Mientras tanto: ¿un líder, un partido o un movimiento hacia la independencia?

El dirigente de ERC, Sergi Sol, escribía el pasado 29 de abril un artículo titulado «Gracias, hermano», en el diario digital ‘ElNacional.cat’, en que hacía dos aseveraciones en relación con la victoria indiscutible de su partido en las elecciones españolas del 28-A.

Primera: «ERC con el liderazgo sublime de Oriol Junqueras [es] el único proyecto político que puede llevar a Cataluña a la República porque es el único capaz de ganar allí donde nunca había ganado el independentismo».

Segunda: «Esta victoria de ERC, del republicanismo, del independentismo, cierra un debate tan contraproducente como nocivo […] El debate de la lista única queda superado, una vez más, por la contundencia de unos resultados» .

Paralelamente, sin hacer referencia explícita a ello, Joan Tardà publicaba un tuit donde acababa de remachar esta posición: «Deseo q @Esquerra_ERC deje de ser sólo el partido de los republicanos y de las republicanas para pasar a ser también el partido de la República, como el PSUC en la década de los setenta pasó de ser el partido de los comunistas, sólo, x ser también el partido de las Libertades Democráticas».

Pues bien, ya lo tenemos: un líder ‘sublime’ (sic), el único partido capaz y la encarnación en un solo proyecto de todo un movimiento político. Líder, partido, movimiento, todo articulado orgánicamente alrededor de las siglas de ERC.

El eco leninista de esta posición ni me extraña ni me incomoda, al contrario, dada mi propia tradición política. Ahora bien, pienso que es un poco precipitada y que no se corresponde exactamente con una realidad que, si realmente se diera, podría incluso compartir: pero no nos encontramos ante el Partido de vanguardia de las clases populares catalanas capaz de conducir la estrategia victoriosa hacia la consecución de la República Catalana. Y esto no lo digo porque ERC no cuente, ciertamente, con un apoyo social muy amplio entre la sociedad catalana y en las últimas elecciones mayoritario dentro del campo del republicanismo, sino porque le falta el elemento clave para convertirse en lo que desea ser ahora y aquí: una estrategia política.

El proyecto de vertebrar una «Izquierda Nacional» que se identifique con un solo partido, como nos recordaba Joan Tardà en las redes sociales, fue elaborado en buena parte por Carod Rovira y Puigcercós, en el marco de la edición de los gobiernos del Tripartito. A pesar de que aquel episodio acabó con una importante división interna (recordemos Reagrupament y Solidaritat Catalana), ligado al auge del movimiento independentista, ciertamente, se logró realizar una opa a los principales cuadros soberanistas del PSC y de ICV.

Parece pues que (tal vez desde el 21-D) se ha puesto en marcha una operación similar que, tras el 28-A, ha quedado confirmada por los propios líderes del partido. Ya lo advirtieron los Comunes, cuando la corriente Sobiranistas fichó por ERC, que si los republicanos fomentaban el transfuguismo entre sus filas (referente a Nuet y Alamany), esto dificultaría posibles pactos postelectorales. Pero, digan lo que digan, la operación está en marcha y hasta ahora les ha salido bien. Al menos electoralmente.

Porque el problema principal, como decía anteriormente, no es el potencial electoral que pueda tener ERC, sino cuál es el proyecto que articulará este partido una vez alcance todas las cuotas de poder institucional previstas. Porque, justamente, su maniobra electoral alimenta de la ambigüedad propia de los partidos denominados «Catch All» (que quieren «atrapar» votantes de todos los espacios ideológicos) y, esto, se produce tanto en su proyecto «de izquierda» como en el «nacional».

Por un lado, ERC se ha aferrado al centro político, espacio que ha podido ocupar, en gran medida, gracias a la descomposición de la antigua Convergencia y de la confusión orgánica del espacio actualmente dividido entre el PDECAT, JxCat y la ‘Crida’ Nacional. Mediando una retórica progresista que pueda atraer votantes socialistas y comunes, pero sin asustar al electorado liberal, lo que se está intentando abrazar es el ala centro-izquierda del eje ideológico; es decir, el liberalismo «social» europeo.

Por otra parte, a nivel nacional, ERC juega entre las posiciones independentistas (o filoindependentistas) y las soberanistas (federalistas y derivados), en un sentido amplio: defender el proyecto de República Catalana pero sin querer articularla a corto plazo, poniendo sobre todo el foco sobre el derecho a la autodeterminación como «único» desatascador posible del conflicto nacional. De este modo, también a corto plazo, el partido republicano arrebata el programa nacional del soberanismo no independentista, sin desmarcarse -al menos retóricamente- del campo político del independentismo.

El problema que esto supone para el conjunto del movimiento independentista -del que ERC forma parte indudablemente- no es que fije la consecución de la República Catalana en un horizonte a largo plazo. Lo mismo podríamos decir con respecto a su programa de partido de izquierdas que, como bien defiende y comparto, no podrá ser plenamente realizado sin alcanzar la independencia (es decir, en su caso, a largo plazo). Por el contrario, el problema radica en el hecho de que aquí no se deduce una estrategia política independentista y de izquierdas, sino exclusivamente una estrategia de partido.

En otras palabras: a estas alturas sabemos que el independentismo catalán continúa falto de una estrategia (ya no unitaria, sino que no hay ni una sobre la mesa) y lo que en todo caso tiene ERC es una estrategia de partido. Y su estrategia consiste en lograr la hegemonía electoral en clave de izquierdas y nacional, convirtiéndose en eso que denominan «la Izquierda Nacional». Si, mientras tanto, esto lo explican como una estrategia necesaria para ganar la independencia, será necesario que también expliquen qué harían en el momento de alcanzar su objetivo partidista, para avanzar hacia el objetivo compartido: ¿el crecimiento electoral del independentismo provocará la convocatoria de un referéndum acordado con el Estado español? ¿Es este el objetivo «de ampliar la base»? ¿Y de quién es la «base» que hay que ampliar¿, ¿la del independentismo o la de ERC?

En todo caso, cabe señalar que no será fácil sostener, a medio plazo, esta estrategia de partido: primero, porque el movimiento independentista tiene su dinámica propia y difícilmente podrá retractarse de algunas premisas aprendidas por la fuerza de los acontecimientos de los últimos diez años, en relación con la defensa de la vía unilateral hacia la independencia. Asimismo, por ejemplo, lo ha señalado recientemente la ANC. Seguidamente, porque el liderazgo de Oriol Junqueras tiene una dura competencia con la figura de Carles Puigdemont, el cual no sólo cuenta con un apoyo transversal del campo independentista, sino también por su carga simbólica como President en el exilio del gobierno de la Generalitat que hizo posible el referéndum unilateral del 1-O.

Finalmente, y no menos importante, podemos encontrar posibles dificultades desde el ala izquierda del independentismo y del soberanismo consecuente: así lo advierten los más de cien mil votos del Frente Republicano, carente completamente de los medios materiales y mediáticos de los que dispuso ERC para la campaña del 28-a, y con todos los condicionantes que comportaban aquellos comicios (voto del miedo, voto útil, clave española, etc.). Sin embargo, la coalición estuvo a punto de lograr un éxito y, este hecho, demuestra que existe un contingente social muy importante que desde la izquierda rupturista apuesta por la vía unilateral iniciada el 1 de octubre de 2017. Este mismo fenómeno se puede producir en las elecciones municipales, con las más de doscientas ‘Candidaturas de Unidad Popular’, sumadas a la iniciativa de ‘Municipalistas por la República desde abajo’, en varias ciudades medianas y grandes del país.

Veremos, pues, si todas estas complejidades permitirán a ERC alcanzar sus objetivos de partido a corto plazo. También averiguaremos si, tarde o temprano, la vertebración de una estrategia unitaria republicana permitirá mantener la composición del campo político independentista tal como lo conocemos actualmente. No olvidemos que, desde 2009, quien ha forjado el proyecto hacia la República Catalana, quien ha empujado a los cuadros dirigentes y desbaratado las estructuras de los partidos, así como quien ha fijado el rumbo político del país, no ha sido ni un solo líder ni un solo partido, sino el movimiento popular republicano como tal. Todo el mundo que ignore el legado de los últimos diez años y, aún más, quien olvide cuál es el cambio que se ha producido en el pueblo catalán desde el 1 de octubre de 2017, está condenado a la desaparición, ya que estará ignorando en la práctica al pueblo que interpela.

EL MÓN