acuerdo de paz de Viernes Santo llegó con la ministra británica Mo Mowlam yendo a negociar a la prisión de Maze (con Tony Blair, en 1998), y el mismo gobierno británico terminó asumiendo en 2010 -treinta y ocho años más tarde- la responsabilidad de las graves consecuencias de su política represiva.
Sin embargo, y por muchísimas razones, nunca me imagino una ciudad catalana dividida por muros y vallas. Incluso los que quieren convertir la lengua del país en un muro, deberían saber que una adscripción religiosa es completamente diferente de una lingüística. Como explica la demógrafa Anna Cabré, la primera funciona como un tatuaje difícil de borrar, y una identificación es incompatible con la otra. La segunda adscripción es como un maquillaje de quita y pon, es más fácil de acomodar a cada situación y, con facilidad, se pueden hablar varias lenguas: no son incompatibles. Por cuestiones de lengua, por lo tanto, podemos discutir, pero por mucho que se quiera atizar el conflicto, no nos vamos a matar.
En cambio, lo que sí me sé imaginar es que el conflicto de España con Cataluña acabe como cayó el muro de Berlín: de manera inesperada y sin negociaciones políticas previas. Y, ciertamente, sin el acuerdo de una diplomacia europea que si se hubiera tenido que pronunciar, lo habría desaconsejado. Es más, el 9 de noviembre de 1989, el muro cayó por una confusión, por un descuido. Eso sí, cuando el contexto -la desintegración de la Unión Soviética- ya estaba suficientemente maduro. Quiero decir que por mucho que se escriban y reescriban hojas de ruta, la resolución positiva de las aspiraciones independentistas de la mayoría de catalanes -de los que tienen aspiraciones políticas-, llegará sin avisar. Será un imprevisto, una indiscreción o un malentendido lo que desencadenará la caída de las últimas resistencias. Y, si tiene que ser así, lo que hace falta -y que se me perdone la broma- es atender el consejo evangélico: «Vosotros también estad preparados, porque a la hora menos pensada vendrá [la independencia]», (Lucas, 12:40).
En definitiva, lo que hace falta es estar a punto. Estar abiertos y atentos a la tan precaria y vulnerable realidad política. No es, como se suele decir, una cuestión de tiempo, porque el tiempo también podría terminar enterrando las esperanzas. Es una cuestión de disposición, de persistencia, de entrenamiento, de trabajo constante, de observación atenta y de preparación rigurosa. Debemos montar un Berlín.
LA REPUBLICA
https://www.lrp.cat/opinio/article/1609251-no-som-derry-serem-berlin.html