El mea culpa enfermizo del independentismo

Uno de los rasgos más significativos de las personas o de los pueblos largamente sometidos a un poder dominador es el del automenosprecio y el de autoculpabilización, hasta el punto de que, por paradójico que parezca, el oprimido acaba convirtiéndose en el mejor defensor de su opresor. El oprimido siempre encuentra algo, algún detalle, algún elemento que minimiza las acciones del opresor y tiende a la autoinculpación: «La culpa es mía, porque yo, sabiendo como es, debería callar»; «La culpa es mía, porque yo, sabiendo como es, no debería hacer lo que me apetece, sino lo que él quiere que haga»; «La culpa es mía porque yo, sabiendo como es, debería pedirle permiso para salir de casa o para pensar como pienso, o para decir según qué, o para vestirme según cómo, o para ir con según quién…» O también: «Él es muy violento, eso ya lo sabemos, pero en el fondo, en el fondo, si no le llevas la contraria, es buena persona»; «Me dice que tengo que acatar sus órdenes, tanto si me gustan como si no, pero no es un fascista, ¿eh? ¡No!, ¡Qué va!»; «Cuando le desobedezco me pone esposas, me amordaza y me encierra en el desván, pero la culpa es mía porque, conociéndole, debería saber que su voluntad es ley.»…

Siempre se han dicho y se dirán frases autoinculpatorias, las personas y los pueblos sometidos han dicho y dirán siempre cantidad. Es una constante en todos ellos: siempre están haciendo examen de conciencia, Siempre se repiten que «algo no han hecho bien», «que no se explican lo bastante bien», «que la vía unilateral de abrir la puerta y marcharse no es la vía que debe seguir la persona maltratada o el pueblo cautivo. El buen maltratado, el buen cautivo es el que espera que un día, de algún año, de algún siglo, el opresor, en un gesto de infinita benevolencia, le abra la puerta sonriente diciéndole: «Te puedes ir, eres libre». Todo lo que no sea eso, sería radical, muy radical, por más que la opresión esté garantizada tanto si el oprimido se porta bien como si no. Educado en la sumisión, del oprimido siempre espera. No sabe muy bien qué, pero él espera y espera y espera. Nunca le faltan motivos para esperar. Espera que un ángel bajado del cielo imparta justicia, le abra la puerta de la jaula y lo libere. Un poco como Jesús a Lázaro de Betania: «Levántate y anda». No se da cuenta de que el opresor no castiga sólo el acto de ser libre, castiga incluso la intención. Y, hombre, si te han de zurrar sólo por tener intención de hacer algo, tal vez mejor que lo hagas, ¿no? ¡Ande o no ande, caballo grande, chaval!

Digo esto, porque es bastante freecuente, ya sea en escritos o en tertulias radiofónicas y televisivas, la cantinela según la cual «el independentismo debería preguntarse qué ha hecho mal en el transcurso del Proceso». Es un tema recurrente que, incluso cuando no hay mala fe, acaba asociando la palabra «independentismo» a la palabra «mal», como si fueran inseparables: «independentismo-mal». Y es que el cautivo, tan torpe él, pobrecito, el que hace un montón de cosas «mal». Ya se sabe, él ha venido a este mundo a obedecer y debe rendir cuentas por el hecho de pensar como piensa, por el hecho de decir lo que dice y por el hecho de actuar como actúa. Y si el opresor le apalea, si el opresor lo inhabilita, si el opresor lo envía al exilio, si el opresor lo encarcela, es porque el oprimido ha osado fugarse de la opresión sabiendo que la ley opresora no se lo permite. Del mismo modo que cuando eres pequeño, si no te portas bien, te pueden hacer pam-pam en el culito, cuando eres mayor el opresor te hace pam-pam en la cabecita. Esto lo sabe todo el mundo, sólo el independentismo comete el error de olvidarlo. Y claro, tiene que asumir las consecuencias por insumiso.

¿Significa esto que el independentismo lo ha hecho todo bien a lo largo del Proceso? La respuesta ahora mismo es SÍ. Apelo a la inteligencia del lector para entender este sí. Ahora mismo hay un SÍ unánime. El NO ya lo pone el españolismo, se llame PP, PSOE, Ciudadanos o Comunes. No debemos hacer nuestro su marco mental y repetir su letanía. De otro modo, contribuiremos a crear otro tipo de unanimidad que nos incluirá también a nosotros según la cual el independentismo habría hecho «muchas cosas mal». Esto hará feliz al nacionalismo español, que, muy satisfecho, podrá decir: «¡Si no lo decimos sólo nosotros! ¡Si lo dicen los mismos independentistas!».

Si una travesía tan noble como la libertad de nuestro pueblo no es capaz de unirnos, es que no somos dignos. Los egos, las calculadoras, los intereses de partido…, son un lastre letal. Tiempo habrá, cuando seamos una nación libre, de analizar los errores, los temores, las indecisiones y también los aciertos y las victorias. No es durante la batalla, la carrera o el partido el momento de hacerse reproches y de ver quién la tiene más grande, de lo contrario la batalla, la carrera o el partido acaban en derrota.

Huelga decir que la asociación de estas dos palabras, «independentismo» y «mal», suele hacerse desde una posición de superioridad moral, como el juicio de alguien que no está ni con unos ni con los otros, que no sube ni baja, que no es hombre ni mujer, sino todo lo contrario, y que sólo pretende ser objetivo. Porque, claro, claro, algo habrá hecho mal el independentismo para tener un millar de personas encausadas, dos millones y medio criminalizadas, la mitad del gobierno en la cárcel, La otra mitad en el exilio y todo el país bajo sospecha, ¿no? ¡No hay duda: es mientras era minoritario, cuando el independentismo lo hacía todo bien. Entonces sí era bonito y pintoresco. No había ningún conflicto con España, del mismo modo que tampoco lo había entre el negro y el dueño blanco cuando el primero se mostraba sumiso. ¡Qué buenos eran aquellos tiempos!

Pues bien, el error del negro sumiso era ser sumiso. Este era su único y verdadero error, y no se liberó hasta que lo descubrió. Y todas las cosas que hizo para conseguirlo, aunque fuera de mala mamera, estuvieron bien hechas. ¡Bien hechas! Porque, como decía Martin Luther King: «¡Ya basta! ¡Y esto implica perturbar la paz!». ¿Y qué es, a veces, la paz? Lo responde la canción de Raimon: “De vegades la pau no és més que por; de vegades la pau tanca les boques i lliga les mans” («A veces la paz no es más que miedo; a veces la paz cierra las bocas y ata las manos»). La historia de España es resume en millones de bocas cerradas y millones de manos atadas, tanto en su entorno geográfico como en ultramar. México se lo ha recordado recientemente.

Estamos en el siglo XXI y España continúa cerrándonos la boca y atándonos las manos. España, el Estado dictatorial de la Unión Europea, cierra las bocas y ata las manos de los que le son desafectos, y, viendo que nadie le para los pies, llega al paroxismo de criminalizar el color amarillo y prohibir palabras. ¡Palabras! ¿Qué hay más fascista que esto? Incluso dicta a los periodistas de Televisión de Cataluña y Cataluña Radio, y el resto de medios públicos, qué deben decir y qué no pueden decir, qué palabras pueden utilizar y cuáles no. Pero tranquilos, no pasa nada. La paz todo lo vale. Con la cabeza baja se vive mejor. Así, desde un prisma hispanocéntrico, podremos continuar preguntándonos qué cosas ha hecho «mal» el independentismo hasta coincidir con España en que lo que de verdad ha hecho «mal» ha sido existir.

O podemos hacer otra cosa, algo muy catalanocéntrico, como pensar que la libertad comienza por liberarse de esta cantinela enfermiza que enlaza las palabras «independentismo» y «mal» como si fueran una sola y que nos lava el cerebro, nos daña el estado de ánimo y nos debilita. ¡Dejemos de menospreciarnos, por favor! ¡Dejemos de autoflagelarnos ¡Más autoestima, amigos! Somos la víctima, no el verdugo. Es perverso reprochar a la víctima de un secuestro las cosas que pueda haber hecho mal para ser secuestrada, o a la víctima de una violación por ser violada, o a la víctima de un Estado opresor por ser sometida. Mal asunto, cuando el secuestrado piensa que si se hubiera quedado en casa no lo habrían secuestrado, o cuando la mujer violada piensa que si hubiera llevado un vestido más largo no la habrían violado, o cuando el pueblo sometido piensa que si hubiera portado bien no lo habrían azotado. Toda autodefensa en una situación límite, especialmente la que se hace con resistencia pasiva, es vital, legítima y absolutamente irrefutable. Toda lucha pacífica y democrática por la libertad nunca es un error. ¡Nunca! El error es rehuirla, el error es conformarse, el error es acomodarse, el error es enterrarse en él. Y un pueblo enterrado, es un pueblo vencido.

EL MÓN