Confieso que a mí, personalmente, lo que diga el rey de España me interesa tanto como lo que pueda decir el rey de la selva. Y si, por alguna razón, me viera en la obligación de establecer un orden de interés entre ambos, no dudaría en escoger el segundo. Básicamente, porque pienso que este dice mucho más en sólo seis segundos, en los filmes de la Metro, que el primero en todos sus discursos habituales. De hecho, a diferencia de lo que ocurre con el rey de España, no conozco a nadie que se haya dormido nunca escuchando al rey de la selva. Por eso me extraña que el rey de España, en vez de tenerlo como referente, haya optado por el loro. El loro es un animal muy digno, no hay duda, pero es obvio que pierde mucho empaque comparado con el rey de la selva. Lo digo, porque veo que el rey de España repite día tras día un conjunto de frases inconexas sin ningún valor intelectual.
Dice el rey de España: «No es admisible apelar a una supuesta democracia por encima del Derecho, Dado que sin el respeto a las leyes no existe ni convivencia ni democracia, sino inseguridad, arbitrariedad y, en definitiva, ruptura de los principios morales y cívicos de la sociedad». Es una frase larga, sin duda. Pero tan larga como vacía. Es una de esas frases que se construyen introduciendo varias palabras eufónicas, palabras que siempre resultan buenas de escuchar, tales como «democracia», «derecho», «leyes», «respeto», «convivencia», «principios morales», «principios cívicos»…, luego se mezclan bien y, a partir de ahí, como si fuera un Manhattan o un Tom Collins, sólo hay que remover y servirlas. Pero claro, la frase sigue siendo tan vacía como la cabeza de un muerto del siglo XVIII; como la cabeza de Felipe V de Castilla, por ejemplo, aquel Borbón que da nombre a los inodoros de Cataluña. Las cosas, sin embargo, son justamente lo contrario de lo que dice el rey de España.
La ley, digámoslo claro, es el pretexto que utiliza el injusto para imponer su voluntad. Para el injusto, la ley lo es todo. No le importa que su ley sea injusta, no le importa que su ley aplaste los valores democráticos, no le importa que su ley viole los derechos humanos. «La ley es la ley», repite como un loro sin darse cuenta de que por mucho repetir esta expresión dejará de ser una de las más estúpidas que se puede decir cuando no sabe qué decir.
No es la democracia, la que se debe subordinar al Derecho, señor rey de España. Es el Derecho, el que se debe subordinar a la democracia. Todos tienen leyes. También las tenía aquel asesino, de nombre Francisco Franco, amigo de su padre. Y, mira qué cosas, el 22 de julio de 1969, cuando usted ya había nacido, su padre juró fidelidad a aquellas leyes. Unas leyes fascistas. Y lo volvió a hacer el 22 de noviembre de 1975. Estas fueron sus palabras: «Juro por Dios y sobre los santos evangelios, cumplir las Leyes Fundamentales y guardar lealtad a los Principios del Movimiento Nacional».
¿Y qué era el Movimiento Nacional, señor rey de España? Pues era el acopio de fuerzas políticas vinculadas al golpe de Estado del 18 de julio de 1936, finalmente concentradas en la Falange Española. La misma Falange que hoy desfila en las manifestaciones junto a sus hermanos ideológicos Vox, PP y Ciudadanos. ¿Y cuál era, por cierto, el fundamento supremo de aquellas leyes fascistas? La «Unidad de España». El mismo valor supremo de la Falange actual y, por supuesto, de Vox, de Ciudadanos, del Partido Popular y del Partido Socialista. Exactamente el mismo principio totalitario sobre el que el Estado español ha construido una repugnante, vergonzosa y fascista falacia para encarcelar personas inocentes, personas radicalmente democráticas, personas que constituían la mitad del gobierno de Cataluña -la otra mitad está en el exilio- y llevarlas a un juicio-farsa, un juicio-inquisitorial, una mascarada franquista que ha topado con los fundamentos democráticos de Bélgica, Alemania, Suiza y el Reino Unido y que demuestra que el Estado español, si bien ha aprendido a pronunciar la palabra «democracia» -porque no le ha quedado más remedio-, sigue sin saber qué significa.
Ninguna ley de este mundo, ninguna, tiene valor alguno si no es justa. El fundamento de la democracia no es el Derecho, el fundamento de la democracia es la Justicia. Y sin justicia, ninguna ley es legítima. Sin justicia, ningún Estado está legitimado para imponer el cumplimiento de su ley. Una pregunta que suelo hacer al público en mis conferencias es que elegirían si tuvieran que escoger entre vivir en una sociedad justa o en una sociedad legal. Y siempre, invariablemente, todo el mundo responde que escogería la sociedad justa. Ciertamente, la condición humana es como es y necesita leyes. Pero sólo deben ser respetadas las leyes justas. Las leyes injustas deben ser transgredidas para salvaguardar justamente los valores democráticos, de lo contrario el que se somete a ellas se convierte en cómplice. Es por este motivo, pues, por lo que nunca la democracia debe subordinarse al Derecho. ¡Nunca! Dado que lo que altera la «convivencia», lo que crea «inseguridad y arbitrariedad», aquello, en definitiva, que «rompe los principios morales y cívicos de la sociedad» es la injusticia hecha ley. El derecho a la autodeterminación es un derecho humano básico que ninguna ley, ninguna constitución, ningún marco legal puede negar sin violar uno de los fundamentos principales de la justicia: el derecho al libre albedrío de todos los pueblos de la tierra.
No es extraño, por tanto, que el Estado español subordine la democracia a la ley, y que, en nombre de esta ley, persiga a las personas que, haciendo uso de sus derechos democráticos, se niegan a someterse a un poder fundamentado en la injusticia. El Estado español, el Estado de PSOE-PP-Ciudadanos-Vox, el Estado que estos días está juzgando a un grupo de demócratas catalanes bajo la acusación de haber puesto las urnas al servicio de la ciudadanía, es el mismo Estado que nunca ha querido juzgar el fascismo y sus crímenes. Pobre rey de España, es el rey desnudo. Como su Estado.
EL MÓN