Estimado Sr. López Burniol,
Después de haber leído detenidamente su interesante entrevista de la semana pasada con el periodista Andreu Barnils, donde usted acaba confesando que «la independencia de Cataluña le produciría un dolor poco comparable a ningún otro», he decidido aprovechar mi espacio de reflexión de hoy para dirigirle esta carta abierta. Su afirmación, muy legítima, no deja de sorprenderme viniendo de una persona con una trayectoria intelectual más que notable, y que ama, sin duda, sus tierras. Intentaré explicarme lo mejor posible.
En primer lugar el quiero tranquilizar: Cataluña no se moverá de su sitio. Seguirá formando parte de la Península Ibérica y del continente europeo, excepto si se produce un movimiento repentino de las placas tectónicas que parta la tierra justo en sus límites territoriales. Pero de momento, este escenario sería más digno de una película de Spielberg que de la realidad. Y los vínculos familiares no cesarán. Y las amistades, si son sinceras y fruto de la libre voluntad, tampoco se romperán. Los ciudadanos de Cataluña son lo bastante adultos para decidir sobre su futuro, con sensatez, con convicción y de manera pacífica.
Desde que llegué a los Países Catalanes en 2009, con una primera estancia en la Fidelísima Villa de Perpiñán, no he parado de descubrir las interioridades de esta tierra. He visitado casi todos los pueblos de la Cataluña Norte en el espacio de cuatro años, interesándome por la historia de la gente que allí ha vivido y que vive. De manera inesperada, me adentré por completo en el aprendizaje de la lengua catalana, convencido de que no hay nada más socialmente profundo que explorar las sutilezas de una lengua perseguida. Lo mismo sigo haciendo desde que me establecí en Tarragona, y hoy desde hace casi cuatro años, en Girona. A menudo, cojo la bici para llegar hasta Amer y sentarme en la Plaza Mayor, donde siempre encuentro niños jugando. Catalanes y catalanas de todos los orígenes jugando y creciendo juntos. En aquella plaza de pueblo, como en muchas otras del país, se puede visualizar el futuro.
En La Garrotxa he pasado horas escuchando abuelos y abuelas relatando las experiencias macabros que tuvieron que sobrevivir durante la larga y oscura noche del franquismo. Y mientras trabajaba los veranos en Argelès-sur-Mer para pagarme los estudios, justo delante de esa misma playa donde miles y miles de personas fueron tratadas como seres inferiores, no podía resistir el pensar en todas las vidas destrozadas sobre esta arena gruesa donde, hoy, los turistas de media Europa disfrutan del mar y del paisaje idílico que ofrece la Costa Vermella. Déjeme decirle, Joan Josep, que aquello si que produce un dolor y una tristeza poco comparables a ningún otro. Todo ello es un poco como la transacción del 78: una huida hacia delante y un rechazo a hacer justicia.
Dolor y tristeza, Joan Josep, es que miles y miles de personas, más de cuarenta años después de la muerte del dictador, no sepan dónde están enterrados sus familiares llevados por la guerra, mientras que el Valle de los Caidos siguen descansando tranquilamente los verdugos. Tristeza es que un Estado te permita votar al asesino de Guillem Agulló e inhabilite a políticos por haber puesto unas urnas. Dolor y tristeza es ver cómo los que pretenden representar el socialismo catalán en el Parlamento de Cataluña han vendido su alma para convertirse en súbditos del socialmonarquismo.
Usted, como muchísima gente de este país, se siente español y catalán. Yo me siento tunecino y catalán. Ya tenemos algo en común, y eso es bueno. Hay gente que está a favor de la independencia y otros que están en contra. A usted no le parece bien, y a mí sí. Cada uno tiene sus razones y convicciones. Pero aquí no se trata de comparar nuestros sentimientos, sino de defender nuestras ideas. Cataluña es un país con sensibilidades diversas. Y lo que realmente importa no es de dónde vienes ni quién eres, sino a dónde quieres ir. Y es de justicia que los ciudadanos de Cataluña podamos decidir colectivamente a dónde queremos ir, sin interferencias, sin coacciones y sin amenazas. Para eso existen los referendums. Para decidir colectivamente sobre las cuestiones que nos afectan, a través del debate democrático y pacífico. El imperio de la ley no podrá apaciguar la voluntad de votar del 80% de un país.
¿Por qué los ciudadanos de Cataluña tienen que vivir sometidos eternamente a un Estado que ha demostrado tantas veces que actúa en contra de sus intereses y que frena el progreso? Insisto: que usted esté en contra de la independencia me parece totalmente legítimo. Pero, ¿no cree que refugiarse en el imperio de la ley para huir de un debate de ideas profundo, genuino, democrático, civilizado y pacífico, es menospreciar la capacidad de decidir de la ciudadanía? Si algo representamos los partidarios de la independencia es esperanza, justicia y democracia. Y no dude de que le ayudaremos a superar su dolor, porque la gente de este país, como usted sabe muy bien, es solidaria con todo el mundo. Sean partidarios de la independencia o no. ¡Salud!
EL MÓN