«¿Cuánta verdad puede soportar un hombre, a cuánta verdad puede atreverse? Ésta se ha convertido para mí en la auténtica unidad de medida, cada vez más… Cualquier resultado, cualquier paso hacia adelante en el conocimiento es una consecuencia del valor, de la dureza con uno mismo, de la exigencia con uno mismo…?»
(Nietzsche, Ecce homo)
«Soy alérgico tanto a los devotos de Heidegger como a los anti-heideggerianos de servicio»
(Jacques Derrida)
Si por algunos fuese, hace tiempo que el filósofo germano habría desaparecido de las historias del pensamiento, de los planes de estudio y de todo lo demás: para unos, porque en su obra no hay más que pura palabrería esotérica; para otros, o para los mismos abundando en su denuncia, ya que bajo su hermetismo no se oculta más que nazismo en estado puro, que no hacía sino corresponder con su militancia, y con la explicitación de su ideología anti-semita que han dejado ver la publicación de sus Cuadernos negros (1).
Ciertamente el caso de Martin Heidegger resulta cuando menos curioso, y ello por varias cuestiones, algunas de las cuales nombro a continuación: considerado por no pocos, como uno de los mayores, cuando no el más, de los filósofos del siglo pasado; inspirador de bastantes de los pensadores más creativos y potentes de su posteridad, poco proclives, desde luego, a la defensa del ideario nacionalsocialista o similares… En el brujo de la Selva Negra parece cumplirse a la perfección la unidad y lucha de contrarios: por una parte, un grandísimo pensador, por otro, o al mismo tiempo, un nazi redomado, cuando dicha ideología representa una negación del pensamiento, nada digamos del catalogable como crítico, y una defensa de mitos y leyendas realmente insostenibles (complot de los judíos – aceptando la falsaria historia de Los Protocolos de los Sabios de Sión y otras zarandajas-) como sostén de sus delirios aniquiladores. Lo más terrible en el caso del que hablamos no es el haberse dejado atrapar por las redes de tan nefasta ideología –que también- sino el haberse mantenido en ella, sin mostrar arrepentimiento alguno y hasta según se puede observar en los materiales póstumos recién publicados, siguiendo las indicaciones del propio autor de ellos, lo cual da prueba de que no había arrepentimiento sino una tenacidad contra toda evidencia de lo sucedido y mantenido. No vale el silencio (que defraudó, entre otros, a su ex-alumno Herbert Marcuse, o al poeta Paul Celan, por ejemplo; sin obviar a su también discípulo, Emmanuel Lévinas que decía que se puede perdonar a mucha gente pero no a Heidegger), ni alegar la torpeza para moverse por el mundo político (aspecto tratado, y en cierto sentido justificado, por Hannah Arendt), o algunos balbuceos del propio filósofo que calificaba como error / falta aquellos posicionamientos… como tampoco es de recibo: a) aplicarle lo que él hacía con respecto a Aristóteles, al señalar que lo importante en la vida de un pensador es que había nacido, había trabajado y había muerto, vara que aplicándosela a él mismo podría traducirse como: dejemos de lado unos aspectos de la existencia que no son nada vendibles, o b) aplicarle lo que mantenía: grandes hombres, grandes errores… tal vez, lo decía igualmente pensando en sí mismo, a falta de abuela. En fin, no seguiré por estos andurriales por los que en más de una ocasión he transitado, pero la reiteración se debe a que la figura del autor de Ser y Tiempo (Sein und Zeit) da para mucho, para muchas interrogantes también y no solo con respecto a su obra sino también –y eso es lo más fuerte- con respecto a la validez o no de esa cosa llamada filosofía, ya que muchas veces se presenta tal disciplina como modelo del mundo del pensamiento, casi como prueba del bien pensar, y ahí el posible silogismo resbala por todos los costados. En este orden de cosas el affaire Heidegger contiene en sí mismo una aporía filosófica de primera magnitud.
A la hora de acercarnos al pensamiento, más correcto sería decirlo en plural: a los pensamientos, las obras introductorias que las hay en abundancia (Pierre Dulau, Christien Dubris, Jean-Michel Salanskis, Jean-Pierre Cotten, René Schèrer y Arion Lothar Kelkel, Ramón Rodríguez, George Steiner, Waelhens, Vattimo, Haar, Arturo Leyte…) pueden representar un serio problema, o varios, y me explico: el intento de plantear con detalle el pensamiento del pensador está desenfocada desde el inicio y ello debido a que Heidegger no pretendió en ningún momento erigir un sistema cerrado en el terreno de la filosofía, sino que su empeño era enfocar la filosofía como camino, como sendas que se pierden en el bosque (holzwege), una continua búsqueda del sentido del ser que se asemeja a un intento de explorar en un pozo en busca del sentido del ser, esto hace que la tarea de presentar LA filosofía esté llamada al fracaso desde su propio intento; a esto se ha de añadir otra cuestión realmente fundamental y esta es la publicación a partir de 2014 de los Cuadernos negros, cumpliendo el deseo del propio filósofo de que estos fueran publicados como culminación de sus obras completas, esta publicación supone una cesura con respecto a las interpretaciones anteriores, colocando a éstas en un nivel diferente hasta el que entonces se había seguido: es decir, se admitía que había habido por parte del filósofo un compromiso con el régimen hitleriano, y esta práctica se reflejaba en algunas frases salpicadas por aquí o por allá en sus libros… el problema surge cuando en los cuadernos nombrados se deja ver como el autor concedía una gran importancia a cuestiones como el antisemitismo, muy en especial. Esta implicación puede conducir a diferentes enfoques: o bien, se embiste contra el pensador germano y se le arroja al basurero de la historia, o bien, se trata de separar la paja del grano sin buscar justificaciones o minimizaciones de los lados oscuros, y repugnantes, de su obra, o existe una tercera vía propuesta entre otros por Jean-Luc Nancy de revisitar a Heidegger con todo lo que sabemos ahora, lo cual significaría distinguir entre lo desechable y lo productivo desde la óptica del pensamiento.
Precisamente este enfoque es el elegido por Peter Trawny en su «Martin Heidegger. Una introducción crítica» (Heder, 2017). El autor alemán es un gran conocedor de las obras del brujo de la Selva Negra, además de ser el responsable de la edición de los repetidamente nombrados Cuadernos negros, lo cual le da una posición de privilegio a la hora de conocer al pensador editado. No es la primera vez que Trawny se introduce en el tema –del mismo modo que no es la primera vez que doy cuenta de estas incursiones-; precisamente en una de sus obras anteriores (Fuga del error) venía a recurrir al término errar en sus dos acepciones, uniéndolas: por una parte, errar como vagar, es decir ir de un lado u otro sin destino prefijado, y al tiempo errar como equivocarse. Es obvio que el que no se mueve o no hace sino repetir lo mismo, propio o ajeno, parece estar destinado a no equivocarse ya que no se arriesga; al contrario, quien asume el riesgo de buscar, en contraste con las obras de otros, cierto sentido, puede equivocarse, más si su empeño intenta hallar los puntos débiles de los pensadores a los que lee con ojo detallado y crítico. Esto es lo que hacía incansablemente Heidegger, al menos desde su Ser y Tiempo, leyendo a Aristóteles, Descartes, Platón, Kant, Hegel, Nietzsche y otros muchos filósofos, no limitándose a repetir lo dicho por ellos sino, al contrario, dejando avanzar su espíritu destructor de las supuestas evidencias, intempestivo, lo que resultaba –y resulta- incómodo para los lectores, en especial para quienes en los pagos académicos no hacen sino repetir, y dar vueltas como si de un calcetín se tratara, a los autores del panteón de los grandes, a los incluidos dentro del canon. Este rastreo, esta búsqueda en el fondo del pozo del sentido, le impulsaba a moverse por distintas esferas del quehacer humano: la técnica, la poesía, el arte, la historia… con el resultado de una fragmentariedad, unos cambios de rumbo y un cúmulo de reflexiones y exploraciones inacabadas, que han sido un acicate, un eficaz alimento que ha servido a no pocos filósofos, psicoanalistas, escritores, etc. Puede aplicarse a su obra lo que dijese con tino Arturo Leyte en su ejemplar Heideger (Alianza, 2005): «El proyecto Ser y tiempo puede ser leído también como esa lectura de los filósofos, y no sólo porque vaya contra ellos, sino porque yendo contra ellos los eleva muy por encima de donde los situó la normalizada mirada de la filosofía cuando ya se encuentra identificada con la cultura».
La sintonía de la que hablo entre el autor del libro, Trawny, y el filósofo analizado –la filosofía como camino y posible extravío- hace que la aproximación resulte realmente clarificadora, a lo que se ha de sumar que esta está hecha con un claro espíritu crítico que se aleja de cualquier intento justificador.
Peter Trawny sigue de cerca las trazas que deja la travesía heideggeriana desde su analítica existencial que iniciase en su esencial obra de 1927: Ser y tiempo. El trabajo fenomenológico-hermenéutico que el pensador realizaba en confrontación con los autores antes citados colocaba su pregunta por el ser ligada a una óptica existencial, al mostrar la “facticidad de la vida” lo que significa que su análisis existencial vaya ligado a una analítica de la vida fáctica. Más adelante vendría una honda variación al señalar que su mirada de aquella época iba centrada en exceso en el Dasein, desde la perspectiva del hombre, lo cual no respondía a su verdadero propósito.
Este cambio que señalo es lo que habitualmente se califica como el viraje (Kehre), que venía a suponer que la pregunta no debía iniciarse en base al Dasein sino del propio ser, y desde este último volver al hombre. Esta división etapista del caminar heideggeraino viene a ser rechazado por Trawny, que ve un nexo de unión entre los iniciales análisis del ser y el tiempo, con el pensamiento del evento como radicalización de lo anterior . Es en la inclusión en la historia en donde el tiempo cobra su papel esencial, importancia radicalizada por el evento recién nombrado; este asunto hace que la preocupación por los sucesos políticos de su época muestre su absoluta necesidad, y para ello resultaba necesario echar la vista atrás para reflexionar sobre los orígenes del pensamiento europeo, encarnado en Grecia, y el posterior abandono de tal herencia. Ligado a lo anterior, resultaron sus interpretaciones , en los años treinta, sobre la poesía de Hölderlin, en las que propone abandonar ciertos presupuestos de la filosofía europea, postura que coincide con el dominio del nacionalsocialismo; así el abandono de la metafísica se conecta con la vida fáctica del III Reich , lo que llevaría a Heidegger a interrogarse sobre el papel de la técnica en el asentamiento del nihilismo.
No evita Peter Trawny el incómodo e importante tema del antisemitismo, que era simultáneo en Heidegger y el nacionalsocialismo, si bien la ambigüedad de su visión con respecto al de los gobernantes resultaba destacable: el intento de buscar un nuevo comienzo que debía ser afrontado por los alemanes, como sustitutos o completadores-culminadores de la obra de los griegos , provoca una honda frustración en Heidegger al ver la desoladora política de Hitler…y ahí es donde asoma lo más espantoso en el seno del pensamiento heideggeriano, al embestir contra todo aquello que provocaba el fracaso del supuesto nuevo inicio ( el enemigo militar…al que viene a unirse el “judaísmo mundial”)…« los pasajes de Heidegger dedica a estos temas se hallan entre lo más terrible, y también entre lo más estúpido, que jamás escribió este pensador ».
El repaso termina con el estudio de las posturas de Heidegger tras la segunda guerra, momento en el que la pregunta esencial pasa a ser: cómo el hombre puede vivir en un mundo en que cada vez la técnica abarca mayor dominio, aspecto que no obstante no le condujo a una preocupación ética o humanista…sino a ahondar en el análisis de la manipuladora “producción sistematizada”.
El espíritu del estudio de Peter Trawny, que ya queda apuntado líneas más arriba, puede completarse con estas palabras suyas: «el pensamiento de Heidegger, e incluso con Heidegger, ha quedar libre de su pensamiento. No ha de dejarse seducir ni por la fuerza de su lenguaje, ni ha de apropiarse su idioma y sus conceptos. En la filosofía, se trata de que el lector de textos filosóficos permanezca libre tanto en la adhesión como también en el rechazo. Por más que esto no resulte sencillo, me parece sustancial [para añadir líneas después que] quizá podría afirmarse que la historia alemana del último siglo se manifiesta en el pensamiento de Heidegger como apenas en otro pensador. Quien quiera conocer el pensamiento de Heidegger, se encontrará inmerso, sin que pueda eludirlo, en los abismos de esa historia».
( 1 ) ejemplar de esto que indico sería un libro que acaba de caer en mis manos, libro de título extraño y despistante: Martin Heidegger. Une affaire franco-française de Jean Piwnica (L´Harmattan, 2017). El autor se erige en implacable fiscal y desde el inicio comienza a acumular hechos que tratan de mostrar el inequívoco nazismo del filósofo germano, para pasar posteriormente a repasar las distintas obras del autor con el empeño de convertir al ser que respondía al nombre de Martin Heidegger y a su obra toda en puro nacionalsocialismo y en arma ideológica para la extrema derecha al representar los lados más oscuros y tenebrosos del alma germana. El repaso resulta abundante, yendo desde los primeros pinitos metafísicos dentro de la fenomenología al posterior estudio del ser y el tiempo, de la técnica, para sumergirse posteriormente en el antisemitismo y el compromiso nazi… muy en la onda de los Victor Farias y Emmanuel Faye, forzando las cosas, los hechos y las frases por la senda de CQFD (ce qu´il fallait démontrer = lo que había que demostrar). El repaso le sirve igualmente para cargar contra muchos de los filósofos franceses que han valorado de uno u otro modo el quehacer heideggeriano… En este terreno, en no pocas ocasiones, recurre a salpicar algunas frases de unos y otros sin entrar en el análisis de las posturas defendidas por los filósofos citados; con olvidos, o tratamiento menor y de pasada, de Jacques Derrida, Jean-François Lyotard, Jean-Luc Nancy, Alain Badiou o René Schürmann, por ejemplo.