Estrategia de Estado

El juicio a los políticos independentistas que tiene lugar en el Tribunal Supremo de España, en Madrid, se ha convertido en un gran espejo público donde mirarnos nosotros mismos y en el que observar a los otros, al Estado. Día a día en el mismo hemos podido descubrir, constatar, confirmar, nuestras grandezas y miserias, nuestras fortalezas y debilidades, nuestro coraje colectivo y nuestros miedos personales, las miradas cortas y las miradas largas, las dudas y las certezas, las intenciones y las convicciones. También hemos podido ver manifiestas las estrategias para un Estado propio, catalán, pero no creo que desvele ningún secreto si afirmo que, en cambio, no hemos podido detectar, por el lado independentista, una estrategia de Estado, una actitud general, compartida y manifestada, no sólo con voluntad de Estado, sino, sobre todo, con sentido de Estado. Las manifestaciones dignísimas han convivido con algunos gestos innecesarios e incomprensibles que no hacían otra cosa que dejar al descubierto la ausencia de una estrategia de Estado común, expresada en el fondo, pero también en las formas. Es la realidad que tenemos ante de los ojos y que se hace presente también en la estrategia electoral de los partidos políticos y los movimientos sociales.

Contrariamente, por la parte acusadora, sí hay una estrategia de Estado, desde el primer momento, a despecho de ciertas vacilaciones. Para establecer en la opinión pública una imagen determinada de lo que sucedía en Cataluña, se empezó mintiendo y se ha continuado mintiendo hasta el día de hoy. El proceso de emancipación nacional, en la fase iniciada en los últimos años, se ha caracterizado en todo momento por un protagonismo de masas y no por grupo aislado de vanguardia alguno. Se trata de un protagonismo intergeneracional, festivo, a menudo familiar, y, en todos los casos, pacífico, procedimiento este que se ha convertido en una de las señas de identidad del independentismo catalán ante el mundo.

Pero como la resistencia pacífica y la acción democrática son justo lo contrario de la violencia y suscitan, además, simpatías y complicidades sociales amplias, tuvieron que recurrir a la construcción de un relato falso que desvirtuara el carácter real de la reivindicación política para suscitar frente a ella, una actitud de rechazo. Con el objetivo de vestir con un formato violento la acción independentista, se forzó la interpretación de algunas leyes, se exageraron aspectos menores, se prepararon incluso trampas de un simplismo pavoroso y se construyó una realidad que nunca existió. Y esta pasó a ser la versión oficial de lo que sucedió en Cataluña en septiembre y octubre de 2017.

Puestas en circulación palabras y expresiones del tipo «rebelión», «sedición», «tumulto», «violencia», junto a otros como «golpe de estado» o «golpistas», aunque se ha construido después para conseguir hacer ver que lo que sucedió encajaba, necesariamente, con la acusación que expresaban las palabras antes mencionadas. Afirmaciones como «el ruido característico de un tumulto» -¿cuál  es este ruido, por cierto? -, en la voz de la secretaria judicial, M. del Toro, constituye un ejemplo magnífico y no casual o gratuito. Introduciendo en la declaración la palabra «tumulto» y no otra, para referirse a la concentración de miles de personas en la Rambla de Cataluña, ya queda claro que la finalidad es inculpar a los acusados en un delito grave que incorpora, necesariamente, el concepto «tumulto».

La mentira ha estado presente en todo momento y ha constituido el fundamento central de la estrategia de Estado, en forma de exageración, manipulación o falsedad absoluta, con el único fin de poder acusar al independentismo, en la persona de sus líderes políticos y sociales, de unas prácticas violentas que nunca existieron. Pero esta es, justamente, la expresión máxima de la debilidad del Estado, dado que tiene que recurrir a atrincherarse con sus argumentos, tras el parapeto único de una realidad inventada. Cuando un Estado, en vez de basarse en formulaciones y propuestas políticas, tiene que recurrir a la mentira como estrategia principal, instalado en la teoría de la rebelión, a fin de retener una parte del territorio que quiere dejar de formar parte del mismo, no tengo ninguna duda de que este Estado, en su configuración actual, ha firmado ya su acta de defunción, por más que esta aún tarde en hacerse efectiva.

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