No olvidemos Portugal

El presidente Torra ha viajado a Portugal, donde se ha visto con intelectuales y políticos, a los que ha agradecido su firma en un manifiesto de apoyo a Cataluña. Y bien que lo ha hecho. No sólo hay que ser agradecido con quien alza la voz en defensa de nuestros derechos, sino que esta conexión directa con la otra fachada de la misma península es un gesto que se debería haber frecuentado mucho más de lo que lo ha hecho hasta ahora, con conflicto español o sin él. Allí se ha visto, entre otras, con algunas de las personalidades más destacadas de la izquierda y la intelectualidad portuguesa. Me refiero al historiador Fernando Rosas, antiguo candidato del ‘Bloco de Esquerda’ a la presidencia de la República, así como con el poeta Manuel Alegre, el escritor más cantado por los cantantes portugueses, y candidato que fue a la misma institución nacional, por el Partido Socialista. En ambos casos, hombres de un prestigio enorme, amigos de Cataluña, simpatizantes de nuestra causa y defensores de nuestros derechos como pueblo.

«La palabra Cataluña tiene para el oído portugués una entonación fraterna que viene de lejos… de 1640. La historia hermana a los dos pueblos». Esta afirmación del poeta Teixeira de Pascoes, en 1919, sigue siendo cierta, si bien, por estos lares, parece haber una obstinada tendencia a ignorarla. Porque en ningún otro lugar puede ser entendida con tanta facilidad nuestra situación y el deseo colectivo de enderezarla, como en Portugal. Simplemente, diciendo que lo que ahora vive nuestro país lo viviría Portugal, si en vez de haber perdido nosotros la Guerra de ‘Els Segadors’, hubiera pasado al revés y fueran ellos los que se habrían quedado sin Restauradores de su libertad. Con los papeles cambiados, nosotros seríamos independientes y ellos, ahora, una simple comunidad autónoma de España, o dos, o tres. Porque al estallar la guerra, al no poder hacer frente a las tropas españolas en dos conflictos simultáneos, concentraron aquí el grueso de sus fuerzas, lo que permitió a Portugal restablecer su antigua independencia. Creo que era el presidente Pujol quien afirmaba que «Cataluña es como Portugal, pero sin Restauradores», en alusión a los héroes que liberaron su país del yugo español, como recuerda un hermoso obelisco en la ‘Praça dos Restauradores’, en el centro de Lisboa.

No sólo parecemos ignorar la historia, sino también la realidad presente. Hoy, Cataluña es el principal proveedor y el primer inversor ibérico en Portugal. Es desde Cataluña de donde exportamos productos de tecnología media y alta, como componentes del automóvil y electrónica. Y tienen más importancia las ventas de productos catalanes en Portugal que las de estados europeos como Gran Bretaña o Italia, por lo que prácticamente una tercera parte de las inversiones originarias del Estado español, en Portugal, son inversiones catalanas. Pero, además, resulta que Cataluña es el tercer destino peninsular de los productos portugueses, a muy poca distancia de Madrid y de Galicia. Así pues, la nación peninsular más alejada de Portugal le es la más cercana en la actividad mercantil y las relaciones económicas. Si, entre los países ibéricos, somos el primer socio comercial e inversor directo en Portugal, entre los países ibéricos, el futuro de Cataluña debe interesar, necesariamente, a Portugal. Quizás no todo el mundo es lo suficientemente consciente de que cualquier cambio, a mejor, en el estatus institucional de Cataluña afectará también, de manera positiva, a Portugal, porque ya no habrá tantos obstáculos a vencer para establecer una relación más directa y más intensamente beneficiosa para las dos partes. Otra Cataluña, más fuerte, más libre, con más capacidad de decisión económica, más peso cultural y más poder político, tendrá consecuencias también favorables para Portugal.

En este contexto nuevo, con una visión moderna y no una lógica anticuada, de los siglos XIX o XX, de las relaciones intrapeninsulares y también europeas, ya no pesa tanto la proximidad geográfica, incluso el simple vecindad, como los intereses estratégicos que hoy, con las nuevas tecnologías, ya no conocen fronteras. Y si queremos superar barreras, Cataluña no puede renunciar a mantener una relación directa con Portugal, sin necesidad de intermediarios, Y establecer un marco preferente de intercambios en todos los ámbitos, con la máxima fluidez posible. Y esto quiere decir sin tantos obstáculos burocráticos en el establecimiento, reconocimiento o ampliación de empresas, sociedades o filiales, por ejemplo. O bien el reconocimiento fluido de licenciaturas universitarias, un intercambio permanente entre ambas lenguas y culturas nacionales, en todos sus lenguajes y expresiones artísticas, o bien un acceso más fácil a la realidad portuguesa y catalana, a una cotidianidad que los medios de comunicación nunca nos acercan, haciéndonos sentir más próximo lo que pasa a miles de kilómetros de casa, que no lo que ocurre en la misma geografía peninsular. La ignorancia mutua nunca es un instrumento positivo.

Una República Catalana sería un aliado natural de Portugal y haría con este país el contrapeso necesario para imposibilitar la tendencia ancestral de los gobiernos españoles hacia el neocolonialismo. En este contexto, Portugal se encontrará más cómodo en la península y menos amenazado en sus intereses, más tranquilo, sólido y seguro en su ser nacional. Con una España más uniforme, más centralista, girando tan sólo, en exclusiva, en torno al polo político de Madrid, Portugal seguirá perdiendo y sufriendo sus consecuencias. No es de Cataluña, de quien ha de desconfiar o tener miedo Portugal, precisamente. Ellos miran al Atlántico y nosotros miramos al Mediterráneo. El problema, como ya apuntaba Gaziel en el mismo 1952 en que nací, no es sólo que los ibéricos de la periferia hayamos vivido vueltos de espalda sólo en el interior, sino también que lo hayamos hecho de espaldas unos a otros. ¿Por qué nunca nos hemos relacionado, interesado, conocido y querido lo suficiente? ¿Por qué este desconocimiento tan grande entre unos y otros? ¿Por qué esa ignorancia tan colosal que Cataluña tiene de Portugal y Portugal de Cataluña?

Debemos construir nuestra relación, sobre unos nuevos cimientos, con unos planteamientos claros de futuro. Nos necesitamos mutuamente, sin saberlo. Y existe todo un capital de simpatía latente, toda una corriente de afecto subterráneo, todo un sentimiento de proximidad mutua, poco elaborado tal vez, que debemos ser capaces de desplegar en todos los campos, para que del mismo unos y otros obtengamos beneficios y pongamos fin a la distancia y a la incomunicación seculares. No nos conviene aplazar, por más tiempo, la adopción de otra mirada sobre el espacio ibérico y plantear las relaciones entre los diferentes pueblos desde una perspectiva distinta. Para ello debemos superar la concepción totalmente inútil y desfasada de entender la península como un todo ya terminado, con un centro inamovible y un referente indiscutible que es Madrid y los intereses de la España castellana. Necesitamos una visión de futuro atrevida para ir construyendo, desde el diálogo entre los pueblos, otro modelo de península, con capacidad real de crear riqueza y bienestar para sus habitantes y plenitud creativa y libertad de acción para sus culturas y lenguas.

De la península con un único centro en Madrid, tenemos que pasar a una península multipolar, con más pluralidad de referentes económicos, políticos y culturales. De la plurinacionalidad debemos pasar a la pluriestatalidad peninsular. Y hemos de establecer un puente de colaboración, pacto y entendimiento, entre ambos pueblos, por encima de aquella España que ya denunciaba Gaziel, con «procedimientos guerreros, el dogmatismo encarnizado y el cierre idiomático, característico de Castilla». Exactamente eso es lo que expresaba el manifiesto a favor de Cataluña que nos llegó de Portugal y la actitud constante a favor de nuestros derechos y de crítica democrática a España de algunos políticos actuales, entre los cuales la eurodiputada socialista Ana Gomes es un ejemplo permanente. Muito obrigado!

EL MÓN