«Hacer un Thelma y Louise» sería emprender un camino gozoso de liberación para acabar en un trágico despeño. Pues bien: parece que el guión de la estadounidense de familia libanesa Callie Khouri -Oscar y Globo de Oro al mejor guión de 1991- esté inspirando el relato que se fabrica para hacernos descarrilar del camino hacia la independencia que se emprendió a principios de este siglo. Thelma y Louise, interpretadas espléndidamente por Susan Sarandon y Geena Davis, también querían escapar de una cotidianidad insoportable en un alegre y confiado viaje hacia la libertad, sin hoja de ruta. Un viaje que se complica y se acelera a medida que van siendo acosada por una sociedad nada amable con los que desobedecen normas de moral estrecha. Finalmente, Thelma y Louise son acosadas y, por no renunciar a la dignidad de su propósito liberador, se ven forzadas a tomar una decisión «unilateral». ¡Mira qué remedio!
Sin embargo, en la adaptación casera de este guión, y a diferencia de la película de Ridley Scott, además de ignorar de qué huía el independentismo, se hace todo lo posible para ocultar las condiciones del acorralamiento final. Olvidando las antiguas y permanentes agresiones a la autonomía, ahora sólo se habla de la supuesta «inacción» del Gobierno y de un Parlamento «paralizado», ocultando las graves amenazas a las que es sometido el primero e ignorando el cercenamiento autoritario de la mayoría democrática del segundo. Un relato manipulador al servicio de un pretendido autocumplimiento de profecía que precipite la derrota.
Sin embargo, la hipótesis de la derrota del independentismo siempre se ha tenido presente. Desde el momento en que se fiaba su resultado a un referéndum de autodeterminación, se sabía que la derrota era posible. Pero una derrota democrática sería asumible. Otra cosa es perder por la violencia de un adversario intolerante, una derrota que sería difícil de digerir sin dejarse la dignidad política. Y aún peor, perder por una prematura rendición propia, como la que quiere provocar el relato de un supuesto Thelma y Louise a la catalana. Sí, hay que empezar a decirlo: existe un independentismo rendido, resignado al aplazamiento indefinido de la causa. Un independentismo que «no tiene prisa» porque no quiere arriesgar nada o no quiere llegar a destino si no es desde su hegemonía electoral e institucional. Un independentismo ‘interruptus’ que, no es extraño, encuentra curiosos y muy interesados compañeros en este viaje de regreso al autonomismo.
Estoy hablando, obviamente, del intercambio de papeles entre ERC y JxCat, y que ahora ya no es una sospecha sino una evidencia. Este mismo fin de semana, mientras Jordi Turull decía que se tienen que acabar los cheques en blanco y el pagar por adelantado, que es una manera de reconocer el fracaso del pájaro en mano (‘El Punt Avui’), Joan Tardà invitaba a un «principio de realidad» -paradójicamente fundamentado en una larga profesión de fe- que supone el aplazamiento de la satisfacción independentista hasta que ERC no se convierta en el «eje» de la futura República (‘Vilaweb’ del 6- 7 de abril).
Se trata de estrategias divergentes legítimas, pero incompatibles. Y la cuestión es saber qué se ajusta más al principio de realidad: esperar que, con la futura hegemonía de ERC, el Estado y sus izquierdas terminen acordando un referéndum, o que vista la experiencia pasada sólo se pueda confiar en la capacidad de aprovechar la enorme debilidad política del Estado para producir una ruptura no pactada. Porque lo cierto es que el pujolismo, en tiempos de hegemonía, no sólo no consiguió hacer avanzar la autonomía sino que ni siquiera logró hacerla respetar. Y cuando ERC quiso comerse al PSC con el tripartito de 2003 para hacer una «segunda transición», lo cierto es que en sólo siete años terminó perdiendo el 60 por ciento de votos y diputados.
Hay que evitar que el independentismo termine haciendo un Thelma y Louise. Y por eso no tiene que renunciar a la satisfacción de los objetivos por un más que incierto, acomodaticio y frustrante principio de realidad.
ARA